EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS
¡ALERTA DE EXPOILERZ!
La historia que
nos cuenta Doce días de horror era un tema muy recurrente en los
bolsilibros, como ya se irá viendo en entradas posteriores: un grupo de
posibles herederos obligados a pasar algún tiempo aislados en una siniestra
mansión, que irán siendo asesinados regularmente. Al parecer, los derechos de
herencia también eran una pesadilla hace cuarenta años.
Lo primero que
llama la atención es que los dos primeros capítulos están narrados en tercera
persona. En el tercero y posteriores, con el protagonista ya presentado, éste
pasa a narrar el resto de la historia en primera persona. Un cambio de
perspectiva algo extraño.
La historia en
sí es una (otra más) versión de Diez Negritos, de Agatha Christie. Los
herederos son convocados a una mansión para la lectura del sustancioso
testamento de un familiar común al que todos agraviaron en el pasado. Deberán
pasar en ella doce noches, desde y hasta unas horas determinadas. Cualquiera
que incumpla este horario, queda fuera del testamento y su parte pasa a
engrosar la de los demás. Naturalmente, durante su estancia irán siendo
asesinados de un modo más o menos personalizado. Uno de ellos incluso aparece
en el fondo de un pozo después de haberse cogido una monumental
borrachera.
“Se fueron a
cenar, y uno se ahogó”, ya sabéis.
En este caso,
todos los herederos son primos y primas del finado. A medida que los asesinatos
se suceden, las sospechas van recayendo sucesivamente en los propios herederos,
en un grupo de psicópatas fugados de un manicomio, en los criados de la casa
(uno de ellos es gay, y por tanto, el principal sospechoso a ojos del
protagonista), en el propio abogado que les leyó el testamento, y en uno de los
anteriores dueños de la casa, muerto doscientos años atrás. Resultará haber
varios asesinos (dos de ellos gays. ¡Hay que ver que peligrosa es esta gente,
por Dios!).
Tras resolverse
todo el misterio y tras el consabido sermón echándole en cara a los criminales
su condición de (cito textualmente) “locos y anormales” (y no solo por
los asesinatos, precisamente) el protagonista da fin a los doce días de horror…
casándose con una de sus primas. Ejem… bonita familia, sí. Al menos, todo queda
en casa.
Doce
días de horror. 1977. Kelltom McIntire [José León Domínguez]. Selección Terror nº 228. Editorial
Bruguera S.A.
No sé si será el caso de esta novela en concreto, pero el hecho de que en las historias de misterio, suspense y/o crímenes haya tanto homosexual suele ser debido a que, hasta hace algunos años (y en la actualidad, según dónde viva uno o la clase de entorno en el que se mueva) era el típico "secreto que ocultar" que podía llevar al chantaje y al asesinato. Es bastante "normal" que en estas historias en que se reúnen una panda de degenerados, todos tengan un esqueleto en el armario relacionado con el sexo o el dinero: uno defrauda a su empresa; uno es un político corrupto que roba del erario público (o sea, un político normal... ejem); otro es un policía o juez que acepta sobornos; otro engaña a su esposa con una mujer mucho más joven, incluso menor de edad; otro tiene no una sino varias amantes; otro se va con prostitutas... y otro se va con hombres, lo que en otro tiempo era equiparable a los delitos o vicios anteriores, y debía ser ocultado. En algunos casos, de hecho, si al final resultaba que el personaje homosexual era "de los buenos", resultaba también que dicha homosexualidad era una tapadera para su investigación (sucede por ejemplo en uno de los posibles finales de la película Cluedo, en que el señor Verde, que al principio confiesa a los demás que está siendo chantajeado por su homosexualidad, revela al final que es un agente del FBI y se apresura a añadir que su mujer lo espera en casa). Que al final de este libro, como comentas, el protagonista se case con una prima atractiva, puede ser tanto un subrayado sarcástico del autor a la hipocresía de la sociedad del momento (mejor casarte con un familiar a ser soltero gay), o a una completa incoherencia por su parte (¿endoqué...?).
ResponderEliminarEs tal como lo dices. Si repasas las entradas de los otros bolsilibros que comento, verás que para el público de los 60-80 el/la homosexual era, simplemente, un monstruo más, como el psicópata, el vampiro, el licántropo o la momia, del mismo modo que entre los 40-60 se consideraba monstruos a los jorobados o malformados (el típico criado de Drácula y el Dr. Frankenstein siempre lo era) y las personas feas debían ser forzosamente malvadas. Incluso a día de hoy, en casi cualquier película o serie que se emite los personajes buenos tienden a ser más guapos o físicamente atractivos que los malvados. "La cara es el espejo del alma", dicen, y hay gente que se lo cree... La gente acepta que los héroes de la historia tengan defectos como el alcoholismo crónico o que vivan de robar a los demás, pero no que cuando sonrían se vea que les falten dientes o los tengan sucios. Supongo que, al paso que vamos, dentro de algunos años la galería de monstruos, locos y psicópatas incluirá a aquellos que no tienen perfil en ninguna red social.
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