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martes, 17 de marzo de 2020

LOS MAPAS ETÉREOS

EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS
¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Presentado por… el profesor Plot.
Saludos, ávidos lectores.

Este es otro de esos libros que salen al mercado como cuentos para niños o aventuras juveniles, pero que merecen una lectura cuidadosa y atenta. 

No hay nada infantil o ligero en Los mapas etéreos. Al contrario, los conceptos que maneja son fascinantes: reinos enteros, repletos de seres vivos, creados literalmente (y literariamente) por la fuerza de las palabras.
Manuel Giscar es un anciano y antaño largamente reconocido geógrafo caído en desgracia. En la actualidad, está enfrascado en una investigación propia, un proyecto de una magnitud aparentemente inabarcable: confecciona mapas de palabras. Sus mapas presentan montañas, ciudades, ríos y bosques, cuyos nombres pertenecen a las mismas familias de palabras o a términos de algún modo relacionados. 

Así, la capital de la provincia de Querencia es la ciudad de Cariño. De Cariño nos alejamos por el camino de Discordia, que lleva a la ciudad de Escoria. La región de Carencia está salpicada por pueblos como Crudo, Corsarios, Crápula, y su capital es Crisis. El volcán de la Creación preside el valle del Crisol, donde se alza la ciudad de Crecer. Y para llegar hasta la terrible región de Garra, debemos seguir el camino Cruento.

Mapas amontonados, uno tras otro, dibujados febrilmente por Manuel, revisados, corregidos y anotados sin cesar. Son como un nuevo y enloquecido diccionario en el que el significado de cada palabra se nos explica por comparación con aquellas con las que está conectada por ríos y senderos. Su completa dedicación a estos mapas en apariencia inútiles, mantiene a Manuel Giscar alejado del mundo real.

Manuel tiene al niño Benito, en teoría, como aprendiz. En realidad, Benito es poco más que un chico de los recados. Pero poco a poco Manuel comienza a introducirlo en su mundo de palabras y términos. Benito no entiende gran cosa, pero las lecciones de Manuel le sirven para mejorar su ortografía y gramática.

Un día Manuel encuentra a Benito sentado en el suelo. Vivo, pero ausente, como sumido en un profundo coma. En su mano, un trozo de papel con unas palabras escritas. Un trozo de papel que Manuel tenía bien guardado, y que Benito ha debido encontrar por casualidad. 

Esas palabras son una fórmula mágica, obtenida muchos años atrás por Manuel, que permite a la mente de quien la recita viajar a ese mundo de palabras y términos, del que él es cartógrafo. Allí es donde se encuentra ahora la mente de Benito, y Manuel decide ir en su búsqueda. ¿Pero en que palabra se encuentra la mente del chico? En uno de los cuadernos de caligrafía de Benito, la palabra galopar se repite obsesivamente una y otra vez, y Manuel decide empezar por ahí. Se sienta en el suelo, recita la fórmula mágica, y mientras su mente se aturde, repite mentalmente galopar. Pero en el último momento duda de sí mismo y piensa “Yo soy un simple cartógrafo”. A consecuencia de esto, su viaje comienza en Cartografía en lugar de en Galopar, alejado de Benito por encrucijadas de sinónimos y kilómetros de antónimos.

En el mundo de las palabras todo está condicionado por estas. Todos los que vivan en la Calle Goleta serán marineros o estarán obsesionados con los barcos. Los que crucen por la Plaza Galimatías serán incapaces de hablar de forma coherente hasta que la abandonen. Y el callejón Guillotina es un lugar que definitivamente vale la pena evitar. A pesar de ser un mundo en gran parte creado (o quizá solo presentido) por él, Manuel nunca antes ha estado allí, y debe ir descubriendo las extrañas leyes que lo rigen.

Por su parte, Benito se encuentra con Anastasio, otro joven proveniente de su mundo: un poeta que no lograba encontrar la palabra adecuada para rimar uno de sus versos. Obsesionado con la búsqueda de ese esquivo término, fue perdiendo contacto con la realidad hasta que su mente se sumió por completo en el mundo de las palabras (concretamente, en Galanura).

Mientras tanto, los cuerpos inertes y babeantes de Manuel y Benito son encontrados en el mundo real y llevados a un manicomio, donde se les intenta sacar de su estado catatónico con baldes de agua helada. Esto provoca que ambos salgan durante unos instantes de su trance, pudiendo incluso conversar brevemente entre ellos antes de volver a sumirse en el mundo de las palabras, cada uno por su lado.

Manuel, cuyo conocimiento de los entresijos del lenguaje es mayor, tiene un cierto control sobre ese mundo. Acompañado de dos jóvenes nativos, logra reunirse con Benito y Anastasio, y luego emprenden juntos el camino hacia la región desde la que cree que podrán volver al mundo material. No será un trayecto sencillo teniendo en cuenta que necesitan pasar por lugares como Crimen, la ciudad cuyos habitantes solo tienen en mente asesinarse unos a otros a la menor oportunidad que se les presente. O Corrupción, donde los lugareños se hallan en un estado de descomposición perpetua.

Una historia muy ingeniosa, que todos los amantes de las letras disfrutarán de un modo u otro, aunque sea imaginando las posibles implicaciones de vivir en un lugar totalmente supeditado a una palabra concreta.

De tener la posibilidad de viajar a ese mundo ¿a qué palabra intentaríais llegar?

Los mapas etéreos. 1988. Miguel Ángel Mendo (texto) David Ouro (ilustraciones). Ala delta. Editorial Luis Vives.

2 comentarios:

  1. Era uno de mis libros favoritos de pequeña, e indudablemente uno de los que recomendaría a mis alumnos en la actualidad, si todavía se reeditara. Con lo mucho que se ha explotado la idea de "persona normal y corriente entra en un mundo imaginario a través de un libro o similar", no es fácil presentarla de modo original y consistente, y Los mapas etéreos supera la prueba con creces. Lo único que no me gustó fue el final (que no comento por si hay alguien que tiene la oportunidad de leerlo). Del mismo autor he leído también Ápex, la guerra de las horas, sobre una secta que pretende cambiar el modo de medir el tiempo, según la cantidad de luz solar en vez de por unidades estándar (y de paso dominar el mundo, aunque no recuerdo cómo), pero no me pareció tan bueno.

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    1. Bueno, el final es eso, un final. Muchas opciones no había para terminar esa historia: o conseguían volver al mundo material o no lo conseguían. Pero algo del nivel de este libro en la literatura juvenil actual es por desgracia casi impensable.
      Y personalmente, he de decir que de haberme visto yo en la situación de Manuel Giscart (sin nadie esperándome en el mundo material, y con un considerable control sobre el mundo de las palabras) ni tan solo habría intentado regresar. Me habría instalado allí.

      El de Ápex no lo conozco, pero no le veo futuro a esa forma de medir las horas. El único sistema de medida realmente sensato es el Sistema Paquidermodecimal, en el que todo se mide por comparación a la longitud, peso, altura, volumen y tiempo de bostezo de un elefante-patrón de platino e iridio conservado en el Museo de Pesas y Medidas del Planeta del Espacio.

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