MENSAJE DEL SUPERVISOR GENERAL: todas las fotos que aparecen con la dirección de este blog sobreimpresionada son de artículos de mi propiedad y han sido realizadas por mí. Todo el texto es propio, aunque puedan haber citas textuales de otros autores y se usen ocasionalmente frases típicas y reconocibles de películas, series o personajes, en cuyo caso siempre aparecerán entrecomilladas y en cursiva. Todos los datos que se facilitan (marcas, fechas, etc) son de dominio público y su veracidad es comprobable. Aún así, al final de la columna de la derecha se ofrece el típico botón de "Denunciar un uso Inadecuado". No creo dar motivos a nadie para pulsarlo, pero ahí esta, simplemente porque tengo la conciencia tranquila a ese respecto... ¡y porque ninguna auténtica base espacial está completa sin su correspondiente botón de autodestrucción!

sábado, 23 de octubre de 2021

VIGESIMOTERCER RETO ESCRITUBRE 2021: MIEDOS INFANTILES

 Presentado por...Zag.

¡Extra! ¡Extra! ¡El Vigesimotercer Reto Escritubre se adelanta al Halloween! ¡Cosas terribles ocurren cuando los adultos bajan la guardia! ¡No pierdan nunca de vista a su prole ni mascotas en lugares concurridos! ¡Extra! ¡Extra!

RETO 23: Hablando de "los malos", quiero compartirles una reflexión que leí hace poco. Decía que ahora que todas las historias muestran el "lado bueno" de los villanos y los monstruos son todos guapos e inofensivos, se está dejando de cumplir un objetivo básico que tenía la literatura de terror para los niños, que era decirles que el mundo tiene peligros y que hay que cuidarse. ¿A qué le tienen miedo hoy los niños? Me encantaría escuchar sus opiniones. Y el RETO 23 está relacionado justamente al miedo. Pero al miedo más ridículo con el personaje más solemne. Buena mezcla, ¿no?


MOSTRUO NOCTURNO

El niño del pijama verde y cabeza de calabaza se detuvo cuando vio que aquel hombre le hacía señas, asomando tras la esquina. El resto de chavales, transformados en monstruitos por una noche, siguió su peregrinar de puerta en puerta, pidiendo chucherías bajo el mágico conjuro de Truco o Trato.

El hombre tras la esquina, también disfrazado con una máscara y una túnica negra, agitó un enorme y abultado saco a la vista del chico. Un saco que prometía estar lleno de chuches.

-¡Niño! ¡Tengo demasiados caramelos! ¡Mi saco pesa mucho para llevarlo hasta casa! ¿Quieres la mitad? Es que me da pena tirarlos a la basura. ¡Ven y te los doy!

El niño-calabaza miró a sus compañeros. Sus padres les habían dicho que no salieran de la urbanización, y que fueran todos juntos. Pero aún estaban dentro de la urbanización, y sus amigos estaban pidiendo en las casas por orden, a lo largo de la calle. No le costaría mucho alcanzarles. El niño-calabaza fue hacia la esquina. El hombre dejó el saco en el suelo y lo abrió, como ofreciendo al niño la posibilidad de elegir. El niño se asomó al saco.

-Pero… si aquí solo hay bolas de papel…

Un segundo después, estaba dentro del saco. Gritó, pero el hombre se cargó el saco a la espalda y recorrió las calles cantando tonterías en voz muy alta. Conectó un reproductor en su bolsillo, que esparció a su alrededor música de Halloween, con sus correspondientes coros de gritos infantiles y aullidos lupinos.

Diez minutos después lo liberó del saco. Estaban en un sótano, con la misma música llena de alaridos, a todo volumen. Una pequeña bombilla de luz amarillenta iluminaba a duras penas la sucia habitación. Excepto por un colchón tirado en el suelo y una vieja mesa sobre la que se alienaban una serie de cuchillos, punzones y herramientas oxidadas, el sótano estaba vacío.   

El hombre se quitó la máscara y sonrió al niño-calabaza.  Luego rebuscó en el saco y extrajo de allí una cesta de plástico en forma de calabaza.

-¡Eso es mío! - protestó el niño-calabaza.

-Ya no- se burló el hombre -Esta es mi casa, y todo lo que hay dentro de ella me pertenece. Todo ¿lo entiendes?- y volvió a sonreírle al niño. Sacó una chocolatina de la cesta, le quitó el envoltorio con deliberada lentitud y se la llevó a la boca, mordiéndola con exagerado deleite.

-¡Eso es mío!- volvió a gritar el niño-calabaza, y por su voz parecía a punto de ponerse a llorar dentro de la máscara.

-Bueno… hagamos un trato, niño. Tú haces todo lo que yo te pida, y cada vez que me obedezcas yo te doy algunos chuches. Si te esfuerzas y obedeces en todo, podrás recuperar hasta el último caramelito.

-¡Pero si ya son míos!

-Lo primero que vas a hacer…- prosiguió el hombre, ignorándolo -...es quitarte ese pijama verde, y lo que lleves debajo. La máscara no. Déjatela puesta. Será más divertido así- y se rio de su propia ocurrencia. Sacó una piruleta de la cesta. -Haz lo que te he dicho, y te daré esto. Porque a ti te gusta chupar ¿verdad?

Se rio otra vez, soltó la cesta, y tiró de la túnica por encima de su cabeza para quitársela. Lo siguiente que supo fue que le habían clavado algo en el pecho mientras la tela de la túnica le cubría la cara. Gritó y lucho por terminar de quitarse su ridículo disfraz, pero aquello que le habían clavado lo mantenía sujeto a su carne. Sus fuerzas le abandonaron de golpe, y el dolor del pecho se focalizó. ¿El corazón? ¿El maldito niño le había clavado alguno de los instrumentos de la mesa justo en el corazón?

Cayó de rodillas, con la cabeza y los brazos cada vez más enredados en la túnica, y menos fuerzas para intentar quitársela. Segundos antes de morir, oyó los apresurados pasos del niño subiendo a la carrera las escaleras del sótano, y el portazo que dio al abandonarlo.

Había una cierta conmoción en la calle, con mucha gente reunida en torno a un coche de policía que hacía brillar sus luces. Creyó reconocer los disfraces de algunos de sus amigos entre las personas que había junto al coche, y corrió hacia ellos, apretando contra el pecho la cesta de chuches con ambos brazos. Uno de los otros niños le vio y gritó a los policías:

-¡Allí está! ¡Allí esta! ¡Es él!

Uno de los policías se agachó y le tomó por los hombros. Se dio cuenta que estaba llorando a lágrima viva bajo la máscara, y se la quitó.

-Un… un hombre… un hombre… quería…

-Tranquilo. Tranquilo, chico. Ya nadie te va a hacer daño. Cuéntanos que ha pasado.

-Un hombre quería… quería…- se limpió las lagrimas con la manga del pijama.

-Tranquilo. Toma aire. ¿Te… ha hecho algo ese hombre?

-No, pero quería… quería… ¡Quería quitarme todas mis chuches!

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