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viernes, 28 de diciembre de 2018

EL POZO DE LA MUERTE

JUNTO A LA FOGATA

Otro breve relato propio que presenté en su momento a un fanzine local gallego que se llamaba, si mal no recuerdo, A Tabora. El director lo rechazó diciéndome que solo publicaban relatos eróticos o de terror, y que este no encajaba en ninguna de las dos categorías.

Los prisioneros fueron sacados a golpes de sus jaulas y empujados al pozo. 
Uno había sido raptado de su propia casa de campo en pleno día, aprovechando que se encontraba solo. Al otro, un sin hogar, lo habían capturado en el callejón en el que vagabundeaba. Los dos eran corpulentos y por eso se los había escogido, pero no eran combatientes natos, se encontraban ya muy debilitados, y el miedo se reflejaba de modo inequívoco en ellos. Ambos habían pasado por el pozo en dos ocasiones desde su captura. Habían cumplido con su cometido, acabando con sus respectivos rivales, pero ya no resultaban muy impresionantes, con la espalda encorvada, la cabeza baja, el cuerpo cubierto de heridas y ese temblor en las rodillas imposible de contener.
La arena que cubría el suelo hedía a sangre y tripas, a mierda y meados. Aquello era el Pozo de la Muerte, ambos lo sabían. El lugar donde sin duda muchos otros antes que ellos habían sido arrojados, simplemente, para morir. 
Su vida, su existencia, sus esperanzas de ser felices, de ser amados y formar parte de algo bueno, no significaban nada para sus captores. Si estaban solos o alguien aguardaba su regreso, si habían sido buenos o malos. Nada de eso importaba. Solo estaban allí para luchar y morir.
Los monstruos que componían la multitud, seres cuatro veces mayores que ellos, gritaban y agitaban con furia sus extremidades superiores, incitándoles a pelear. No era una cuestión de arte o aprendizaje. Allí no había ningún componente social o cultural. Nada, en la sofisticada y avanzada civilización de aquellas criaturas podía justificar tal comportamiento. Solo habían acudido para ver como unos presos de razas inferiores se mataban entre ellos. Era el mero gusto por la sangre y la muerte. 
¿Por qué estaba ocurriendo todo aquello? Los cautivos no lo entendieron al principio ¿Qué necesidad podrían tener aquellos seres, tan claramente superiores a ellos, de verlos sufrir? Pero ahora era evidente. No tenían necesidad ninguna. Era una mera cuestión de placer perverso. Habían sido llevados a un lugar que no conocían, del que no podrían volver, y en el que, probablemente, jamás serían encontrados por nadie que hiciese el esfuerzo de buscarlos. 
Desesperados, famélicos y enfermos de miedo, anímicamente destrozados por su cautiverio, los prisioneros intercambiaron una mirada, aceptando su destino. No había alternativa. No se podía escapar del Pozo de la Muerte. Al menos uno de ellos caería allí. Y la recompensa que esperaba al vencedor no era más que ser devuelto a su jaula hasta el siguiente combate.  Un breve periodo de descanso antes de volver al pozo, al lugar de la muerte y el dolor donde estaban destinados a terminar sus días. 
Aceptando el papel que se le había impuesto en aquel absurdo e innecesario drama, uno de ellos avanzó un poco. El griterío de los monstruos aumentó. Se oían jadeos y carcajadas mezcladas con sus incomprensibles aullidos. Había llegado el momento. Los prisioneros sabían que debían pelear ya, o morirían ambos. 
De modo que, gruñéndose y sacando los dientes, los perros se lanzaron uno contra el otro mientras la gente vaciaba latas de cerveza y cruzaba apuestas sobre el vencedor.

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. ¿Eso significa que te ha parecido malo, o que te ha entristecido? Porque en el segundo caso, el relato ha logrado su objetivo.

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