MENSAJE DEL SUPERVISOR GENERAL: todas las fotos que aparecen con la dirección de este blog sobreimpresionada son de artículos de mi propiedad y han sido realizadas por mí. Todo el texto es propio, aunque puedan haber citas textuales de otros autores y se usen ocasionalmente frases típicas y reconocibles de películas, series o personajes, en cuyo caso siempre aparecerán entrecomilladas y en cursiva. Todos los datos que se facilitan (marcas, fechas, etc) son de dominio público y su veracidad es comprobable. Aún así, al final de la columna de la derecha se ofrece el típico botón de "Denunciar un uso Inadecuado". No creo dar motivos a nadie para pulsarlo, pero ahí esta, simplemente porque tengo la conciencia tranquila a ese respecto... ¡y porque ninguna auténtica base espacial está completa sin su correspondiente botón de autodestrucción!

lunes, 27 de enero de 2025

LEYENDAS DE CASTILLA (4)

 

                                           Comunicado del Supervisor General.

Terminamos con los relatos de Leyendas de Castilla que comenzamos como parte del “ciclo” de Lecturas con el gatín. Ahora que ya no tenemos con nosotros al gatín no tiene mucho sentido mantener este nombre, pero la experiencia nos ha servido para comprobar que la mejor forma de reseñar antologías de relatos cortos es esta, por partes, ya que así le podemos dedicar más tiempo a cada uno. 

Para los que estabais siguiendo este ciclo por enteraros de como evolucionaba el tuertito, seguiremos publicando cosas sobre él en el apartado Historia de un gatito, que podéis encontrar en las ventanas laterales e iremos actualizando de vez en cuando, a medida que nosotros mismos nos vayamos enterando de cosas.

Las leyendas que nos quedaban por comentar son las siguientes:

El papamoscas de la catedral. Esta leyenda nos cuenta el origen del papamoscas (autómata medieval) que aun puede verse en la catedral de Burgos. A los autómatas se los conocía popularmente como papamoscas (comedor de moscas o espantador de moscas) porque tenían un movimiento limitado que llevaban a cabo a trompicones, como si estuvieran tratando de tragarse o espantar a una mosca, abriendo y cerrando repentinamente la mandíbula articulada o moviendo un brazo.


El autómata en cuestión.

Se dice que el Monarca Doliente (Enrique III) acudía a esa catedral de incognito para rezar con tranquilidad. En una ocasión su mirada se cruzó con la de una joven y ambos se prendaron uno del otro al instante. A partir de ese momento, cada vez que acudían a la catedral se buscaban uno al otro para intercambiar sonrisas y miradas cargadas de promesas, pero sin pasar nunca de ahí ni llegar siquiera a hablarse, hasta que un día intercambiaron unos pañuelos. Cada uno volvió a casa apretando contra su pecho el pañuelo del otro, pero esa fue la ultima vez que la joven apareció por la catedral.

Tiempo después, el rey Enrique se encontraba dando un largo y meditabundo paseo por fuera de su castillo. Inadvertidamente se alejó tanto que de pronto se vio acechado por media docena de lobos (parece el resultado de una tirada de encuentro aleatorio de un juego de rol) y desenfundando su espada se dispuso a defenderse de ellos. Había logrado acabar con tres pero ya se encontraba demasiado herido y agotado para resistir el ataque del resto, cuando se escuchó un fuerte grito que puso en fuga a los lobos restantes. Entonces se dejó ver la misteriosa joven, que aunque demacrada y triste, el rey reconoció de inmediato. Este fue hacia ella con los brazos abiertos, pero la joven le dirigió unas palabras de despedida y cayó muerta al suelo.

A su regreso a Burgos, el rey mandó construir el autómata, para que este lanzara cada hora en punto un grito desgarrador, recordando por siempre su dolor. Pasados los años un prelado de la catedral, harto de oír el grito (que provocaba más risas que otra cosa entre la congregación) seccionó los cables que al mover la mandíbula producían el chirrido que imitaba un grito, enmudeciendo el autómata.

Esta versión de la leyenda no explica porque la joven dejó de acudir a la catedral ni porque cayó muerta luego. Yo conozco otra en la que, el mismo día en que intercambiaron los pañuelos, unos lobos la devoraron de camino a su casa y que lo que se dejó ver ante el rey Enrique para ayudarlo era su espíritu.

La hermosa de la mancha roja. Durante la batalla de la Villa de Huerta, en la que se enfrentaban las tropas del castellano don Suero y del caudillo musulmán Aben-Zaide, el primero dio la oportunidad de rendirse al segundo. Le prometió respetar las vidas e incluso el credo de todos aquellos de sus hombres que depusieran las armas, y que aquellos que desearan quedarse en esas tierras y seguir con sus vidas una vez volvieran a ser cristianas, se les permitiría hacerlo. Aben-Zaide rechazó la propuesta y la contienda prosiguió hasta que finalmente los musulmanes fueron derrotados. Don Suero llegó hasta el interior del castillo de su rival y lo mató personalmente en un duelo frente a los ojos de Zulima, la hija de este.

Al igual que el resto de musulmanes derrotados que así lo desearon, Zulima permaneció en la Villa de Huerta una vez terminó la batalla. Don Suero de hecho la convirtió en su protegida, sintiéndose culpable por haber matado a su padre delante de ella. Zulima no le guardaba rencor, porque pese a todo se había enamorado de él. Poco después, una vez el lugar quedo definitivamente pacificado y se estableció una convivencia entre ambos pueblos, la prometida de don Suero, llamada Luz, acudió para casarse con él. Esto volvió loca de celos a Zulima. Cuando don Suero y doña Luz tuvieron un hijo, Zulima prendió fuego al castillo.

Don Suero acudió a apagar el fuego junto con el resto de los hombres, y se dio cuenta que este se había iniciado en varios puntos, evidenciando que había sido provocado. Cuando el fuego quedó extinguido regresó a agotado a sus aposentos, y allí encontró a su esposa acuchillada en su cama, y la cuna del bebé vacía. Sospechando de Zulima, cuya actitud ya había notado extraña desde la llegada de Luz, fue en su busca. Esta había cerrado con pestillo la puerta de su aposento. Don Suero la convenció de que lo dejara entrar porque quería “tratarla como ella merecía”. Creyendo que esto significaba que él también la amaba, Zulima abrió la puerta. En un rincón de la estancia estaba el bebé, jugando despreocupadamente, y los pies de Zulima estaban manchados con la sangre de Luz. Don Suero tomó a su hijo en brazos y cumplió con su palabra, tratando a Zulima como merecía: la mandó ejecutar.

Y se dice que actualmente, en las noches de tormenta, el fantasma de Zulima sale de las ruinas del viejo castillo de don Suero y se acerca al rio para lavar las manchas de sangre de sus pies, sin lograr borrarlas jamás.

La corona de fuego. El caballero Sánchez de Ridaura se había casado con una pueblerina sin linaje noble que había visto casualmente al pasar por una aldea y de la que se había enamorado al instante. Ella mantenía un todavía inocente idilio con uno de los muchachos de la aldea que quedó roto cuando se casó con el caballero. Pero la joven no iba a dejar pasar la oportunidad de formar parte de la nobleza, y (en su condición de campesino) el joven tampoco podía competir con el caballero. Amargado, el joven campesino decidió internarse en un convento para dedicar su vida a la iglesia.

Años después el sacerdote del castillo del caballero de Ridaura murió de vejez, y se solicitó otro para cubrir su puesto. La iglesia envió al que fue prometido de la ahora esposa del caballero, ignorando la historia que los unía a los tres. El caballero nunca había llegado a conocer al joven, pero este y la esposa del caballero nunca se habían olvidado uno de la otra. Aprovechando una ocasión en que el caballero tuvo que marchar a una campaña contra los musulmanes, lo que sí olvidaron la esposa y el sacerdote fueron las promesas de fidelidad hechas respectivamente a su marido y su iglesia, y se acostaron juntos.

Al regreso del caballero, un sirviente leal que había tenido conocimiento de esto y que era de total confianza para el caballero, informó a este de lo ocurrido. Sin dar muestras de furia, el caballero ordenó preparar un gran festín para celebrar su regreso al hogar. Durante el mismo, con todos reunidos en el gran salón, dos de sus soldados acorazados entraron portando una bandeja sobre la cual reposaba una extraña y pesada corona de hierro. Tenía púas en la parte de abajo y había sido calentada al rojo vivo. Tomándola con sus manos, enguantadas todavía por las manoplas de metal de su armadura, el caballero clavó la corona en la cabeza del sacerdote. Su cabello ardió de inmediato envolviendo en llamas su cabeza, por la que ya corrían regueros de sangre.

La esposa del caballero, temiendo sufrir un destino similar, corrió a sus aposentos y se suicidó atravesando su corazón con una daga. El caballero, en cambio, se quedó allí mirando el cuerpo del sacerdote. Las llamas habían prendido también en sus ropas, y de ahí a una de las mesas. Nadie se atrevió a apagar el fuego, que el caballero contemplaba fijamente, y sirvientes y soldados huyeron del castillo mientras las llamas se extendían por él hasta consumirlo todo.

La venganza de Nalvillos. Durante los largos años de la Reconquista hubo muchas situaciones extrañas, como casos de amistad sincera entre enemigos, más allá de las alianzas formales entre distintas facciones que formaban cada bando. Uno de esos casos fue la amistad entre el rey cristiano Fernando VII y el rey moro Al-Mamún. A raíz de esta amistad, Al-Mamún envió a su sobrina Alá-Galiana junto con Fernando VII para que recibiera también la educación y cultura propia de los cristianos además de la de su gente. Una vez Alá-Galiana tuvo ocasión de comparar ambas formas de vida, decidió convertirse al cristianismo.

Uno de los caballeros que llegaron a conocerla, Nalvillos Blázquez, se enamoró de ella. Siguiendo la costumbre pidió su mano al rey, puesto que Galiana había quedado en la corte de Galicia como su protegida. Esto supuso un dilema para el rey, que ya había prometido su mano a Jezmín-Yahía, uno de sus aliados musulmanes. Sin embargo, el peso militar y político de Nalvillos era mayor, y el rey le concedió la mano de Galiana a él y se disculpó ante Jezmín.

Con el tiempo, Nalvillos y Jezmín llegaron a conocerse, pero el primero nunca llegó a saber que el segundo también había sido pretendiente de Galiana. Se organizaron una serie de celebraciones y justas en las que ambos se enfrentaron amistosamente, pero todo era una excusa de Jezmín para alargar la estancia de Nalvillos y su esposa en sus tierras. De hecho Galiana y Jezmín ya se conocían de una ocasión anterior, y ella había decidido escaparse con Jezmín cuando se le presentara la oportunidad. Esta oportunidad llegó durante una batalla, en la que Jezmín, en lugar de apoyar a su aliado, dirigió sus tropas contra el castillo de Nalvillos y lo atacó, saqueándolo y llevándose con él a Galiana.

Cuando regresó de la batalla y supo de lo ocurrido, el caballero Nalvillos fue en busca de su mujer, dispuesto a perdonar lo que él entendía como un momento de debilidad de carácter debido a su juventud, y acudió él solo al castillo de Jezmín. Aquí la leyenda cambia según quien la cuente. En uno de los finales Nalvillos se infiltró hasta las habitaciones de Jezmín y, al encontrar a este y a Galiana revolcándose en la cama los mató a ambos de inmediato. En otra versión, a su llegada al castillo fue la propia Galiana quien lo mandó capturar para quemarlo vivo en una pira. 

Cuando se le preguntó por su último deseo este pidió soplar, a modo de despedida, su viejo cuerno de batalla. Se le concedió esta gracia y cuando sopló el cuerno, sus hombres aparecieron por todas partes. Disfrazados de viajeros y comerciantes habían estado todo el día entrando poco a poco en la villa de Jezmín. Liberaron a Nalvillos y él personalmente arrojó a Jezmín y Galiana a la pira que habían preparado para él.

La cueva de la mora. Una leyenda muy breve de Pedriza del Manzanares. Se cuenta que allí un muchacho cristiano y una joven mora se veían a escondidas, ocultando su mutuo amor a las barreras que sus diferentes costumbres y religiones les imponían. Cuando el padre de la mora se enteró de esto la mandó encerrar en una cueva, para que durmiera en el frio suelo y se alimentara de la escasa comida que los sirvientes le llevaban cada día, hasta que se olvidara del muchacho.

El muchacho se fue a luchar a una de las guerras que salpicaban la península en aquella época y nunca volvió. Ella, por su parte, nunca dejó de esperarlo, hasta el punto que tras varios años malviviendo en la cueva, murió de pena sin haber llegado a aceptar nunca amar a otro hombre. La leyenda de la cueva de la mora cuenta que su espíritu aun aguarda a su antiguo amor y en ocasiones se asoma a la boca de la cueva para otear el horizonte, con la esperanza de verlo llegar.

Garci Fernández y la condesa traidora. Garci Fernández (hijo del conde Fernán González, que preso estaba) tenia una particularidad que era a la vez bendición y maldición. Sus manos, intensamente blancas, despertaban un desmedido e inexplicable deseo sexual en las mujeres que las contemplaban, por que lo que Garci siempre llevaba guantes para ocultarlas y evitarse problemas con las criadas, hijas, esposas, hermanas e incluso madres de sus amigos y aliados.

En una ocasión se hospedaron en su casa un caballero francés y su hija, llamada Argentina (que significa plateada), que iban de peregrinaje. A Garci le fascinó la belleza y candor de Argentina y la pidió en matrimonio a su padre. “Casualmente” olvidó cubrir sus manos, por lo que Argentina, al verlas, cayó rendida ante él y le suplicó a su padre que consintiera la boda, cosa que este hizo. Seis años después aún no habían tenido hijos, lo que le agobiaba a él y la amargaba a ella. Además, las ausencias de Garci eran continuas debido a las guerras contra los musulmanes en las que debía participar, y se encontraba débil y enfermo.

Aprovechando la llegada de otro viajero, Argentina se escapó con él a Francia para comenzar una nueva vida. Cuando Garci se recuperó de su enfermedad dejó el gobierno de sus tierra en manos de hombres fieles y marchó a Francia en busca de su esposa acompañado únicamente de un sirviente. Haciéndose pasar por mendigos, ambos llegaron a las tierras de aquel hombre con el que se había fugado su mujer. Hablando con la gente se enteraron de que el hombre tenía una hija de un matrimonio anterior, y que tanto él como Argentina la maltrataban de un modo brutal.

Valiéndose de la extraña atracción que ejercían sus manos en las mujeres, las exhibió ante una de las criadas del castillo, a la que confesó sin reparos su identidad e intenciones. Embelesada, la criada le reveló el modo de entrar al castillo de su rival y hasta los aposentos de Sancha, la hija de este. Garci se presentó ante la joven y le confesó también sus planes de venganza. Sancha vio aquí la oportunidad de vengarse de sus maltratadores. Guio a Garci hasta el dormitorio de su padre, donde este dormía junto a Argentina. Garci decapitó a ambos y volvió a su reino llevándose las cabezas, acompañado de su siervo y de Sancha.

De regreso a su castillo se casó con Sancha con la intención de darle la felicidad que esta no había conocido antes. Pero los años de maltratos habían trastocado la mente de Sancha. Habiendo desaparecido su padre y la amante de este, buscó a alguien más contra el que dirigir su odio. Los elegidos fueron su propio marido y el hijo, ya un adolescente, que había tenido con este. Aprovechando que era costumbre que las esposas de los caballeros vigilaran la correcta alimentación de sus caballos de guerra, Sancha estuvo haciendo pasar hambre al de Garci. A resultas de esto, en la batalla de Piedra Salada, el debilitado caballo se derrumbó en medio del enfrentamiento contra el gigantesco ejército de Almanzor. El conde Garci, el de las blancas manos, fue malherido y murió en cautiverio poco después.

Tras esto, la demente Sancha quiso matar también a su hijo, que ya era un caballero. Algunos sirvientes vieron a Sancha envenenar una copa de vino y advirtieron a su nuevo señor. Cuando Sancha le llevó la copa de vino a su hijo este le obligó a bebérsela ella, para comprobar si sus sirvientes decían la verdad, con lo que cayó muerta al instante.

Los empozados. En 1426 Castilla se hallaba sumida en un segundo tipo de guerra, tan destructivo como la continua batalla contra los musulmanes: las intrigas palaciegas. Los nobles castellanos, que ambicionaban cada vez más poder, fama, riqueza e influencia se hacían la puñeta cuanto podían unos a otros. En una ocasión, habiendo sido llamados todos estos nobles a presencia del rey Juan II por la gestión de algún asunto, el mayordomo del condestable se tropezó con el bufón de la corte, al que accidentalmente mandó rodando escaleras abajo.

Furioso por la presencia de tanto noble a su alrededor y queriendo vengarse, el bufón se dedicó a contar todos los secretos, trapicheos y miserias de los nobles durante su siguiente función, de un modo satírico pero mordaz. Al bufón real solo lo podía interrumpir el rey, y este no lo hizo, con lo que el humillado hombrecillo se dedicó a airear los trapos sucios de todos, atacando incluso a la pasividad del propio rey ante todos esos asuntos turbios. A medida que el bufón hablaba, los nobles fueron escabulléndose como pudieron de la reunión, poniendo tierra de por medio para evitar el predecible estallido de ira del monarca.

Se repartieron algunos castigos y destierros temporales. Uno de los nobles desterrados, fue el condestable. A su regreso, pagó su ira con Alvar Núñez, el mayordomo que sin ninguna mala intención tropezó con el bufón dando inicio a toda esa cadena de acontecimientos, y lo mandó encerrar. Al enterarse de esto, el hijo del mayordomo se propuso liberarlo. Vendió todas sus propiedades y usó el oro para sobornar a un par de los guardias del condestable, logrando así acceso a su castillo y a las mazmorras, donde libertó a su padre.

Mientras huían del castillo, los guardias a los que habían sobornado los delataron y los soldados se abalanzaron sobre ellos. Padre e hijo se defendieron como leones pero finalmente uno murió con la cabeza abierta de un mazazo, precipitándose a un pozo junto al que estaban luchando. Cuando mataron al otro, los soldados lo arrojaron también al pozo y este fue tapiado por orden del condestable.

Esto se tuvo siempre por una leyenda hasta que, en 1853, más de cuatro siglos después, en unas obras de restauración del castillo se accedió al pozo y se encontraron en el fondo los esqueletos de dos adultos. Estaban armados con una espada y un cuchillo, y uno de ellos tenía el cráneo roto.

El zurrón que cantaba. La última y breve leyenda es sobre una niña muy pequeña que cantaba muy bien. Un día al ir al pozo a por agua se encontró con un viejo que la miraba con ojos de sátiro. La niña se apresuró a volver a su casa, asustada por la mirada del viejo. Allí se dio cuenta que había perdido su gargantilla de coral. La gargantilla era un regalo de su madre, así que deshizo el camino para buscarla. Llegó hasta el pozo y el viejo, que aún la estaba esperando, la agarró y la embutió en un zurrón que llevaba con él.

Con la niña muerta de miedo en el zurrón, el viejo se dedicó a ir de casa en casa mostrando su “zurrón mágico” a la gente a cambio de limosnas. Golpeaba el zurrón con un palo y le ordenaba cantar, y el zurrón cantaba con una voz angelical. El zurrón era tan pequeño que nadie pensaba que hubiese una niña en su interior. De casa en casa el viejo llegó por casualidad a aquella en la que vivía la madre de la niña, que reconoció la voz al oírla cantar. Fingiendo tranquilidad, en lugar de darle limosna la madre invitó al mendigo a entrar en su casa para darle de comer. Le sirvió un plato tras otro hasta que el viejo cayó en un sopor y se durmió profundamente. La mujer entonces sacó a su hija del zurrón y metió a cambio al perro y el gato de la casa.

Cuando se despertó, el viejo cogió su zurrón y siguió mendigando de puerta en puerta. La siguiente vez que golpeó el zurrón con el palo oyó la rasposa voz del perro gruñendo -Pícaro viejo…- y la irritada voz del gato silbando -Perverso viejo…-.

Desconcertado, abrió el zurrón y miró en su interior. De este salió el gato hecho una furia y le sacó los ojos, y a continuación salió el perro que le arrancó la nariz. Luego los animales se marcharon de regreso a su casa, dejando al viejo ciego y desfigurado.

Y estas han sido las leyendas recopiladas en este libro. Y como es tradición decir en estos casos “Testigos no hemos sido, más así nos las han referido”. Puedes repasar las otras leyendas ya comentadas de este libro pulsando aquí, o echar un vistazo a los otros libros que leímos mientras acompañamos al gatín en su larga cuarentena pulsando aquí.

Leyendas de Castilla. 1984 (fecha de la recopilación). Antoni Garcés (portada e ilustraciones). Labor Bolsillo Juvenil nº 39. Editorial Labor S.A.

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