EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS ¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Presentado por… el profesor Plot.
Saludos, ávidos lectores.
La creencia de que los cuerpos deben ser preservados en espera de una nueva vida es muy antigua. Está ahí prácticamente desde el inicio de la humanidad. Los cavernícolas empezaron a enterrar a sus muertos para mantener sus cuerpos lo más intactos posibles, a salvo de las alimañas y la intemperie y acompañados de alimentos y armas, para cuando despertaran. La momificación, el embalsamamiento, la idea de la resurrección de la carne, está presente en casi todas las religiones. La criosis no es más que una versión moderna de todo esto.
Las propias empresas dedicadas a congelar cadáveres tienen la obligación legal de advertir a sus potenciales clientes que el proceso causa daños celulares al cuerpo que son incompatibles con cualquier reanimación posterior, pero esto no detiene a los más desesperados. A pesar que ni la comunidad científica ni la médica avalan la criosis, actualmente existen muchos centros dedicados a esta forma tan particular de “inmortalidad”.
Las primeras clínicas criónicas comenzaron a aparecer a finales de los setenta, y levantaron bastante polémica en su momento. Naturalmente, nuestros autores de bolsilibro no podían dejar pasar la
oportunidad de escribir algo con esta temática.
Todo comienza con una fuerte discusión entre
los dos dueños de una de estas clínicas criónicas. El negocio es un completo
fracaso. Al alto coste de ocupar una de las cápsulas, se une también
el considerable gasto de mantenimiento mensual. El problema es que los
millonarios que pueden permitirse su ingreso en este particular club, pagan el
precio encantados… pero luego sus no siempre afligidos herederos se niegan a pagar
el mantenimiento de la cápsula durante mucho tiempo. Cuando el pago de las
mensualidades se interrumpe, los cuerpos son sacados de las cápsulas criónicas
y enterrados de forma convencional.
Hancock, uno de estos dueños, es el socio
inversor. Ha puesto todo el dinero necesario para la investigación y las
instalaciones, y lleva mucho tiempo acumulando pérdidas. El otro, Nilsson, es el
científico. Lleva el control de las máquinas y ha estado experimentando en
secreto con los cadáveres congelados, buscando (según él) mejores formas de preservar
los cuerpos.
La discusión crece en intensidad hasta que Hancock mata a Nilsson. Luego presiona botones al azar en las cápsulas que aún están ocupadas, para fingir una avería general y justificar la venta de las instalaciones. Desgraciadamente para él y afortunadamente para el lector, el desconocido tratamiento químico al que Nilsson sometió a los cuerpos, combinado con las alteraciones provocadas por Hancock a las cápsulas, da como resultado… sí, seguramente ya lo habéis deducido. Zombis.
Sus clientes, cinco
hombres y dos mujeres, salen de su estado criónico. Se reaniman, pero no
reviven. Continúan estando muertos, convertidos en cadáveres ambulantes.
Durante el tiempo que han estado muertos, sus mentes han tenido acceso a un
plano de conocimiento omnisciente que les han permitido saber lo que sus
herederos pensaban realmente de ellos. Esto hace que a medida que se van
reanimando (lo hacen de forma escalonada, no todos a la vez) abandonen la clínica
criónica en busca de esposas infieles y familias desagradecidas. Tan solo una
de las mujeres reanimadas vuelve a su antiguo hogar para despedirse de su
esposo, que se ha mantenido fiel a su recuerdo todo el tiempo. Una vez
satisfecha su venganza o (en este otro caso) tras unas últimas palabras de
despedida, los cadáveres andantes se rocían de algún líquido inflamable y se
pegan fuego a sí mismos para que sus mentes queden nuevamente libres de sus
cuerpos.
Es un bolsilibro algo atípico. El protagonista no influye prácticamente en nada en el devenir de los acontecimientos. Es más un espectador que otra cosa. Tiene un leve poder telequinético que utiliza solo en una ocasión, para abrir una puerta cerrada con llave. Tampoco se muestra especialmente asustado cuando se encuentra con los cadáveres reanimados, y no duda en enfrentarse a uno de ellos a puño limpio, con una serie de golpes de karate que habrían resultado letales en un humano normal.
¡Sí, además de telequinético e impasible, es
un karateka experto capaz de matar con sus manos! ¿Quién es este personaje con tan inusual combinación de
talentos? ¿Un agente especial de la CIA? ¿Un ocultista cazador de monstruos?
Pues no, es uno de los periodistas que acude a cubrir la noticia de la muerte
de Nilsson.
La historia está bien planteada, y en su momento era un tema muy original. La primera parte, sin embargo (la discusión entre Hancock y Nilsson) está muy alargada, y eso deja pocas páginas para todo lo demás. No se justifican de ningún modo las llamativas capacidades del periodista, le meten un romance con calzador faltando poco para el final para que todo quede más bonito, y la mayoría de los cadáveres son destruidos fuera de escena.
Lo mejor son las partes en las que se nos narran las acciones de los
cadáveres, mientras que los personajes vivos resultan menos interesantes,
por mucho karate y mucha telekinesis que les añadan para hincharlos.
Puedes ver otro libro de este autor pulsando aquí.
Mis amados muertos. 1982. Adam Surray [José López García] (texto) García (portada) Selección Terror nº 509. Editorial Bruguera S.A.
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