EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS ¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Presentado por… el profesor Plot.

Saludos, ávidos lectores.
Hoy vamos a darle un vistazo a este tomo recopilatorio de historias cortas de Katsuhiro Otomo, el autor de Akira. En España, al menos, es conocido casi únicamente por ese manga y la película que se hizo sobre él. En su momento, Akira y los temas que trataba (delincuencia juvenil, la drogadicción como modo de vida, experimentos gubernamentales con humanos, cortinas de humo masivas aun a costa de las vidas de la población, fanatismo religioso, el colapso social, etc.) supuso una verdadera revolución en un Occidente que todavía estaba acostumbrándose poco a poco a este estilo de cómic y animación tan peculiar.
No dudo que Otomo tendrá una obra extensa, pero a España llegó poco sobre él más allá de su Akira. Este tomo recopila algunas de sus obras breves. La primera es Kanojo no Omoide (Las memorias de ella), que aparece traducido simplemente como Memorias y es la que da nombre al tomo. Es una genialidad. Las otras, si bien interesantes, están muy por debajo de Memorias, pero no dejan de ser una oportunidad de leer un poco más de la obra de este autor a la vez tan apreciado y tan poco divulgado por estos lares.
Memorias nos sitúa en un lejano futuro en el que acompañamos a tres basureros espaciales. Se trata de hombres rudos con un trabajo poco envidiable, en una época en la que viajar por el espacio ha pasado de ser una gran aventura a una simple rutina. Su trabajo consiste en recuperar los pedazos de chatarra y basura espacial que puedan constituir un peligro para la navegación, y suponemos que llevarla toda a algún lugar donde se dispondrá adecuadamente de ella. Siguiendo con su ruta de recogida de basuras, se aproximan a un área del espacio que se conoce como Sargatzo, y que es obviamente una referencia al mar de los Sargazos, el cementerio de los barcos donde estos quedaban atrapados por una densa red de algas flotantes. Este sargazo cósmico es una zona del espacio donde las naves y la chatarra tienden a acumularse debido a una fuerte atracción magnética. El lugar está haciendo el trabajo por ellos al reunir toda la chatarra de la zona en un mismo punto que es fácilmente identificable y evitable.
Sin embargo, del centro de ese torbellino de chatarra en movimiento les llega una señal de radio. No es una señal de auxilio ni una transmisión convencional, es simplemente música. Concretamente, la versión de Glenn Miller de Serenata a la luz de la luna. La situación es tan extraña que deciden investigar. Si la música transmitida por radio es realmente alguna clase de señal de alarma, quizá fue lo único que la persona que la está emitiendo ha sido capaz de proyectar al espacio debido a una situación especialmente desesperada. Los basureros se adentran en el sargazo cósmico, esquivando los pedazos de metal que convergen hacia una gigantesca estructura, junto a la cual su nave parece una mota de polvo. Cuando la tienen a la vista, descubren que la estructura es… una rosa. Una rosa perfectamente definida pero hecha de chatarra, como si la fuerza magnética de la zona diera forma a las planchas de metal y los trozos de maquinaria para crear los pétalos siguiendo un delicado y perfecto patrón. Y en el centro de esa rosa hay, efectivamente, una nave espacial a la que las hojas de la rosa envuelven y protegen.
De hecho, la propia rosa parece ser el origen de la fuerza magnética que atrae ahí a la chatarra. La rosa gira sobre sí misma continuamente y su fuerza centrípeta atrae a más chatarra hacia ella. Los basureros toman la decisión de abordar la nave por si la música que emite fuese realmente una petición de ayuda de algún tipo. Uno de ellos se queda a bordo de su propia nave y los otros dos se trasladan al interior de la rosa y entran por una esclusa en la nave que esta protege.
Lo que encuentran en el interior supone otra sorpresa mayúscula: la nave no parece una nave. Ha sido severamente modificada para que tenga la apariencia de una casa antigua y familiar, bellamente decorada con un estilo clásico: muebles de madera, cuadros, alfombras, esculturas… Un lujo que, más que ostentación, provoca una sensación de belleza serena. Al asomarse a una habitación cuya puerta está abierta, ven una mesita con un juego de té dispuesto aparentemente para ellos, puesto que dos sillas han sido dejadas junto a la mesa y hay dos tazas de té humeantes preparadas. Un pequeño robot mayordomo aparece preguntándoles si necesitan algo más y anunciando que la señora no puede recibirles ahora porque está descansando.
Uno de los hombres prueba a beber el té, pero inmediatamente lo escupe. El color, el olor, la temperatura, el aspecto… todo es correcto, pero el líquido es algo imbebible. Pronto se dan cuenta de que todo a su alrededor es una mera fachada. Encuentran una biblioteca llena de estantes con cientos, quizá miles de libros, pero cuando sacan algunos para comprobarlos ven que son solamente un bloque de materia que aparenta ser un libro. No se pueden abrir, no hay páginas: son solo imitaciones de libro. A medida que avanzan por la biblioteca, estos libros son cada vez más toscos, hasta el punto de que ni tan solo tienen ya nombres o ilustraciones en las cubiertas, poco más que ladrillos de plástico ordenados en los estantes. Más adelante, las estanterías y los libros están fundidos, como si se tratase de una obra inacabada, un decorado que todavía está siendo construido. Lo mismo ocurre con todo.
Finalmente, llegan hasta una habitación que es claramente un dormitorio. Una cama con dosel les aguarda en el centro y sobre ella, está la señora, descansando. No es más que un esqueleto, el de una mujer que murió allí sola hace muchísimo tiempo. En una mesita de noche junto a la cama hay un diario, y cuando uno de los basureros lo lee, nos enteramos de parte de la historia. La mujer fue rechazada por el hombre al que amaba y decidió dejarlo todo. Dejarlo todo, literalmente, incluso el planeta. Tomó una nave y se marchó al espacio, sin rumbo ninguno, simplemente para vagar por el vacío hasta morir en soledad.
De algún modo, la computadora de a bordo, que durante años debió ser su único confidente, trató de cumplir sus deseos y comenzó a transformar su nave en todo aquello que la mujer había amado: las mullidas alfombras, los hermosos cuadros, las esculturas y obras de arte, sus libros, su música… La computadora de a bordo trató de replicarlo todo con los medios que tenía, valiéndose de los robots mayordomos. Y cuando esto fue insuficiente, cuando los recursos de a bordo se agotaron, la computadora modificó la propia nave para que creara esa corriente magnética y atrajera la chatarra a su alrededor, dando forma a aquello que la mujer más echaba de menos: una sola rosa que ella se llevó de la Tierra y cuidó con esmero hasta que se marchitó.
En algún momento, quizá incluso antes de que todos estos cambios comenzaran, quizá cuando la computadora ya llevaba años dedicándose a ellos, la mujer murió en la soledad del espacio. Para la computadora, la señora solo estaba descansando. Probablemente llevaba décadas muerta, con la computadora esperando a que se levantara. Quizá incluso fantaseando con la alegría que mostraría la mujer cuando viera todo lo que había recreado para ella: el juego de té, los libros, el arte… Todo falso, claro, porque la computadora no tenía la capacidad de entenderlo o apreciarlo y se guiaba simplemente por lo que la mujer le había descrito en sus conversaciones.
Los basureros se dan cuenta de que, en realidad, nunca hubo nadie a quien rescatar, y la música no era una señal de socorro después de todo, sino simplemente música que le gustaba a la mujer y que la computadora seguía emitiendo para hacer su sueño más llevadero. Se disponen a marcharse cuando, de repente, aparecen nuevos robots mayordomos y les disparan con pequeñas armas láser. Han entrado sin permiso en las habitaciones de la señora, podrían haber interrumpido su sueño, y para los robots el descanso de su señora es algo sagrado.
Los robots persiguen a los astronautas hasta que estos consiguen regresar a su nave y abandonar el lugar, a la par aterrados y fascinados por lo que han vivido. Mientras se alejan, la rosa de chatarra sigue girando lentamente, tomando forma guiada por la mente de una computadora a la que una mujer triste y solitaria supo transmitir la idea de la belleza y de la añoranza, pero no la de la mortalidad.
Lo que más me gusta de esta historia es que empieza como ciencia ficción típica pero deriva a algo mucho más humano y melancólico. En un relato sobre unos exploradores (o en este caso, basureros) que llegan a un lugar extraño, lo fácil es meterles un monstruo y convertir el asunto en una historia de lucha y supervivencia. Aquí en cambio de lo que nos hablan es de la soledad, de los recuerdos felices usados como salvavidas y la incapacidad de la tecnología, diseñada para proveernos de cosas, para comprender del todo lo que de verdad necesitamos.
Vemos esto en la metáfora de la rosa de chatarra (la belleza creada a partir de desechos), la computadora como personaje (intenta complacer a su dueña replicando lo que ella amaba, pero lo hace de forma imperfecta, sin entender el significado real de esos objetos), el contraste entre apariencia y realidad (todo en la nave es hermoso a primera vista, pero falso o incompleto al examinarlo de cerca, tal como la nostalgia y el recuerdo pueden distorsionar la verdad) y el final ambiguo en el que no hay rescate ni recompensa para nadie, ni tan solo para la computadora (fiel hasta lo absurdo, recreando el añorado sueño de alguien que ya no existe).
Un detalle del que tardé mucho en darme cuenta, es que no se nos dice el nombre de ninguno de los basureros pero sí el de la computadora (Sam, por cierto). Los humanos están bien definidos, cada uno con su aspecto y carácter, pero no llegamos a saber sus nombres. Es otra forma de resaltar lo insignificantes que podemos llegar a ser los individuos normales, con todo nuestro potencial disperso en multitud de tareas (trabajo, familia, aficiones) ante alguien (en este caso, Sam) que enfoca todo su potencial en un solo objetivo que persigue obsesivamente.
En un tono mucho más cómico y desenfadado, nos encontramos con Pelo, la segunda de las historias. Nos presenta una sociedad futura que vive en un orden casi perfecto. Las ciudades son limpias, estéticas, prácticas, cómodas. La gente viste bien, es educada, ha abrazado la cultura del esfuerzo y, gracias a ello, todo el mundo ha prosperado. Bueno, no todo el mundo, ya que hay una pequeña comunidad de melenudos que rechaza esa sociedad, prefiriendo los andrajos a las corbatas, los cabellos largos y despeinados y las barbas llenas de piojos a la higiene, y el robar comida a tener que trabajar para comprarla. Se nos muestran como una pandilla de hippies básicamente inofensivos y graciosos que se niegan a integrarse en la sociedad y, en lugar de ello, prefieren vivir a su costa, robando lo que pueden y viviendo en la misma calle.
Estos melenudos han creado una especie de culto religioso en el que adoran la música de los 70 y dedican sus días a discutir filosóficamente sobre qué cantante o canción era mejor que otra. Son ajenos a la sociedad y están considerados un peligro porque suponen el único foco posible de desorden, jaleo y enfermedad en una población que ha alcanzado un nivel de bienestar envidiable.
La historia sigue a un niño de esa comunidad que participa en un robo de comida. Su grupo se mete en un almacén para robar latas de alimentos, solo para descubrir que luego son incapaces de salir del edificio debido a su mala planificación. Únicamente el chico lo logra y, en su huida, es encontrado por un hombre que trabaja limpiando las calles. El chico no comprende por qué este trabajador lo protege y lo esconde de los guardias, hasta que este revela que, en realidad, es un simpatizante de su movimiento de melenudos. A él también le gusta la música de los 70 y la idea de libertad y falta de responsabilidades, pero al mismo tiempo es consciente de que lo más seguro para él y lo más beneficioso para la sociedad es integrarse en esta, trabajar, seguir sus directrices de vestimenta, etcétera. Está en un punto intermedio entre sus deseos de una vida exenta de deberes, horarios y responsabilidades, y la simple lógica material de que se vive mucho mejor teniendo un trabajo y estando integrado en una sociedad que lucha por avanzar, más que en una que se conforma con estancarse.
Este hombre le presenta al chaval a su mentor, que es un viejo melenudo que vive cubierto de piojos en la azotea de un edificio, sentado sobre unos gigantescos altavoces desde los cuales emite música a todo volumen cada vez que consigue un nuevo disco. Espera con ello atraer lo que él llama “el aire de la antigüedad”, que no sabemos muy bien qué es exactamente, pero que parece añorar con un fervor religioso. De pronto, el chico estornuda. Se ha resfriado durante su huida. Es algo sumamente raro en una sociedad que ha erradicado las enfermedades, pero sin duda el chaval se ha saltado unas cuantas rondas de vacunación.
Al oírlo estornudar, el anciano se lanza de rodillas ante él como si fuera un enviado de los dioses. Dándose cuenta de que va a volver a hacerlo, lo sostiene en alto, peligrosamente asomado al borde del edificio, y cuando el niño estornuda de nuevo, lo hace sobre la ciudad. El “aire de la antigüedad” del que hablaba el anciano es un resfriado común: el regreso de los estornudos a una sociedad limpia y aséptica que ya se había olvidado de ellos.
Es una historia bastante extraña y que realmente no sé cómo interpretar. Entiendo que, por un lado, se presenta a una sociedad “perfecta” precisamente para mostrarnos sus defectos: el orden conlleva también reglas y control, la seguridad conlleva también vigilancia, la amabilidad como algo obligatorio implica, se quiera o no, una cierta falsedad, etc. Por otro, tenemos a la sociedad de los melenudos: más rústica, más laxa, sin leyes y sin orden, y, por tanto, sin verdadero progreso. Dependen de lo que pueden robar, no construyen nada, no aportan nada nuevo; simplemente se aprovechan de lo que producen los demás, pero son más felices que el resto. Su culto a la música de los 70 es una especie de religión, la adoración a un pasado idealizado que quizá nunca fue tan perfecto como creen.
Hace poco leí en algún lado el término nostalgia acrítica (idealizar una época sin recordar sus problemas) y quizá va por ahí la cosa. El anciano melenudo añoraba los estornudos simplemente porque eran algo del pasado, algo retro, y cayó en la trampa de todo lo retro era mejor. Con tal de reintroducir al día a día de la gente algo del pasado, desata sin pensarlo una enfermedad ya casi erradicada.
Tierra del pájaro eléctrico, la tercera historia, está ambientada en la misma época y sociedad que la anterior, y es otra escena de la lucha entre los ordenados y los melenudos. Los pájaros eléctricos del título son unos pequeños robots guardianes que ahora patrullan las calles en busca de suciedad y desorden.
Vemos esto en una escena en la que dos niños, que están jugando con una maceta, la dejan caer al suelo, esparciendo trozos de cristal del envase y tierra abonada en plena calle. Esto activa inmediatamente a uno de los pájaros eléctricos, que avanza hacia el grupo con aire amenazante y despliega lo que parece ser un pequeño cañón de energía. Dispara, pero su objetivo es el montón de tierra y restos desparramados, a los que desintegra inmediatamente. Replegando de nuevo el arma, aconseja a los ciudadanos que sean más cuidadosos, ya que las basuras en las calles pueden provocar enfermedades. A continuación se retira, dejando a los niños y a su padre sudorosos y temblando, mirándose unos a otros y empezando a reírse de alivio, quizá porque pensaban que el objetivo del rayo desintegrador del robot iban a ser ellos. La escena sirve para dejarnos claro que los pájaros eléctricos son una novedad y que los ciudadanos todavía no saben exactamente qué esperar de ellos.
Paralelamente a esto, tenemos a otro niño melenudo que acompaña a un adulto de su grupo a robar comida. Mientras salen del almacén, son descubiertos por uno de estos robots, que comienza a perseguirlos. El adulto y el niño melenudos corren cargando con la comida que han robado, pero cada vez más de estos pequeños drones se lanzan en su persecución, y el mayor le indica al joven que van a separarse para intentar despistarlos. Así lo hacen, pero el mayor termina corriendo a lo loco hasta quedar atrapado en un callejón.
El robot se le aproxima, despliega sus armas, apunta cuidadosamente… y las dispara contra el melenudo, incinerando toda su ropa, su pelo y la mugre que lo cubría, pero dejándole a él, por lo demás, intacto. Habiendo destruido el foco de enfermedades e infección que suponían su ropa y cabello llenos de piojos y suciedad, el robot se despide amablemente del ex melenudo y se marcha, dejándolo en el callejón completamente depilado y desnudo.
Lo mejor de toda esta historia, y donde se concentra todo el mensaje que pueda querer transmitir, si es que lo había y no se hizo simplemente como una situación cómica, es en la escena de los niños y la maceta. Sirve para mostrar que la gente no sabe hasta dónde llega la autoridad de estos drones-policía armados: ¿Pueden atacar a las personas con su rayo desintegrador o solo están ahí para limpiar basura? Esto genera un clima de ansiedad preventiva: la gente se comporta bien no por convicción, sino por miedo a las autoridades. Sin embargo, cuando estas autoridades actúan vemos que todo se limita a una leve reprimenda, mientras que los niños y su padre ya casi se daban por desintegrados. El miedo a las consecuencias de lo que hacemos es a veces mucho más limitante que la consecuencia en sí.
Swing menor (swing es un anglicismo con diversos significados, uno de los cuales es balanceo o movimiento) es casi una historia de terror. Comienza con un hombre flotando en el mar en plena noche. Un mar lleno de basura y cubierto por una mancha negra de una sustancia similar al alquitrán. Al parecer, él y dos amigos salieron a pescar en un barquito alquilado y naufragaron por una causa que no llegamos a saber.
Lo importante del asunto es que el hombre está perdido en ese mar negro y denso, tan espeso que nadar le agota rápidamente. No hay estrellas ni ve las luces de la costa para orientarse. Entre la basura flotante encuentra el cadáver hinchado de uno de sus amigos, pero está tan deformado que no puede estar seguro de cuál de los dos es. De puro milagro logra llegar hasta una playa y salir del agua. Intenta rascar la película de líquido negro que ahora le recubre por completo, pero esta es demasiado densa y pegajosa. Y lo peor de todo es que el líquido está empezando a secarse rápidamente, convirtiéndose en una costra dura que limita cada vez más sus movimientos.
El hombre pide ayuda a las pocas personas con las que se encuentra a esas horas. Es noche cerrada y, además de que muy poca gente se cruza con él, lo toman por un monstruo y huyen. Llega un punto en el que ya es incapaz de andar.
La costra se ha secado hasta convertirse en una especie de cemento cuyo contacto con la piel le quema, además de impedirle moverse. Se derrumba sobre la arena de la playa y se queda allí como una roca más, hasta que un policía, alertado por una joven pareja, lo descubre y comprueba que, inexplicablemente, sigue vivo.
Lo siguiente que vemos es lo que parece ser la habitación de un hospital, en la que, en lugar de cama, hay una gran pecera conectada a una máquina que oxigena el agua. La pecera está llena de un líquido negro y, flotando dentro de él, están la cabeza, las extremidades y los órganos internos del hombre, separados unos de otros, pero todavía vivos y de algún modo conectados por estar todos en contacto con ese líquido negro. A todas luces, es la misma costra que le cubría, que los médicos han conseguido volver a licuar. Los restos del hombre, flotando y revolviéndose dentro del líquido negro, se concentran en uno de los extremos de la pecera, junto al cual se ha colocado un televisor. La cabeza del hombre, o lo que queda de ella, mira el programa que hay puesto. Y se ríe.
Aunque es breve tiene varios puntos fuertes. Es opresivo desde el inicio: el denso mar negro es un entorno inseguro en el que ni tan solo puede apoyar los pies, y en el que no puede dormir para recuperar fuerzas. Tampoco puede desplazarse sin gastar mucha energía, que necesita ya tan solo para mantenerse a flote. Sin estrellas ni costa que le sirvan de puntos de referencia, el entorno transmite desorientación y claustrofobia. El que ni tan solo cuando gana la costa se pueda librar de la sustancia que lo cubre, unido a que la gente huya al verlo, convierte su situación en algo desesperado: ha logrado llegar a la playa, pero sigue atrapado y sin ayuda de nadie. No se explica el origen del líquido pringoso similar al alquitrán, ni cómo el hombre sigue vivo estando medio disuelto en él. Y al contrario que en las historias anteriores, aquí no me da la impresión que el autor pretendiera representar nada más allá que lo que nos muestra literalmente. Su petrificación y posterior licuefacción no es una critica a la deshumanización, o el que las personas con las que se encuentra huyan de él al verlo tan extraño no representa la indiferencia de la gente ante los problemas ajenos, ni nada de eso. Muchas veces un relato no tiene una segunda lectura, y aquí creo que el autor no quería mostrar ni más ni menos que lo que vemos, la historia de alguien que, sin buscarlo, se ve enfrentado a lo inexplicable.
La última historia que aparece en el índice (pero no la última del tomo) es La historia del planeta Pulpo. El planeta Pulpo es una especie de parodia de la propia Tierra, solo que habitada por pulpos. Nos cuenta que en el planeta Pulpo vivían pulpos muy guapos e inteligentes, pero que se llevaban bastante mal con los fríos y calculadores calamares, habitantes del planeta Calamar (equivalente a Urano).
Tras una larga y sangrienta
tintosa guerra provocada por una disputa sobre el derecho a explotar a los
deliciosos erizos de mar, los pulpos finalmente se impusieron a los malvados
calamares.
Como celebración de la victoria se organizó una gran fiesta anual. Con el paso de los años esta fiesta se volvió cada vez más ostentosa y costosa, consumiendo más dinero del erario público. A raíz de esto, la reina de los pulpos se hizo cada vez más rica, mientras que el pueblo se empobrecía. Llegó un momento en que el antaño próspero planeta Pulpo se volvió miserable, y para mantener su estatus, la reina se volvió más tirana y represiva.
Un día, hartos de la situación, un par de valientes pulpos trazaron un plan para destronarla. En una de las ocasiones en que la reina se dejó ver ante el pueblo, uno de estos disidentes corrió hacia ella y le dio un cabezazo, haciendo que la corona cayera de su cabeza. Al verla por primera vez sin la corona, todos los pulpos se dieron cuenta de que la reina… era simplemente una pulpo más, normal y corriente, como cualquier otro pulpo. A raíz de esto, hubo una gran revuelta en el planeta Pulpo que derrocó a la realeza e instauró la democracia.
Tras esta historia, nos encontramos con otra mucho más breve, que parece una versión prototipo de la anterior. Al parecer, el autor la dibujó junto con alguien más en su juventud, como una broma o simplemente por practicar. Él mismo indica que no recuerda quien fue el coautor ni las circunstancias, y se disculpa por ello.
Esta segunda historia, sin título y no listada en el índice, muestra cómo era la vida en el planeta Pulpo cuando los pulpos prehistóricos eran todavía una raza primitiva que cazaba con lanzas a enormes peces anfibios. Una pulpo hembra fue violada por un pulpo macho de otra variedad de pulpos, lo que dio lugar a un nuevo tipo de pulpo. Este pulpo híbrido era más evolucionado que sus progenitores y tenía su gran cabeza llena de ideas sobre revolución y organización.
Cuando creció, comenzó a dar charlas motivacionales a otros pulpos desde lo alto de una roca. Pero estaba tan entusiasmado con su discurso que no se dio cuenta de que uno de esos grandes peces anfibios trepaba por la roca tras él, y se lo zampó de un bocado. Sin embargo, más pulpos híbridos comenzaron a aparecer por todas partes y, aunque al principio no lograban convencer a nadie solo con palabras, lo consiguieron con hechos enseñando a las tribus de pulpos primitivos a tender trampas para cazar a los grandes peces con más facilidad.
De este modo, los pulpos pronto se adueñaron del planeta, esclavizando a otras razas menores, como las estrellas de mar, que pasaron a formar parte de su dieta.
Un día, tras haber unificado todo el planeta bajo un solo mando, un viejo rey pulpo se sentó a descansar en su trono. Entonces apareció un joven e impetuoso pulpo que, sin previo aviso, le clavó un cuchillo en la cabeza. ¡El reinado del viejo pulpo había durado demasiado! Tan pronto como el pulpo disidente acabó con la vida del monarca, tomó la corona, se la puso y se sentó en el trono, sustituyéndolo. La historia termina aquí, pero un breve texto nos indica que este nuevo rey pulpo fue también asesinado por otro, y así sucesivamente, en una cadena interminable de regicidios.
Estas dos ultimas historias son lo contrario de la anterior. Si Swing menor no es ni más ni menos lo que se nos muestra, las dos historias del planeta Pulpo son las que más ameritarían un análisis serio… pero su propio tono absurdo desanima a hacerlo. El que la celebración de una sola victoria se convierta en un evento perpetuado en el tiempo a costa de un gasto cada vez mayor podría ser una crítica al derroche de dinero público por cosas banales como obcecarse en recordar pasadas glorias, consumiendo con ello recursos que podrían emplearse mejor en alcanzar nuevos logros. El instante en que todos los pulpos ven que la reina solo era un pulpo más es un “¡El emperador va desnudo!” en toda regla, y la propia viñeta que nos muestra esto parece hecha con esa intención, para recordarnos esa escena de ese cuento. O puede que simplemente esté intentando ver más de lo que hay en todas las historias porque la primera, Memorias, me impresionó profundamente la primera vez que la leí hace unos veinte años y ha vuelto a hacerlo al releerla para reseñarla, y por su culpa ahora estoy tratando de entresacar dobles lecturas a todo.
Kanojo no Omoide. 1990. Katsushiro Otomo (guion y dibujo). Publicado en 1993 por Ediciones La Cúpula.