¡Bien, bien! ¡Aquí estamos una vez más,
reunidos en torno a nuestra tenue fogata! Ayer, por un cúmulo de
circunstancias, no hubo tiempo de dejar nada interesante preparado para
publicar hoy, y el Supervisor General me ha pedido que os cuente otra tenebrosa
historia, de esas que tenemos en reserva.
Tras dos semanas de
alternar comentarios de películas y bolsilibros, esto ya se estaba
poniendo monótono ¿verdad? Un poco de variedad nunca viene mal.
El cuento de hoy trata sobre un grupo de
adolescentes que lleva a cabo un juego prohibido. Una triste historia a la que
he llamado…
EL JUEGO DE LA BOTELLA
Bárbara sabe que va a llegar tarde.
Seguramente será la última en acudir a la reunión, y eso que esta vez es ella
quien ha conseguido una de las cada vez más escasas botellas. Cuando se
escabulle de su habitación, cree oír en el solitario pasillo del internado los
pasos lentos y pesados de Matthias, el guarda nocturno.
Bárbara duda. Está a punto de
retroceder. Durante unos segundos escucha con atención mientras mira
alternativamente a un lado y a otro.
Finalmente se decide y echa a andar lo más
rápida y silenciosamente que es capaz, con la botella apretada contra su
costado.
Cuando cruza la puerta de la sala de
calderas, se siente segura al fin. Baja con rapidez los escalones y se
encuentra con que los otros cinco están ya sentados en círculo en el basto
suelo de cemento. Le han dejado un sitio, entre Vincent y Pargney. Sentándose
entre los dos, queda enfrente de la otra chica del grupo.
En esta época del año, con el calor, la
caldera permanece apagada. El ambiente es muy agradable, con la escasa luz de
un par de bombillas y el frescor del sótano. Todos la reciben en silencio, pero
sonriéndole. Bárbara ocupa su lugar. Mira directamente a la otra chica, la
única de entre los presentes con quien no tiene un trato cercano.
-Eres… Simone ¿verdad?
La joven asiente. Parecía algo intranquila
cuando Bárbara llegó a la sala de calderas, quizá por verse sola con cuatro
hombres, pero la presencia de otra mujer la relaja. Simone tiene un aspecto
aniñado. A Bárbara le recuerda a un ratoncito.
-¿Eres de primer curso?
-Yo… sí.
Simone baja la mirada hacia la botella de cerveza que Bárbara ha dejado de pie en el centro del circulo que forman todos ellos.
-Perdonadme, estoy nerviosa- añade de
pronto Simone.
-Pero sabes lo que va a pasar. Sabes para
que nos reunimos aquí ¿verdad?
Simone asiente otra vez. Mira a Gus,
sentado a su lado.
-Gus me lo ha explicado todo. No me voy a
echar atrás, si es eso lo que estás pensando.
Bárbara le sonríe. Recuerda haber dicho
esas mismas palabras, u otras muy parecidas, apenas unos meses antes.
-Tranquila. Nadie piensa eso.
Toma la botella y la abre. Deja la tapa de
rosca frente a sus piernas cruzadas y echa el primer trago.
-No sé qué contaros de mí misma que no os
haya dicho ya. ¿Os he hablado de Barby?
Todos niegan con la cabeza.
-Barby fue una perrita que tuve con siete
años. Era pequeñita. Tenía el pelo largo y casi rubio. Un amor. Yo le ponía
lacitos de color rosa. Se dejaba hacer con una paciencia infinita, la pobre.
Solo estuvo en casa dos años. Le dio una enfermedad rara de esas de los perros.
La llevamos al veterinario, le dimos pastillas… pero nada. La enterramos en el
jardín de casa. Nunca he llorado tanto en toda mi vida como cuando se me murió
Barby.
Tras un silencio general de casi un
minuto, Simone murmura -Que pena. Lo siento mucho.
-Gracias- responde Bárbara sonriendo, y le
pasa la botella a Vincent, a su derecha.
Vincent medita unos segundos. Se lleva la
cerveza a la boca y hecha un trago. Se pasa la lengua por los labios varias
veces antes de hablar.
-Empecé a fumar a los catorce. La primera
calada que di me supo a mierda, pero me sentía mayor por fumar. Me sentía
importante. Supongo que por eso empecé. Por eso empieza todo el
mundo. Aunque la verdad es que fui uno de los últimos de mi grupo de
amigos en empezar a hacerlo…
Media hora después, la botella ha dado la
vuelta hasta Pargney.
-…y de ahí que tenga esta cicatriz en la
mano. Menudo idiota ¿verdad?
Unas leves risas. Luego, Pargney pasa la
botella ya vacía de nuevo a Bárbara. Esta la deposita entre todos ellos,
tumbada y apuntando hacia sí misma.
-Simone, eres la nueva, así que te
corresponde a ti girarla. Pero si quieres…
-No, no- contesta Simone, que ha ido
ganando confianza en el grupo a medida que todos contaban una anécdota y ella
misma contribuía con la suya. -Si me toca, me toca.
Suspira, sonríe, e inclinándose hacia el
centro del circulo toma la botella y la hace girar con fuerza. Todos los ojos
se clavan en ella, como en la ruleta de un casino. La botella gira cada vez más
despacio. Y se detiene apuntando a la propia Simone.
-Vaya…- murmura esta, un tanto sorprendida
-Sabía que podía tocarme, claro, pero no esperaba que fuera a la primera.
Gus la toma de la mano.
-Mira, no tienes por qué hacerlo. Aquí no
obligamos a nadie. Si no te sientes lista, no pasa nada. Pero esto es
importante para nosotros. Puedes irte ahora si quieres, y nosotros continuaremos,
pero…
-Pero no podré volver ¿es eso?
Gus lanza una rápida mirada a los demás, y
solo encuentra expresiones de apoyo.
-Si, eso es. Cuando alguien se echa atrás,
preferimos que no vuelva a participar.
Simone duda unos segundos. Acaricia con el
pulgar el dorso de la mano de Gus, sin ser consciente de ello.
-Estoy lista. Para eso he venido.
Bárbara le sonríe.
-Bien, pues entonces… solo tienes que
elegir a uno de nosotros. Y los demás os dejaremos solos.
Simone los mira detenidamente uno tras
otro.
-¿Puedo elegir a quien quiera?
-A quien quieras. Si estás más cómoda con
otra chica, puedo quedarme yo.
Simone mira a Gus.
-Me gustaría que fuera alguien con
experiencia. Que ya lo haya hecho antes.
Bárbara hace un gesto hacia Gus.
-Todos tenemos experiencia aquí. Puede ser
Gus, si lo prefieres.
-Pues… si a ti te parece
bien…- responde sin apartar la vista del chico.
Los demás se ponen en pie. Alguna rodilla
chasquea. Las agujetas comienzan a hacer de las suyas. Los chicos se despiden
de Gus y Simone y regresan cautelosamente a sus dormitorios. La última en salir
es Bárbara.
-Me ha encantado conocerte Simone. De
verdad. Buena suerte.
Ya solos, Simone se pone de rodillas
delante de Gus. Este le coloca un dedo en la barbilla y tira de la mandíbula
hacia abajo. Simone abre la boca, y Gus le introduce cuidadosamente la chapa de
la botella. Luego agarra el envase por el gollete como si fuese una porra, y se
coloca detrás de ella.
-¿Estás lista?
Simone asiente. Juega con la lengua,
colocando la chapa de la cerveza bajo esta. Gus inspira con fuerza, echa
hacia atrás el brazo, y estrella la botella contra el cráneo de Simone. En
cuanto esta cae, quedando a cuatro patas, Gus la agarra del pelo y tira
suavemente de su cabeza hacia atrás, dejándole expuesto el cuello. Contempla
la forma en que se ha roto la botella. Mala suerte. Se ha desmenuzado. No hay
ninguna parte plana esta vez, solo un par de pequeños picos. Apuñala
repetidamente a Simone en la yugular, tratando de matarla lo antes posible, al
no poder hacerle un corte limpio.
Por fortuna el golpe la ha aturdido lo
suficiente como para que no empiece a sentir el dolor hasta haber perdido mucha
sangre. La inconsciencia no se hace esperar. Tras observar el cadáver
durante un par de minutos, Gus lo acomoda de lado, como si durmiera. Se asegura
que la chapa de la botella sigue en su boca. Le acaricia la cabeza una última
vez, y la deja allí.
En cuanto sube hasta el corredor
principal, va hasta el mapa acristalado de la planta y deja la huella
ensangrentada de su pulgar impresa en el recuadro de la sala de calderas. Luego
regresa a su dormitorio, echando mucho de menos a Simone.
Al día siguiente, como cada mañana,
Matthias revisa los mapas de las plantas. Advierte de inmediato la marca de
sangre sobre uno de ellos. La borra con la manga antes que la vean los
estudiantes, y corre al despacho del sr. Ostermman, el director.
Lo encuentra hundido en su sillón. Hace
meses que duerme en él, por no alejarse del teléfono de su mesa. Un teléfono
que en el fondo sabe que no va a sonar. Ostermman despierta al abrirse la
puerta, y levanta lentamente unos ojos legañosos hacia Matthias. Lo único que
necesita preguntar es -¿Dónde?
-En la sala de calderas, señor. No he
visto quien es, pero está marcado en el mapa, como las otras veces. Necesito…
Ostermman saca una llave del
bolsillo y abre uno de los cajones de su escritorio. De él extrae una pistola
pequeña. Se la tiende con un suspiro a Matthias.
-Solo quedan cuatro. Cuando se acaben,
tendrá que usar un martillo.
Matthias toma el arma con desgana.
-Lo sé. Y no dude que lo haré cuando
llegue el momento. Pero usted debería…
No termina la frase, pero no hace falta.
Ostermman le comprende perfectamente.
-No puedo ser más duro con ellos. ¿Con que
castigo amenazas a alguien decidido a suicidarse? Si al menos los profesores
siguieran dándoles clases, si mantuvieran sus mentes ocupadas en algo…
Ahora es Ostermman el que se calla,
comprendiendo la estupidez que acaba de decir. ¿Qué sentido tendrían las
clases? Nada de lo que se enseña en el internado será útil durante mucho
tiempo. Puede que jamás vuelva a serlo.
-Matthias, a veces creo que incluso
deberíamos animarlos a hacerlo. Darles a todos la oportunidad de elegir como
quieren dejar este mundo. La despensa está casi vacía. No aguantaremos otro año
como este último, ni aún con el racionamiento. Si no llega ayuda…- y dirige una
mirada anhelante al silencioso teléfono.
Matthias no responde. Se guarda la pistola
en un bolsillo y sale del despacho sin despedirse. Bastante tiene que aguantar
ya para encima tragarse los deprimentes discursitos del director.
Ostermman va hacia la ventana y la abre de
par en par. El sol ha salido hace unos minutos, y desde la elevada posición de
la ventana de su despacho, en la tercera planta, puede verlos con claridad al
otro lado de los muros. Hay miles de ellos. El viento le trae una vaharada
pestilente. El agrio y dulce hedor de la necrina que siempre los acompaña.
El chirrido de la ventana, quizá el
reflejo del sol en el cristal de esta al abrirse, los pone en movimiento.
Incontables cabezas ya casi sin rostro se giran en su dirección. Un mar de
brazos se alza, como intentando alcanzarle. Un gemido colectivo se extiende a
lo largo de sus interminables filas.
Ostermman cierra la ventana. Vuelve a su
mesa y saca otra cosa del cajón. Una botella de brandy, pequeña y rectangular.
Apenas queda un dedo de líquido, y lo vacía de un trago. Deposita la botella
sobre el escritorio, tumbada, y la hace girar con un dedo, mientras se pregunta
con que puede amenazar a unos jóvenes sin futuro.
¿Al final lo retocaste no? Esta bien, ese si que es un internado terroríficamente y no el de Antena 3. Por cierto referente al tema de los zombis ¿Como crees que va a ser el final del cómic de “Los muertos vivientes” Ahora que han decidido acabarlo.
ResponderEliminarSi, está un poco retocado y también un poco acortado respecto al primer borrador que te pasé.
EliminarDe "Los muertos vivientes" estoy bastante desconectado últimamente. Ya hace algún tiempo que dejé de comprar los comics. Me quedé en el numero 30: el grupo se libra de los Susurradores, se unen a los soldados del Nuevo Orden, Michonne encuentra a su hija... No se si estoy spoileando algo porque también tengo pendiente de ver la última temporada de la serie, y está cada vez más desvinculada del comic.
No sabía que hubieran decidido darle un final. Una cosa que el autor dejó claro al inicio de la colección, fue que no tenía intención de darle nunca un final, que simplemente el protagonismo iría saltando de unos personajes a otros a medida que los primeros fueran muriendo devorados por zombis, asesinados por otros humanos, o simplemente de viejos..