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miércoles, 2 de octubre de 2024

YO COMPRÉ UN CASTILLO

 EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS                                                                                 ¡ALERTA DE EXPOILERZ!                                                                                              

                                             Presentado por… el profesor Plot.

 

Saludos, ávidos lectores.

Hay algo decididamente fascinante en las maquetas de edificios y paisajes. El tiempo pasa pero esos fragmentos de mundos en miniatura siguen inalterables, susurrando una historia desde cada uno de sus detalles y rincones. Ya sean belenes, maquetas ferroviarias, castillos, modernos puzzles 3d o polvorientos barcos en botellas, tener una maqueta, contemplarla, recrearse en los detalles, imaginar el tipo de gente que viviría en el lugar que representa, es como poseer acceso a un pequeño mundo lleno de secretos, misterios y aventuras.

De eso trata nuestra lectura de hoy, de una maqueta. De una muy especial que es en verdad un pequeño mundo en miniatura, pero uno al que definitivamente no querríais entrar jamás. Estamos en octubre, después de todo, y ya sabéis que en octubre las historias de miedo se multiplican…

La Sra. Wood acaba de salir del salón de Bingo donde suele pasar las tardes apostando parte de su pensión de viudedad. Por una vez le ha tocado un premio, ciento doce libras. No es una gran fortuna, pero tampoco algo desdeñable. Con sus necesidades económicas básicas cubiertas a perpetuidad por su difunto marido, y su hija universitaria viviendo en otra ciudad, la Sra. Wood decide gastarse ese dinero en algún caro capricho. 

Siguiendo un impulso, se mete en una sala de subastas, más por participar del ambiente que por otra cosa, sin intención real de comprar nada. Pero cuando ve que uno de los lotes que salen a subasta es un castillo, y que la puja de salida son cien libras, levanta la mano de inmediato. Lo hace pensando que esto va a desatar una guerra de pujas, que alguien sobrepasará la suya y habrá participado en una experiencia nueva sin costarle un céntimo, pero se equivoca. Nadie más puja por el Castillo de Roxlasky y el subastador se lo adjudica.

La sorpresa de la Sra. Wood es aun mayor cuando ve que no le entregan un título de propiedad, sino un certificado de autenticidad. El castillo en cuestión es una maqueta de gran tamaño de un castillo medieval y sus alrededores. Las almenas llegan hasta un metro de altura y todo el conjunto está rodeado por un muro. Incluso hay un cementerio en miniatura con sus lápidas torcidas, que acentúan el toque ya de por sí siniestro del conjunto. La maqueta es embalada con cuidado y la envían a su domicilio, donde ocupa toda la mesa de un despacho, sobresaliendo un poco por los lados. 

La Sra. Wood ya está pensando en donarla a alguna rifa benéfica cuando oye una vocecilla que parece llamarla desde la maqueta. Y efectivamente, una figurita de un monje encapuchado ha salido del castillo por una de las puertas y está dirigiéndose a ella. La figurita se presenta como Crowen, el alquimista personal del conde Roxlasky.

El diminuto personaje le reclama la entrega de veinte doncellas para llevar a cabo un ritual con el que su señor el conde y él mismo quedarán libres de la maldición que retiene sus almas en esa maqueta. Se ofrece a pagar bien a la Sra. Wood si accede a proporcionarles las jovencitas que precisa, pero esta cree estar alucinando y se desentiende del tema. Justo en ese momento llaman a la puerta y Mary, la hija de unos de sus vecinos, le pide permiso para consultar algunos de los libros de su considerable colección. La Sra. Wood la deja pasar a la habitación donde están los estantes de los libros (y la maqueta del castillo) y va a prepararse la cena a la cocina. Cuando termina busca a la joven pero no la encuentra, y da por supuesto que apuntó los datos que necesitaba y se marchó sin decirle nada por no molestarla. Sin embargo, la madre de Mary llama a la puerta pasado un rato preguntando por ella, diciendo que no ha vuelto a casa.

A la mañana siguiente la Sra. Wood encuentra dos cosas: primero, sobre su mesita de noche hay una bolsa de cuero con cincuenta monedas de oro antiguas. Segunda, las ropas que llevaba Mary (incluida la ropa interior) están amontonadas en el suelo junto a la maqueta. Aterrada, mira con atención la maqueta y ve la figurita del monje enterrando el cuerpo desnudo y torturado de Mary en el cementerio junto al castillo.

El diminuto Crowen le confirma lo que ella ya sospecha. Crowen puede reducir de tamaño a las mujeres que se acercan lo suficiente a la maqueta. Este poder solo las afecta a ellas, dejando sus ropas y objetos personales en el mundo normal mientras su cuerpo, desprovisto de todo, pasa a formar parte de la maqueta. Una vez en la maqueta, la mujer es como un pez en una pecera, atrapada en un entorno del que no puede escapar. Entonces, Crowen las caza con la ayuda de un gran lobo amaestrado, las tortura hasta matarlas y lleva el maltratado cadáver hasta su señor, el conde Roxlasky, que las viola una vez muertas. Es necesario que la victima sea virgen y esté ya muerta en el momento de ser violada por Roxlasky porque él mismo es también un cadáver. En realidad también el sacerdote Crowen y su lobo son muertos vivientes, pero esto no se aprecia mirándolos desde fuera de la maqueta, solo una vez dentro de ella.

Crowen y su señor necesitan matar y tomar de este modo a cincuenta y siete vírgenes para resucitar y volver al mundo real, pues su estado actual se debe a una maldición. En el momento en que la maqueta del castillo pasó a manos de la Sra. Wood, ya solo les faltan veinte victimas más para completar el macabro conteo. La Sra. Wood está horrorizada con todo esto… hasta que se le ocurre llevar una de las monedas a un anticuario y este se la tasa en treinta libras esterlinas. La mujer hecha cuentas: treinta libras por moneda, cincuenta monedas por cada chica que les facilite, y necesitan diecinueve chicas más… bueno, las matemáticas no son lo mío pero eso suena a un montón de libras.

Durante una temporada la Sra. Wood se las apaña para llevar jóvenes hasta su casa con cualquier pretexto y dejarlas a solas en la habitación de la maqueta. Esta es tan llamativa que ninguna se resiste a acercarse a mirarla, inclinarse sobre ella para observar los detalles… y ser intercambiadas por una bolsa de monedas. No todo es tan fácil, porque una de la jovencitas que la Sra. Wood lleva a su casa, haciéndole creer que podía alquilarle una habitación por un coste muy reducido resulta no ser virgen. A consecuencia de esto, tras absorberla en la maqueta y torturarla hasta la muerte, la Sra. Wood recibe en lugar del pago estipulado el cadáver destrozado de la joven, que reaparece a su tamaño normal sobre una de las camas de la casa. A partir de ahí se vuelve mas selectiva.

No es hasta poco antes de la mitad del libro que aparecen nuestros protagonistas. Tenemos por un lado a Ian, un joven melenudo y barbudo al que nos describen como "con pintas de medio hippy y medio corsario". Su mejor amiga, con proyecto de convertirse en su novia algún día, es una de las chicas que la Sra. Wood, cual proxeneta del infierno, ha literalmente vendido a Crowen. Ian la vio entrar en el edificio de la Sra. Wood para hacer una encuesta y se quedó tomándose una cervecita en un bar cercano, esperando a que saliera, pero ya no volvió a salir. Preguntando puerta por puerta por todo el edificio conoce a la madre de Mary, la primera desaparecida, que le cuenta que lo último que supo de su hija es que había ido a consultar algo a casa de la Sra. Wood. Y la susodicha señora es, de todos los vecinos, la única persona que pierde los papeles cuando Ian le pregunta si su amiga pudiera estar todavía en su casa.

Ian denuncia la desaparición de su amiga a la policía y le toca hablar con un inspector bastante dicharachero que le revela que últimamente han desaparecido once chicas muy jóvenes que trabajaban, vivían o fueron vistas por última vez en las calles cercanas a ese edificio. Ian logra con su insistencia que la policía entre a registrar la casa de la Sra. Wood con un perro especializado en olfatear cadáveres, pero toda la casa hiede a putrefacción. El perro no encuentra ningún cuerpo, pero le ladra insistentemente a la maqueta. El perro, a lo que le ladra, es a los miniaturizados cadáveres enterrados en el decorado, pero el inspector determina que el olor y la reacción del perro pueden deberse a una rata muerta dentro de la vieja maqueta. Sería necesario una orden judicial para comprobarlo ya que habría que romperla, y la maqueta tiene aspecto de ser una valiosa antigüedad, así que la investigación termina ahí. Por parte de la policía, al menos, porque Ian sigue acechando el edificio.

Entonces aparece nuestra segunda protagonista, para complementar a Ian. Se trata de Janet, la hija universitaria de la Sra. Wood, que viene a pasar unos días con ella. Ian la intercepta cuando iba a llamar a la puerta de la Sra. Wood y le habla de las desaparecidas, y de la actitud extraña de su madre.  Janet no le cree ni media palabra ¿Cómo va a estar su madre implicada de modo alguno en una serie de desapariciones y quizá asesinatos de mujeres? Pero cuando entra en la casa nota el fuerte olor, la actitud extraña de su madre, y el pánico que parece tenerle a que Janet se acerque a observar la maqueta. Cierra con llave la habitación en la que está la maqueta y le prohíbe terminantemente a Janet tratar de entrar en ella. También le advierte a Crowen que Janet es su hija, que no puede llevársela como a las otras pero para este solo es otra virgen más y exige que se la entregue. La Sra. Wood decide entonces deshacerse de la maqueta en cuanto pueda.

Tras un par de días de incomoda convivencia, decide revelarle a Janet una versión adulterada de la verdad. Le cuenta como obtuvo la maqueta y le muestra las bolsas de monedas que ha conseguido, pero diciéndole que las encontró en un compartimento secreto de la maqueta tras comprarla, y que el motivo por el que Ian no cesa de molestarla seguramente sea para robárselas. Pero cuando vuelca una tras otra todas las bolsas de monedas para que su hija las vea, estas resultan estar llenas de piedras. No sabemos si siempre fueron piedras y Crowen las hacía ver como monedas de oro, o si eran monedas reales que Crowen transformó en piedras ante la negativa de la mujer a entregarles a su hija. Pero bueno, nadie en su sano juicio puede pactar con el mal o con un delincuente y luego pretender que este cumpla su parte del trato.

La Sra. Wood contrata a un mozo para que cargue la voluminosa maqueta en una ranchera, que luego ella misma conduce (sin carnet, por cierto) hasta las afueras. Su intención es rociar la maqueta con gasolina y prenderle fuego, pero resulta estar hecha con madera de lárice, un tipo de madera que simplemente no arde. Cuando la gasolina se consume la maqueta vuelve a quedar como antes. Ian y Janet, que han seguido viéndose durante ese par de días y se han acercado bastante, han seguido en un coche a la Sra. Wood. Llegan a tiempo de ver como Crowen la reduce también a ella y la atrapa en su maqueta. No le sirve como sacrificio para romper la maldición, pero no se va a privar de vengarse de ella. 

Ian, con muy buen tino y recordando que todas las personas desaparecidas eran mujeres, impide a Janet acercarse a la maqueta, y lo hace él solo. Lo que ve al inclinarse sobre ella, es la figurita del monje, sosteniendo un arco, junto al ahora diminuto y desnudo cuerpo de la Sra. Wood, erizado de flechas. Ian se las apaña para lanzar toda la maqueta a un pozo seco cercano, y dedica luego varias horas a llenar este con todas las piedras de las que es capaz. No hace el intento de romper la maqueta a golpes, pero lo cierto que es algo que no suele funcionar para deshacerse de objetos malditos.

Y este final es curioso, porque el mal es contenido pero no indudablemente derrotado, como era costumbre en los bolsilibros. La maqueta queda cubierta de rocas en el fondo del pozo, pero esto deja abierta la posibilidad de que algún dia sea encontrada, a falta de solo diez victimas más para que el barón Roxlasky, el alquimista Crowen y su lobo queden de nuevo libres en el mundo. De Ian y Janet no se nos habla de boda e hijos, que era también lo normal en los bolsilibros autoconclusivos, pero por la forma en que Janet se recuesta en el hombro de Ian mientras los dos se alejan del pozo, la cosa pinta bien. 

Más reseñas sobre bolsilibros de este autor pulsando aquí

Yo compré un castillo. 1976. Ralph Barby [Rafael Barberán] (texto). Selección Terror nº 550. Editorial Bruguera S. A.

4 comentarios:

  1. Excelente, ¿Y nunca se hizo una película de eso?

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    1. Pues de este libro no, y es una lástima porque las maquetas como elemento central de la trama no es algo muy explotado. Sí conozco algunas películas en las que el elemento principal es una casa de muñecas maldita, como "Amityville 8" o "The Dollhouse Murders". Lo que si hay son varias series con capítulos en los que el elemento central es una maqueta que hace como la de este libro, trasladar a la gente a un mundo que está limitado a lo que la propia maqueta representa. Tienes los tres capítulos de "Chillogy" en la serie "Goosebumps", por ejemplo, que son los únicos que me vienen a la cabeza ahora mismo, pero es cuestión de buscar.

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  2. El comentario era mio. En lo que pensaba un poco al leer tu resumen es en la película Waxwork (1988). Vi de niño algunas escenas y se me quedaron en la memoria muchos años hasta que descubrí de nuevo (con la ayuda de internet) la película y la vi completa. Ahí los personajes se meten en la escena del museo y pasan a otra realidad paralela.

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    1. Sí, es cierto. La premisa es similar, se metían en el decorado de las figuras y pasaban a ser parte de un mundo totalmente supeditado a lo que este representaba. Muy buena película.

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