Comunicado del Supervisor General.

Esta puede que sea nuestra última sesión de Lecturas con el gatín. Una persona se ha comprometido a hacerse cargo de nuestro tuertito, pese a haberle dejado claros todos sus defectos. Este lunes haremos un viajecito para llevarlo al que será su nuevo hogar. Lo vamos a echar mucho de menos porque a pesar de todo lo que le pasa es muy juguetón y cariñoso, pero es lo mejor para él (ya no estará la mayor parte del tiempo solo y encerrado en una habitación) y lo más seguro para nuestros otros gatos (puesto que ya no correrán el riesgo de contagiarse de la leucemia del tuertito).
No voy a calificarlo de milagro navideño porque creo que la palabra milagro es muy fuerte y no hay que usarla tan a la ligera, pero sí lo podríamos considerar un regalo especial de Papá Noel.
Pero bueno, no adelantemos acontecimientos. Esta mañana el gatín ha pasado su última revisión en el veterinario, le han quitado los puntos de sutura y nos han dicho que la recuperación está siendo óptima, dentro de lo aparatoso de la operación. La cicatriz siempre estará ahí, pero como decía alguien (creo que era Sonya Blade) “Mis laceraciones son mis condecoraciones”.
Las historias que hemos estado leyendo hoy junto con el gatín han sido las siguientes.
La justicia del rey Fernando. En la Puerta del Sol de Toledo puede verse un grabado en la piedra que representa dos mujeres que entre ambas sostienen una bandeja, sobre la cual hay una cabeza cortada. Esta leyenda explica el origen, quizá real, quizá ficticio, de ese grabado.
En la época del rey Fernando III, gobernaba en Toledo un alcalde llamado Gonzalo. Era un hombre cruel e injusto que asfixiaba a su pueblo con impuestos abusivos muy por encima de los ordenados por la corona, y hacía desaparecer a cuantos alzaban la voz contra él. Gonzalo era también muy mujeriego, y solía tener varias amantes a la vez, a todas las cuales había prometido que se casaría con ellas pasado un tiempo si accedían a sus deseos.
En una ocasión en que Fernando III visitó Toledo, Gonzalo lo recibió con un enorme despliegue de lujos y manjares para impresionarlo. El rey, sospechando ante tal gasto de las arcas de la ciudad cuando el aspecto de sus súbditos toledanos no era muy lozano ni alegre, mandó que cualquiera que quisiera podría acercarse a él en una plaza pública para cualquier cosa que quisieran comentarle. Los toledanos no se atrevían a hacerlo, porque el alcalde estaba junto al rey y temían lo que este pudiera hacerles una vez el rey se marchara. Entonces entre la temblorosa multitud se destacó una mujer que acusó a Gonzalo de haberle prometido el matrimonio para acostarse con ella y después la había dejado de lado. Fernando III algo debió ver en la reacción del alcaide, y supo que la agraviada decía la verdad. El rey ordenó inmediatamente a Gonzalo cumplir con la palabra dada y casarse con ella, pero entonces apareció otra mujer muy joven, apenas una muchacha, acusando a Gonzalo de haberla forzado por no haberse dejado engañar con esa misma promesa. Viendo de nuevo la verdad en el aterrado rostro del alcalde, el rey lo mandó decapitar de inmediato.
La cabeza cortada del alcalde fue colgada del arco de la Puerta del Sol. Cuando el paso del tiempo la pudrió hasta hacer el rostro de Gonzalo irreconocible, se la descolgó y fue sustituida por el grabado de las dos mujeres portando su cabeza cortada, para que el suceso no fuera olvidado.
El pozo amargo. En Toledo hubo un pozo de agua dulce, a día de hoy desaparecido bajo el asfalto de las calles, al que sin embargo se conocía como el pozo amargo. Esta leyenda surgió para explicar o justificar ese nombre.
En aquella época Toledo se encontraba aún bajo control musulmán. Uno de sus habitantes era un judío cuyo nombre el boca a boca no llegó a conservar. Este tenía una hija llamada Raquel, a la que trataba de proteger de todo y de todos. Hasta tal punto llegó a obsesionarse con eso, que le impedía tener ningún tipo de contacto con hombres, y uno muy limitado con otras mujeres. Educada en casa y encerrada en ella como una prisionera, Raquel se consolaba mirando por la ventana soñando más que viendo el mundo exterior. Un día vio pasar ante su ventana a un joven castellano y su imagen quedó fija de inmediato en su mente y su corazón. A partir de entonces permanecía junto a la ventana todo el tiempo que podía con la esperanza de volver a verlo.
Tras muchos días de pasar por la calle junto a la ventana de Raquel, el joven castellano (cuyo nombre tampoco se recuerda) cruzó su mirada con la de la judía y supo leer en ella. Raquel consiguió hacerle llegar una nota confesándole su desesperado amor por él. Al día siguiente éste también le entregó a escondidas una en la que expresaba idénticos sentimientos. Raquel empezó a escabullirse de noche para reunirse con su galán junto al pozo.
Cuando el padre de Raquel se enteró de estos encuentros y de donde tenían lugar, aguardó a la siguiente noche para ir él al pozo. Allí encontró al joven castellano esperando a su amada, y sin mediar palabra lo apuñaló creyendo que de este modo estaba protegiendo a su hija. Pero cuando llegó Raquel y se encontró con su amado tirado en el suelo en un charco de sangre, se volvió loca y corrió por las callejuelas llorando y gritando. A partir de ese momento se convirtió en una sombra de lo que fue. Un día burló una vez más la vigilancia de su ahora arrepentido padre y corrió hasta el pozo. Se lanzó de cabeza a él, quizá creyendo en su demencia que si moría en el mismo lugar en donde lo había hecho su amado volverían a estar juntos. Cuando la gente del pueblo logró sacarla ya se había ahogado. Este es, o eso se dice, el motivo por el que aquel pozo de agua dulce era conocido como el pozo amargo.
El gabán de don Enrique III el doliente. Enrique III fue un rey que se caracterizó por su austeridad. Derogó muchos de los privilegios de la nobleza que consideraba injustos, renovó y modernizó muchos de los procedimientos legales, y castigó el desprecio generalizado hacia los judíos que había sido tan promovido en la población autóctona por los ocupantes musulmanes. Una de las cosas que se dice de el es que en una ocasión que se sentía particularmente hambriento no quiso cargar el coste de su comida a la hacienda pública y vendió su propio gabán para pagarse un almuerzo. Esta leyenda ahonda en los motivos y circunstancias de ese detalle de su vida que quizá los libros de historia no han recogido pero que no fue olvidado por el conocimiento popular.
La versión que nos cuentan aquí es que un día, al ir a comer, Enrique III se encontró con que las despensas del castillo estaban vacías. Tampoco vio a la mayor parte de sus sirvientes habituales, que al no recibir sus últimas pagas se habían ido marchando en busca de otros trabajos. El rey, que no había estado al tanto de los asuntos financieros últimamente, vendió su mejor gabán para pagarse una comida. A continuación fue a reunirse con sus nobles y vio que estos se encontraban sumidos en una interminable y orgiástica fiesta donde el dinero de las arcas públicas se despilfarraba a manos llenas. Disfrazado de trovador errante, logró que se le permitiera pasar para añadir una diversión más a la fiesta, y fue quedándose con las caras de todos los que asistían.
Algún tiempo después los mandó llamar, notificándoles que iba a dar un gran banquete en su honor. Los nobles asistieron a la supuesta fiesta, solo para encontrarse con una sala austera, espartanamente decorada. En la mesa de banquetes solo había un trozo de pan duro y una jarra de agua para cada uno, y aunque los nobles habían acudido con sus mejores galas, el rey Enrique III estaba equipado para una batalla, acorazado y cargado con sus armas.
Tras el tenso y frugal banquete, que probablemente se le atragantó a más de uno, Enrique les explicó el motivo por el que iba a mandarles ejecutar a todos y sustituirlos por hombres más capaces. Los nobles se echaron a llorar y suplicar por sus vidas, y Enrique les perdonó porque no quería que el correr de la sangre fuera lo que caracterizara su reinado. Sin embargo los tuvo bien vigilados y se aseguró que todos restituyeran de su bolsillo lo que habían estado despilfarrando del tesoro público, y que no volvieran a hacer nada parecido.
La cuesta de la reina. Cerca del monasterio de Fresdeval hay una cuesta a la que se conoce popularmente como La cuesta de la reina. La siguiente leyenda explica el porqué.
Se dice que pocos años después de haber sido edificado el monasterio y entregado a un grupo de monjes, se empezó a ver como por las noches una misteriosa dama bajaba la cuesta hacia el monasterio, desde un antiguo castillito ruinoso y deshabitado, y se perdía en la oscuridad llegada a un punto. Esto coincidía con que el monje más joven, casi todavía adolescente, se escabullía a escondidas del monasterio para perderse de vista en el mismo punto en que lo había hecho la dama.
Cuando el asunto de los encuentros nocturnos entre el joven monje y la dama misteriosa llegó hasta el prior del monasterio, este decidió tomar cartas en el asunto. Permaneció atento a la siguiente noche que el joven monje salió a hurtadillas y lo fue siguiendo con la intención de atraparlo en medio de… bueno, de lo que fuera que estaba haciendo y que de este modo no pudiera negarlo. El prior, además, fue acompañado de otros monjes para tener testigos que dieran fe de lo que ocurriera.
El monje joven y la dama se reunían tras un muro del claustro que los mantenía ocultos de quien pudiera mirar desde las ventanas del monasterio. Por una puerta de ese muro salieron en tromba el prior y los monjes para sorprender a la pareja. Cuando la mujer dirigió hacia el prior su rostro triste y sereno, éste pudo ver que era mora, y si bien joven todavía, doblaba la edad del monje a quien estaba abrazada. El prior vio algo mas en su rostro: rasgos familiares. La dama mora y el joven monje castellano eran madre e hijo. El prior sabía que ese joven había sido enviado allí por su padre, por ser un hijo ilegítimo que había tenido con otra mujer, estando ya casado. ¡El motivo por el que la dama y el joven se veían no era el que el prior pensaba! Dándose cuenta que la dama mora estaba malviviendo entre las ruinas del castillo abandonado solo por poder seguir viendo a su hijo de vez en cuando, el prior le hizo una profunda reverencia y se marchó sin mediar palabra. Pocos días después dispensaba oficialmente al joven de sus obligaciones clericales, permitiéndole abandonar el monasterio para vivir junto a su madre.
Estos hechos llegaron al pueblo por medio de rumores, y es por ello que la gente llamó a esa cuesta La cuesta de la reina, otorgándole tal título a la dama mora como señal de respeto.
Puedes repasar el último lote de leyendas de este libro pulsando aquí, o echar un vistazo a los otros libros que hemos leído estos días mientras acompañamos al gatín en su larga cuarentena pulsando aquí.
Leyendas de Castilla. 1984 (fecha de la recopilación). Antoni Garcés (portada e ilustraciones). Labor Bolsillo Juvenil nº 39. Editorial Labor S.A.
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