Presentado por...Zag.
¡Extra! ¡Extra! ¡El Vigésimoprimer Reto Escritubre nos trae esta vez un fanfic de amor de ambientación anime... o lo que nuestro demente redactor jefe interpreta como amor! ¡Extra! ¡Extra!
RETO 21: No podemos dejar de lado las escenas de acción en este Escritubre: elige tus dos personajes de cómic favoritos, los que sean más disímiles (si no eres amante de los cómics, pues de los dibujos animados de tu infancia), y déjanos una escena de acción... amorosa. ¿Qué quiere decir eso? Solo tú lo sabes, pero aquí queremos ver movimiento. ¿Están peleando porque se aman? ¿Están amándose porque se odian? ¿Están corriendo cariñosamente? ¿Están luchando juntos por el amor de alguien más? Amor y violencia... una gran combinación y un disparador divertido para este jueves.
LAS LÁGRIMAS DEL BOSQUE
Kenshiro se aproximó lentamente a aquel extraño bosque. Había pasado por allí menos de un mes atrás, y tenía claro que entonces no estaba. Los árboles, sin embargo, medían casi dos metros de altura, y tenían un aspecto recio y a la vez flexible. La madera era de un color verde oscuro que jamás había visto antes.
Desde el mismo instante en que se adentró entre los árboles, se sintió observado y rodeado de enemigos. Un llanto entrecortado lo había atraído hasta allí. El llanto de una niña, le pareció, y no tenía intención de abandonarla si estaba en peligro.
En la sala de mandos de la nave en la órbita terrestre, una altiva mujer de piel intensamente blanca observaba la escena gracias a la magnificación de las cámaras. A pesar de la distancia, los aumentos podían ajustarse los suficiente para distinguir las facciones del hombre como si lo tuviera al lado, de querer hacerlo.
- ¿Desea que activemos a las dendreras, majestad? - preguntó una de las operadoras de la sala. La mujer respondió con un movimiento de la mano en el que le ordenaba callar, y la operadora devolvió su atención al panel de instrumentos.
Kenshiro había llegado ya hasta el centro de aquel pequeño y compacto bosque. Allí, recostada contra un árbol y envuelta en una raída tela, estaba la niña que lloraba. Kenshiro se aproximó a ella con palabras de ánimo, preguntándole luego si se había perdido. La niña se limitó a seguir llorando, con el rostro escondido entre las manos.
- Ven. Te llevaré al asentamiento más cercano- le dijo tratando de tomarla en brazos. Fue en ese momento cuando notó que la sensación de peligro crecía. El llanto de la niña se convirtió en una risa malévola. La tela se deslizó por su cuerpo dejando ver que la niña era en realidad parte del árbol.
- ¡Activad a las dendreras, ahora! - gritó la mujer, y la operadora giró un dial en su panel de control. Una transmisión ultrasónica partió de la nave cubriendo todo el bosque. De inmediato, los árboles perdieron su tono oscuro volviéndose de un verde claro, casi blanco, y comenzaron a agitarse y cambiar. La madera se trocó en carne, y Kenshiro se vio de pronto rodeado por un centenar de mujeres pálidas y desnudas de largas y verdes melenas.
- ¿Vosotras? - preguntó con algo que en él era casi una exclamación, mientras se ponía en guardia. Llevaba meses enfrentándose a esas criaturas, y todavía no sabía lo que eran. Habían comenzado a aparecer sin más y a ocupar territorios uno tras otro. Hasta ahora, las que se había encontrado vestían uniformes negros, cascos con visor que cubrían la mitad de sus rostros, y portaban armas de fuego aún más avanzadas que las de antes de la guerra. No podía entender que una banda tan poderosa hubiese aparentemente surgido de la nada, y aún menos que estuviera tan bien equipada, y compuesta exclusivamente por mujeres absolutamente idénticas unas a otras.
Una de las extrañas mujeres, justo frente a él, agitó su cabellera a un lado y al otro con un par de rápidos movimientos. Sus largos cabellos, al posarse de nuevo, lo hicieron cubriendo su cuerpo como si se tratasen de una escotada túnica. Kenshiro supo en ese momento que ella había sido el árbol-niña que le había atraído a aquella trampa. La joven alzó una mano, y sus dedos se alargaron y agudizaron como si fueran espinas de un zarzal.
- ¡En nombre del Sagrado Imperio de la Amazonas, y de mi reina Rafflesia, te condeno a muerte, humano!
Aquello confirmaba la sospecha de Kenshiro. Eran las mismas mujeres. Nunca imaginó que pudieran tomar forma de árboles, pero se juró no volver a caer en esa trampa.
Una de las mujeres se lanzó hacia él. Esta vez iban desarmadas, pero todas presentaban esa característica de convertir sus dedos en espinas. Kenshiro se hizo a un lado esquivando el zarpazo de la amazona, pasó bajo su brazo extendido y le clavó el codo en las costillas, retirándose de inmediato. La amazona quedó paralizada por el impacto, y un segundo después su cuerpo estalló partiéndose en dos, esparciendo una nube de sangre verde vaporizada que llenó el aire de un fuerte olor a clorofila.
Las cuatro siguientes saltaron sobre Kenshiro a la vez, lanzando un aullido agudo y ensordecedor. Cada una fue recibida con un golpe seco y preciso en un punto clave de presión que paralizó su cuerpo y destruyó su organismo. Mientras las amazonas caían, sus cráneos y torsos comenzaron a hincharse y deformarse hasta reventar.
Ahora pasó al ataque, mezclándose entre ellas, que trataron infructuosamente de herirle con las garras. Le partió la columna vertebral a una de las guerreras de una patada, y el chasquido pareció más el de una rama al quebrarse. Varias amazonas se abrazaron a él, y sus brazos se alargaron y entrelazaron instantáneamente con los de las otras, como enredaderas creciendo a toda velocidad. Kenshiro lanzó un grito y separó de golpe sus propios brazos, arrancando de cuajo los de las amazonas, que se marchitaron y murieron mientras la sangre verde manaba de sus cuerpos mutilados.
A ojos de cualquier observador hubiera quedado patente que aquellas mutantes no estaban a su altura. Ni tan solo su mayor número parecía suponer una ventaja sustancial, ya que a Kenshiro le bastaba un solo golpe para matar a cada una de ellas. Su mayor arma eran aquellos agudos y sobrenaturales gritos que lanzaban tanto al atacar como al morir, que eran capaces de paralizar de miedo o aturdir a casi cualquiera que los oyera, pero que no parecían tener ningún efecto sobre su actual adversario.
En apenas un minuto, el número de las amazonas se había reducido tanto que estas pasaron de tratar de rodear a Kenshiro a agruparse para defenderse mejor de él. No sirvió de nada. Saltó hacia el grupo y se hundió entre ellas repartiendo golpes en todas direcciones, a tal velocidad que sus extremidades apenas podían ser vistas.
Las últimas amazonas se tambalearon, alejándose de él de espaldas, y una tras otra sus estilizados cuerpos reventaron dejando tras de sí solo charcos de savia verdosa y fragmentos de carne, que se secaron rápidamente tomando la apariencia de corteza de árbol.
Kenshiro se dio la vuelta para marcharse por donde había venido, pero una voz cargada de desprecio le retuvo.
- ¡Todavía quedo yo, humano! - era la líder del grupo, la que usaba su melena como túnica. Kenshiro no se volvió para responder:
- Tú ya estás muerta.
Y continuó alejándose lentamente. La amazona rugió de rabia e intentó saltar sobre él por la espalda, solo para descubrir que su cuerpo estaba paralizado de cuello para abajo. Miró con incredulidad a su propio plexo, en el que una marca morada crecía por momentos. Y empezó a sentir la fuerza del golpe que había recibido unos segundos antes. Una fuerza que parecía crecer sin cesar hasta ahogarla en un mar de dolor. El costillar de la amazona se abrió de dentro a fuera lanzando al aire sus órganos amarillentos.
En su nave, de pie frente a la enorme pantalla en la que veía al humano alejarse, Rafflesia murmuró a una de sus generales.
-Una división completa para el próximo encuentro. Y usaremos esclavos humanos de los pueblos como escudo. Prepáralo todo, Lannira.
La general dudó antes de responder.
-Mi reina… la superficie del planeta está al alcance de nuestra artillería orbital. Podemos abrasar con láser todo el cuadrante. Es imposible que sobreviva a eso. No tiene sentido arriesgar más soldados leales.
Comprendió su error tan pronto como terminó de hablar. Su reina se volvió hacia ella con una mueca de desprecio en su dé común hermoso rostro.
-He dicho una división completa. Y tú la dirigirás personalmente. Espero por tu honor que seas la primera en atacar y la primera en morir.
Inclinándose sumisamente, Lannira respondió:
- Así se hará, mi reina- y salió de la sala de control con paso marcial. No le importaba morir por su reina. Durante más de un milenio la había servido. Había puesto cientos de mundos a sus pies, pero aquello era diferente. Su reina se había enamorado al fin. Se había enamorado de un humano que ni tan solo sabía que ella existía y le observaba. No quería matarlo, sino derrotarlo, someterlo, tenerlo a su merced, para luego mostrarse misericordiosa y perdonarle la vida, para exhibir la magnitud de su ejército, su poder y su clemencia.
Eso era lo que su reina entendía por el juego de la seducción, y ahora la había convertido a ella en una letra más de la larga carta de amor que le estaba escribiendo a aquel guerrero terrestre aparentemente invencible.
Nota: para los que no conozcan a los personajes, Kenshiro es el protagonista del manga El Puño de la Estrella del Norte, mientras que la reina Rafflesia y sus amazonas son el antagonista principal de Capitán Harlock. La historia es un fanfic ambientado en el supuesto de que la invasión de las amazonas que vimos en el mundo futurista de Capitán Harlock se hubiese producido en lugar de eso en el mundo postapocalíptico de El Puño de la Estrella del Norte.
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