¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Seis niñatos adolescentes terriblemente mimados, hijos de
familias inmensamente ricas, se van a África en un inmerecido viaje de fin de
estudios. Estúpidos, engreídos, drogadictos, unos inútiles perdidos, en
definitiva, se dedican a burlarse de la cultura y las creencias de cada poblado
por el que pasan, y asistir a todo rito de índole sangrienta y sexual que se
les pone a tiro, siempre espectadores de honor gracias al inagotable caudal de
dinero de sus padres.
La diversión se les va de las manos cuando uno de
ellos, realmente convencido que la riqueza le da derecho a todo, dispara su
fusil de caza contra la estatuilla de un oscuro ídolo, en presencia de sus
adoradores. Uno de estos, un brujo, le maldecirá por ello a través de una misteriosa
pócima que una de sus acolitas se encargará de hacer ingerir mediante engaños
al estúpido crio.
Naturalmente, todo el alegre grupito se toma el
incidente a broma. Pero el dios al que han ofendido es Yatrakan, el más cruel y
perverso de los dioses del mal africanos (es decir, en la ficción creada por el
autor. No he encontrado referencias a ese nombre en ninguna de las diversas
religiones africanas). La maldición acompañará a la
media docena de tontolabas en su
viaje de regreso a América.
El protagonista de la historia no es,
afortunadamente, ninguno de ellos, sino un detective contratado para hacerles
de guardaespaldas (o mas bien de niñera) durante su viaje. Una vez de regreso
en América, la madre del chaval maldecido vuelve a contratar al detective para
que siga y vigile a su vástago, cuyo comportamiento se ha vuelto extraño.
La maldición de Yatrakán es de naturaleza licantrópica:
el afectado se transforma sin previo aviso en una criatura con rasgos de chacal:
su cuerpo se cubre de hirsuto cabello grisáceo y enmarañado, sus orejas se vuelven
puntiagudas, su boca se deforma para dar paso a colmillos afilados, sus manos
se convierten en letales garras, y se ve preso de una incontrolable ansia de despedazar a quien se le ponga por delante.
Además de esto, los propios adoradores de
Yatrakán, cuya secta se extiende desde África hasta el Harlem, hacen acto de presencia
para tomar parte en la matanza final de los transgresores. El Harlem, por cierto, está retratado de una forma dura y realista, más como una extensión de la propia África incrustada en la ciudad que como un simple barrio marginal de Nueva York.
Cierto es que al final el detective no logra salvar a ninguno de los niñatos y niñatas (tampoco se esfuerza
mucho, y creo que en parte le entendemos) pero sí saca algo en limpio de todo el asunto:
sanear su paupérrima situación económica y recuperar su relación con una
antigua novia, aparte de limpiarse a tiros algunos sectarios, que ya nos estábamos
quedando sin paginas y había que terminar rápido con ellos.
Un bolsilibro con toda la
crudeza propia de Surray, que se recrea tanto en las escenas de sufrimiento y
tortura, que estas llegan a fascinar y repeler al mismo tiempo.
Puedes ver otro libro de este autor pulsando aquí.
El
bebedizo infernal. 1981. Adam Surray [José López García]. Selección Terror nº 450. Ediciones
Bruguera S.A.
xDDD Vamos, que les den a los niñatos, yo me busco una novia y me gano unas pelas xDDD
ResponderEliminar¡Bravo!
Claro que si :D en la vida llegas a una edad en la que hay que ir a lo practico :D
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