EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS ¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Presentado por… el profesor Plot.
Saludos, ávidos lectores.
Acometemos el quinto capítulo de esta estremecedora historia. El mendigo continúa contemplando fascinado el espectáculo del amanecer y el anochecer alternándose vertiginosamente, hasta el punto que olvida incluso tratar de desatarse y escapar de la cruz. Remina permanece apenas consciente, gimoteando a su espalda.
<== ¡Atención al sentido de lectura! <==
Cuando lo extraordinario de su situación da paso a la constatación de lo precario de la misma, el mendigo empieza a hacer fuerza contra las cuerdas intentando liberarse, y es entonces cuando ve cómo las sogas parecen soltarse por sí solas. En realidad, lo que ocurre es que el encapuchado que dirigía la horda de maníacos también ha sobrevivido. La casualidad ha querido que el agua lo arrastrara muy cerca de donde los ha dejado a ellos. Armado con un simple trozo de cristal, ha cortado las cuerdas que mantenían amarrada a Remina para llevársela, y al hacerlo a aflojado las que mantenían preso al mendigo.
Este cae lentamente al suelo sin hacerse daño y ve asombrado cómo el encapuchado se echa al hombro a Remina sin ningún esfuerzo y da un prodigioso salto de docenas de metros hasta lo alto de un edificio en ruinas. El mendigo nota que se siente ingrávido, como si no tuviese apenas peso, y comprende que se debe a que la velocidad a la que está girando el planeta ha reducido muchísimo la fuerza de la gravedad. En lo alto del edificio en ruinas, el encapuchado empieza a jugar con Remina, balanceándola en el aire, haciéndola girar con una sola mano y estampándola contra los muros simplemente por dañarla y humillarla aún más. Aprovechándose también de la falta de gravedad, el mendigo da un salto que lo lleva hacia el encapuchado, el cual salta a su vez para alejarse llevándose a cuestas a Remina.
<== ¡Atención al sentido de lectura! <==
Comienza así una extraña persecución en la que cada uno de ellos, valiéndose de la falta de gravedad y aprendiendo a moverse en ella a medida que lo hacen, salta de un edificio en ruinas a otro para impulsarse sin apenas control de la dirección ni la velocidad. Finalmente, el mendigo alcanza al encapuchado, le endosa un par de golpes bien merecidos y agarra en vuelo a Remina, que estaba siendo arrastrada por la fuerza del viento. Sin embargo, aún no se han librado de él. Han intercambiado papeles: el encapuchado es ahora quien les persigue, y el mendigo, llevando a Remina, quien huye.
El encapuchado, además, grita a pleno pulmón mientras sobrevuela la ciudad de este modo tan particular, convocando a sus seguidores. Y pronto una docena de individuos saltan al aire tratando de atrapar a Remina. Este grupo de perseguidores crece y crece sin cesar a medida que más supervivientes los ven y se unen a ellos en esta especie de extraño vuelo. Ninguno controla bien su movimiento y muchos se matan al aplastarse contra los edificios que no logran esquivar. Pese a ello, su número no deja de crecer.
El mendigo, llevando a Remina sobre los hombros y seguido por esta especie de bandada de aves de presa, sobrevuela arrastrado por el fuerte viento las cicatrices que la lengua de Remina ha dejado en la ciudad en forma de surcos de docenas de metros de profundidad y cientos de extensión. Cuando Remina despierta, ya han abandonado Japón, sobrevolado toda Asia, Europa, África, y están en camino de Sudamérica. Y la horda de locos voladores que les persigue se cuenta ya por cientos, si no por miles. Ciudadanos de todas las partes del mundo sobre las cuales han pasado han ido uniéndose a los perseguidores a medida que los han visto cruzar el cielo y comprendido a quién perseguían.
<== ¡Atención al sentido de lectura! <==
Esta escena me parece magistral. Nos hemos acostumbrado a ver personajes de cómics, películas o videojuegos volar por sí mismos, hasta el punto de que ya no nos resulta algo tan raro. Sin embargo, todos esos personajes voladores lo hacen porque disponen de poderes especiales de los que el común de los mortales carece. Son héroes, mutantes, hechiceros… seres que vuelan gracias a cualidades o conocimientos que los hacen superiores a los demás. Aquí ocurre lo contrario. Esta enorme masa de hombres y mujeres que surcan los cielos no lo hace porque posean poderes que los sitúen por encima de las leyes naturales, sino precisamente porque esas leyes se han degradado hasta extremos inconcebibles. El hecho de que puedan volar no los engrandece, sino que es un anticipo de la tragedia que se cierne sobre ellos. Porque cuando incluso cosas tan fundamentales como el peso corporal o la gravedad del planeta que habitan se alteran y se vuelven irrelevantes, el ser capaces de volar no es una muestra de poder, sino de vulnerabilidad.
Hace tiempo leí otra de las obras de Junji Ito, más conocida que esta, titulada Uzumaki (Espiral), en la que también había un capítulo en el que las alteraciones de las leyes naturales que estaba sufriendo un poblado hacían que sus habitantes fueran capaces de volar arrastrados por el viento, como si este hiciera desaparecer su peso, y algunos de ellos aprendían a medio controlarlo. Las escenas de la turba voladora me han recordado a ese otro pasaje de Uzumaki, y tengo la impresión de que todo esto ha salido de algún sueño que tuvo el autor. Durante la adolescencia (especialmente, pero no siempre) es común tener sueños en los que se vuela sin más, sin ninguna explicación. Simplemente, la persona sueña que vuela y observa el mundo a vista de pájaro, recorriendo grandes distancias sin esfuerzo.
Pienso que el autor también debió tener ese sueño y lo refleja en su obra en momentos como este, como en el capítulo de Uzumaki en el que la gente aprende a volar llevada por el viento. Porque todo tiene un ambiente muy onírico. Los personajes aceptan rápidamente esta realidad y se adaptan a ella sin miedo, como algo natural, como una habilidad que hubiesen tenido anteriormente y por algún motivo hubiesen olvidado, y ahora la estuvieran recordando. En cualquier caso, perseguidos y perseguidores siguen recorriendo el mundo, circunvalándolo en cuestión de minutos.
Paralelamente a esto, la nave de los privilegiados se prepara para aterrizar en la criatura Remina. Sumidos en la mentira de la que han terminado por autoconvencerse, los pasajeros están seguros de dirigirse hacia un paraíso. El señor Mineshi, padre de Kunihiro, es el más entusiasmado de todos. Está convencido de que su hijo mayor desaparecido tantos años atrás está esperándolos en el planeta y es la prueba viviente de que este es habitable. La nave penetra en la atmosfera de Remina como un cuchillo en carne viva... literalmente, en realidad, puesto que ya ha quedado claro para todos excepto para ellos de que el planeta Remina es eso en realidad. La nave se estrella al no haber ninguna superficie adecuada para posarse. Todos los pilotos se matan con el impacto, y los pasajeros, algunos indemnes y otros heridos, salen arrastrándose de entre sus restos. El vergel que esperaban es una maraña carnosa en la que bocas, ojos, lenguas y tentáculos crecen del suelo como si se tratase de plantas, un paraje de pesadilla. Ante esta perspectiva, los supervivientes se preguntan hasta que punto será seguro quitarse los cascos, puesto que ya no pueden regresar a la Tierra y el oxígeno del traje se agotará en algún momento. El sr. Mineshi convence a algunos de los supervivientes para que le quiten el casco a uno de los heridos y ver qué pasa.
<== ¡Atención al sentido de lectura! <==
En cuanto el herido (apenas consciente y del todo incapaz de impedir que lo expongan a la atmosfera desconocida) toma un par de bocanadas de aire, empieza a gritar de dolor y a fundirse. El aire que envuelve a Remina es corrosivo. El rostro del desgraciado burbujea y se deshace rápidamente, y con él se deshacen las pocas esperanzas de salvarse que aún tenían los supervivientes del cohete.
¡Esto se acaba! La historia concluye en Hellstar Remina n.º 6: Un vacío infinito.
Hellstar Remina. 2005. Junji Ito (guion y dibujo). Publicado en 2019 por ECC Ediciones.




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