JUNTO A LA FOGATA
¡Eeeh, aquí estoy otra vez para amargaros el día! Ayer hubo mucha actividad en nuestro planeta y nadie pudo preparar algo para hoy. Lo cierto es que no sabría decir concretamente en que, pero estuvimos muy ocupados. Y como solemos hacer en estos casos, salimos del paso con uno de los relatos que escribe el jefe de vez en cuando. Este tiene unos tres o cuatro años y lleva el poco imaginativo título de...
Garn se marchaba, y todo el pueblo lo sabía. Llevaba una semana preparándose, sin decirle nada a nadie, pero no era necesario. Todos le habían visto afilar lenta y pensativamente su hacha, retensar su arco, reforzar sus botas con nuevas tiras de cuero. Todos le habían visto en el mercado, cambiando sus posesiones más queridas por cosas que su familia necesitaba. No pensaba volver. Garn se marchaba y sus padres y hermanos no trataron de impedírselo. Ya era un hombre, podía elegir su camino en la vida, aunque ese camino le llevase más allá del paso de las montañas, por el sendero que la Esfinge vigilaba.
Desde muy pequeño, Garn había manifestado curiosidad por la Esfinge. Recorría el pueblo preguntando a todo el mundo, a los viajeros y a los ancianos, sobre la naturaleza o antinaturaleza del monstruo que por alguna razón mataba a todos los que intentaban descender por el sendero de las montañas. Pero los viajeros nunca habían ido más allá del sendero, limitándose a viajar de una a otra de las Cinco Cimas, y los ancianos poco más podían contarle.
Se decía que el viejo Jerun, el más anciano de todos los habitantes de las Cimas, era quien más sabía sobre la Esfinge. Garn fue en su búsqueda.
Durante ocho días recorrió los caminos entre las cimas como un viajero más, hasta llegar al pueblo de Jerun. Las jóvenes del pueblo, que siempre esperaban atentas la llegada de extranjeros se sonrieron unas a otras, admirando la musculatura y el temple del recién llegado. La Esfinge impedía que la gente de las Cinco Cimas abandonase la escarpada montaña por el único camino practicable, y por ello se había establecido como ley que no debía haber matrimonios entre hombres y mujeres de un mismo pueblo, para impedir que esa comunidad cerrada degenerase.
Pero la decepción de las jóvenes fue terrible cuando se enteraron que el apuesto guerrero moreno estaba buscando a Jerun. No era el primero que llegaba con ese propósito, y al que luego jamás se volvía a ver ni en ese ni en ningún otro de los pueblos.
Aquel era el Pueblo de los Cabreros. Los animales llenaban las calles, deambulando por ellas junto con la gente. En los rostros rubicundos y cuerpos rollizos y hermosos de los hombres y mujeres de aquel pueblo se hacía patente que eran los que más acceso tenían a la leche y la carne de las cabras.
Garn pidió ver a Jerun, y le guiaron hasta él. El anciano era el único, que se supiera, que se había enfrentado a la Esfinge y había sobrevivido.
Sentados en el suelo uno frente a otro con las piernas cruzadas, Garn esperó respetuosamente a que el anciano terminara su agua de hierbas. En cuanto dejó el cuenco vacío en el suelo, el guerrero le pidió que le hablara de la Esfinge.
-¿Vas a enfrentarte a ella?- preguntó el anciano Jerun con un hilo de voz, en tono apesadumbrado.
-¡A enfrentarme a ella y a matarla!- exclamó Garn.
Jerun movió la cabeza.
-Por cientos de años nadie ha logrado abandonar la montaña. La Esfinge mata a todo aquel que lo intenta.
-Lo sé, anciano. Por eso vengo a buscar tu consejo.
-Si es mi consejo lo que quieres, jovenzuelo, aquí lo tienes: funde tu hacha y tu coraza, y fabrica con el metal las herramientas del oficio que te haga más feliz. Escoge una de nuestras muchachas y tómala por esposa. Vive muchos años, ten muchos hijos, y quítales a todos de la cabeza la idea de enfrentarse a la Esfinge tan pronto como empiecen a preguntar sobre ella.
Tras una larga pausa, Garn suspiró:
-A poco más de un día de camino hacia el este de mi poblado, está el acantilado. Desde allí puedo ver muy lejos. Puedo ver el mar… ¡él mar! Un charco de agua tan inmenso que parece infinito. Sobre él, a veces flotan unas estructuras. Mi abuelo me contó que son casas de madera donde vive gente, que las usan para viajar. ¡Gente que viaja dentro de casas sobre el mar! Veo también un pueblo, como el nuestro, junto a ese mar. Está tan lejos que las gentes que lo habitan parecen hormigas ¿Por qué no pueden venir ellos hasta aquí, a conocernos? ¿Por qué no puedo yo ir hasta allí, como puedo ir de una de las cimas a otra? ¿Por que no puedo vivir en una casa que viaja sobre el mar en lugar de aquí? Estoy decidido a intentarlo, anciano.
-Muchos lo han intentado antes…
-Sí, y también muchos han intentado descolgarse con cuerdas por los acantilados, y han muerto o han tenido que renunciar. ¿Acaso estamos condenados a permanecer por siempre en la cima de estas montañas? ¿Sin más sitio a donde ir que a uno de los pueblos vecinos? ¿Sin derecho a ver el mundo, a conocer otros lugares, otras gentes? ¿Limitándonos a esperar, quizá otros cien años, quizá otros mil, a que la Esfinge muera de vieja o decida marcharse? ¿Con que derecho ese monstruo se ha enseñoreado del camino de la montaña? ¿Con que derecho mata a los viajeros que intentan ir más allá del único camino practicable hacia las tierras bajas?
-Has de saber, guerrero…
-¡Guerrero! ¡Una palabra sin sentido! ¡Yo nací después de la última disputa entre pueblos! ¡Quizá nunca haya otra!
-Has de saber, muchacho, que cuando yo era joven, los ancianos aún decían que la Esfinge llegó para protegernos.
-¿Protegernos?- repitió Garn, incrédulo- ¿Ese monstruo? ¿De qué habría de protegernos?
-De otros pueblos de muy lejos, de mucho más allá del paso de las montañas y del borde del mar. Pueblos belicosos que amenazaban con destruirnos, hechiceros o sabios que mezclaban venenos... Se dice que fueron ellos los que envenenaron el aire. Por eso tuvimos que subir a las montañas para sobrevivir. Porque aquí arriba el aire era bueno todavía. Otros se escondieron en cuevas bajo el suelo, y se dice que...
Un escalofrió recorrió la espalda del anciano.
-...que algunos pasaron tanto tiempo escondidos bajo el suelo que olvidaron como salir. Otros simplemente se marcharon muy, muy lejos... cada uno sobrevivió al veneno como pudo. En aquella época los seres como la Esfinge eran más comunes. Había también dragones, gigantes, cíclopes y muchas otras criaturas que hoy tomamos por legendarias. Pero su tiempo pasó y fueron muriendo una tras otra, a la par que nuestros antepasados allanaban las cimas, reunían a las cabras salvajes y cultivaban la tierra. Y al final solo quedó la Esfinge, y la soledad la volvió loca. Y ella, que había sido traída aquí para protegernos, pasó de ser nuestra guardiana a convertirse en nuestra carcelera.
-¿Qué fue traída, dices? ¿Alguien la trajo aquí?
-Traída… o invocada… o creada mediante poderosa magia… y que esa misma magia la ataba a este lugar, impidiéndole marchar. Es posible que la Esfinge sea tan prisionera del paso de las montañas como nosotros mismos somos prisioneros de las cimas, pero… Las leyendas sobre la Esfinge no coinciden unas con otras. Quien sabe cuál pueda ser la verdadera, si acaso alguna lo es.
-Pero tú te enfrentaste a ella ¡y sobreviviste! ¿No hay nada que puedas contarme que me ayude a derrotarla?
Jerun inspiró profundamente.
-Esto es lo que puedo decirte, muchacho… La Esfinge es invencible. Permanece, grande e inmóvil, sentada sobre una roca. El aire que exhalan sus pulmones es tan cálido que quema la piel. Su voz es clara y suave, incluso seductora… Una tras otra lancé mis flechas sobre su cuerpo, y rebotaron quebradas. Su piel es invulnerable a las armas, y cuando lo comprendí y traté de huir…
El anciano descruzó lentamente las piernas, y Garn vio horrorizado que no tenía pies.
-Me los quemó la Esfinge cuando huía de ella. Sentí un enorme calor. Exhaló una llamarada por la boca que golpeó mis pies y los quemó, convirtiéndolos en carbones que se deshicieron bajo mi peso. A rastras, a través de las montañas fue como regresé a las Cinco Cimas. Mientras me alejaba, como si se burlara de mí, repetía su acertijo una y otra vez. Regresar con vida... esa fue la verdadera hazaña de mi aventura.
-¡El acertijo!- exclamó Garn -¡Así que es cierto! ¡La Esfinge plantea un acertijo a los viajeros, y solo ataca a aquellos que no logran resolverlo!
Aquello era una buena noticia. Desde pequeño Garn había memorizado cada cuento, leyenda, adivinanza y acertijo que oía, incluso recitaba con increíble soltura cualquier trabalenguas inimaginable. En las ocasiones en que un viajero llegaba de otro de los pueblos, Garn le acosaba hasta obtener de él todos los nuevos enigmas que la gente hubiera inventado. Para él, aquello había sido siempre tan importante como entrenarse con el hacha y desarrollar su forma física.
-Sí… eso es cierto- musitó Jerun -Yo disparé mis flechas contra la Esfinge cuando me planteó su acertijo y no hallé respuesta alguna que darle. Cuando noté crecer la impaciencia en su dulce voz, cuando comenzó a moverse para saltar sobre mí… pero de nada sirvió.
-¿¡Cual era la pregunta, anciano!? ¡Dime cual es el enigma de la Esfinge!
Jerun se llevó una mano a la frente, lamentando haber hablado tanto.
-Yo… yo no recuerdo…
-¡Debes recordar, anciano! ¿Cuál era el enigma?
-Hijo mío… si he de ser totalmente sincero contigo… no pude hallar la respuesta porque ni siquiera llegue a entender la pregunta.
Garn se puso en pie. Estaba decidido a intentarlo de todos modos. Se despidió del anciano y ya estaba casi en la puerta de la choza cuando la voz de Jerun lo detuvo.
-Yuvin.
Garn se volvió a mirarlo.
-¿Cómo dices?
-Yuvin- repitió el anciano -Rubia. Ojos azules. Mejillas sonrrosadas. Con dos trenzas hasta la cintura. Demasiado entrada en carnes, opinan algunos, pero no saben lo que dicen. A estas horas debe estar en el mercado, curtiendo pieles. Es una de mis nietas. Tiene quince años y estoy bastante seguro que no ha tenido trato con hombres, todavía. Viniste a mí buscando un consejo, guerrero, y aquí tienes el mejor que soy capaz de darte… olvídate de la Esfinge. Piensa en Yuvin.
Garn abandonó la choza del anciano. Aunque esperaba obtener de él ayuda e información para derrotar a la Esfinge, éste solo había logrado inquietarlo más. Cruzó el pueblo en largas zancadas, sin prestar atención a las miradas y murmuraciones de la gente. Al pasar por el mercado, no pudo evitar buscar con la mirada a una joven rubia y regordeta, con un par de largas trenzas, en la zona de los peleteros. La vio. Durante los siguientes dias, tal como le había aconsejado Jerun, pensó bastante en Yuvin. Pero no se olvidó de la Esfinge.
El aire era picante en el paso de la montaña. Hacía arder los pulmones, hacía que la piel escociera y los ojos lloraran. Se decía que en aquel lugar el aire era así por el aliento de la Esfinge, que el aire picante emanaba de ella y era el motivo por el que en el paso de la montaña todas las plantas crecían mustias y retorcidas, cuando lograban crecer. Moviéndose con precaución entre las inalcanzables paredes de roca, Garn encontró los restos calcinados de anteriores viajeros que habían desafiado el enigma de la Esfinge. Restos cada vez más frecuentes, de huesos renegridos y armas fundidas, hasta llegar al punto en que el propio suelo era una alfombra de cenizas negras y fragmentos carbonizados.
Al doblar un recodo vio algo ante él, sobre una roca alta. Una forma enorme que se sostenía sobre cuatro recias patas y no se asemejaba a ningún otro animal que él conociera. Él había esperado piel o pelaje, o incluso plumas, pero la Esfinge parecía cubierta por un caparazón del mismo color de la roca, como el de un insecto.
Haciendo acopio de valor, pensando que impresionaría a la Esfinge con ello, Garn no había echado mano de sus armas. El arco colgaba de su hombro y el hacha permanecía en su funda. Alzando la voz, cuyo eco rebotó en las inmensas paredes de roca, anunció desafiante:
-¡Esfinge! ¡Soy Garn, de las Cinco Cimas! ¡He venido a resolver tu enigma… o a darte muerte, si no atiendes a razones!
La forma se movió levemente, como si se desperezara, y la sensación de picor en la piel y los ojos de Garn se incrementó de golpe. La voz de la Esfinge llegó poderosa, femenina, resonando por todas partes, suave y amable pero rebosante de autoridad.
-Solicito clave de acceso perimetral. Código de seguridad 34872209/E. Aviso de mantenimiento: detectadas microfisuras en el aislamiento de la pila atómica. Se recomienda no aproximarse a menos de ochocientos metros de esta unidad sin la debida protección.
Garn se quedó estupefacto. Si aquello era el enigma de la Esfinge, era lo más críptico que jamás había escuchado. Ni tan solo, como le dijo Jerun que le había ocurrido a él, era capaz de entender la pregunta.
-No… no te entiendo, Esfinge… ¿Cuál es el enigma? ¡Plantea tu pregunta en términos justos y ten por seguro que la resolveré!
La Esfinge se movió más rápido. Se acercó a él emitiendo chirridos metálicos. ¿Acaso el caparazón que la cubría por entero eran piezas de armadura? Una luz roja incandescente comenzó a brillar en el centro de la protuberancia que Garn suponía que era la cabeza. Su voz sonó ahora con más fuerza, en un tono que no admitía discusión.
-Esta es una violación de la zona de cuarentena 34872209/E. Se requiere de inmediato un código verbal de identificación de grado tres o superior. Aviso de seguridad: estoy en disposición de emplear fuerza letal contra los infractores.
Garn comprendió que el monstruo se preparaba para atacarle con su hálito de fuego. Echó mano a su hacha. Apenas empezaba a sacarla de la funda cuando de la cabeza de la Esfinge partió un rayo de energía que impactó en su pecho, atravesó su coraza, y elevó instantáneamente la temperatura de su cuerpo en quince mil grados, haciéndolo estallar reducido a un puñado de carbones incandescentes.
La máquina centinela a la que las gentes de las Cinco Cimas llamaban Esfinge examinó los alrededores en busca de más intrusos, y al no encontrarlos, volvió a sumirse en su largo sueño. Hasta donde ella sabía, la guerra todavía no había terminado, y las fronteras debían seguir siendo protegidas por el bien de la población.
¡Muy bueno! Me ha gustado. Después de leer varias historias tuyas, me esperaba una conclusión del estilo de la que has planteado. Lo que no estaba claro era si el final iba a ser favorable o desfavorable para el héroe. En general, tus relatos suelen terminar mal, cuanto mejor pintan (aquí has trabajado mucho el aspecto de la preparación para el enfrentamiento con la esfinge) peor terminan.
ResponderEliminar🤔Mmm... Finales predecibles... Sí, supongo que muchos de los finales de mis historias lo son. Para mañana ya tengo algo preparado, pero pasado mañana pondré otra que tengo por ahí, a ver que te parece el final de esa 😁
EliminarEstaré encantado de leer más. No digo que sean predecibles tus finales, sino que en esta ocasión, ha sucedido lo que yo pensaba que iba a suceder. La segunda parte, de historias que acaban mal o bien, es otra cosa independiente, yo ahora mismo recuerdo más que terminan mal (el héroe muerto, devorado, perdido...) O bien es que esos finales son más impactantes y se graban más en la memoria, también puede ser.
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