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sábado, 23 de noviembre de 2024

LECTURAS CON EL GATÍN: Cuentos de aventuras (1)

 

                                           Comunicado del Supervisor General.

Cambiamos de libro y empezamos (con el permiso del gatín, que ya se ha acomodado en su lugar de lectura habitual) con los relatos de Jack London recopilados bajo el título tan genérico como adecuado de Cuentos de Aventuras.

Uno de ellos, Capeando el tifón en la costa japonesa tiene la particularidad de ser lo primero que le publicaron. Jack London contaba entonces con diecisiete años, acababa de desembarcar de una goleta y había entrado a trabajar trece horas diarias en una fábrica textil por cuarenta dólares al mes. Su madre le animó a participar en un concurso de relatos de aventuras que ofrecía un premio de 25 dólares al ganador. El joven Jack, al que no se le ocurría nada en particular en lo que basar su relato, se limitó a describir algo que había vivido como grumete en la goleta. Y aquello que para él se había convertido en mera rutina, al acomodado jurado le pareció una aventura tan extraordinaria que le concedió el primer premio, dando inicio a su carrera literaria. 

Valor holandés. Gus y Hazard son dos muchachos que se han propuesto escalar el Half Dome, una escarpada formación rocosa cuyo peligroso ascenso ya hizo renunciar a muchos alpinistas. Un par de individuos logró clavar una serie de apoyaderos de metal a lo largo de los primeros trescientos metros antes de abandonar la empresa. Años después un indomable escocés logró ir más allá de los apoyaderos, coronar la cima, y tender desde la cumbre una cuerda para ayudarse en el descenso, que escaladores posteriores emplearon también para subir. Un invierno especialmente duro una tormenta de nieve se llevó la vieja cuerda y dobló o arrancó muchos de los apoyaderos. Nadie ha logrado coronar la cima de nuevo desde entonces, y Gus y Hazard están dispuestos a ser los primeros en volver a lograrlo. Para asegurarse el triunfo, llevan con ellos una botella de lo que ellos llaman “valor holandés”, que no es otra cosa que whisky de alto gradaje.  

Cuando llegan a los pies del temible Half Dome, los muchachos ven con consternación que alguien se les ha adelantado y ha plantado una bandera en la cima. Ese alguien parece estar todavía allá arriba, puesto que comienza a hacerles señales de destellos con un espejito en código morse. Ninguno de los dos sabe interpretar el código morse, pero suponen que el escalador tiene alguna clase de problema que le impide bajar, que quizá se ha lesionado o congelado. Sin amilanarse, deciden trepar a la cima no ya por el vano orgullo de hacerlo, sino por ayudar a quien se encuentre allí.

Antes de iniciar el ascenso se plantean darle un tiento a la botella de valor holandés, pero como si de una poción milagrosa se tratase, deciden reservarlo para cuando realmente lo necesiten. Durante el ascenso, que se nos describe en detalle y es mucho más duro de lo que los muchachos pensaban, la botella sale a relucir de nuevo. Tras pensarlo un poco la vuelven a guardar sin probarla, porque podría hacerles falta más adelante. Finalmente llegan a la cima y encuentran al escalador que les ha precedido. No está herido, pero cuando tomó su rollo de cuerda para fijarlo en la cumbre e iniciar al descenso, lo dejó caer por error. Sin cuerda para bajar no se decidía a hacerlo, y ha pasado la noche al borde mismo de la congelación hasta que al amanecer creyó ver a alguien al pie del Half Dome y le hizo señales con el espejo de mano.

Hazard le ofrece la botella para que entre en calor. El hombre, más experimentado que ellos, prefiere no beber para tener todos sus sentidos alerta durante el descenso, y los muchachos le imitan. Cuando los tres logran bajar sanos y salvos al nivel del suelo, Hazard saca otra vez la botella del bolsillo y la tira, dándose cuenta que en ningún momento la necesitaron y no fue más que lastre. Y esta me parece una enseñanza muy bonita para toda esa gente que a pesar de emborracharse de vez en cuando y tener tendencia a beber más de lo conveniente, han alcanzado metas como tener un trabajo fijo o formar una familia estable. Porque si han podido lograr todo eso bebiendo, qué no serán capaces de lograr cuando dejen de hacerlo.

Capeando el tifón en la costa japonesa. Este es un cuento breve pero intenso, contado en primera persona. Empleando un lenguaje directo y usando terminología marinera con soltura, como alguien que sabe de lo que habla en lugar de emplear palabras sacadas de un diccionario, el autor nos narra el paso de la goleta Sophie Sutherland por un tifón. Si consultáis una biografía de Jack London, veréis que la Sophie Sutherland fue una goleta real, precisamente en la que el autor trabajó hasta poco antes de escribir este relato.

La goleta, con un cargamento de pieles, está alejándose de una tormenta que se cierne sobre ella. La actividad de los marineros, a la vez rutinaria y desafiante se sucede con los turnos de guardia relevándose a sus horas, mientras la aguja del barómetro muestra como la presión atmosférica desciende peligrosamente. El narrador termina su turno de guardia a las nueve de la noche y baja a descansar unas horas al sollado que comparte con varios otros marineros. Entre ellos hay uno al que apodan Albañil, que yace postrado en su litera enfermo de tuberculosis.

A las doce de la noche la tormenta le gana la carrera al fin a la goleta y la engulle. Suena la campana general interrumpiendo los turnos de descanso, y todo el mundo se pone en pie. Lo que sigue es la descripción de la lucha entre los hombres que gobiernan la goleta como buenamente pueden y la tormenta, que ya se ha convertido en un tifón. Se nos describe tanto las maniobras que lleva a cabo el barco para evitar lo peor del embate de las olas, agigantadas por el temporal hasta parecer montañas, como la reacción de los hombres ante los mil trucos del mar y el viento, siempre cambiantes y traicioneros. Es un combate que se prolonga durante horas, hasta cerca de las diez de la mañana, cuando lo peor del temporal pasa y las maniobras vuelven a enfocarse en gobernar el barco el lugar de impedir que se hunda.

Durante la tormenta, el marinero al que llamaban Albañil muere en su litera. Nadie es consciente de ello hasta que las cosas se calman, y entonces se procede a arrojarlo al mar sin mucha ceremonia, mientras la tripulación regresa a sus tareas habituales.

La pérdida del cazador furtivo. El Mary Thomas es un barco dedicado a la caza de focas en las costas del mar de Bering. Para evitar la sobrexplotación, cada año una serie de hábitats de focas quedan prohibidos y en otros se autoriza la caza, de forma rotativa similar al barbecho de cultivos. La tripulación del Mary Thomas ha estado cazando focas en las zonas permitidas hasta completar su cupo, pero cuando se disponía ya a volver a su puerto una calma total cae sobre ellos, privándolos de viento durante una semana. Las corrientes arrastran al velero hasta el interior de las aguas prohibidas, dejando a la tripulación expuesta a las patrullas de guardacostas rusos.

Uno de los vapores de los guardacostas avista al Mary Thomas, y envía un bote con un guardiamarina y una escolta de cuatro soldados armados a bordo. Pese a las explicaciones del capitán, el guardiamarina se muestra inflexible. Están en aguas vetadas y por tanto ha de entender que todas las pieles de foca en la bodega han sido obtenidas en la zona. El castigo para estos casos es siempre el mismo. Tanto el barco como el cargamento quedan confiscados en nombre del Zar y la tripulación al completo es deportada a Siberia para trabajar de por vida en la minas de sal o azogue (mercurio). Con la cercana amenaza de la cañonera rusa, los marineros no pueden ni soñar con oponerse al reducido grupo de soldados a bordo del Mary Thomas. Estos afirman a la proa del velero un largo cabo de remolque tendido desde el vapor, y el guardiamarina escoge a uno de los marineros para ser interrogado en más profundidad.

El marinero escogido es Bub, un mozalbete al que envían en el bote al vapor ruso. Le han designado a él para hablar en nombre de todo el velero por ser el más joven y de apariencia más inocentona. Bub responde sinceramente a todas las preguntas que le hacen, en las que se mezclan promesas, halagos y amenazas. Cuando le dejan marchar Bub sale a cubierta. Ya es noche cerrada y los pocos soldados de guardia en el exterior no le prestan atención. Bub ve las luces de posición del Mary Thomas siguiendo la estela del vapor, y decide tratar de salvar a sus compañeros. Deslizándose sin ser visto hasta el amarre del remolque, comienza a desgastar el cabo. 

Los cabos de los barcos se componen de filásticas; una serie de cuerdas finas trenzadas formando otras más gruesas, que a su vez se trenzan formando otras. De este modo, si un cabo se daña o desgasta la tensión podrá partir las filásticas debilitadas, pero no afectará a las otras. Esto hace que los cabos se vayan partiendo por etapas salvo si están sometidos a una tensión descomunal o se cortan expresamente.  

Lo que hace Bub, más que cortar el cabo del remolque, es ir raspando las filásticas una tras otra hasta que las que quedan ya no aguantan la tensión y se parten. Tan pronto como el Mary Thomas queda a la deriva se escucha un tumulto a bordo del velero, un solo disparo, y las luces de posición son apagadas, volviendo al barco invisible en medio de la absoluta oscuridad de la noche.

El vapor da la vuelta y trata de localizar sin éxito al velero. Mientras lo remolcaban la calma había cedido paso a un viento constante, dándole al Mary Thomas la propulsión para huir de la que antes carecía. Esto deja al capitán del guardacostas ruso en una posición difícil. El castigo que recibirá por parte de sus superiores si admite que un zagalillo le robó la presa será mucho mayor que si achaca la rotura del cabo de remolque al desgaste y las inclemencias del tiempo. Bub, ignorando esto, está convencido de que lo llevarán a las minas de Siberia. Pero algunos días después el barco ruso se cruza con uno norteamericano y les transfieren a Bub para que se hagan cargo de él. Tras otro par de trasbordos, Bub acaba de nuevo en el Mary Thomas, convertido en un héroe. Por su parte, los tripulantes del Mary Thomas dejan en una aldea de pescadores al guardiamarina y los cuatro soldados sin hacerles daño, que bastantes problemas tendrán dando explicaciones a sus superiores cuando logren volver con ellos.

¡Que decir de Jack London! Un magnífico narrador que basaba la mayor parte de lo que escribía en vivencias propias o en las de gente que había conocido. Sus relatos son un verdadero regalo para la mente. Leeremos alguno más en breve, si el gatín nos lo permite. 

También podéis echar un vistazo al otro libro que hemos estado comentando por partes, aprovechando los ratitos de compañía que le hacemos al gato, pulsando aquí 

Cuentos de aventuras. 1972 (fecha de la recopilación). Jack London (texto) Fernando Alcázar (portada) Libro Joven de Bolsillo nº 37, Editorial Doncel.

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