Tomo en el que se reúnen las dos
primeras historias de El Mercenario, el inimitable comic de Vicente Segrelles.
Las aventuras de El Mercenario
transcurren en un mundo análogo al año mil de nuestra era en el que una civilización se ha desarrollado en
las cimas de las más altas montañas, donde se alzan ciudades y fortalezas. Los
viajes entre las ciudades se llevan a cabo a lomos de grandes reptiles
voladores, única forma de desplazarse sobre la inescrutable capa de nubes de
la cual brotan las cimas, a modo de islas en un mar blanco y etéreo. En este
mundo, El Mercenario (que no tiene más nombre que éste) es un guerrero a sueldo
que acepta todo tipo de encargos siempre que estén bien pagados… y que no
contravengan su propio sentido del honor.
En El Pueblo del Fuego Sagrado, al huir precipitadamente de una ciudad, el Mercenario se ve obligado a descender
más allá de la capa de nubes perpetuas, de donde jamás nadie ha regresado. Esto
significa la muerte, puesto que los nacidos en las cimas de las montañas están
habituados a una presión atmosférica tan enorme que al descender los pulmones
no pueden adaptarse a la nueva presión y sufren una especie de descompresión
inversa. Sin embargo, justo cuando pierde el sentido, estando a punto de morir, es encontrado
y curado por un sabio que mediante pociones adapta su organismo para respirar
en las capas atmosféricas inferiores. El Mercenario descubre entonces que hay todo
un mundo bajo las nubes. Un mundo en el que existen gentes y conflictos no
muy diferentes de los de su propio mundo, en los cuales se verá envuelto antes
de poder regresar a su hogar.
En La Formula, el Mercenario es
contratado para escoltar a un famoso alquimista hasta un lejano templo habitado por
grandes sabios. Pero una vez allí, el alquimista roba uno de sus secretos y huye, dejando al
Mercenario en una mala posición. Al aliarse con los sabios del templo para
recuperar lo robado, El Mercenario deberá enfrentarse a la traidora astucia de
su antiguo patrón.
Para realizar estos comics, Segrelles utilizó una técnica única
en el mundo: cada una de las viñetas era un cuadro, un lienzo pintado
al óleo que una vez terminado era fotografiado con lentes de gran precisión. Las fotos de los lienzos se ordenaban en secuencia y se les añadían los textos y diálogos. No
hace falta extenderse sobre el trabajo que esto representa, más aún con una técnica
de pintura tan extremadamente complicada como el óleo, que fue la única empleada en los nueve
primeros números de El Mercenario. A partir de ahí Segrelles se modernizó incorporando retoques por ordenador para acelerar el proceso de acabado.
Explicado así, cualquiera que no conozca estos comics podría imaginárselos como láminas compuestas por un dibujo estático acompañado de texto, al estilo
de los clásicos cuentos ilustrados infantiles.
Nada más lejos de la realidad. Hay
secuencias de lienzos en las que la diferencia de lo que ocurre en uno al siguiente
es de apenas un segundo. La dedicación necesaria para hacer esto es algo difícil
de asimilar. De un dibujante de comics convencional se espera que
entregue de cinco a ocho páginas semanales, a las que luego un equipo de ayudantes se encarga de añadir fondos y tramas, corregir, rotular, sombrear, colorear, etc. Segrelles podía llegar a dedicar
una semana completa a una sola de sus viñetas.
La saga de El Mercenario, compuesta por tan solo trece
cómics, le ocupó más de veinte años de su vida. El resultado salta a la vista.
Jamás el término arte secuencial se empleó para referirse a los comics con
mayor acierto que en el caso de la obra de Segrelles. Leer uno de ellos, recreándonos
en cosas como el reflejo de la luz del sol sobre la abolladura de un escudo, es
una delicia, como pasear por una galería de arte en la que los cuadros, puestos
uno a continuación del otro, nos contasen una antigua leyenda de caballeros y dragones.
El Pueblo del Fuego Sagrado & La Fórmula. 1983. Vicente Segrelles. Cimoc Extra Color doble nº28-29. Norma Editorial.
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