Comunicado del Supervisor General.
Continuamos con la lectura de Cuentos de aventuras, de Jack London. Como ya os mostramos la portada y no queremos repetir imágenes, en lugar de eso decoramos esta entrada con otra foto de nuestro hermoso gatito tuerto.
En los márgenes del Sacramento. El viejo Jerry, antiguo marinero y minero, es ahora el vigilante de las instalaciones de una mina de oro, ya clausurada, en las orillas del Sacramento. La mina en sí ya no está activa, pero los dueños lo mantienen en ese puesto más que nada como una excusa para que se sienta útil y darle una pequeña paga, en agradecimiento y respeto hacia sus largos años de servicio. El viejo Jerry, enviudado demasiado pronto, vive en las casetas de la mina con su único hijo, el joven Jerry.
Los edificios de la mina están repartidos a ambas orillas del Sacramento, que discurre en el fondo de un precipicio. Para comunicar rápidamente unos y otros, sobre el precipicio se tendió en su día una serie de rieles que mediante un sistema de poleas y contrapesos movían un par de vagonetas mineras adaptadas a modo de teleféricos. Estas vagonetas, una vez cerrada la mina, se mantuvieron activas para permitir al viejo Jerry pasar de un lado a otro evitando tener que dar un larguísimo rodeo, y la gente de los alrededores se acostumbró a emplearlas también para acortar camino.
Un día que el viejo Jerry se va a cazar por los alrededores dejando a su hijo al cuidado de la mina, se presenta un matrimonio de lugareños, los Spillane, que quieren cruzar sobre el Sacramento lo antes posible por una emergencia familiar. El joven Jerry nunca ha movido las vagonetas sobre el precipicio sin estar su padre presente, y además se ha formado una tormenta entre ambas orillas, pero los Spillane no parecen poder esperar. Ambos se meten en la vagoneta pese a las protestas del chaval, y este termina cediendo. El chaval suelta poco a poco el freno de los contrapesos y la chirriante vagoneta se interna bamboleándose en la gélida capa de nubes de lluvia. Sin embargo, una vez la vagoneta ha recorrido los primeros cuatrocientos pies (unos ciento veintidós metros) se detiene. La tormenta impide a Jerry ver que le ha ocurrido a la vagoneta, suspendida a unos cincuenta metros del fondo del precipicio, y su fragor apaga los gritos con los que intenta comunicarse con los pasajeros. Jerry revisa el tambor del freno sin encontrar ningún defecto y decide ir a echar un vistazo al freno del otro lado, cruzando por un cable paralelo al principal mediante una polea improvisada. Llega empapado al otro lado, pero al revisar el freno tampoco encuentra ningún fallo.
Durante cerca de otras dos horas, Jerry trastea con los diversos mecanismos del teleférico, para lo cual debe recorrer el cable mientras la tormenta lo balancea y la lluvia lo azota. Tras llenarse las manos de desgarrones, estar a punto de soltarse e improvisar mucho sobre la marcha, el chaval consigue reactivar la vagoneta de los Spillane y mandarlos a la orilla a la que pretendían ir, mientras él, sobre la vagoneta de contrapeso, regresa a aquella en la que estaba. En cuanto sus piernas temblorosas le llevan hasta la cabaña del guardia, con sus manos goteando sangre y el cuerpo próximo a la congelación, por lo único que se lamenta el muchacho es porque su padre no esté ahí para ver lo que ha logrado por sí solo.
Chris Farrington, marinero apto. Este relato es muy similar al que ya reseñamos ayer, el de Capeando el tifón en la costa japonesa. La situación es la misma, un tifón en el mar de Bering, e incluso la goleta afectada es también la Sophie Sutherland. Solo cambian los personajes, y salvo por algunos puntos que no cuadran podría tratarse de la misma tormenta contada desde el punto de vista de otro grupo de tripulantes.
No voy a entrar en detalle porque sería repetir mucho de lo explicado en ese otro relato, pero si hare notar que el otro se centraba más en la situación en sí, mientras que este lo hace más en los personajes. Nos habla de la incompetencia del capitán, que lo era solo por ser el dueño del barco, mientras que quien verdaderamente mandaba a bordo era el segundo comandante. El tifón se desata cuando gran parte de la dotación está en los botes de camino a las zonas aprobadas para la caza de focas, y no tienen oportunidad de volver a bordo. Entre ellos está el segundo comandante, lo que implica que la Sophie Sutherland debe afrontar el tifón con un mínimo de tripulación y al mando del incompetente capitán.
Cuando la tormenta se recrudece, quien toma el mando es un muchacho llamado Chris Farrington, del que muchos de los veteranos se burlan por su juventud e inexperiencia. A pesar de ello, Chris se hace cargo de la situación y organiza a los escasos tripulantes mientras las olas azotan la cubierta barriendo de ella hombres y pertrechos. Agarrado a un timón casi ingobernable, Chris da ordenes a gritos al propio capitán, que demuestra ser incapaz de gestionar la situación. Durante horas la tormenta destroza barco y tripulación, dejando varios muertos y heridos.
Cuando al fin el tifón cesa, lo que queda del barco da la vuelta y regresa a la zona en la que se encontraba cuando este empezó, con la vana esperanza de recuperar con vida a alguno de los tripulantes de los botes. Tres días después se encuentran con otra goleta tan destrozada como la suya. Se trata de un buque holandés que acogió a los marineros de la Sophie Sutherland al avistarlos en sus frágiles botes, en los primeros compases de la tormenta.
Para rechazar a los piratas. Paul y Bob son dos amigos que han ahorrado dinero para comprarse la Mist, una balandra (embarcación ligera con una cubierta bajo la principal y un solo mástil) con la que se dedican a hacer cortos viajes de unos pocos días por mera diversión.
Paul se queja de haber nacido en el siglo equivocado. Fantasea con la edad dorada de la piratería, idealiza los abordajes y las grandes batallas a cañonazos, y todo lo relacionado con esa época. La falta de verdaderas aventuras y desafíos le aburre. Bob, más comedido y centrado, le da la réplica con humor. Le pregunta que haría en caso de ser abordado por piratas, cuando las modernas leyes les problematiza incluso el llevar a bordo una simple escopeta con la que defenderse, pero Paul sigue insistiendo en que la falta de aventuras y combates le corroe el alma.
Súbitamente, en medio de la noche, su balandra se detiene casi en seco. No han chocado con nada, el barco se ha detenido de pronto pero blandamente, como encallado en un banco de arena. Sin embargo, comprueban que no han tocado fondo. están dándole vueltas al problema cuando un bote de remos se acerca a ellos, con dos hombres malcarados a bordo. Son pescadores ilegales que han tendido redes sin señalizar, y el timón de la Mist se ha enredado en ellas. Esto es lo que los ha detenido en seco, y lo que ha enfurecido a los pescadores, ya que las redes deben haber quedado destrozadas.
Locos de rabia, los pescadores tratan de saltar del bote al Mist empuñando uno un cuchillo y el otro un remo. Paul y Bob se ven de pronto luchando con ellos mientras balbucean apresuradas disculpas, y a duras penas logran rechazarlos. Aprovechando que los pescadores se ven obligados a regresar a su bote por un movimiento brusco del Mist, consiguen librarse de los restos de red que atoraban el timón. Mientras la balandra se aleja del bote de los iracundos pescadores, Bob le pregunta a Paul si ya ha tenido suficientes aventuras y abordajes por el momento.
Me han gustado mucho los tres. El último se aparta un poco de sus temas habituales (valor, sacrificio, determinación) y tiene un tono más irónico, pero resulta igualmente entretenido. He tenido que dejar la lectura aquí para dedicarme a otras cosas pese a que London tiene esa capacidad de apasionar con sus historias que muy pocos autores logran, y que hace difícil soltar sus libros.
Puedes ver un par de cuentos más de este libro pulsando aquí.
Cuentos de aventuras. 1972 (fecha de la recopilación). Jack London [John Griffith] (texto) Fernando Alcázar (portada) Libro Joven de Bolsillo nº 37, Editorial Doncel.
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