Nunca he escrito
diarios ni usado agendas. Nunca he sentido realmente la necesidad de dejar
constancia de las cosas cotidianas que hago o me ocurren. Tampoco me llama la
atención eso de sacar fotos de mis propios pies descalzos o fotografiar lo que
como. Ni tansolo me atrajo nunca el sacar fotos de los países en los que he
estado, y han sido unos cuantos. Mi forma de conservar los recuerdos es
inventar relatos a partir de ellos. Casi todos los que he escrito se componen
de un 30% de realidad y un 70% de fantasía. Como las biografías de los famosos.
No puedo decir que
me despierte al instante al oír su voz, porque no me he llegado a dormir. Ya me
lo esperaba. Son pocas las noches en las que no lo veo venir.
-Papaaa… veeen…
Ya la habíamos
notado rara durante la cena. Comió poco, no quiso postre, y casi no habló. Supe
que, al rato de acostarla, en cuanto dejara de oír nuestra conversación,
empezaría a llamarme.
-Papaaa… veeen…
Ella se vuelve
hacia mí haciendo susurrar las sábanas y me mira, lanzando un suspiro. Ya ha
dejado de molestarla que la pequeñaja solo confíe en mí para esta importante
tarea.
Me levanto, me
visto lo justo con un pantalón de pijama y una camiseta, y me calzo las
zapatillas sin encender ninguna luz. La que llega desde la habitación de la
niña al otro lado del pasillo es más que suficiente, porque, también como
siempre, ha encendido su lamparita antes de llamarme.
Empujo la puerta
entreabierta. Me mira tumbada desde la cama, con su colcha de unicornios
blancos con crines de arcoíris subida hasta la barbilla, como si fuera algún
tipo de armadura mágica. Bajo ésta adivino las formas de peluches y
dinosaurios, sus guardaespaldas habituales que sin embargo, en ocasiones como
esta, no bastan para asegurarle una noche tranquila.
Se perfectamente a lo que vengo, pero el protocolo exige que pregunte.
-¿Qué pasa hija?
¿Quieres agua?
Niega con la
cabeza antes de responder.
-Hay un mostruo en
mi armario.
Avanzo un par de
pasos hacia el armario, al fondo del dormitorio.
-¿Otra vez hija?
-Si. Yo creo que
le gusta mucho estar ahí.
Suspiro. Un año
hace ya que comenzó esta historia. Intento recordar si de pequeño yo le tenía
miedo a mi armario, al hueco de debajo de la cama, o a alguna esquina concreta
de mi cuarto. Supongo que sí, pero no puedo asegurarlo.
-¿Quieres que mire
dentro a ver si hay alguno?
-Si, por favor- su
voz es apenas un susurro.
Qué remedio. Ella
es pequeña. Necesita dormir mucho más de lo que lo necesito yo. Y, a fin de
cuentas, ya sabía a lo que venía. Abro la puerta del armario, y a la luz
apastelada de la lamparita, no distingo el fondo, más oscuro de lo que debería
estar.
-¿Papa?
-¿Si, hija?
-Papa… mira detrás
de la ropa.
-Voy hija.
Aparto las
primeras perchas. Es un armario grande, y hay una segunda barra con perchas detrás
de la primera. Me meto entre la avanzadilla de ropa ligera y blusas de verano y
hundo el brazo entre los anoraks.
-¿Papa?
-¿Si, hija?
-Ten cuidao,
papa…¿vale?
¿Qué no haría por
una niña así? Mientras avanzo un paso y noto como la primera fila de ropa se
cierra a mi espalda, contesto.
-Vale, hija.
Alargo lentamente
el brazo. Lo alargo entre los pequeños abrigos de plumón y las bufandas de lana
del fondo. Arrastro los pies enzapatillados ya casi a oscuras, hasta el punto
en el que debería estar el fondo del armario, y mis dedos no acarician más que
el aire. Un aire que comienza a oler a cerrado. A moho. Un ambiente enrarecido
que debe ser normal en el armario de una casa deshabitada, pero no en los
armarios de la mía.
Avanzo otro paso,
con el brazo todavía estirado. Toco algo, pero no es el fondo del armario, si
no más ropa. Por llamarla de algún modo. Noto en mis dedos la textura de unas
telas raídas y acartonadas. Las aparto con cuidado, y al hacerlo suena un
tintineo de cadenas sobre mi cabeza. Trato de percibir algún movimiento delante
de mí. Calculo que me he adentrado tres metros en el interior de un armario de
uno de fondo, y no quiero avanzar más.
Es entonces cuando
veo los dedos. Tres dedos largos y blancos, que apartan uno de esos bultos de
telas mugrientas, que cuelgan de garfios en lugar de perchas. Una cabeza calva
y abombada se deja ver desde detrás de las ropas. Dos ojos grandes y amarillos,
sin párpados, que parecen emitir una tenue luz. Y bajo estos, sin nariz de por
medio, una horrible y enorme boca sonriente llena de largos dientes torcidos.
-Te veo…- murmura
apenas, la criatura.
-Te veo- repito
yo, acostumbrado ya a su forma de saludar.
No decimos nada
más durante unos segundos. Luego tomo aire, ordeno mis ideas, y suelto de
golpe, pero en voz baja:
-Mi hija ha vuelto
a oír a tu hijo.
La criatura
asiente lentamente. Abre mucho la boca, que nunca le he llegado a ver
totalmente cerrada. Está tomando aire el también. En este lugar a los dos nos
cuesta respirar.
-Y mi hijo ha
vuelto a oír a tu hija. Siempre les pasa a la vez.
-Si…- ya hemos
tenido antes esta conversación, pero me gusta pensar que ambos somos padres
responsables, dispuestos a hablar de los problemas de nuestros hijos.
-Los niños
pequeños son muy perceptivos. Ellos…- tengo que parar a tomar aire.
-…notan estas
cosas- termina
él, que también parece fatigado por la falta de… bueno, de lo que sea que
respire. -Siempre que hay niños pequeños justo a ambos lados de un
punto débil, ellos lo notan. Eso creo- Exhala con dificultad y aspira
otra vez de inmediato, para preguntar a continuación.
-¿Se lo has dicho
ya a tu hembra?
-No- respondo -¿Y
tú a la tuya?
-No… no encuentro
el momento adecuado…
Sonrío al oírle.
Es el mismo problema que tengo yo.
-Algún día tendrán
que saberlo. Y nuestros hijos también.
La criatura, el
padre del otro lado del armario, toma aire de nuevo. Le noto muy fatigado.
También yo lo estoy. El aire parece hoy más mezclado. Pero todavía hay puntos
que tenemos que aclarar en algún momento.
-Quizá nunca se
den cuenta- jadea.
-Si. Puede que
crezcan lo bastante para dejar de notarlo. Y cuando sean mayores pensarán que
eran fantasías. Que se lo imaginaron…- ahora soy yo el que jadea, haciendo
entrar a mis pulmones una gran bocanada de aire pestilente. "Frases
cortas", me repito mentalmente, "frases cortas".
-Si dejan de
notarlo, no volveremos a vernos. Son ellos los que abren el camino cuando se
perciben uno al otro a la vez. Eso creo- y me parece notar un cierto grado de
desencanto en su voz. ¿Será todo esto, esta especie de comunicación que
mantenemos, tan extraordinaria para él como lo es para mí? ¿Fue para él tan
aterradora al principio como lo fue para mí? ¿Sintió acaso el mismo pánico que
sentí yo la primera ocasión que nos encontramos? ¿La misma agobiante necesidad
de gritar, acompañada de la frustrante incapacidad física para hacerlo?
-¿Crees que sería
mejor no decírselo?
-Quizá se den
cuenta solos. Quizá lo averiguarán antes de crecer demasiado y dejar de
percibirse.
-¿Y qué pasará si
se dan cuenta? ¿Será malo para ellos?
La criatura me
mira en silencio unos segundos, respirando pesadamente. No sé si está
descansando o reflexionando.
-No tiene por qué
serlo. Eso creo.
Otra pequeña
pausa. Siento que me ahogo. Me dispongo a despedirme, pero él me ahorra el
trabajo.
-Tu aire… entra
demasiado esta vez… me tengo que ir- casi gimotea, sofocado.
-Yo también…-
respondo mientras empiezo a retroceder, al borde de un ataque de nausea. Estoy
mareado y doy un traspiés, moviéndome de espaldas hacia la puerta del
armario. Veo desaparecer apresuradamente al otro padre, en busca de su
propio mundo y su propio aire, de vuelta al lugar -casa, mazmorra, cueva, o lo
que sea- donde duerme su hijo, mientras yo hago lo mismo. Me detengo junto a la
puerta del armario, aspirando a pleno pulmón el veneno que asfixiaba a mi… ¿mi
qué? ¿Vecino?
En cuanto mi
respiración y pulso se normalizan, entro al dormitorio de mi hija. Me mira como
si ya me hubiera dado por perdido. Como si cada vez que me adentrara en ese
armario que tanto miedo le da, estuviera convencida de no volver a verme
aparecer nunca más.
-¿Papa?
-Si, hija…
-Papa… ¿hay algún
mostruo en el armario? ¿No, o sí?
Me mira desde su
cama, esperando la respuesta de siempre para poder dormir tranquila. Con sus
casi cinco años, todavía me considera infalible. Todavía está dispuesta a creer
cualquier cosa que le diga, sin importar lo que sus propios sentidos o
instintos le dicten.
-No hay ningún
monstruo en el armario, hija- le respondo. Y no le miento.
Cierro la puerta
del armario tras de mí y voy hacia su cama. En la mesilla de noche veo uno de
sus libritos de cuentos: La Bella y la Bestia.
Cojo el librito y
me siento en la cama mientras paso las hojas.
-Pero si lo
hubiera… ¿Tú sabes que no todos los monstruos son malos ¿verdad?
Por cierto, hoy
hace un año que escribí el primer post de este blog. Uno de los motivos por los
que empecé con esto fue precisamente para "obligarme" a mí mismo a
escribir un poco cada día, para no perder la costumbre de escribir, aun cuando
no tuviera nada en mente que diera pie a un relato. Han sido 351 post en 365
días, que no está mal. Al principio fue algo improvisado y hecho de cualquier
modo, pero este último mes he estado cambiando muchas de las fotos de los
primeros post por otras mejores y haciendo muchos retoques aquí y
allá. Todavía queda mucho por hacer, pero poco a poco esto ira
teniendo un mejor aspecto general.
Gracias a todos
los que os pasáis de vez en cuando a echar un vistazo y/o dejar algún
comentario. Hay una pequeña vela sobre la microtarta de cumpleaños del Planeta
del Espacio. Sopladla conmigo, amigos.
Gracias por preparar una tarta de cumpleaños. Ya he soplado la velita.
ResponderEliminarTu blog está muy documentado en todos las historias que escribes, con un poco de realidad y otro poco de fantasía.
Espero que sigas escribiendo como hasta ahora y colocando fotos. Acompañan bien a un buen relato.
Espero que también nos invites para el próximo cumple.
Gracias por pasarte por aquí. Por supuesto, cuento con tu presencia para el segundo aniversario del blog el año que viene.
EliminarFelicidades por el blogversario!!! La verdad es que te lo curras un montón y llevas un ritmo frenético que ojalá pudiera igualar.
ResponderEliminarGracias por el pastel y espero vernos en la próxima celebración!!!
Gracias por avisarme de las erratas ^^U la parte mala del ritmo frenético es que no siempre puedo revisar exhaustivamente todo lo que publico y se cuela algún que otro fallo. Nos vemos en el próximo cumple.
EliminarFelicidades, vaya ritmo de escritura que llevas.
ResponderEliminar¡Que remedio! Cada vez que publico algo la cuenta atrás del explosivo que los malvados Gruxus me implantaron en el cerebro se reinicia. Eso creo.
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