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miércoles, 17 de diciembre de 2025

CUENTOS (1/2)

 EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS                                                                                 ¡ALERTA DE EXPOILERZ!                                                                                              

                                             Presentado por… el profesor Plot.

 

Saludos, ávidos lectores.

Hoy voy a reseñar un libro de cuentos de Hans Christian Andersen. Bueno, en realidad solo voy a reseñar medio libro, pese a que es bastante cortito. El tiempo que tengo disponible no me da para leerlo y reseñarlo entero. 

Cuando se trata de reseñar una novela es diferente, porque aunque parezca que una novela ha de ser por fuerza algo más complejo que un puñado de relatos cortos, lo cierto es que cada relato presenta una situación y unos personajes diferentes que deben ser explicados. Y al ser historias cortas no hay casi nada que pueda ser obviado. En cambio una novela presenta un grupo de personajes que suelen mantenerse de un capítulo a otro. Algunos de estos capítulos suelen ser de transición o de relleno y pueden saltarse por completo o ser resumidos en una sola frase, porque no pasa nada realmente relevante en ellos. 

Hasta ahora he reseñado unos ochocientos libros aproximadamente en el blog. La mayoría de ellos han sido novelas y solo unos pocos recopilaciones de relatos cortos, y puedo decir que los libros de relatos cortos son más duros de reseñar que las novelas. Así pues, lo dicho: reseñamos hoy la mitad de este libro y otro día que vaya con más tiempo, mañana quizá, el otro medio.

La sombra (Skyggen, 1847). Este primero es un cuento de terror, pero está hecho de forma que te vas dando cuenta de ello progresivamente, tan poco a poco que en realidad solo eres consciente de ello casi en el mismo final. Nos cuenta la historia de un joven sabio de un país de las tierras frías (que no especifica) que viaja a un país de las tierras cálidas (que de nuevo no especifica).

Allí se explica no solo lo mucho que sufre él por el cambio de temperatura, sino lo mucho que sufre su sombra debido a las mayores cantidades de luz. El calor y la luz, a los que tanto el sabio como su sombra están tan poco acostumbrados, les hacen vivir recluidos dentro de casa durante el día y asomados al balcón durante la noche. Es en una de esas noches en las que el joven sabio nota algo extraño en el edificio de enfrente. Vive en una casa de dos plantas y su ventana da a una calle, al otro lado de la cual hay otro edificio similar. La ventana de ese otro edificio también está abierta y, a través de ella, ve una habitación en penumbra en la que adivina una presencia. No llega a verla, pero siente que está allí. Es una presencia delicada, femenina, que aún sin poder verla le transmite un ideal de belleza.

El joven se obsesiona con la persona que pueda vivir en esa casa. Intenta acceder a ella durante el día, pero comprueba con asombro que todas las casas de la planta inferior que dan a la calle son comercios sin comunicación con la planta de arriba. Es algo que solamente él parece percibir. Así pues, ya que no hay ni tan solo una puerta a la que llamar, traza un plan para entrar por la ventana. Durante la noche deja encendida una luz en su habitación, de modo que esta quede a su espalda cuando él se asoma al balcón. Esto hace que su sombra se proyecte en el muro de la casa de enfrente, junto a la ventana abierta. Concentrándose en su sombra, consigue que esta se desplace por el borde la ventana hasta el interior de esa casa misteriosa, contando con que después volverá para informarle de lo que vio dentro, pero esto no ocurre. La sombra simplemente no regresa con él.

Pasan muchos meses y una nueva sombra va creciendo desde sus talones, hasta que el sabio recupera su sombra, aunque no es la misma que antes. Llegó un momento en que debe volver a su tierra y pasa muchos años en ella viviendo tranquilamente, hasta que alguien llama a su puerta.

Su visitante es un elegante y bien parecido caballero que se presenta como su antigua sombra. Cuando él la animó a adentrarse por la ventana en la habitación de la casa de enfrente, lo que vio allí le maravilló de tal modo que quedó desvinculado de él. Lo que habitaba esa pequeña casita era la Poesía. Conocer a la Poesía abrió los ojos a la Sombra y lo hizo querer descubrir todos los placeres del mundo. Así fue como la Sombra, al tomar conciencia de sí misma, empezó a tomar sustancia también. Durante una época siguió siendo inmaterial y se aprovechó de esto para entrar en las casas de la gente y enterarse de sus secretos. De este modo creó una cadena de favores que, con el correr de los años, a medida que iba ganando sustancia hasta convertirse en un ser humano de pleno derecho, le proporcionó conocimientos, ropa, riqueza y estatus.

Al principio el sabio se maravilla de todo lo que su Sombra le está contando y se alegra francamente por ella, por el éxito que ha alcanzado. Pero empezamos a notar que hay algo raro en todo el asunto cuando su Sombra se niega a ser tuteada. La sombra sí tutea al sabio, pero le indica que debido al alto estatus que tiene en este momento sería inadecuado que el sabio la tutease a ella. Pese a todo, le invita a recorrer el mundo a su lado, algo que el sabio interpreta como un gesto de buena voluntad por su parte y acepta. En su entusiasmo casi infantil por estar viviendo algo extraordinario, el sabio no se da cuenta de que, cuando andan bajo la luz del sol, la Sombra, ya totalmente corporizada, siempre se coloca en ángulo de forma que el sabio quede donde debería estar la sombra de la Sombra, que carece de ella. Como si la Sombra estuviese tratando de invertir los papeles y que el sabio fuese ahora su sombra, del mismo modo que él fue en su momento la sombra del sabio.

La Sombra y el sabio llegan hasta un balneario donde conocen a una princesa. Al parecer, el objetivo de la Sombra siempre fue reunirse con ella, puesto que sabía que iba a estar ahí. La dolencia de la que se está tratando la princesa es de su vista, tan extraordinariamente aguda que incomoda a la gente, incapaz de esconder de ella el más mínimo detalle de su persona. Este es el motivo por el que la Sombra se ha estado haciendo acompañar por el sabio: lo ha estado tratando como si él fuera su sombra, lo ha estado convirtiendo en su sombra para que la princesa no sospeche al ver que carece de una.

Con su extenso conocimiento del mundo y su don de gentes, la Sombra enamora y cautiva rápidamente a la princesa, y esta accede a casarse con él. Entonces la Sombra hace una propuesta al sabio: que los acompañe a ambos al palacio y que pase el resto de su vida comportándose como una verdadera sombra, silenciosa y obediente, siguiéndole a todas partes en el ángulo adecuado según donde estén situadas las fuentes de luz y tumbándose en el suelo a sus pies cuando se detenga. Se ofrece incluso a pagarle un sueldo sustancial por ello.

Pero el sabio, desengañado al fin de la falsa amistad que creía ver en la Sombra, se niega rotundamente a hacerlo y la denuncia a las autoridades. La Sombra también le denuncia a él y, puesto que ya se ha anunciado su boda con la princesa, las autoridades se ponen de su parte. El mismo día en que la Sombra y la princesa se casan, el sabio es ejecutado.

En el fondo es una historia sobre la pérdida progresiva de identidad y autonomía, de cómo alguien cercano puede ir ocupando espacios de tu vida, primero de manera sutil y al final dominándola por completo. Por las fechas en las que escribió esto Andersen ya había alcanzado fama internacional con sus libros y sin duda no faltaron en su ajetreada vida personas que se le acercaron con el único fin de controlarle de un modo u otro. Este relato podría ser una advertencia que, consciente de ello, Andersen quisiera dejar para otras personas.

La princesa y el guisante (Prindsessen paa Ærten, 1835). Un cuento tan breve que es difícil resumirlo sin que el resumen quede más largo que el propio cuento. Nos habla de un príncipe que estaba obsesionado con casarse con una verdadera princesa y recorrió el mundo buscándola. Sin embargo, ninguna le convenció y volvió a su castillo bastante decepcionado.

Una noche lluviosa llamó a la puerta del castillo una joven empapada y embarrada que, pese a su terrible aspecto, afirmaba ser una princesa que se había perdido. Para comprobar si ello era cierto, la madre del príncipe le preparó una cama en la que colocó, sobre un pequeño guisante, veinte colchones y veinte edredones.

A la mañana siguiente le preguntaron a la supuesta princesa qué tal había dormido y esta se quejó de que había pasado una noche horrible, puesto que bajo los edredones y los colchones había algo duro que le causaba un gran dolor en la espalda.

Y así fue como determinaron que era una princesa de verdad, porque solo alguien con la piel tan delicada como una verdadera princesa (es decir, alguien que no hubiese movido un dedo para trabajar y esforzarse en toda su vida) habría notado algo como un guisante bajo las colchas y los colchones.

Una fina ironía que deja mal parada a la nobleza, hacia la que Andersen parecía tener un cierto rencor, como se ve en muchos otros de sus cuentos en los que los gobernantes se pintan como endebles y fáciles de engañar. En este el príncipe no busca amor, afinidad, fidelidad o alguien que le complemente, sino que sea una «auténtica» princesa. El detalle de notar el bulto de un guisante bajo veinte colchones y veinte edredones es una exageración que ridiculiza la sensibilidad extrema de quienes nunca han trabajado ni sufrido incomodidades. El cuento es brevísimo, pequeño como… como un guisante, sí, pero su moraleja es una de las más claras. La princesa «verdadera» es la que se queja, la que no soporta nada, la que demuestra incapacidad para la vida práctica, adecuada como esposa solo para alguien que no busca una pareja, sino un adorno que exhibir.

El jardín del Paraíso (Paradisets have, 1839). En esta historia tenemos a otro príncipe anónimo obsesionado con algo. En su caso, lo que busca es el Paraíso, el jardín del cual fueron expulsados Adán y Eva. El príncipe tiene miles de libros en los que se describe todo el mundo, todas las gentes y culturas, pero en ninguno de ellos encuentra cómo llegar hasta el Paraíso.

Desesperado, sale a pasear por un bosque cercano a su castillo y lo sorprende una lluvia torrencial. La oscuridad de las nubes y la fuerza de la lluvia lo desorientan y se pierde en el bosque. Busca refugio en una cueva dentro de la cual arde una hoguera sobre la que se asa en un espetón un ciervo entero. Dando vueltas al espetón hay una anciana que le ofrece cobijo en su cueva y se presenta como Madre de los Vientos. Ella le explica que los cuatro vientos son sus hijos y pronto se reunirán en la cueva para visitarla.

El primero en aparecer es el Viento del Norte, un humanoide frío cubierto de nieve y carámbanos y vestido con abrigos de piel de foca. Viene del mar de Bering, de empujar a los icebergs que destrozan los barcos de los pescadores y de aullar sobre las manadas de morsas marinas. El siguiente en aparecer es el Viento del Oeste, un salvaje vestido con pieles y armado con una estaca de caoba. Ha estado provocando vientos tranquilos y suaves, pero también huracanes sobre las llanuras de búfalos y las selvas donde las lianas pasan de árbol a otro como telas de araña. A continuación viene el Viento del Sur, cubierto por un turbante y una chilaba, arrastrando cálida arena tras haber estado soplando sobre los desiertos, formando y deshaciendo las dunas, sepultando caravanas enteras de hombres y camellos bajo éstas. El último en llegar es el Viento del Este, vestido con ropas orientales. Viene de China, donde ha estado haciendo tintinear las ristras de campanillas y haciendo silbar las varas con las que se azota en plena calle a los funcionarios que hacen mal su trabajo. El Viento del Este habla también de su próxima visita al Jardín del Paraíso, por el que pasa cada cien años a saludar a la Princesa del Paraíso. Al oír esto, el príncipe le ruega que lo lleve con él la próxima vez que viaje allí, que es precisamente mañana.

El Viento del Este accede a esto y al día siguiente lo lleva sobre su espalda recorriendo el mundo, sobre mares y países, hasta llegar más allá de lo que ningún humano es capaz de llegar viajando por su propio pie. Se adentran en una caverna llena de sepulcros, puesto que uno de los caminos para llegar hasta el Paraíso es a través de los dominios de la Muerte. Finalmente salen a una hermosa tierra que parece un inmenso e infinito jardín que se extiende en todas direcciones. La belleza del lugar es tal que cada flor y cada brizna de hierba sería digna de admirar durante milenios.

Allí el príncipe conoce a la Princesa del Paraíso, la guardiana del lugar desde que sus habitantes originales, Adán y Eva, fueron expulsados. Maravillado por todo lo que ve y por la propia belleza de la princesa, el príncipe pregunta si puede quedarse a vivir allí. La Princesa del Paraíso le contesta que sí: todo aquel que llega al Paraíso en vida puede quedarse a habitarlo si le place. Pero debe ser capaz de resistir una tentación que se le presentará cada día. En su caso, la tentación que debe ser capaz de resistir es ella misma, la propia princesa. Y ya le advierte que, por ley divina, está obligada a tratar de seducirle cada noche, y si en algún momento logra que él la bese en la boca será expulsado para siempre del Paraíso y tan solo podrá llegar a él si lo merece una vez haya muerto. Pero ni tan solo será ese mismo paraíso terrenal, sino que irá al paraíso del cielo, donde llegan aquellos que mueren habiendo sido buenos y honestos.

El príncipe accede. Pese a que la belleza de la princesa es deslumbrante, se cree capaz de resistirla, puesto que todo el lugar rebosa de maravillas a las que puede dedicar su atención. Su primer día en el Paraíso es feliz: disfruta de la belleza de la naturaleza y de la arquitectura del palacio de mármol donde vive la princesa y sus servidoras. En este palacio las numerosas vidrieras muestran imágenes de todo lo importante que acontece o ha acontecido en épocas pasadas al mundo. Cada lugar en el que fija sus ojos es un crisol de hermosura y maravilla. Las sirvientas de la princesa, cada una de las cuales es en sí misma una belleza por la que cientos de reyes desatarían guerras y moverían montañas, le ofrecen manjares y un vino suave y espumoso.

Cuando llega la primera noche, el príncipe está atontado por el vino y el exceso de maravillas. Entonces pasa frente a él la princesa, que se despoja de su túnica de seda y se interna desnuda entre la maleza mientras le murmura: «Ven, ven conmigo». El príncipe la sigue y la encuentra yaciendo dormida a los pies del Árbol de la Ciencia. Pese a que conoce las consecuencias, no puede evitar inclinarse sobre ella y besar sus labios. Es expulsado inmediatamente y se encuentra de nuevo bajo la lluvia torrencial, en el oscuro bosque cerca de la caverna de Madre de los Vientos. Junto a ella está Muerte, un robusto anciano encapuchado con alas negras que porta una guadaña y le advierte que tendrá una oportunidad más de llegar al Paraíso, pero no al terrenal, sino al del cielo. Antes deberá pasar por sus manos, y será él quien decidirá si, una vez esté dentro del ataúd, lo elevará hasta el firmamento o lo lanzará para siempre a las entrañas de la tierra.

Este es otro de los temas habituales de Andersen, el del protagonista que logra algo físicamente imposible (en su caso, encontrar el Paraíso en la Tierra, donde la felicidad es eterna) pero luego falla en superar un obstáculo que no es externo, sino interno: su propio autocontrol. Se presentan las dificultades físicas (como las enormes distancias a recorrer) como algo fácil de superar teniendo los medios, conocimientos o contactos adecuados, mientras que nada de esto ayuda a superar las dificultades morales, que son el verdadero desafío en el que los humanos fracasan una y otra vez.

Las flores de la pequeña Ida (Den lille Idas blomster, 1835). Ida es una niña pequeña que se encuentra muy triste. Estuvo cortando flores del campo para confeccionar un ramo y llevárselo a casa, ignorando que eso las mataría. En su ingenuidad infantil creyó que las flores iban a mantenerse indefinidamente con el mismo aspecto que tenían cuando las escogió, pero día a día las ve marchitarse y arrugarse.

En su casa viven otras personas, adultos que no forman parte de su familia. No se especifica que hacen allí, pero puede que su casa sea una pensión que su familia regenta. Uno de estos adultos, al que el texto identifica simplemente como el estudiante, se compadece de ella y se inventa una historia para animarla. Le dice que lo que ocurre es que sus flores han sido invitadas a un gran baile que las flores llevan a cabo por las noches, y que cada mañana ella las ve más cansadas debido a lo mucho que se han divertido la noche anterior.

Ida empieza a hacer preguntas sobre ese baile: en qué consiste, quién acude, dónde se celebra. Para mantener la fantasía y el interés de la niña, el estudiante va improvisando sobre la marcha. Le cuenta, por ejemplo, que en los meses más fríos, en los que todas las plantas pierden sus flores, lo que ocurre es que se marchan a refugiarse en su castillo, donde están de fiesta hasta la primavera. Que cuando ella ve que el viento hace que las flores se balanceen, lo que ocurre es que cuchichean entre ellas planeando su próxima reunión. Incluso identifica flores concretas con profesiones o arquetipos de la población: el color azulado de las violetas hace de ellas cadetes navales, las flores de azafrán son las señoritas solteras que bailan con ellos, y la serena belleza de las flores de tulipán las convierte en damas maduras que vigilan que los jóvenes no se sobrepasen antes de hora. Así va creando todo un mundo en torno a las flores para que Ida no se sienta triste por la muerte de las que ha recogido.

Ida acuesta a sus flores en la cama de su muñeca de trapo para que descansen mejor. Esa noche se levanta a comprobar si las flores bailan mientras la gente duerme, tal como le dijo el estudiante, y efectivamente allí están todas formando filas y corros. Los juguetes despiertan también y se unen al baile. Hay una larguísima y encantadora descripción de la danza, a la que Ida asiste fascinada sin atreverse a moverse, y sin que ninguno de los participantes se percate de que está despierta.

Finalmente, el rey y la reina de las flores (un par de rosas con diminutas coronas de oro sobre sus cabezas) irrumpen junto con un enorme séquito para unirse a la fiesta. Cuando esta comienza a decaer y las flores invitadas se marchan, Ida oye cómo sus flores, ya totalmente secas, le confiesan a su muñeca de trapo que estaban divirtiéndose tanto porque les corresponde morir mañana, y que se despida de Ida de su parte. En ese momento Ida se duerme (¿acaso ha llegado a estar despierta en algún momento?) y a la mañana siguiente organiza un funeral para sus flores. Las guarda en una caja de cartón decorada y, con ayuda de sus primos, las entierra cerca del lugar donde también enterró un canario que tuvo.

Este detalle nos indica un salto en la madurez de la niña. El que entierre a las flores en vez de tirarlas a la basura y que lo haga junto a la tumba de una antigua mascota, como si estuviera construyendo su propio cementerio, nos indica que tras la tristeza inicial y el uso de la fantasía para minimizar la pérdida, Ida termina aceptando la idea de la mortandad, y de que todos los seres vivos que ama (plantas, mascotas, familia) morirán algún día como un trámite más de la propia vida.

El ángel (Engelen, 1843). Otro cuento muy breve que nos narra cómo un ángel desciende para llevarse con él al cielo el alma de un niño. Mientras se lo lleva, le va explicando que antes de conocer a Dios tiene la opción de escoger qué flores quiere que crezcan en su parcela del cielo. El niño, en lugar de flores, escoge un árbol seco con capullos a medio formar en las ramas. El árbol asciende al cielo, donde revive y los capullos germinan.

El ángel sobrevuela entonces un sucio callejón lleno de basura en el que hay una maceta rota en la que agoniza una planta enraizada en un seco terruño. El ángel la toma para llevársela al cielo, explicándole al niño que esa era una planta de la que él cuidaba cuando era un niño enfermo, pues los ángeles son las almas de aquellos que mueren siendo aún niños. Tras esto, el ángel lleva al niño y la planta al cielo, donde Dios lo convierte a él en otro ángel y la planta recobra la vida y empieza a cantar a coro con las otras flores.

Este cuento pertenece a una fase en la que Andersen estaba explorando temas más espirituales y religiosos, alejándose de la sátira social de sus primeros cuentos. El hecho de que el niño escoja un árbol seco en lugar de una flor bonita para adornar su parcela del cielo y el ángel tome una planta agonizante, que al llegar al cielo revivirá, podría ser una forma de simbolizar que él mismo buscaba algún tipo de redención o de nueva oportunidad. Por sus cartas y diarios que se conservan se sabe que era bisexual. Declaró su amor tanto a hombres como a mujeres a lo largo de su vida, pero siempre fue rechazado, incluso después de ganar la fama con sus libros. El niño y el ángel escogiendo el árbol seco y la planta marchita en lugar de flores lozanas y bonitas podría ser la forma que tuvo de decirle a la gente que la verdadera belleza no está en aquello que se ve ya de por sí perfecto, sino en aquello que ha sufrido pero puede volver a florecer si se le da una nueva oportunidad. También se ha dicho que lo escribió a raíz de la muerte de la hija de unos amigos suyos.

El traje nuevo del emperador (Keiserens nye Kleder, 1837). Este es uno de los cuentos más conocidos de Andersen. A un lejano reino gobernado por un pomposo emperador llegan dos astutos estafadores. El emperador es conocido por gastar enormes cantidades en ropa. De él se dice que tiene un traje diferente para cada día del año. Son trajes bordados con sedas e hilo de oro, cada uno de los cuales vale una fortuna. Esta afición desmedida por la moda provoca que el monarca olvide otros aspectos de su cargo, como el bienestar de su pueblo o mantener en buen estado a su ejército.

Los estafadores se presentan ante el emperador como dos grandes sastres. Prometen hacer para él el traje más exquisito que jamás haya existido, con un despliegue de colores y bordados digno de dioses. Afirman, además, que la tela que van a utilizar tiene la extraordinaria cualidad de ser invisible a ojos de cualquier persona estúpida o inmerecedora de su cargo. El emperador les encarga un traje, dándoles enormes cantidades de oro y sedas. Los estafadores se embolsan el oro y guardan las sedas para venderlas más tarde, y fingen que están confeccionando un traje, moviendo agujas y tijeras en el aire como si estuviesen cosiendo y cortando telas. 

Durante varios días prosiguen con esta pantomima mientras el emperador envía a varios de sus sirvientes y consejeros a observar su trabajo. Cada uno de estos consejeros observa a los estafadores mover las manos sobre un telar, pero no ven el traje simplemente porque no lo hay. Pero, como en su presentación estos dijeron que los tontos o los que no fueran dignos de su cargo no podrían verlo de tan especial que es el traje, para no delatarse a sí mismos como tales, cuando le hablan al emperador no hacen más que alabar los colores y el corte del traje que le están confeccionando. Todos a los que el emperador envía a espiarlos hacen lo mismo, sabiendo que los que han ido antes dijeron haber visto el traje a medio confeccionar y no queriendo ser ellos los únicos que quedaran mal ante el emperador.

Cuando el traje está finalizado, según los sastres, se lo presentan al emperador y a toda su corte. Todos los presentes estallan en alabanzas y elogios a los colores y bordados del traje. Nadie está viendo nada, pero tampoco nadie quiere ser el único en admitirlo. El emperador, que tampoco ve el traje pero oye a todos sus consejeros hablar excelencias de él, asiente y dice que es el mejor traje que ha visto jamás y que quiere lucirlo ante todo el pueblo. Se desnuda y los sastres le ayudan a vestirse con el traje, diciéndole que la tela es tan liviana que pesa menos que una telaraña.

Poco después, el emperador y su corte desfilan por las calles con todo el pueblo viéndole pasearse desnudo. Pero, como la noticia de las cualidades de la tela también ha trascendido al pueblo, todos fingen ver la ropa maravillosa, hasta que un chaval que había por ahí, un crío que no tenía ni idea de nada, exclama: «Pero si va desnudo». Inmediatamente la voz empieza a correr entre el pueblo, cada vez más gente admitiendo que el emperador simplemente va desnudo. Estas voces llegan asta el emperador, que, sin saber qué hacer, dándose cuenta de que ha sido engañado y ha quedado en ridículo, pero sin querer admitirlo, continúa desfilando con la cabeza bien alta, fingiendo una dignidad que sabe bien que ya ha perdido.

Este es uno de esos cuentos que no envejecen porque muestra cómo el miedo al ridículo puede hacer que alguien sostenga una mentira hasta extremos delirantes. El cuento es de 1837, pero a día de hoy la expresión «el emperador va desnudo» se sigue empleando para indicar que alguien insiste en una mentira muy obvia y que mucha gente, por compromiso o por quedar bien con esa persona, le sigue la corriente.

¡Mañana seguimos con el resto!

Cuentos. 1991 (fecha de la recopilación). Hans Christian Andersen. Ejemplar entregado como obsequio por el periódico El Sol en colaboración con el BBVA y Alianza Editorial.

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