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lunes, 20 de mayo de 2024

VIAJE AL PRETÉRITO

 EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS                                                                                 ¡ALERTA DE EXPOILERZ!                                                                                              

                                             Presentado por… el profesor Plot.

 

Saludos, ávidos lectores.

Bueno, bueno, por fin un bolsilibro después de tanto tiempo leyendo casi exclusivamente comics. Y de tiempo va la cosa, precisamente. De viajes de ida y vuelta al pasado, concretamente. De ahí el estrambótico título de Viaje al pretérito. Los pretéritos perfectos simples o indefinidos, imperfectos, pluscuamperfectos y anteriores, son los tiempos verbales que se emplean para referirse al pasado. 

Admito que en mi época de estudiante nunca fui capaz de distinguir unos de otros por el nombre y a pesar de ello jamás tuve tampoco ninguna dificultad a la hora de leerlos, escribirlos, conjugarlos, interpretarlos o usarlos correctamente. El caso es que los pretéritos indican pasado, y al autor del libro el título de Viaje al pasado debió parecerle muy gastado. La historia que nos cuenta no destaca especialmente entre el promedio de los bolsilibros, pero desde luego lo peor que tiene es el absurdo título.

En un futuro indeterminado todo el continente Europeo, la cuna de la civilización humana, ha sufrido la peor parte de una guerra atómica mundial. El territorio europeo está devastado y en él solo quedan vivas unas cuatro millones de personas. Estos supervivientes se han deformado debido a las radiaciones y varias cepas de toxinas liberadas sobre ellos, y básicamente se han convertido en espantosos mutantes. Los mutantes no son violentos y con la medicina moderna el estado de gran parte de ellos se podría revertir, pero los actuales gobernantes del mundo (los tres presidentes estadounidenses, que lo son de forma simultánea como en un triunvirato romano) han decidido exterminarlos para ocupar Europa y apoderase del territorio y sus recursos.    

El doctor Templer fue el principal responsable de desarrollar los virus que contribuyeron a la destrucción y mutación de la población europea, algo de lo que ha tenido un par de décadas para arrepentirse. Cuando el gobierno le exige que desarrolle nuevas enfermedades que acaben con todos los que quedan, este se niega. Recurriendo a las leyes del momento, el gobierno arrebata al doctor Templer su único hijo, ya que se considera que sus padres, debido a su falta de sometimiento absoluto a sus presidentes, son una mala influencia para el niño. Me recuerda a una ministra española que no hace tanto dijo aquello de “No podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres” refiriéndose concretamente a que los padres no deberían tener ningún derecho a decidir sobre la educación moral e ideológica de sus hijos, y que esta debía ser dejada totalmente en manos del gobierno. Da miedo cuando te das cuenta de que lo que cuarenta años atrás era una distopía de ciencia ficción, ahora forma parte de tu día a día ¿verdad? 

En fin, el caso es que el gobierno, para forzar al doctor Templer a obedecerle, le arrebata la custodia de su hijo (literalmente envía a unos agentes a detener al niño en su propio colegio), lo retiene en un lugar que se niega a desvelar, y amenaza a los padres con lavarle el cerebro al chaval para que éste no los recuerde. Templer y su esposa Carol prefieren que su hijo les olvide antes de que les recuerde como unos genocidas. Una cosa es desarrollar virus para matar a los soldados enemigos en medio de la locura de una guerra, y otra muy diferente hacerlo para exterminar a los indefensos y ya inofensivos supervivientes mucho después de que ésta haya terminado.

A Templer el rapto de su hijo le ha pillado por sorpresa, pero sabiendo que el siguiente paso del gobierno será arrebatarle a su mujer, ambos deciden huir ¿Pero donde huir para que el gobierno no les encuentre? Pues tal como nos indica el título, huirán al pretérito pasado. Casualmente, poco antes les había visitado un viejo amigo (también científico) que les había revelado estar en posesión de la primera y por el momento única máquina del tiempo que existe. Casualmente… o no, ya que la máquina es funcional y él la probado viajando al futuro, y por tanto enterándose de lo que les va ocurrir, y de que lo van a necesitar. No les reveló nada de lo que les iba a suceder porque eso de tratar de evitar un futuro conocido nunca termina bien. Solo les visitó para hablarles de la máquina porque sabía que ellos necesitarían huir y esconderse, y que el mejor lugar para hacerlo sería otra época.

Templer y Carol tienen un viejo modelo de robot mayordomo llamado Wilky. Lo dejan al cuidado de la casa y se marchan a buscar a su amigo. Notamos que el viejo Wilky no es simplemente un robot más cuando, al quedarse solo en la casa, lo primero que hace es tomar la tarjeta con el número de teléfono y el nombre de ese amigo y quemarla sin haber recibido ninguna instrucción al respecto.

Ya en casa de su amigo, este les muestra su máquina; una especie de esfera que es capaz de enviar a otra época tanto a sí misma como únicamente su contenido. Cuando el científico se dispone a enviar a los Templer un siglo atrás, aparece un agente del gobierno y le dispara a la cabeza. El cadáver manotea el panel de mandos, enviando al matrimonio mucho más atrás de lo previsto, a los años del Salvaje Oeste. Aparecen allí sin nada más que las ajustadas y estilizadas ropas que llevaban puestas, que a ojos de los habitantes de aquella época son alguna clase de cómico pijama. Los Templer justifican esto diciendo que acaban de llegar de Europa y les han asaltado unos bandidos, que les robaron todo incluidas sus ropas. Son acogidos en la granja de un hombre viudo que vive con sus dos hijos, y pasan una larga temporada con ellos.

Procedentes de una época muy posterior y mucho más avanzada, Templer y Carol carecen de habilidades que les puedan ser útiles a sus anfitriones. Él es un inútil total en lo que se refiere a montar a caballo o tratar con ganado, y ella es incapaz incluso de destripar y pelar un pollo para cocinarlo. Vienen de una cultura donde la comida se compra ya preparada y casi todo el trabajo duro o manual está automatizado, así que básicamente se convierten en una carga para su familia de acogida. La cosa cambia cuando Templer se entera de que una enfermedad está acabando rápidamente con todo el ganado de la zona, y los veterinarios se ven incapaces de atajarla. Empleando sus conocimientos de virología y el escaso y tosco material del que logra disponer, improvisa una cura para los animales que le hace ganarse el respeto y afecto de la familia.

Templer y Carol ya se han hecho a la idea de vivir en esa época (de todos modos, carecen de los medios para volver) cuando llegan hasta ellos varios agentes del gobierno de su propia época. Han tardado un tiempo en averiguar cómo funcionaba la máquina del tiempo, pero han logrado hacerlo, y descubrir a donde (o mejor dicho, a cuando) huyeron. Raptan a Carol y conminan a Templer a preparar una cepa vírica extremadamente contagiosa y letal. Y no solo para acabar con los mutantes europeos. El malestar de los propios ciudadanos estadounidenses por los abusos de su gobierno ha llegado a tal punto que todo el país ha estallado en revueltas. El triunvirato presidencial quiere diezmar con la cepa a su propia gente para calmar los ánimos. Su plan es extender una pandemia que mantenga a la población recluida en sus casas por temor al contagio, y así acabar con las revueltas en contra del gobierno.

Los tres presidentes, junto con una enorme escolta armada, se trasladan al Salvaje Oeste para hablar con Templer. Pero hay una cosa con lo que ninguno de ellos ni tan solo el mismo Templer habían contado. Un protagonista que ha permanecido en las sombras en todo momento. El viejo robot de servicio, Wilky. Él escuchó las conversaciones entre Templer y su amigo, y las demandas de los agentes del gobierno que se presentaron en su casa. Grabó en sus bancos de datos el teléfono y dirección de la tarjeta de visita que quemó para que nadie más la viera. Abandonado en la casa ahora deshabitada durante meses, ha estado siguiendo las noticias sobre las revueltas mientras los engranajes lógicos de su cerebro electrónico giraban y rechinaban, sacando sus propias conclusiones. 

A falta de órdenes, Wilky ha tomado decisiones. Cuando la máquina del tiempo aparece cerca de la granja en la que Templer vive ahora y el triunvirato presidencial y su escolta la abandonan, Wilky les está esperando. Él se infiltró en el laboratorio donde la máquina se guardaba y se envió a si mismo al pasado a fin de estar listo para recibirles. Detona una potente bomba qué estuvo fabricando, destruyéndose a sí mismo junto a los presidentes y su escolta, y dejando la máquina del tiempo intacta y en manos de Templer.

Un epilogo nos revela que Templer volvió a su época y se reunió con su mujer e hijo. Desaparecidos los presidentes, el gobierno no tardo en reestructurarse a mejor (probablemente estos tenían muchos detractores incluso en su propio gabinete). Los mutantes europeos están siendo asistidos en lugar de exterminados, y Templer todavía llora de tanto en tanto al recordar al viejo Wilky. También se nos da a entender que el granjero que los acogió llegó a deducir que Templer y Carol, de algún modo, vinieron de otra época y habían terminado por regresar a ésta.

La verdad es que no está nada mal, comparado con otras historias de ciencia ficción que hemos leído de este escritor. Tiene alguna que otra pequeña inconsistencia, pero casi todas las historias de viajes en el tiempo las tienen. Reitero que lo que menos me ha gustado de este bolsilibro es el título, que entiendo que pretendía sonar a original pero realmente yo lo encuentro ridículo.

Puedes ver otro libro del mismo autor pulsando aquí.

Viaje al pretérito. 1983. Law Space [Enrique Sánchez Pascual] (texto) García (portada). Héroes del espacio nº 145. Ediciones Ceres S.A.  

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