EL ORÁCULO DE LAS VISIONES ¡ALERTA DE EXPOILERZ!
¡Saludos, amigos cinéfagos!
Buscando un lugar fresquito y a la sombra en el que esconderme del inclemente sol que está haciendo estos días, terminé por caer a una antigua civilización subterránea y eso me recordó inmediatamente a esta película. La he desempolvado para verla y reseñárosla, por si os apetece ir de visita al lugar de origen de los famosos hombres-topo.
Seguramente habréis visto alguna referencia a los hombres-topo en películas o series. Es, al igual que el famoso grito Wihelm, una especie de broma recurrente en el cine y la televisión norteamericanas. Creo que incluso en algún capítulo de Los Simpson los mencionaban. Y vienen de aquí, de esta película de 1956 filmada en solo diecisiete días, cuyo título original es The Mole People (La gente topo). En España recibió el más enigmático y no del todo inadecuado Bajo el signo de Ishtar.
La película empieza con un prólogo de unos cuatro minutos. En él un docto individuo con aspecto de saber de lo que habla nos larga directamente a los espectadores un monólogo sobre las distintas versiones de la teoría de la Tierra hueca y trata de presentarlas como algo factible. Admite que lo que vamos a ver a continuación solo es una historia de ficción, una invención, una fantasía, pero que por lo que sabemos, algo así podría llegar a ocurrir.
Los protagonistas son un grupo de arqueólogos (Jud, Roger y Lafarge) que tras un terremoto cerca de donde estaban excavando encuentran una entrada a las ruinas de una ciudad subterránea sumeria, de unos cinco mil años de antigüedad. El acceder a ella les cuesta la muerte accidental de sus ayudantes, y un derrumbamiento los deja encerrados bajo tierra, sin posibilidad de volver a salir por donde entraron.
Les sorprende descubrir que la atmósfera no está viciada. Hay una corriente de aire regular que se renueva, indicativo de otros accesos al exterior, y los muros están cubiertos por minerales o químicos que producen una luminiscencia natural casi equivalente a la luz del día. Cuando se detienen a descansar, surgen del suelo los famosos hombres-topo, que los atrapan y se los llevan con ellos. Los hombres-topo son unos seres humanoides dotados de piel gruesa y grandes garras, monstruos a todas luces, pero no animales. Visten ropas toscas y colocan sacos sobre las cabezas de los arqueólogos para cegarlos cuando los capturan.
Los encierran en una celda y poco después otros seres vienen a buscarlos. Esta vez son claramente humanos, pero albinos todos ellos. Son los descendientes de antiguos sumerios cuya ciudad quedo sepultada tras un cataclismo miles de años atrás. Afortunadamente los arqueólogos conocen bien la lengua sumeria y se entiende que el resto de la película es eso lo que todos hablan. Aquí hay que ser un poco tolerantes, porque aunque es posible que sean capaces de traducir el sumerio escrito, actualmente nadie sabe cómo se pronunciaba. E incluso en este caso, el idioma cambia y evoluciona mucho en cinco mil años, pero tampoco vamos a darle muchas vueltas a eso. La historia tiene que avanzar y no hubiera sido creíble para la trama meter aquí una secuencia en la que viéramos a los protagonistas pasarse meses aprendiendo a pronunciar correctamente el sumerio.
El rey de esta civilización subterránea los toma en un principio por monstruos, ya que estos sumerios creen ser la única población humana que existe. Han glorificado aquel cataclismo que hundió su ciudad en las entrañas de la tierra, creando en torno a esto una leyenda según la cual toda la vida en la superficie fue aniquilada y ellos en realidad fueron unos privilegiados, salvados por su diosa Ishtar.
El rey condena a los arqueólogos a muerte. Estos tratan de huir por unas cavernas carentes de iluminación química. Lafarge muere debido a heridas que había recibido previamente y sus compañeros lo entierran allí mismo bajo un montón de gravilla suelta. Cuando Jud y Roger encienden una linterna que llevan con ellos para iluminar el camino, los guardias albinos que los persiguen (hipersensibles a la luz brillante) huyen cegados y espantados creyendo que se trata de algún tipo de arma mágica. Tomados ahora por dioses enviados por Ishtar para guiarles, Jud y Roger son elevados a la categoría de huéspedes de honor y deciden que lo mas seguro es mantener esa fachada de divinidad. Para justificar la ausencia de Lafarge, y puesto que “al ser dioses” no pueden admitir que éste ha muerto, le dicen al rey que Ishtar lo ha vuelto a llamar a su presencia y por tanto ha sido transportado al paraíso de los dioses.
Conversando con el rey y su sumo sacerdote, Jud y Roger descubren que las condiciones en las que viven los sumerios subterráneos son extremadamente precarias. La base de su alimentación son los hongos, pues es lo único que es posible cultivar bajo tierra. Disponen de cabras que, al igual que ellos mismos, deben descender de las que sobrevivieron al cataclismo inicial, y que también se alimentan de hongos. El agua la obtienen de un rio subterráneo que igualmente les provee de peces, pero eso es todo. Hay un momento en que el rey les dice que su población total es de “Dos veces sesenta, más la mitad”, es decir 60+60+30, ciento cincuenta personas. Esta población se ha ido reduciendo cada vez más con el paso del tiempo, puesto que ellos mismos la van ajustando a la que su producción de alimentos es capaz de mantener. El exceso de población se elimina haciendo entrar regularmente a personas escogidas a una misteriosa cámara de sacrificios, de la que son sacados horas después completamente abrasados, como si la sala fuese un gigantesco horno. En el dintel de las grandes puertas de esta cámara está el signo de su diosa principal, Ishtar, puesto que ellos creen que los así sacrificados son enviados a su diosa como una ofrenda, muestra de su devoción hacia ella.
En una de sus conversaciones con el rey, ven como una sirvienta es flagelada por su torpeza al servir la mesa. Esta sirvienta, llamada Adad, no es albina, sino que conserva su pigmentación. El rey les explica que en contadas ocasiones nacen personas así, y estas siempre son convertidas en esclavos por ser considerados un vestigio atávico e inferior de su raza, más similares a los hombres-topo que a los humanos. Cuando Roger impide a un guardia que siga azotando a Adad, el rey se la regala como su sirvienta personal. En privado, Roger le confiesa a Adad que él y su compañero no son dioses y que solo pretenden volver a su mundo de la superficie. Adad, tratada con amabilidad por primera vez en su vida, se enamora de Roger y se vuelca en ayudarles, manifestando su deseo de ir a la superficie con ellos cuando estos encuentren el modo de hacerlo.
Jud y Roger dedican el tiempo que no son requeridos por el rey para tratar de encontrar una salida a la superficie a través de la cual escapar de ese manicomio subterráneo. Debe haberla por la renovación constante de aire, pero Adad no sabe nada al respecto y no se atreven a preguntar directamente a nadie más ya que eso destruiría su tapadera ¿Cómo es que no lo saben, si son dioses? ¿Por qué necesitan un camino físico para abandonar su ciudad, cuando su compañero simplemente ascendió al paraíso al ser llamado por Ishtar?
Deambulando por su cuenta por las cavernas no iluminadas, es como descubren el papel de los hombres-topo en todo esto. Son una raza esclava de los sumerios. Son los hombres-topo los que cultivan los hongos y excavan en busca de metales para las forjas. Los guardias los tratan a latigazos, los mantienen famélicos, y castigan cualquier indisciplina grave matándolos sin miramientos. Los hombres-topo también se alimentan de hongos, pero su hambre es tal que cuando pueden roban los cadáveres de los sumerios para devorarlos, lo que desencadena otra oleada de castigos. A pesar de su monstruoso aspecto, los arqueólogos salen un par de veces en defensa de los hombres-topo al ver el trato que reciben, valiéndose de la autoridad que les ha conferido el rey y de la luz de su “cetro de fuego”, cuyas pilas se van agotando rápidamente.
Entretanto, el sumo sacerdote de Isthar está buscando la forma de acabar con ellos. Su presencia hace que su posición de poder como portavoz de la diosa se tambalee. Envía a sus sacerdotes a seguir discretamente a los extranjeros y aprovechar cualquier oportunidad que se les presente para apoderarse de su “cetro de fuego” sin el cual afirma que no son más que hombres comunes y corrientes.
El sumo sacerdote de Ishtar arengando a los suyos delante de un mural con inscripciones que, como podéis comprobar, son claramente sumerias...
También aprovecha cualquier oportunidad que se le presenta para poner al rey y los guardias en su contra. Logra convencer al rey cuando unos guardias encuentran el cadáver de Lafarge, demostrando así que no volvió al paraíso de Ishtar, sino que era simplemente un mortal más.
Tras esta revelación el rey le da al sumo sacerdote entera libertad para actuar. Este hace que les sirvan un narcótico en su siguiente plato de hongos. Jud y Roger son encerrados en la cámara de la muerte para ofrecérselos como sacrificio a Ishtar, y el sumo sacerdote se apodera de la linterna que, él no lo sabe, ya ha agotado las pocas pilas que le quedaban.
Al ver que van a sacrificar a sus nuevos amigos, Adad corre a la caverna de los hombres-topo. Antes de eso ya habíamos visto una escena en la que, tras interrumpir otro castigo a un grupo de hombres-topo por parte de los guardias sumerios, uno de estos seres particularmente alto se acercaba a Jud y Roger y se quedaba mirándolos fijamente, mientras movía las mandíbulas como si intentara hablar con ellos. De algún modo que no vemos, Adad sí logra establecer un entendimiento con los hombres-topo, y los convence para que ataquen en masa a los sumerios. Los hombres-topo, que gracias a las intervenciones de los arqueólogos han visto como la autoridad de los guardias para castigarles se ha ido reduciendo cada vez más, consideran que ha llegado el momento de librarse de ellos.
Los hombres-topo salen de sus cavernas y se lanzan contra los guardias haciendo una matanza. También el rey y el sumo sacerdote caen ante ellos, mientras este último agita inútilmente la linterna creyendo que basta con desearlo para que esta emita su rayo de luz. Mientras el combate se decanta rápidamente para los hombres-topo, Adad trata de abrir sin éxito las grandes puertas de la cámara de sacrificios para comprobar si Jud y Roger siguen vivos. Al ver lo que trata de hacer, un grupo de hombres-topo embiste las puertas y rompen sus cierres, huyendo a continuación aterrados cuando un fuerte resplandor sale de esta. Adad se adentra en este letal resplandor solo para descubrir que… la temida y misteriosa cámara de sacrificios no es más que un ancho conducto vertical que lleva directamente al exterior, probablemente un conducto de ventilación excavado por los primeros supervivientes.
Los miles de años de adaptación a las cavernas que convirtió a los sumerios en albinos les han vuelto tan sensibles a la luz directa del sol que este conducto de ventilación que mantiene la vida en el subsuelo ha terminado por ser también una fuente de muerte. Los elegidos para ser sacrificados simplemente morían abrasados por la luz del sol durante las horas diurnas en el exterior, y cada vez que las puertas de la cámara se abrían para arrojar a las victimas o retirar sus cadáveres carbonizados, la corriente de aire se restablecía y este se renovaba. Adad es inmune al efecto destructor de la luz solar debido a su rasgo recesivo de conservar la pigmentación. Dentro de la cámara de sacrificios, Jud y Roger se encuentran naturalmente indemnes, y junto con Adad emprenden la escalada a la ansiada superficie.
Los tres alcanzan el exterior mientras el último vestigio de la civilización sumeria es aniquilada por la furia de los hombres-topo, y estos recobran la libertad. Y la película podría haber terminado aquí, pero cuando Roger, Jud y Adad se están alejando del conducto, de regreso al campamento de los arqueólogos, se produce un nuevo temblor de tierra. Aterrada por este suceso inesperado en un mundo en el que todo resulta nuevo para ella. Adad corre instintivamente de regreso hacia lo conocido, hacia el conducto que lleva a su mundo subterráneo, y unos escombros caen sobre ella matándola en el acto.
Esta muerte a pocos segundos de terminar la película se siente tan innecesaria que provoca verdadero malestar. Al parecer en la versión del director Adad se salvaba, pero en los pases a los productores estos manifestaron preocupación por que los espectadores pudieran imaginar que ella y Roger terminarían teniendo hijos. Y esto, que hoy en día sería lo esperable, en aquella época se sentía como inadecuado, por esa fobia generalizada que los norteamericanos aún le tenían al mestizaje. ¿Un hombre civilizado teniendo hijos con una mujer de una sociedad primitiva y adoradora de otros dioses? Eso no les parecía un buen final. Los productores ordenaron cambiarlo por otro en el que Adad muriera, cortando de golpe con toda especulación respecto a una hipotética descendencia entre ambos.
Este final recuerda mucho al de Horizontes perdidos (Lost Horizon, 1937) en la que unos hombres llegan accidentalmente a una comunidad tibetana llamada Shangri-la, donde la gente envejece mucho más lentamente de lo normal. El lugar es un remanso de paz, y aunque inicialmente se plantean el quedarse allí, finalmente deciden volver al mundo al que pertenecen y a las obligaciones que tienen en él. Una joven de esa comunidad, enamorada de uno de ellos, decide acompañarlos. Pero cuando se alejan de Shangri-la, la joven, que llevaba cientos de años viviendo allí, envejece aceleradamente muriendo en pocas horas durante el descenso. Es un modo de privar a los exploradores de la mejor prueba posible de que todo lo que han vivido ha sido real, imposibilitar que demuestren al mundo sus descubrimientos, y hacer que las civilizaciones que el destino decidió hundir en el olvido... permanezcan olvidadas.
Personalmente me encanta esta película. Tuvo un presupuesto ínfimo y ya he comentado que se rodó en poco más de dos semanas. Los productores recortaron tanto los gastos que se aprovechó utilería de otras producciones, y si se vistió a los hombres-topo fue solo para que la mayor parte de su cuerpo estuviera cubierta por trapos, limitando así el maquillaje a sus cabezas y garras excavadoras. Ya os habréis fijado que el mural sumerio que vemos en uno de los fotogramas no es precisamente sumerio, sino el decorado que en otra película se empleó para el interior de una pirámide egipcia, y detalles así.
Por otra parte, lo que se logró con ese presupuesto mínimo me parece magnífico. Las escenas de los hombres-topo surgiendo del suelo o hundiéndose en él están muy logradas, y la historia en sí me gusta mucho, especialmente el detalle de que el conducto de ventilación terminara por convertirse merced al tiempo y la superchería en una ritualizada cámara de ejecución divina. Vista hoy en día resulta muy ingenua y repleta de fallos, pero actualmente se hacen cosas mucho peores con cien veces el presupuesto y el tiempo de rodaje que tuvo esta.
The Mole People. 1956. László Görög (guion) Virgil W. Vogey (dirección) John Agar, Hugh Beaumont (actores principales) Cynthia Patrick (actriz principal). Universal Pictures. Editada en DVD en 2009 por L´atelier 13 Pictures.
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