EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS ¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Presentado por… el profesor Plot.

Saludos, ávidos lectores.
Hacemos un pequeño paréntesis en este mes de octubre, dedicado casi en exclusiva al terror, para comentar este libro. Se trata de una transcripción del cuaderno de bitácora de Cristóbal Colón durante el primer viaje que realizó a lo que posteriormente sería conocido como las Américas.
Siendo hoy 12 de octubre, Día de la Hispanidad, me ha parecido adecuado dar un repaso a las anotaciones más relevantes de este diario. En él se nos narra de primera mano cómo se vivió lo que hoy entendemos como el nacimiento del mismo concepto de la hispanidad. El libro incluye algunas páginas facsímiles de las originales, a modo de muestra, pero la mayor parte está transcrita a una grafía actual para facilitar su comprensión aunque se mantiene el lenguaje de la época, que en muchos casos resulta confuso.
Espero que encontréis interesante este resumen de lo más destacado porque me ha llevado cerca de diez horas terminarlo, sin contar el tiempo de lectura del propio diario😅 Pero no importa. Un día dedicado a leer este libro y escribir sobre él es sin duda un día bien aprovechado.
Como todo cuaderno de bitácora, está redactado a modo de diario, en el que cada entrada detalla los aspectos más relevantes del viaje. La primera entrada corresponde al viernes 3 de agosto de 1492. Es muy escueta: indica únicamente que se partió de Palos a las 8:00 h, el rumbo inicial y la distancia estimada recorrida. Así continúa hasta que el 6 de agosto tuvieron su primer problema al desencajarse el gobernalle (timón) de la Pinta, que estaba comandada por Martín Alonso Pinzón. Colón creía que se trataba de un sabotaje orquestado por dos marineros, Gómez Rascón y Cristóbal Quintero, quienes días antes de zarpar ya habían expresado dudas y temor por el viaje. Las instrucciones que Colón hizo llegar a Pinzón fueron claras: arreglarlo como buenamente pudiera y continuar adelante. Al día siguiente se repitió la misma sospechosa avería, y la formación se desvió hacia las islas Canarias, para efectuar reparaciones. El 9 de agosto, mientras la nave era revisada, Colón anotó en el diario que vio: “Salir gran fuego de la sierra de la isla Tenerife, que es muy alta en gran manera”, lo que parece ser la descripción de una erupción volcánica. Efectuadas las reparaciones y retomada la ruta prevista, durante varios días se anotó en el diario únicamente rumbo, viento y distancia recorrida.
El domingo 9 de septiembre, debido a la creciente preocupación de la tripulación por lo extenso del viaje y la lejanía de la costa, Colón comenzó a comunicar a sus hombres un número de leguas recorridas menor al real, aunque en el diario anotaba la cifra verdadera. Era costumbre informar a la tripulación cada noche de la distancia recorrida, a modo de logro, pero Colón decidió falsear estos datos para evitar el miedo, ya que nunca antes se había realizado un viaje tan largo y tan alejado de la costa. Así, 60 leguas reales se convertían en 48, 20 en 16, 33 en 29, etc.
El sábado 15 de septiembre, además de seguir falseando las leguas, anotó: “Viose caer del cielo un maravilloso ramo de fuego”, lo que parece describir el avistamiento de un meteorito o quizá un cometa. A partir de entonces, los tripulantes comenzaron a recoger del mar una gran cantidad de hierba, lo que les hizo suponer que estaban cerca de tierra. También encontraron cangrejos de río, frutas flotantes y constataron que el agua del mar era menos salada de lo normal, lo que podría indicar la cercanía de una costa baja aún no visible. Una de las técnicas que usaban los marineros de la época para orientarse era probar el sabor del agua (una “cata de mar”) para detectar si estaba mezclada con agua dulce proveniente de la desembocadura de un rio. El 20 de septiembre se sumaron más signos de proximidad a costa al avistar varios alcatraces, así como otras aves. La presencia de alcatraces es significativa, ya que estas son aves que duermen en tierra firme y no se alejan mar adentro más de cien kilómetros (unas veinte leguas náuticas).
El 25 de septiembre, Colón recibió una carta desde la Pinta. Era habitual que los capitanes intercambiase mensajes lanzando de un barco a otro una plomada a la cual se ataba un cabo fino. Una vez atrapado en el otro barco, se ataba una bolsa impermeable al otro extremo de ese cabo conteniendo un documento, de forma que los barcos podían intercambiar material ligero como cartas, instrumentos o botellas de uno a otro sin necesidad de detenerse ni echar al mar un bote de remos. En la carta que Martín Alonso hizo llegar a Colón de este modo le informaba que, según su carta náutica (que no coincidía con las de los otros capitanes, ya que no estaban estandarizadas), debían estar cerca de un grupo de islas. Se desviaron para buscarlas, pero tras una noche y un día dando vueltas sobre la supuesta posición de estas, no encontraron nada.
El 1 de octubre, los capitanes intercambiaron sus respectivos recuentos de leguas recorridas desde Canarias: 578 según uno, 584 según otro y 707 según Colón (quien, recordemos, estaba falseando sus datos contando de menos). Esto muestra la escasa precisión de la navegación de la época. Pese al uso de brújulas, astrolabios y observación de las estrellas, se navegaba prácticamente a ciegas basándose en cartas náuticas imprecisas. Cuando los primeros hombres viajaron a la Luna, sabían hacia dónde iban y tenían un cálculo muy aproximado de cuánto tardarían. Los marineros de la Santa María, la Pinta y la Niña no tenían esa certeza. La creencia general de la época era que la Tierra era plana y que podrían caer por el borde del mundo si se alejaban demasiado de tierra firme. El 10 de octubre, Colón anotó: “Aquí la gente ya no lo pode sufrir”, señalando que la tripulación estaba desesperada, quizá incluso al borde de un motín, tras casi setenta días sin tocar tierra y sin saber cuando iban a hacerlo.
El 12 de octubre, tal día como hoy, Rodrigo de Triana avistaba tierra en el horizonte y se ponía rumbo hacia ella. Era la costa de Guanahani, nombre que daban los nativos a lo que hoy conocemos como San Salvador. La verdadera identidad de Rodrigo de Triana sigue siendo, aún hoy, un misterio. Los barcos de la expedición de Cristóbal Colón contaban con manifiestos de tripulación muy estrictos, donde se hacía constar el nombre de todos los marineros, y no hay ningún Rodrigo de Triana registrado en ninguno de los tres buques que componían la travesía. Una de las explicaciones que se ha dado es que “Rodrigo de Triana” fuese un apodo, y que su nombre real fuera otro. También se ha especulado que podría tratarse de un nombre falso que Colón hizo constar como descubridor oficial de América, ya que los Reyes Católicos habían prometido un premio especial de 10.000 maravedíes al primero que avistase tierra, y así Colón podría quedarse él con esa cantidad. Otra hipótesis sugiere que el nombre fue elegido por los propios tripulantes, quienes habrían acordado repartirse el premio sin importar quién fuese el primero en avistar tierra. Sin embargo, ninguna de estas explicaciones resulta del todo convincente, precisamente por lo innecesario del engaño. Independientemente de quién avistara tierra, se iba a dar por válido lo que Colón hiciese constar en el diario de a bordo. Usar un nombre falso solo podría provocar que no se entregase el premio a nadie. El caso es que no hay constancia histórica de que el tal Rodrigo de Triana existiese, o que, en caso de existir, estuviese a bordo de alguno de los barcos. Aun así, se le atribuye el avistamiento de tierra y, por tanto, el descubrimiento (para Europa) del suelo americano. Todo este asunto resulta aún más absurdo si tenemos en cuenta que Colón, en ese momento, no era consciente del logro que había alcanzado. Creía estar llegando a unas tierras ya descubiertas, por lo que consideraba su mérito un logro menor, aunque hubiese encontrado una ruta mucho más rápida. Recordemos que su objetivo era emular a Marco Polo, llegando al Reino de Catai por vía marítima en lugar de terrestre, y así abrir una nueva ruta de la seda para España. Ocultar o falsear la identidad de esa primera persona en ver tierra es algo que carece de sentido en cualquier contexto posible.
Al día siguiente del avistamiento, Colón y algunos de sus hombres desembarcaron en la isla. Su diario nos narra aquí cómo se congregaron en la playa una gran cantidad de nativos completamente desnudos para observar con curiosidad a los recién llegados. Colón los describe como hombres y mujeres de gran belleza y nobleza de rasgos, cabellos extraordinariamente gruesos como crines de caballo y pieles “del color de los canarios” (blancos pero muy bronceados). Los nativos se mostraron amistosos y les colmaron de regalos tales como comida y papagayos vivos. Se hizo constar también que no solo no disponían de armas, sino que ni siquiera parecían conocerlas. Colón les ofreció su espada para que la examinaran, porque mostraban curiosidad por ella, y al ir a tomarla uno de ellos lo hizo por la hoja, provocándose un corte en la mano. Pese a ello Colón observó que algunos tenían cicatrices que parecían causadas por armas. Mediante gestos, señalando sus heridas y poniendo cara de asombro, les hizo entender que sentía curiosidad al respecto. Los nativos le contestaron de igual modo, señalando en una dirección y poniendo caras de miedo, lo que Colón interpretó como que las heridas se las provocaban gentes llegadas de otro lugar.
Colón pasó varios días con los barcos anclados cerca de la costa, con un tráfico continuo de marineros entre tierra y embarcaciones. Los nativos se mostraban curiosos y asombrados por las ropas y los navíos, y no paraban de traerles regalos, y recibirlos. Los marineros entregaban objetos de poco valor como anillos de latón o plata, collares de vidrio, adornos, telas de colores… cosas que los nativos no podían producir y que para ellos eran tesoros. A cambio ofrecían a los marineros artesanía de madera y barro, ovillos de algodón y herramientas hechas completamente en madera. Algunos entregaban también guijarros de oro. De nuevo mediante gestos, Colón mostró interés por el oro, y los nativos gesticularon como queriendo dar a entender que había muchas de esas piedras de oro en la dirección que indicaban. Colón interpretó que le estaban señalando el camino al Reino del Gran Khan, creyendo haber llegado a Catai. Pero también la dirección que le indicaban era la misma de la que venía la gente que les provocaba heridas.
El domingo 14 de octubre, las naves zarparon de nuevo costeando la isla en busca de otros puntos donde echar el ancla. El diario describe encuentros con otras comunidades de nativos que, como la primera, carecían de ropas o herramientas de metal, y se apresuraban a traerles comida, preguntándoles mediante gestos si habían venido desde el cielo. Aquí Colón empieza a tomar notas sobre algunos lugares que juzgaba buenos para establecer fortalezas. Durante el resto del diario, vemos varias anotaciones en ese sentido, indicando puntos donde el suelo y la visibilidad le parecían adecuados para construir fuertes. En una entrada indica que bastarían cincuenta hombres armados para sojuzgar todas las tribus que habían encontrado hasta ese momento, debido a lo pacíficos que eran los nativos y al hecho de que no empleaban armas de metal. Sin embargo, también destaca repetidamente que no era necesario usar la fuerza contra ellos, y recalca casi con desesperación que eran gente buena que no merecía ningún tipo de maltrato. La preocupación que muestra por los nativos en estos pasajes es notable, sobre todo considerando que, pese a carecer de ropa o herramientas avanzadas, no se cansaba de repetir que eran personas nobles, decentes e inteligentes.
Durante los días siguientes, Colón descubrió que no estaba en un continente, como creía al principio, sino en una isla que formaba parte de un archipiélago. Fue pasando de una isla a otra, documentándolas en lo más básico: posición, contorno aproximado, breves notas sobre flora, fauna, encuentros con nativos y su interacción con ellos, todo lo cual resultó ser, en general, muy similar a lo visto en su primer contacto.
El miércoles 17 de octubre llegaron hasta otra isla que los nativos llamaban Samoet. En este punto, varios de los indígenas que habían encontrado les acompañaban en los barcos como traductores. Aunque prácticamente cada aldea tenía su propio dialecto, estos eran muy parecidos entre sí, y cada nativo conocía parte del vocabulario de otras comunidades. En Samoet, Colón describe por primera vez casas, ya que en ninguno de los encuentros anteriores había tenido ocasión de visitar un poblado. Aquí describe las viviendas de los nativos diciendo: “Eran por dentro muy barridas y limpias, y sus camas y paramentos de cosas que son como redes de algodón. Las casas son todas muy altas y con buenas chimeneas.” Esto da una idea de habitáculos bastante elaborados, no meras chozas de cañas. Colón señala que estos nativos tenían perros parecidos a mastines y brachetes, y que uno de los perros tenía la nariz atravesada por un aro de oro, con algún tipo de escritura grabada en él. Intentó que se lo dieran para descifrar la inscripción, ofreciéndoles objetos a cambio, pero los nativos se mostraron inflexibles al respecto, pese a lo amables y complacientes que eran en todo lo demás y lo mucho que apreciaban cualquier objeto que pudiesen recibir de los extranjeros.
Siguieron vagando de playa en playa durante varios días, registrando la existencia de muchas tribus similares y los encuentros que tenían con ellas hasta que, el 19 de octubre, se les dio a entender que había un rey que gobernaba sobre todas las tribus, y que iba cubierto de pies a cabeza con adornos de oro. Pero aquí Colón comenzó a mostrar sospechas de que los nativos le estaban engañando. Al ver el interés que él demostraba tener por el oro, le pareció que estos intentaban dirigirlo en una dirección para que fuera a buscarlo allí. Curiosamente, la dirección en la que lo encaminaban siempre coincidía con el punto de procedencia de esa otra tribu salvaje que los atacaba con frecuencia. Puede que, habiendo visto el poder de las armas que los extranjeros traían consigo (armas de metal contra las que los nativos difícilmente podían competir) quisieran dirigirlos hacia sus agresores para que acabaran con ellos.
El domingo 21 de octubre llegaron hasta otra población, pero en esta ocasión los nativos escaparon al verlos, abandonando sus casas y sus pertenencias. Posteriormente, un grupo de nativos regresó y se acercó a ellos con cautela. Comunicándose por señas y con palabras compartidas a través de los traductores que iban reuniendo por donde pasaban, este nuevo pueblo les indicó la existencia de una gran isla con barcos tan grandes como los suyos, llamada Cuba. Por la similitud de nombres, Colón supuso que Cuba era el nombre que los nativos daban a lo que él conocía como Catai. Aquí vemos que Colón no estaba muy convencido de haber llegado a donde pretendía, y que él mismo buscaba similitudes donde prácticamente no las había, tratando de encontrar cualquier punto de unión entre lo que sabía de las tierras descritas por Marco Polo y este nuevo lugar al que había llegado, que en realidad no tenía nada que ver.
Durante los siguientes días buscó infructuosamente la isla de Cuba, encontrando otras en las que destacó como algo asombroso que los nativos tenían perros que jamás ladraban. Los habitantes de estas islas huían despavoridos al verlos. Colón prohibía a sus hombres llevarse recuerdos de las poblaciones que los nativos abandonaban, e incluso dejaba en ellas algunos objetos llamativos a modo de regalo. Toda esta parte del viaje resulta bastante caótica, ya que cada grupo de nativos daba un nombre diferente a cada isla. Lo que para unos era Cuba, para otros era Cavila, y para otros Bafán. Sin embargo, un nombre empezaba a repetirse y era similar entre todos los pueblos: una tribu a la que algunos llamaban caribis, otros canibbi, y otros caníbali. De estas palabras provienen tanto el termino Caribe como caníbal.
Todos los nativos que fueron encontrando a partir de este momento les hablaron de los caníbali con espanto, diciendo que se trataba de hombres salvajes que aparecían periódicamente para matarlos y llevarse prisioneros. Algunos los describían simplemente como subhumanos. Otros les atribuían rasgos físicos inusuales, como tener un solo ojo en el centro de la frente o tener hocicos y rostros de perro. Pero la característica común a todas las descripciones era la de ser devoradores de carne humana. Varios de ellos les mostraron cicatrices con forma de mordisco, resultado de ataques en los que los caníbali se habían lanzado sobre ellos a morderlos y arrancarles pedazos de carne cruda, sin ni siquiera tratar de matarlos primero.
El martes 6 de noviembre, Colón describe la llegada a una población situada a doce leguas tierra adentro, formada por unas cincuenta casas entre las que se repartían más de mil personas. Cada una de estas viviendas era un enorme recinto comunal donde convivían varias generaciones, o incluso varias familias juntas, a modo de clanes. Los nativos se mostraron muy curiosos, acercándose a tocar a los visitantes para cerciorarse de que eran de carne y hueso y no espíritus. Colón hizo constar que lo hicieron por grupos: primero los hombres, y una vez satisfecha la curiosidad de estos, se apartaron para que las mujeres pudieran hacer lo mismo. Cuando Colón y los suyos manifestaron su intención de volver a bordo de los barcos, aproximadamente la mitad de los nativos expresó el deseo de ir con ellos, convencidos de que habían venido del cielo y que se disponían a regresar allí. Nuevamente, Colón destaca la amabilidad y buena voluntad de los nativos, y expresa su preocupación ante la posibilidad de que quienes pudiesen llegar después de él pudieran hacerles algún tipo de daño. Recalca en sus notas que era deber de Sus Majestades, los Reyes Católicos, proteger a estas gentes de cualquier atropello que se pretendiera llevar a cabo contra ellos. Indica también que, pese a su gran número, no suponían peligro alguno. Anota que bastó con que uno de sus marineros levantara la voz a otro para que un centenar de robustos nativos huyeran asustados por el grito.
El viernes 16 de noviembre tenemos una anotación curiosa a la que no se había hecho referencia anteriormente: en cada nueva isla que pisaban, Colón mandaba fabricar una gran cruz de madera y dejarla clavada en el suelo, visible desde la costa. Esto podría haber tenido un doble propósito: indicar que esa tierra había sido reclamada en nombre de la cristiandad, y servirle a él mismo como señal de que ya había estado allí, por si volvía a pasar cerca y veía la cruz en la playa. Esto es otra prueba más de lo errática que era la navegación en aquella época.
El viernes 23 de noviembre encontramos más referencias a los canibali en boca de otro de los pueblos que visitan. Son descritos nuevamente como hombres salvajes, con un solo ojo en mitad de la frente, y de los cuales no se podía hablar abiertamente pues nombrarlos provocaba que aparecieran para devorar crudo a quien lo hacía. El diario continúa así de manera repetitiva varios días, hablándonos de los diversos pueblos que encuentra, animales (más de esos perros que nunca ladraban), gran abundancia y diversidad de peces, plantas… Colón describía estos lugar como un paraíso en la tierra, ensombrecido únicamente por la presencia de los misteriosos caníbali, vistos como monstruos más que como humanos por los otros pueblos.
Más adelante volvemos a encontrar referencias a que hablar demasiado de los caníbales provoca que estos aparezcan para devorar vivo a quien lo hacía. Aquí vemos, una vez más, la confusión entre lo que Colón buscaba (y se empeñaba en convencerse de haber encontrado) y lo que realmente le contaban los nativos. El hecho de que algunos describieran a los caníbales con hocicos de perro llevó a Colón a pensar que ese era el motivo por el cual el Gran Khan recibía ese nombre, ya que khan podía sonar como can, es decir, perro. Hoy podemos sonreír ante esta confusión, pero estamos hablando de una época en la que la velocidad de transmisión de la información era ínfima, y no instantánea como hoy en día. Las referencias a otros pueblos eran fragmentarias, los mapas especulativos, y los nombres de los lugares y descripciones de sus gentes se deformaban continuamente debido a errores de transcripción o la exageración y la inconsistencia del boca a boca.
El jueves 29 de noviembre aparece otra anotación interesante: Colón describe cómo encontró una aldea abandonada, y en una de sus casas halló “un pan (una gran bola aplanada) de cera”. Colón parecía entusiasmado por haber encontrado tal cantidad de cera, ya que esto indicaba que en esas islas también debía de haber abejas, aunque en ningún momento las habían visto. También indica que encontraron una cabeza humana dentro de una cesta que colgaba de un poste en una casa, y luego otra cabeza similar en otra vivienda. No especifica si estaban embalsamadas o reducidas, simplemente habla de “cabezas”. Colón atribuyó esto al deseo de los nativos de no perder el contacto con parientes fallecidos, lo que impulsaba a algunas personas a conservar sus cabezas y tenerlas elevadas en posición de honor. Sin embargo, tampoco se vuelve a hacer referencia al tema en el resto del diario.
Los días 3 y 5 de diciembre hay nuevas menciones a los terribles caníbales, esta vez en boca de diferentes nativos del lugar. El jueves 6 de diciembre se arribó a una nueva isla, a la que Colón, costeándola y observando su forma peculiar, decidió llamar Isla Tortuga. Esta isla se convertiría, años después, en el más famoso refugio de piratas caribeños que haya existido jamás.
El martes 11 de diciembre, el asunto de los caniba o caníbali dio un giro inesperado cuando otra de las tribus le indicó que el lugar de donde provenían estos seres era “una isla no rodeada de agua”. Hasta ese momento, todos los nativos habían utilizado la palabra isla para referirse a cualquier punto de tierra firme, debido a la limitación que tenían para comunicarse con los españoles por la falta de un idioma común. Colón y los suyos habían aprendido a chapurrear algunas palabras de los idiomas locales, e iban acompañados de nativos de otras tribus que también hablaban parte del dialecto de los nuevos pueblos que encontraban. Pero la comunicación siempre era difícil, torpe y limitada. Al hablarle de “una isla no rodeada de agua”, Colón supuso que le estaban hablando de un continente, y que para los nativos, "isla" era todo suelo que emergiera del mar. Y era desde ese continente de donde provenían los caníbali que los isleños tanto temían y las riquezas que Colón tanto necesitaba para justificar ante los reyes el dinero invertido en la expedición. Esa tierra no podía ser para él más que la ansiada Catai.
El jueves 13 de diciembre, acompañado por solo nueve hombres, Colón se adentró en una población de más de tres mil nativos. Todos huyeron al verlos, hasta que un nativo de otra isla que acompañaba a la pequeña expedición les gritó que los extraños no eran caníbali. Esto frenó en seco la huida de unas dos terceras partes de ellos. El recibimiento, siempre amistoso, que Colón y sus hombres recibían por parte de los nativos, y el extraordinario temor que estos sentían hacia los caribes o caníbali, hizo que Colón adoptase como una especie de misión personal encontrar a esos extraños monstruos y acabar con ellos, para mantener a salvo a las tribus de gentes amables que iba encontrando.
Las menciones a la isla de Cuba y a la tierra de donde provenía el oro y los caníbales se repetian una y otra vez por cada aldea por la que pasaba, pero Colón no lograba encontrarlas. De hecho, sí llegó a estar en Cuba, aunque no fue consciente hasta mucho más tarde de que una de las costas que había alcanzado era la isla de la que tanto le habían hablado. La llamó Isla Juana, pero tras recalar en los puntos donde después se fundarían las ciudades de San Salvador y Puerto Príncipe, abandonó la isla sin llegar a saber que era uno de esos lugares míticos que buscaba.
Nada de lo que vio en Cuba se parecía a lo que estaba buscando. Por lo que le habían dicho los nativos, se trataba de una tierra con grandes puertos comerciales repletos de mercaderes, con barcos grandes como los suyos, donde abundaban el oro y las especias. Obviamente, a ojos de los nativos, el concepto de “barcos grandes” no significaba lo mismo que para Colón. Y las “cantidades enormes” de oro y especias tampoco significaban lo mismo para un mercader europeo acostumbrado a medir el peso de las mercancías en kilos y toneladas, que para un nativo para quien llenarse las manos con dos puñados de pimienta o alguna otra especie ya era un tesoro. Hoy en día sabemos que Colón estuvo en Cuba y también en la "isla no rodeada por agua", que contrariamente a lo que esa descripción daba a entender, no era un continente sino una isla de mayor tamaño que las otras. A esta la llamó La Española y es la que actualmente conocemos como Haití y República Dominicana.
El 25 de diciembre, día de Navidad, la Santa María embarrancó durante la noche. Arrastrada por una corriente desconocida, y encontrándose en ese momento el timón en manos de un tripulante con poca experiencia, la nave encalló en unos bancos de arena de los que no pudo ser liberada, ni siquiera con la subida de la marea. Se aligeró todo lo posible, pero no hubo forma de reflotarla y tuvo que ser abandonada. Uno de los reyes locales (con quien Colón ya había entablado amistad) envió una gran cantidad de canoas y piraguas para auxiliarlos. Los marineros fueron llevados a tierra firme junto con todos los pertrechos del barco, que quedó allí encallado y a merced de los elementos.
Una vez más, Colón destaca en su diario la forma extraordinaria en que los nativos se volcaron en ayudarles, dándoles todo cuanto necesitaran sin pedir nada a cambio más que su amistad. Según el, su deseo genuino de ayudar hacía a estos "salvajes" más cristianos que muchos supuestos creyentes. Este pueblo que acogió a los náufragos de la Santa María también vivía aterrorizado por la posibilidad de que los caníbali (a quienes ellos llamaban caribis) vinieran a llevárselos para comérselos vivos. Esto fue lo que decidió a Colón a levantar un fuerte permanente en aquel lugar, para proteger a los nativos de los caníbales en caso de que estos regresaran. Aunque en ese momento no se menciona un nombre para el fuerte, más adelante se referirá a él como Fuerte de Navidad, por haberse producido el naufragio el 25 de diciembre. Uniendo en una sola acción el sentido práctico y el simbólico, los restos y maderos de la Santa María fueron empleados para dar forma al Fuerte de Navidad, transformando el barco que les había llevado hasta allí en el primer asentamiento permanente fundado por los europeos en suelo americano.
Treinta y nueve personas fueron dejadas a cargo del Fuerte de Navidad, junto con el armamento desembarcado de la Santa María y el oro que habían ido recogiendo a cuentagotas de una isla a otra, y que ya era suficiente para llenar un tonel de gran tamaño. Este oro no fue embarcado en ninguna de las dos naves restantes, sino que se dejó allí en el fuerte, para que fuera recogido por una expedición posterior que, según Colón, enviarían eventualmente los Reyes Católicos. En su diario, Colón anotó: “Así que (tengan a bien) vuestras altezas, que toda ganancia de mi empresa se gaste en la conquista de Jerusalén.” En aquel momento, Jerusalén estaba bajo dominio del sultanato mameluco, y Colón expresaba así su deseo de que el oro de las Américas fuera empleado para liberar la llamada Tierra Santa. El componente religioso tenía un peso enorme en la expedición de Colón.
A partir de aquí, las referencias al oro y a los caníbales se vuelven cada vez más frecuentes. Ya se habla de piezas de oro cada vez más grandes, incluso de máscaras rituales "con grandes orejas y rasgos muy pronunciados", adornadas con incrustaciones de oro o hechas completamente de este material. Pese a ello el domingo 6 de enero comienzan a aparecer notas de hastío en el diario, y se empieza a hablar de emprender el regreso a España. Martín Alonso Pinzón argumentaba que se había partido de España en contra de su voluntad, y que ya era hora de regresar. Muchas de las entradas del diario no fueron escritas en primera persona por Colón, sino por otra mano (alguien a quien él debía delegar esta tarea) y en ellas se hizo constar también la desidia de los hermanos Pinzón, quienes se habían vuelto soberbios y codiciosos. Pretendían quedarse con el oro que encontraban, en lugar de cederlo a la Corona tal como se había pactado antes de emprender el viaje.
Esta otra persona indica también que los Pinzones hablaban mal de Colón con frecuencia, y hacían campaña contra él para sembrar el descontento entre las dotaciones de ambos barcos. Al parecer, de todo el oro que habían estado reuniendo, los Pinzones se quedaban con una parte y entregaban solo otra al fondo común, y tenían prisa por volver a España y poner su botín a buen recaudo antes de que alguien lo descubriera. Pese a que esto era un secreto a voces, Colón había estado haciendo la vista gorda por el bien de la expedición. Ya había perdido un barco, y enfrentarse a los Pinzones, los marineros más experimentados con los que contaba, no era una buena idea en ningún caso.
El miércoles 9 de enero Colón hizo constar una de las entradas más curiosas del diario: el avistamiento de tres sirenas saliendo desnudas del mar y trepando hasta una zona elevada de la costa. Se queja de que las sirenas “no eran tan fermosas como las pintan, pues en alguna manera tenían la forma de hombres en la cara.” Probablemente Colón esté aquí describiendo manatíes, un animal que en esa época todavía no se conocía en Europa pero que era común en las costas de Haití.
Ese mismo día, Colón decidió dar la vuelta y regresar a España, considerando cumplida hasta lo posible su misión. El ambiente a bordo de los barcos estaba ya demasiado cargado por las tensiones y las disputas internas que el descubrimiento del oro había provocado, así como por el descontento de los hombres ante el empeño de Colón de buscar al pueblo de los caníbali y destruirlo para mantener a salvo al resto de tribus. Después de todo lo que habían pasado, el hecho de que no se les permitiera quedarse más que con algunas migajas del oro encontrado, y que se les estuviese guiando en pos de un combate a muerte con lo que los nativos describían como monstruos devoradores de humanos, había puesto a la tripulación en su contra. Así pues, durante los siguientes días, la Pinta y la Niña continuaron deambulando entre diferentes amarres de La Española, pero ya arrumbando hacia el continente europeo.
El 17 de enero, en una de esas playas, avistaron varios hombres con arcos y flechas, cuyo aspecto se describía como “Muy disforme, más que otros que hubiesen visto. Tenían el rostro pintado de carbón, cabellos muy largos y encogidos hacia atrás”. Colón sospechaba que se trataba de los famosos caníbali, pero se acercó a ellos pacíficamente, acompañado solo por seis hombres. Conversó con los nativos e intercambiaron algunos regalos hasta que, sin provocación previa, un grupo de más de cincuenta de estos nativos que había permanecido ocultos entre los árboles salió corriendo hacia ellos, portando gruesas cuerdas para atarlos. Aun siendo solo siete, Colón y su grupo se defendió con espadas y cuchillos, matando a muchos sin sufrir bajas. El resto se retiró espantado por la letalidad de las armas de hierro. Colón intentó entonces localizar su poblado, pero no pudo hallarlo en ningún lugar. Más adelante sabría que esta no era su isla de origen, sino que habían venido de otra en busca de presas.
Tras su infructuosa campaña contra los canibali, y habiendo tomado ya la decisión de regresar, Colón emprende al fin el rumbo hacia España. Los barcos que le quedaban estaban en muy mal estado y hacían agua continuamente, amenazando con hundirse en breve.
Los nativos que habían accedido a acompañarlos a España, al ver que abandonaban la zona, les insistieron para que siguieran buscando las islas de los canibali para acabar con ellos, recalcando la gran cantidad de oro que encontrarían allí. A esto añadieron ahora que cerca de las islas de los canibali había otras habitadas únicamente por bellas mujeres, en las que no vivía ningún hombre. Este nuevo dato le resultó aún más dudoso a Colón, y reafirmó su ya creciente sospecha de que, viendo lo importante que parecía ser el oro para los extranjeros, los nativos estaban utilizando este como cebo para enviarlos contra los caníbales y librarse así del constante peligro que estos suponían. Y al cebo del oro se añadía ahora el de una isla llena de bellas mujeres solitarias. Pero si bien Colón hizo constar todo esto en su diario, como todo aquello que descubría o le contaban, la decisión ya estaba tomada.
El viaje de regreso no estuvo exento de problemas. El miércoles 23 de enero la Pinta se estaba retrasando mucho respecto a la Niña, debido a que se encontraba en peor estado, especialmente su mástil. Colón achacó esto a la dejadez de Martín Alonso Pinzón, quien durante su estancia en las islas tuvo repetidas ocasiones de reemplazar su carcomido mástil con alguno de los grandes y robustos árboles que allí había, y en ningún momento lo hizo, estando más preocupado por el oro que pudiera encontrar para quedarse con parte de él.
El viernes 25 de enero los marineros mataron un enorme tiburón que rondaba los barcos. No porque les preocupara un ataque, sino para subirlo a bordo y comérselo, ya que se habían quedado sin alimentos. Las provisiones con las que zarparon de España eran pan tostado, carne en salazón, verduras encurtidas y galletas secas, preparadas para evitar que se echaran a perder. Pero a medida que se fueron consumiendo, las reemplazaron con alimentos obtenidos en las islas, que no podían conservarse: frutas, carnes frescas, aves y animales vivos que iban matando por el camino según los necesitaban. Estos alimentos frescos ocupaban más espacio en las bodegas y se consumían mucho más rápido que los víveres preparados para el viaje. En el momento de matar el tiburón, el diario indica que ya solo quedaba a bordo pan y licor de los nativos, y que los marineros estaban limitando su alimentación a lo que buenamente podían pescar.
El penoso viaje de vuelta siguió así con un mar cada vez más envalentonado, hasta que estalló una monumental tormenta que amenazaba con hundir las maltrechas naves. Aquí Colón demostró una vez más su inventiva como marinero, cuando ordenó llenar con agua de mar los barriles de agua potable que ya se habían vaciado y devolverlos a las bodegas, únicamente para incrementar el peso del barco y que este se moviera menos con el fuerte oleaje. Esta es una técnica que sigue empleándose a día de hoy, haciendo entrar agua en los tanques de combustible a medida que estos se vacían para lastrar el barco, y luego bombear ese agua cuando se llega a puerto antes de rellenar de nuevo los tanques con combustible.
También se nos indica que tomó un pergamino en el que hizo constar un resumen de lo más relevante que había anotado hasta ese momento en el diario, enrolló el pergamino, lo envolvió en un paño encerado para impermeabilizarlo, lo metió en un pequeño barril sellado a conciencia y lo lanzó al mar. La intención de esto era la misma que la de una caja negra de los aviones actuales: que si el barco se hundía (como Colón ya empezaba a temer), quedara un registro de lo ocurrido, por si fortuitamente llegaba a manos de alguien. Que si él, sus barcos y su tripulación iban a perderse para siempre en el Atlántico, al menos la historia que habían vivido no se perdiera también.
Al día siguiente, viernes 15 de febrero, el cielo empezó a clarear, y algunas horas después vieron tierra por la proa. Aquí tenemos otra muestra de lo difícil y azarosa que era la navegación en aquella época: al ver tierra, no consiguieron ponerse de acuerdo sobre qué estaban viendo. Algunos opinaban que era la isla de Madeira, otros que era Lisboa, una de las islas Azores, o la propia costa de la España peninsular. No lograron alcanzar tierra hasta el lunes 18. Colón envió un bote a tierra para averiguar donde estaban, descubriendo así que era una de las islas Azores. Estas se encontraban bajo dominio portugués, en teoría aliados de la corona española. Los habitantes de la isla, ajenos a politiqueos y rencillas, no vieron en la tripulación de Colón más que a unos marineros que habían sobrevivido a una dura tormenta, y se apresuraron a llevarles pan fresco, gallinas, agua y todo lo que buenamente podían ofrecer.
Sin embargo, poco después se presentó un capitán de la guardia que apresó a los españoles y se los llevó detenidos. Un destacamento armado llegó en un bote hasta la carabela de Colón y le ordenó bajar a tierra. Colón se negó, alegando que estaba allí en una misión encargada por los Reyes de España. Para demostrarlo, presentó todos los documentos y sellos que estos le habían entregado a su partida, y amenazó con zarpar de inmediato y poner rumbo a España, incluso si para hacerlo debía abandonar allí a los hombres que le habían sido capturados. Afirmó que le sobraba tripulación para completar el viaje, lo cual era solo cierto en parte, pues su gente estaba menguada y exhausta por las penalidades vividas.
El intercambio de amenazas escaló hasta el punto de que Colón prometió regresar con tropas y despoblar toda la isla si era preciso para recuperar a sus marineros. Era una amenaza exagerada (España no iba a entrar en guerra con Portugal por un puñado de hombres) y además Colón no estaba en condiciones de zarpar, ya que la tormenta había vuelto a arreciar. Sin embargo, esta tensión dio algunos días al gobernador portugués de la isla para reflexionar sobre el lío en el que se estaba metiendo. Finalmente, envió a bordo a unos clérigos y un escribano para verificar los documentos presentados por Colón. Este los volvió a mostrar, y tras certificar que los sellos eran válidos le devolvieron a los hombres detenidos, con lo que Colón zarpó pacíficamente.
Nueve días después, el domingo 3 de marzo, y de nuevo en plena tormenta (que parecía empeñada en no abandonarles), una tromba de agua rasgó las velas de ambas carabelas estando ya casi a las puertas de Lisboa. Durante la noche, la tormenta se recrudeció hasta el punto de que las olas levantaban las embarcaciones dejándolas suspendidas en el aire, para luego hacerlas caer de golpe, amenazando con reventarlas. Con el tiempo algo más calmado al amanecer, se dieron cuenta al fin que estaban cerca de Lisboa. Dado el estado deplorable de los barcos, prácticamente ya yéndose a pique, entraron en el puerto portugués pese al recibimiento hostil que habían sufrido en las Azores.
Esta vez fueron recibidos de buenas maneras, pues el rey de Portugal no quería entrar en conflicto con el de España. Aun así, las autoridades pidieron ver todos los documentos que acreditaban la misión de Colón, pues sospechaban que volvían de Guinea con un cargamento de esclavos. El comercio de esclavos en Guinea movía muchísimo dinero en aquella época. De hecho, los ingleses llegaron a acuñar una moneda específica (la guinea), para agilizar la compraventa de estos.
Sospechando que venían de Guinea, las autoridades portuguesas pretendían confiscarles el cargamento de esclavos que trajeran o cobrarles una tasa por estos. Pero al comprobar que no había guineanos a bordo, y que los indígenas que acompañaban a la tripulación no venían en calidad de esclavos sino como huéspedes de los Reyes Católicos (y tras revisar un millón de veces más todos los documentos pertinentes) el rey de Portugal ordenó que no se privara de nada a "sus invitados españoles". Mandó que los barcos fueran reparados y aprovisionados como gesto de buena voluntad, sin cobrarles nada.
Finalmente, el viernes 15 de marzo, con la salida del sol, las naves llegaron a Barra de Saltés, entrando con la marea alta. El mismo puerto desde el que zarparon el 3 de agosto del año anterior. Para los que tomaron parte en él solo había sido un viaje especialmente extraño y agotador, pero este suceso supuso un giro radical en la historia global y está considerado el momento exacto en el que la humanidad puso fin al oscurantismo y el estancamiento de la Edad Media. El encuentro entre culturas tan dispares estimuló el pensamiento crítico, la cartografía y el conocimiento empírico. El surgimiento de las economías coloniales hicieron inviable el viejo sistema feudal europeo, obligándolo a evolucionar, y dando inicio a la Edad Moderna y el humanismo del Renacimiento.
Y como decíamos al principio, fue también el origen histórico del concepto de hispanidad, al marcar el inicio de una comunidad compartida entre España y los pueblos americanos. Por primera vez en la historia el mestizaje tanto racial como cultural se vio como algo bueno. De hecho el matrimonio interracial fue legalizado en las Españas a uno y otro lado del mar en 1514, mientras que el resto del mundo no lo hizo hasta bien entrados los 1900. Y la actual Declaración de los Derechos Humanos, aceptados casi internacionalmente, está en gran parte basada en los decretos que Isabel la Católica promulgó para reglamentar el trato que debía dispensarse a los pueblos indígenas, en los que se les declaraba españoles libres a todos los efectos. Le pese a quien le pese, el descubrimiento y desarrollo de América por parte de Cristóbal Colón y la corona española supuso uno de los mayores avances culturales y sociales de la humanidad hasta la fecha.
Diario del primer viaje a las indias. 1493. Cristóbal Colón, Almirante de la Mar Océana. Publicado en 1972 por Editorial Ramón Sopena.
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