Comunicado del Supervisor General.

Ayer tuvimos otra sesión de lectura con el gatín, aprovechando que la mayor parte del tiempo que pasamos haciéndole compañía estuvo amodorrado... aunque no por ello nos libramos de la ración diaria habitual de mordiscos y arañazos.
El tuertito se está recuperando muy bien de la operación, ya le ha bajado toda la inflamación de la cara y la cuenca vaciada le ha dejado de supurar. Cuando termine de crecerle el pelo que le raparon para la operación, casi no se le notará.
Lo que tuvimos tiempo de leer ayer y hemos estado reseñando hoy es lo siguiente:
El secreto del lago. Esta es una de esas leyendas que surgen en un intento de justificar un suceso natural para el que la gente de la época no tenía explicación. La laguna de Tarabilla es un lago de montaña perteneciente a la cuenca hidrográfica del Tajo. Se alimenta de una combinación de corrientes subterráneas permanentes y otras temporales debidas al deshielo estacional. En el siglo XVI el nivel del lago bajó tanto (quizá el clima fue más frio y no llegó a producirse el deshielo) que en varias ocasiones quedó casi vacío, porque también tiene una comunicación subterránea con la Muela de Utiel, al que va desaguando al mismo ritmo que las corrientes que lo alimentan lo van llenando. Esta leyenda probablemente surgió para explicar eso, o quizá fue un suceso real que por casualidad coincidió con una de esas vaciadas.
Lo que cuenta la leyenda, es que un noble de viaje cenó y tomó una habitación en una fonda del camino. Su intención era pasar la noche allí descansando para proseguir su marcha al día siguiente. El posadero, viendo que iba bien vestido y pagaba generosamente con monedas de oro que sacaba de una abultada bolsa, decidió matarlo y quedarse con todo. A medianoche entró sigilosamente en la habitación rentada al noble y lo acuchilló con saña. Se quedó con la bolsa del oro mientras que el cuerpo, envuelto en la misma sábana de la cama, fue arrojado atado a un fardo de piedras al fondo de la laguna de Tarabilla.
Algunos meses después la tierra tembló y las aguas de la laguna de Tarabilla bajaron hasta dejarla seca, revelando su fondo. Las gentes del lugar que acudieron a observar el suceso notaron la forma del cuerpo entre el fango, que las gélidas aguas habían preservado bien. Recuperaron el fardo de sábanas y al rasgarlas encontraron el cadáver. Y clavado en su pecho el cuchillo del posadero. En sus prisas por deshacerse de las pruebas, lo había olvidado hundido en el cuerpo. El cuchillo llevaba grabado en el puño el nombre del dueño, como era costumbre en la época. La noticia corrió de boca en boca y cuando las autoridades fueron a detener al posadero lo encontraron ahorcado de una viga.
Poco después, las aguas volvieron a llenar la laguna, y la gente entendió con esto que el espíritu del noble asesinado se daba por satisfecho con el desenlace de los acontecimientos. Posteriormente el lago se vació en otras ocasiones y se atribuyó a que se había cometido algún otro crimen en la región, y que el posterior regreso de las aguas indicaba que ya se había hecho justica al respecto.
El doble fantasma. En una ocasión un guardabosques y su esposa fueron a vivir a los inmensos pinares que se extendían desde el Cerro de San Felipe a la Muela de Ribagorda. Poco después el hombre comenzó a debilitarse y a enfermar con frecuencia, hasta volverse algo permanente. Al consultar a varios curanderos locales, todos coincidían en que el hombre estaba siendo envenenado lentamente, con dosis de veneno pequeñas pero continuas. Puesto que la única persona que manipulaba lo que comía aparte de él mismo era su mujer, el guardabosques comenzó a espiarla discretamente, y la observó verter a escondidas algunas gotas de un liquido desconocido en su plato.
El guardabosques estaba perdidamente enamorado de su mujer pero ésta ya se había cansado de él y había puesto sus ojos en un molinero local. Un día, ya incapaz de soportar el atroz dolor que le atenazaba a todas horas debido al veneno, el guardabosques se lanzó sobre su esposa y la estranguló hasta matarla. El esfuerzo supuso demasiado para su debilitado organismo, y cayó muerto al suelo junto a ella.
Un cabrero de paso los encontró tirados cerca de la cabaña en la que vivían, y los enterró juntos. Desde entonces un fantasma ronda por la zona aullando lastimeramente. Es un fantasma doble, con un lado de su cuerpo y de su rostro de hombre, y el otro medio cuerpo y medio rostro de mujer. Murieron a la vez, fueron enterrados juntos, y ahora lloran su desgracia juntos.
Allá van leyes do quieran reyes. “Allá van leyes do quieran reyes” es un antiguo refrán originado en Toledo a raíz de un suceso histórico ocurrido durante la Reconquista. La iglesia de Roma no había hecho nada por ayudar a los peninsulares durante la ocupación musulmana, pero cuando los reinos castellanos comenzaron a ganarle terreno al Islam y a expulsarlo de España, se quiso imponer un código cristiano único. En ese momento, en España había una gran cantidad de mozárabes: cristianos que vivían en las regiones ocupadas por los invasores árabes y debían mantener su fe en secreto para no ser castigados. Esto los obligó a variar muchos de los ritos cristianos tradicionales para poder mantenerlos a escondidas, cambiando cosas como símbolos, rezos, puntos de reunión o fechas especiales. Los mozárabes fueron, por así decirlo, cristianos clandestinos en la España musulmana.
La iglesia de Roma, por medio de una delegación francesa de monjes cluniacenses hizo llegar al rey Alfonso VI los dogmas de la Reforma Cluny, que debía ser aceptada como la versión oficial y única del cristianismo a practicar. El rey intentó imponerla en todos los territorios recuperados como una forma más de unificar aquella España todavía a medio formar, pero los mozárabes se negaron a ello. El llamado rito mozárabe estaba ya muy arraigado, y la Reforma Cluny fue rechazada por el pueblo.
No queriendo imponerlo por la fuerza, el rey organizó un torneo en el que un campeón nombrado por él y uno nombrado por el pueblo se enfrentarían, para que el vencedor decidiera al respecto. El campeón elegido por el pueblo fue el caballero Juan Ruiz de las Matanzas. Tras un largo y feroz combate el caballero de las Matanzas se alzó como vencedor… pero el rey dijo que igualmente se impondría la Reforma Cluny. Se produjo una serie de protestas populares, y el rey lanzó públicamente a una gran hoguera los misales (libros de oración) tanto de la Reforma Cluny como del rito mozárabe, diciendo que si alguno de ellos resistía las llamas, sería un indicativo de que Dios estaba a favor de ese. El misal de la Reforma Cluny se redujo a cenizas, mientras que el del rito mozárabe rebotó en un tronco ardiendo al ser arrojado a la hoguera y cayó intacto fuera de esta.
Ante este nuevo revés, el rey dijo que como se encontraban en Toledo, lo ocurrido debía interpretarse como que Dios consentía la vigencia del rito mozárabe solo en Toledo, mientras que en el resto de España se impondría la Reforma Cluny. De ahí surgió la frase de “Allá van leyes do quieran reyes”, como recordatorio de que quien gobierna a menudo cambia las leyes a su conveniencia, y no buscando lo mejor para su pueblo.
La peña del moro. A las afueras de Toledo hay un cerro en el cual aún a día de hoy se encuentra una roca con una curiosa forma, que vista desde determinado ángulo recuerda a la silueta de un hombre sentado, aguardando pacientemente algo. La siguiente leyenda, quizá también basada en un suceso real, surgió para explicar la forma de esa piedra.
Una vez el rey Alfonso VI reconquistó Toledo, allá por el 1085, numerosos caudillos sarracenos trataron a su vez de recuperarlo, fracasando a cada intento. Se daba la circunstancia que Alfonso había arrebatado Toledo al caudillo árabe Alkadir, y ambos habían sido grandes amigos en el pasado. La Reconquista fue un periodo confuso y convulso en el que las alianzas, amistades, amores y traiciones entre árabes y cristianos se sucedían continuamente y cada uno intentaba vivir su vida pese a sus obligaciones con su pueblo y sus creencias. La sincera amistad entre Alfonso y Alkadir, ahora enfrentados por el devenir de la guerra, era una de esas situaciones.
Durante los cinco largos años en los que Alfonso y Alkadir hicieron chocar sus ejércitos, un príncipe africano llamado Abul llegó en ayuda de este último. Pasó unos días en la corte de Alkadir informándose sobre la situación, y volvió a partir a su reino en África para reunir las tropas necesarias. Durante su breve estancia en Toledo, Abul se enamoró de la hermana de Alkadir, llamada Sobeyha, y se despidió de ella con tiernas palabras cuando se marchó formar su ejército. Sin embargo, al llegar a su propio reino tuvo que lidiar con una serie de luchas internas que retrasaron un año tras otro su prometido regreso a Toledo. Sobeyha le estuvo esperando todo ese tiempo, pero a medida que la guerra se decantaba hacia el bando cristiano sus esperanzas de volver a ver a Abul se fueron desvaneciendo, y con ellas su salud.
Poco antes de la batalla final, Sobeyha murió de tristeza, pero mandó a uno de sus esclavos que permaneciera en Toledo al servicio de los cristianos cuando todo terminara, para esperar el día en que Abul regresara. Tras la muerte de Sobeyha y la toma de Toledo por Alfonso, el esclavo permaneció allí hasta que la ciudad se vio cercada por un nuevo ejército, el de Abul, que había regresado al fin. El esclavo corrió al campamento de los africanos a darle la noticia a Abul de que Sobeyha había muerto, pero en ningún momento había perdido del todo la esperanza de volver a verle. Ante esta revelación Abul subió al monte a observar la ciudad sentado en una roca. Allí pasaba muchas horas cada día meditando sobre el final de Alkadir y Sobeyha mientras trazaba planes y estrategias para tomar la ciudad y así cumplir, aunque fuera parcialmente, la promesa hecha a ambos.
Abul murió en una batalla sin haber logrado conquistar Toledo de nuevo para el bando musulmán, y se dice que la roca en la que permaneció sentado tantas horas observando la ciudad y sumido en planes de batalla y amargos recuerdos tomó su forma, siendo conocida desde entonces como la peña del moro.
Comentamos otras pocas leyendas de este libro justo aquí.
Leyendas de Castilla. 1984 (fecha de la recopilación). Antoni Garcés (portada e ilustraciones). Labor Bolsillo Juvenil nº 39. Editorial Labor S.A.
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