MENSAJE DEL SUPERVISOR GENERAL: todas las fotos que aparecen con la dirección de este blog sobreimpresionada son de artículos de mi propiedad y han sido realizadas por mí. Todo el texto es propio, aunque puedan haber citas textuales de otros autores y se usen ocasionalmente frases típicas y reconocibles de películas, series o personajes, en cuyo caso siempre aparecerán entrecomilladas y en cursiva. Todos los datos que se facilitan (marcas, fechas, etc) son de dominio público y su veracidad es comprobable. Aún así, al final de la columna de la derecha se ofrece el típico botón de "Denunciar un uso Inadecuado". No creo dar motivos a nadie para pulsarlo, pero ahí esta, simplemente porque tengo la conciencia tranquila a ese respecto... ¡y porque ninguna auténtica base espacial está completa sin su correspondiente botón de autodestrucción!

martes, 2 de junio de 2020

MÁQUINA

JUNTO A LA FOGATA
¡ALERTA DE EXXXTREMERZ!
Presentado por... Mr. Yuk.

¡Puf! ¡Aquí estoy otra vez, apareciendo en medio de una nube de humo para presentaros otra espantosa historia! Espantosa en el sentido de malísima, claro ¡jaja!
Es otro de los cuentos de nuestro demente Supervisor General. Está calentito, recién salido del horno. Lo escribió ayer mismo en medio de uno de sus experimentos de Escritura Desatada, y lo publicamos ahora que no mira. 

La Escritura Desatada, término con el que Cervantes describía sus arrebatos de inspiración, es también el nombre de un ejercicio de escritura para casos leves de bloqueo. Consiste en ponerte a escribir sin tener absolutamente ninguna idea de base, sin nada planeado. Escribes la primera frase que te pasa por la cabeza, sea cual sea, y luego añades otra para darle un poco de sentido a la primera, para justificarla. 
Y sigues añadiendo frases sin pensarlas ni razonarlas, según van saliendo, sin descartar nada de lo que se te ocurra por muy absurdo que parezca, hasta que la historia toma forma por sí sola. El resultado suele ser inconsistente, pero el objetivo del ejercicio no es escribir algo que valga la pena, sino recuperar la costumbre de escribir. Nuestro Supervisor General estuvo un par de horas con esa tontería y al final le salió esto. Él afirma que se divirtió mucho escribiéndolo, así que la parte de aburrirse leyéndolo os toca a vosotros.
¡Aviso! ¡Incluye violencia, palabrotas, e incorrección política!
¡Jaja! ¡Puf! ¡Nube de humo! ¡Desaparezcooo!

Aquel muchacho realmente adoraba a Lur. 

Lur era el propietario del garito, parte bar, parte prostíbulo, parte casa de apuestas y parte escondrijo. Lur era el dueño de los muelles, y el indiscutible señor del pequeño reino que estos constituían. Desde el fondo de la sala, sentado en lo que en su día fue el sillón de mando de un robot de combate, y rodeado de sus sicarios, Lur contemplaba a los presentes como un tirano en su trono. Lur era enorme, fuerte, musculoso, sanguinario. En aquel lugar, Lur era todo lo que un hombre pudiera desear ser y todo lo que una mujer pudiera desear tener. A sus pies solía verse un gato al que le faltaba una de las patas delanteras, y se decía que Lur se la había arrancado de un mordisco una vez que el gato le arañó con ella. Lur era una leyenda viviente, y aquel muchacho lo adoraba.

Máquina había intentado matar a Lur unas horas atrás, nadie sabía exactamente porqué. Motivos podía tener muchos. Casi todo el mundo en la zona de los puertos tenía motivos para matar a Lur, pero se ignoraba cual había sido el detonante de Máquina. Qué era exactamente lo que quería demostrar, a quien intentaba vengar, o que cuenta pretendía saldar.

Había entrado a saco, disparando un lanzataladros por todo el local. Un arma de calidad, de las que casi no se veían desde después de perder la guerra. Los desgraciados alcanzados en la única ráfaga que pudo efectuar antes que la redujeran habían muerto retorciéndose y gritando cuando los proyectiles comenzaron a moverse aleatoriamente por su organismo. 
Un ataque decidido, pero muy mal planeado. La pistola lanzataladros estaba ahora en el cinto de Lur, y Máquina pendía de las vigas del local, a tres metros del suelo, desnuda y hecha un ovillo en una red de pesca de galbru, con cortes y moratones por todo el cuerpo. Los matones de Lur la habían violado hasta que ya no pudieron con su alma, y luego la metieron ahí y la colgaron del techo, como adorno.

Máquina no debía tener más de veinte años. Nadie sabía su verdadero nombre, y aunque había varias teorías bastante imaginativas respecto al origen de su apodo, ninguna se aceptaba de forma unánime. De todos modos, eso no importaba. Sería estúpido el tratar de averiguar el porqué de aquel alias faltando tan poco para su muerte.

El chaval tenía unos doce, pero en el local de Lur eso importaba aún menos. Importaba el dinero. Si lo tenías, tenías el licor y las drogas. Tenías las chicas y podías hacer casi cualquier cosa con ellas. Si tenías dinero, todo el mundo era amigo tuyo. Pero esa noche no lo tenía, y todo el mundo pasaba de él.

Con doce años, el muchacho estaba convencido de haberlo hecho todo y probado todo. Estaba ya aburrido de la vida. Solo le faltaba el tatuaje del perro.

Lur tenía una cabeza de perro tatuada en la frente, con la mandíbula abierta, como lanzándose a morder. La primera vez que alguien se presentó en el local con el mismo tatuaje en la frente, Lur le rompió el cuello, sin dar explicaciones. Aunque también es cierto que nunca las daba.

Ahora permitía que hasta otras diez personas en la zona del puerto llevaran el tatuaje del perro, pero cualquiera que quisiera hacérselo, antes tenía que desafiar a alguno de los que ya lo tenían. Entonces Lur hacía luchar a muerte al titular y el aspirante en su presencia, en medio del local. Un honor muy codiciado. Los Perros de Lur tenían asegurado alcohol y putas gratis allí. El muchacho sabía que un tal Rodolfo era el más joven de todos los Perros de Lur.  Había conseguido su tatuaje con dieciséis años. Para el muchacho, dieciséis años eran como noventa. Él estaba decidido a conseguir su tatuaje antes de los catorce.

Aun estando acostumbrado a ella, la luz roja y negra del local agotaba la vista. Tras un par de horas de destellos, música y humo, los sentidos se embotaban completamente. Como muchas otras noches, el muchacho daba tumbos de un lado a otro buscando entre aquella marea de cuerpos sudados algún vaso medio vacío y olvidado en una mesa del que apoderarse. Las chicas le sonreían al verle pasar. Algunas ya habían estado con él, y lo trataban con una mezcla de lástima y simpatía. 

El muchacho era algo así como la mascota del local, igual que el gato cojo de Lur. Deambulaba entre grupos de gente que hacían como si bailaran, cuando algo húmedo y tibio le cayó en una mejilla. Allí era normal ver volar vasos y dientes a todas horas, y era normal tener que esquivar algún que otro vómito de vez en cuando.

Miró hacia arriba. Estaba justo debajo de la red de pesca de galbrus, que giraba levemente, colgando del techo. Máquina había despertado, y se revolvía en la red de finos hilos metálicos, añadiendo más cortes a su cuerpo. Las luces estroboscópicas del techo hacían brillar los hilillos de baba que le resbalaban de la boca y la nariz. Lo que había caído sobre la mejilla del muchacho era un goterón de saliva. "Pobre estúpida” pensó el chaval sin quitarle la vista de encima a Máquina mientras se enjugaba la gota de saliva con el pulgar y se lo llevaba a la boca “espero que no tengas nada contagioso”.
Se fijó en que Zeig acababa de entrar al local. Zeig era uno de los Perros de Lur, y aun así no era mal tipo. No era malo con él. Seguramente Zeig le conseguiría un trago. 
Se estaba abriendo paso hasta Zeig, que se había quedado en la misma puerta, cuando le vio sacar del abrigo un pequeño rectángulo negro, manipularlo un instante, y luego arrojarlo como sin darle importancia hacia la barra.

La deflagración que siguió hizo saltar en pedazos a una docena de los habituales, reventó las botellas, y esparció chorros de licor en llamas a su alrededor. Otros tantos hombres y mujeres fueron alcanzados por éstos y echaron a correr sin rumbo mientras ardían. La ola de calor anegó el lugar. Mientras esto ocurría, el muchacho, que no había perdido de vista a Zeig, le vio sacar otro aparato como el anterior y lanzarlo al fondo del garito.

La bola de luz y llamas consumió a Lur, a su gato cojo y a varios de los matones que lo protegían. La gente gritaba y corría. Oyó estampidos de varias armas diferentes.
Por puro instinto, el muchacho se acuclilló en una esquina y sacó su automática. Solo le quedaban tres balas, y se aferró al arma con ambas manos, manteniéndola frente a su rostro como un exorcista rodeado de demonios haría con un crucifijo.

Zeig echó a correr empujando a la gente, que peleaba por salir. Parecía dirigirse al fondo del local, quizá para comprobar si quedaba algo de Lur. Desapareció entre la multitud, y justo después otra explosión sacudió el edificio, barriendo la pista de baile y lanzando trozos de cuerpos en todas direcciones.

El garito comenzó a despejarse, y Zeig se detuvo casi en el centro. La habitual alfombra de patatas fritas, colillas de cigarro y vasos de plástico había desaparecido, sustituida por un círculo casi perfecto de suelo calcinado en el que humeaban algunos huesos ennegrecidos. Zeig abrió su abrigo. Llevaba al cinto dos fundas de pistola, y una estaba ya vacía. Sacó un lanzataladros de la otra. De pronto, el muchacho supo cómo había conseguido Máquina el suyo. Zeig alzó el arma y disparó contra el techo, haciendo que la red se desprendiera en medio de una nube de chispas.

Máquina se estrelló contra el suelo con un gemido. Casi inmediatamente, Zeig la desenvolvió de la red y la puso en pie como pudo. La joven era un guiñapo tembloroso. En su cuerpo se veía más sangre que piel, cubierta como estaba de pequeños pero profundos cortes, producidos por los finos cables. Máquina cerró lentamente los puños, sin dejar de temblar, e irguió los hombros. Tenía un aspecto frágil. Frágil e indomable.

Zeig apenas prestó atención a sus heridas. Se limitó a cogerla de un brazo y tirar de ella para ponerla en marcha, mientras disparaba una ráfaga del lanzataladros sobre un grupo de sicarios que aún se movía entre los montones de cadáveres y mesas abrasadas. Los proyectiles se hundieron en ellos, los arrojaron al suelo con la fuerza del impacto, y comenzaron a moverse al azar en su interior.

Zeig y Máquina se dirigían ya hacia la puerta. El muchacho, ignorado por todos, apuntó hacia ellos su automática. Habían matado a Lur y destrozado el local. Y eso era todo lo que el muchacho conocía. Ese había sido su mundo desde que tenía memoria.

Le estaban dando la espalda. Los tenía a menos de diez metros y ni tan solo sabían que él estaba allí. Se disponía a dispararles cuando algo cruzó el aire como una centella. Un disco de metal afilado que a mitad de recorrido se dividió en tres con un chasquido. Tres discos ahora, que se separaban ligeramente a medida que avanzaban. ¡Un arma isaba! Los discos se dirigían hacia Zeig y Máquina.

Uno pasó unos centímetros por encima de la cabeza de Máquina. Otro cortó el brazo de Máquina del que estaba tirando Zeig, a la altura del codo. El tercero le cortó un pie a Zeig, que cayó al suelo llevando todavía agarrado el brazo cortado de Máquina.

El muchacho buscó el punto del que habían partido los discos. A apenas un par de metros a su izquierda, un isaba grueso y chaparro como todos los de su raza se preparaba para lanzar otro disco triple. Los isaba eran cada vez más frecuentes en la Tierra. Ya se veían algunos en el puerto, pero nunca hubiera esperado encontrarse con uno en el propio local de Lur. El isaba echó hacia atrás el rollizo brazo del disco, a punto de lanzarlo. Algo lo empujó hacia atrás y le hizo chocar contra la pared de chapa. A su izquierda y derecha, un surtidor de chispas brotó de la chapa en los lugares donde las balas-taladro habían comenzado a perforar. 
Del pecho del isaba brotó un chorro de sangre oscura. El chillido que soltó la criatura era lo más agudo que el muchacho había oído en su vida, y los tímpanos le dolieron más de lo que le habían dolido con las tres explosiones.

El isaba resbaló al suelo, llevándose las manos al abultado torso, moviéndolas sobre éste como si estuviera siguiendo el loco recorrido de la bala-taladro por su interior.

Dándolo por muerto, sin moverse ni un milímetro de donde estaba, el muchacho devolvió su atención a Zeig y Máquina. Ella tenía el muñón cubierto por una costra negra, pero no podía ser sangre coagulada tan pronto. En la mano que le quedaba sostenía la pata de una de las mesas incendiadas de la que goteaban grumos de plástico fundido. Se había cauterizado el brazo amputado con ellos. ¡Ingeniosa hija de puta…! Llevó su peculiar antorcha hacia la pierna de Zeig, que después de disparar al isaba desde el suelo parecía haber perdido las fuerzas. Estaba derrumbado, como muerto. Pero el grito que soltó al recibir el cuajarón de plástico líquido sobre el muñón del tobillo indicó claramente que seguía vivo. 

“Ahora” pensó el chaval, alzando la automática hacia ellos. Ni tan solo estaban andando. Estaban los dos en el suelo, casi inmóviles, los dos que se lo habían quitado todo.

Entonces el isaba lanzó otro agudo chillido y un grumo de carne de cerca de un kilo cayó al suelo. Se lo había cortado él mismo con el disco, sosteniéndolo con el guante especial que impedía que perdiera los dedos al hacerlo. El muchacho vio la bala-taladro asomar como un gusano del grumo de carne. La bala salió y cayó al suelo, donde empezó a girar sobre sí misma como la aguja de una brújula en el epicentro de un campo magnético, emitiendo un zumbido parecido al de un moscardón.

El isaba clavó una rodilla en el suelo, medio irguiéndose con un jadeo. Le faltaba una buena tajada de la cadera, aunque todo parecía tejido graso. Echó el brazo hacia atrás, preparándose de nuevo para lanzar su segundo disco.

El muchacho nunca supo por qué lo hizo, pero movió la automática hacia el isaba, cerró los ojos como siempre hacía antes de disparar, y apretó el gatillo tres veces.

Cuando abrió los ojos el isaba estaba muerto en el suelo, la bala-taladro había dejado de girar y zumbar, y Zeig y Máquina habían desaparecido.

El muchacho se quedó allí donde estaba, mirando desolado lo poco que quedaba del local, preguntándose a qué dedicaría su vida a partir de ese momento. 

2 comentarios:

  1. Hum...no se, no se, me gusta mucho como escribes pero el final me ha parecido muy brusco.

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    1. ¡Ah! ¡Jaja! ¡Mejor que te hieran con verdades a que te curen con mentiras! Pues sí, pero es lo que es. El objetivo del ejercicio es dejarse arrastrar, escribir sin planear. Mucho no se le puede pedir.

      A mi me gusta como ha quedado. Sin el típico “combate final” entre el héroe (sea quien sea, si lo hay) y el villano principal (que es de los primeros en morir, y se lo cargan de un plumazo, me reí mucho con eso cuando se me ocurrió). Y cada personaje a lo suyo, cada loco con su tema, como se suele decir.

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