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martes, 13 de noviembre de 2018

ALBA, REINA DE LAS AVISPAS

EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS 
¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Escribir un cuento para adultos es muy, muy difícil. 

Cuando eres un niño pequeño, que lo único que necesite el protagonista para viajar de un país a otro sea querer hacerlo y echar a andar, parece razonable. No sabemos nada de pasaportes, permisos, facturación, aduanas o limitaciones de edad. No sabemos nada de dinero y peajes, ni de la auténtica inmensidad de las distancias. Que baste con hacerle un pequeño favor a un rey para que este te case con su hija, o que sea relativamente sencillo engañar a un gigante con cualquier bobería y matarlo de un golpe cuando este distraído, suena igualmente razonable. Cuando eres niño, todas estas cosas parecen incluso un proceder evidente. 

Por eso el género de los cuentos para adultos es tan difícil, porque tienes que contar una historia claramente falsa, obviamente insostenible, a un público que (ahora sí) es plenamente consciente de ello.

Alba, reina de las avispas es un cuento para adultos sobre una niña que pierde a sus padres en un accidente de tráfico provocado por una avispa que se cuela en el coche. La acogerá su única tía, que vive en una gran casona que esconde un secreto relacionado también con avispas. 

Allí encontrará a miles de ellas, misteriosas guardianas de un niño encerrado en una urna de cristal, un bello durmiente al que solo podrá despertar un beso en la nuca dado por una princesa. Pero ninguna princesa del mundo acude a dárselo, por lo que Alba toma la determinación de viajar a un reino muy, muy lejano (Bélgica), para ser nombrada princesa, y volver entonces a dar ella misma el beso de la vida al bello durmiente.

Como en todos los buenos cuentos para adultos, hay detalles que hacen que la realidad interna del relato se tambalee, para recordarnos la fragilidad inherente a los cuentos y los sueños. La tía de Alba viste siempre de negro y amarillo, como los colores de las avispas, y no cesa de mover un abanico cuando anda de un lado a otro, como si quisiera imitar el aleteo de estos insectos al desplazarse. 

El bello durmiente es observado y protegido por las avispas, las mismas criaturas que provocaron el accidente que se llevó a los padres de Alba. El beso debe dársele en la nuca, el mismo lugar en el que su padre fue picado, causándole la fatal distracción que le llevó a salirse de la carretera. El propio niño es un (hasta entonces) desconocido hermano de su padre, que dejó de crecer cuando se sumió en su sueño eterno, con lo que, simbólicamente, Alba estaría besando (curando) la nuca (la herida) sufrida por una versión más joven, más infantil, más de cuento de hadas, de su propio padre, eternamente dormido (muerto), para recuperarlo, para volver a tenerlo a su lado. 

El cuento es cada vez más extraño y menos lógico a medida que avanza. Y al recordar que comienza con Alba en el hospital, tras el accidente, con la cabeza vendada (es decir, con posibles daños cerebrales), no sabemos a qué atenernos. ¿Una niña trastornada que ha perdido el contacto con la realidad? ¿Un intento descabellado de alterar lo sucedido de la única forma que sabe hacerlo un niño, a base de imaginación? ¿Cuánta realidad puede haber en lo narrado? Como en todos los cuentos, religiones, y sueños, tanta como queramos (o necesitemos) ver en ellos.

Alba, reina de las avispas. 1986. Emma Cohen. Escritores españoles de hoy nº3. Difusión Directa Édera S.A.

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