MENSAJE DEL SUPERVISOR GENERAL: todas las fotos que aparecen con la dirección de este blog sobreimpresionada son de artículos de mi propiedad y han sido realizadas por mí. Todo el texto es propio, aunque puedan haber citas textuales de otros autores y se usen ocasionalmente frases típicas y reconocibles de películas, series o personajes, en cuyo caso siempre aparecerán entrecomilladas y en cursiva. Todos los datos que se facilitan (marcas, fechas, etc) son de dominio público y su veracidad es comprobable. Aún así, al final de la columna de la derecha se ofrece el típico botón de "Denunciar un uso Inadecuado". No creo dar motivos a nadie para pulsarlo, pero ahí esta, simplemente porque tengo la conciencia tranquila a ese respecto... ¡y porque ninguna auténtica base espacial está completa sin su correspondiente botón de autodestrucción!

miércoles, 22 de mayo de 2019

PENITENCIAGITE

JUNTO A LA FOGATA

Desde que inicié este blog hace ahora unos diez meses, he tratado de mantener un ritmo constante de publicaciones de una entrada al día. Por causas de fuerza mayor, compromisos previos, y una extraña conjunción planetaria, llevo casi una semana sin publicar nada. Intentaré que no se repita. Como quería publicar algo hoy mismo y no tengo todavía nada preparado, he echado mano de un relato que escribí en 1998 y tenía olvidado y cubierto de polvo en algún cajón. 

Es un fanfic ambientado en el universo de Warhammer 40.000. Los que no conozcan con una cierta profundidad el entorno de Warhammer 40.000 (cuyo copyright pertenece a Games Workshop) probablemente no terminen de entender algunos puntos de este relato (es lo malo de los fanfic: lo que te ahorras en trasfondo, lo pierdes en lectores potenciales) pero a los que si lo conozcan, espero que les guste.



La plétora de Sirvientes se apartó para dejar paso al Gran Mestre Inquisitorum. El Gran Mestre era bello y horripilante a la vez, como correspondía a su cargo y función. Las antiquísimas lámparas de oro y cobre que colgaban de las paredes de la mazmorra quemaban lentamente grasa de herejes, iluminando el rostro de aquel horror.

El Gran Mestre medía más de dos metros, y su piel era completamente blanca. Jamás en su vida había abandonado las salas del Confesionarium, y hacía más de tres siglos que dirigía los interrogatorios. Su carne carecía de pigmentos, cabellos, y sensibilidad. Era áspera y reseca, minada por los tubos de soporte vital que se hundían en su cuerpo como gusanos excavadores. Tan solo sus ojos parecían estar vivos.

¡Que ojos! Hermosos más allá de cualquier intento de descripción. Los prisioneros llegaban a confesar cualquier crimen imaginable tan solo para que el Gran Mestre permaneciera junto a ellos, escuchando la declaración de atrocidades que inevitablemente acarrearía la muerte del convicto. El contemplar de cerca los ojos del Gran Mestre era el único placer y alivio que podían llegar a alcanzar los condenados antes de ser ejecutados.

¡Cuantos inocentes, desesperados tras meses de abusos y torturas físicas y mentales, habían acabado confesando un falso delito, solo por la fugaz visión de aquellos ojos frente a los suyos, solo por aquella mirada dulce, serena, comprensiva…!

Como para acentuar este rasgo de su señor, todos los Sirvientes del Inquisitorum eran poco más que engendros deformes, cubiertos de injertos e implantes muchas veces innecesarios: Los perversos Arcoflajelantes tenían como única función azotar aleatoriamente a los prisioneros con sus látigos mecánicos, implantados en los muñones de lo que antes habían sido manos… los Desgarradores vagaban por las celdas comunes alimentándose de pedazos de carne cruda que arrancaban con sus garras biónicas a los prisioneros encadenados a los muros, mientras estos aullaban horrorizados.

En cuanto al Gran Mestre… se decía que jamás había consumido ningún alimento: un tosco Convertidor de Materia clavado en su pecho recogía la humedad y las bacterias del sudor que flotaban en el aire y confeccionaba con ello una serie de nutrientes que lo mantenían en pie. El Gran Mestre se alimentaba del sudor de los prisioneros… el sudor de su miedo.

-¿Y BIEN?- La voz del Mestre tenía un eco metálico. -¿DONDE ESTÁ?

Los Sirvientes corretearon a su alrededor, ansiosos por agradarle.

-¡Mi Señor! ¡Mi Señor!- cuchicheó uno.

-¡Amo! ¡Amo!- gimoteó otro.

-¡Gran Mestre! ¡Gran Mestre!- corearon unos pocos.

Venenoise, el más humano de todos los Servidores (apenas un tercio de su cuerpo era mecánico) se aproximó al Gran Inquisidor.

-Dulce Mestre… luz nuestra…acompañad a vuestro fiel Venenoise…

Venenoise guio al Gran Mestre por los opresivos corredores hasta la celda que contenía al monstruo. Uno de los Servidores menores que se les había adelantado cometió la imprudencia de acercarse demasiado a los barrotes de titanium. El monstruo alargó un brazo entre los barrotes, aferró la cabeza del Servidor, y de un brutal tirón arrancó un manojo de cables sueltos de ella, junto con algunos mechones de pelo blanquecino.

El Gran Mestre y Venenoise contemplaron al monstruo desde una prudente distancia, mientras el Servidor herido gimoteaba en el suelo, llorando su pérdida.
El monstruo era físicamente humano. La corrupción no se encontraba en sus genes, si no en lo más profundo de su mente.
El cuerpo desnudo del prisionero mostraba numerosas laceraciones y desgarros sangrantes. Posiblemente una buena parte de ellos fueran autoinfligidos.

-¿DE DONDE PROCEDE ESTE… ANIMAL?

-Del planeta Pax Sanctus, mi señor.

-¿DE PAX SANCTUS? ES EXTRAÑO. POCOS MUNDOS HAY EN LOS QUE SE VENERE CON TANTA FÉ A NUESTRO BIENAMADO EMPERADOR.

-Así es, Dulce Mestre- se apresuró a recitar Venenoise, deseoso de demostrar sus conocimientos -En Pax Sanctus se ejecuta a todo aquel que no asista al Templo con regularidad. Cualquier culto o secta local es rápidamente perseguida y aniquilada. Los diezmos son tan altos que sus ciudadanos viven en una pobreza permanente, y la pobreza hace de ellos seres sencillos, humildes y devotos, tal como dicta el Clero Imperial. Incluso se realiza anualmente un lavado de cerebro orbital masivo a toda la población desde los satélites de la Conciencia Tranquila, para eliminar cualquier atisbo de malos pensamientos.

-CIERTAMENTE, ES INCONCEBIBLE QUE UN MUNDO TAN CERCANO A LA GRACIA DEL DIVINO EMPERADOR PUEDA HABER PRODUCIDO UN SER COMO ESTE…

-Se aprecia claramente la vil mano del Caos, Dulce Mestre.

-SIN DUDA…

El hombre de la celda intentó aferrar al Gran Mestre, pero su brazo quedó corto por pocos centímetros. Lanzó un gruñido de rabia y un denso espumarajo brotó de sus labios.  Venenoise apartó a un lado su raída túnica, mostrando la pistola bolter que siempre pendía de su cinturón.

-¿Le aplico el Absolvus Sübitum aquí mismo?

El Gran Mestre contempló unos instantes los vanos intentos del prisionero por doblar los barrotes. Finalmente, dijo:

-SEDAD AL ANIMAL.

Venenoise se guardó mucho de mostrar su sorpresa ante aquella irregularidad del procedimiento, y se guardó mucho más de contradecir a su señor. Con un gesto, envió a otro Servidor de menor prestigio en busca de la droga.

-PENITENCIAGITE…- murmuró para sí mismo el Mestre.

-No entiendo que decís, señor, pero sin duda tenéis razón- gimoteó el Servidor que había perdido una porción de conexiones.

-El Gran Mestre…- intervino Venenoise, aleccionando al Servidor- ha dicho “Haz penitencia”. El hereje no será destruido hasta que realice una adecuada penitencia para purgar sus pecados contra el Emperador. Una vez la penitencia impuesta sea cumplida, se le absolverá con la muerte. No antes.

-Pero…- el Servidor miró al monstruo, que en ese momento estaba golpeando su cabeza contra los barrotes, presa de una furia y una frustración infinitas. La sangre resbalaba por su rostro de loco, cegándole los ojos vidriosos y cubriendo los dientes, agrietados ya por la fuerza con la que los estaba apretando.

-Pero… ¿Cómo puede un ser como este servir en modo alguno a nuestro bienamado Emperador?

Venenoise no contestó. No conocía la respuesta.
El Gran Mestre Inquisitorum los miró a ambos, y sonrió.

***

Ni tan solo el ensordecedor estruendo de las ametralladoras pesadas y el chirrido de las torretas sobre las que estaban montadas lograba anegar el grito de guerra que dominaba el valle. Los orkos habían roto el último perímetro defensivo de la Guardia Imperial. 
La marea verde inundaba las trincheras, donde no quedaban más que heridos y moribundos. En el único puesto de mando todavía en funcionamiento, un Comisario manipulaba frenéticamente el teclado adosado a la vaina de sustentación. Un tembloroso asistente, herido en un brazo por una de las balas explosivas de los akribilladorez del enemigo, suplicaba desde un rincón:

-¡No haga eso! ¡No hemos tenido tiempo de introducir los parámetros de discriminación de objetivos!

El Comisario continuó impasible, haciendo saltar todas las claves de seguridad. Una luz se encendió en el lateral de la vaina.

-¡P… por favor!- gimoteó el asistente -¡Será incontrolable!¡Nos matará en cuanto salga!

El Comisario se detuvo a dedicarle una mirada. En el exterior, los orkos habían tomado la trinchera. Un puñado de Guardias Imperiales heridos resistían todavía, agotando sus últimos disparos contra el incontable número de orkos y gretchins que se les venían encima.

-Ya estamos muertos- dijo al asistente, e introdujo la última clave.

Otra luz se encendió en la vaina. La tapa comenzó a abrirse.

Los orkos aullaban su victoria a los cuatro vientos. Los humanos habían quedado aplastados, tan mezclados con el fango y los hierros chamuscados que se hacía difícil pensar que en algún momento hubieran estado vivos. Los orkos buscaban botín y recuerdos entre las trincheras. Las armas humanas, sus cascos y cabezas, serían buenos adornos para las chabolaz y los buggiez. Un grupo de orkos y gretchins irrumpieron en el puesto de mando, registrándolo frenéticamente.
Dos humanos yacían muertos en el suelo. Al menos, parecía que hubieran sido dos estando vivos. Cabezas, entrañas y extremidades estaban esparcidas de cualquier modo junto con piezas de armas destrozadas. Los orkos comenzaron a rebuscar entre el estropicio cualquier cosa de valor. Uno de los gretchins se acercó esperanzado a algo que parecía un enorme cofre plateado del que brotaba un humo blanco y frío. Se asomó dentro, agarrándose al borde de un bote, y a continuación gritó:

-¡Ezto eztá vacío!- tenía la cara cubierta por una fina capa de escarcha.

Algo se dejó caer silenciosamente desde su escondrijo en una de las vigas del techo. Conforme tocaba el suelo, decapitó a uno de los orkos con un solo e impecable movimiento de garra. El resto de pielesverdes se volvieron hacia él. El intruso parecía uno de los humanos, con su misma altura y complexión física, pero era extraño… distinto. Una de sus manos era una garra mecánica cuyos dedos eran cuchillas. La otra sostenía una pistola de agujas de aspecto perverso. Su rostro era un cráneo descarnado lleno de implantes cibernéticos, y una lente roja sustituía uno de los ojos. En su pecho, una serie de viales adosados a un dosificador automático comenzaron a vaciarse en su organismo. La respiración de la criatura se aceleró. Las venas expuestas de su cuello y brazos pulsaban desacompasadas.

Un orko se abalanzó sobre él alzando su rebanadora. El pielverde doblaba el tamaño y casi triplicaba el peso del extraño humano. Este cortó al orko con el mismo grácil movimiento con el que esquivaba su ataque. Mientras el pielverde caía, el extraño saltó de lado disparando su pistola. Una nube de agujas envolvió a otros dos enemigos, atravesando su piel y llenando sus venas de biotoxinas. El dosificador automático siguió bombeando adrenalina y alucinógenos en el sobresaturado cuerpo del monstruo. Ya no podía parar. Seguiría matando eternamente, hasta que lo hicieran saltar en pedazos o muriera de puro agotamiento.

Los orkos del puesto de mando jamás se habían enfrentado a un Asesino Eversor. Y nunca más lo harían. Tres segundos después estaban todos muertos.

Los sentidos amplificados del Eversor detectaron los cientos de orkos que pululaban por la trinchera. Para él cualquier ser localizado era un objetivo.

Con un aullido demente, salió a la trinchera. Disparó a izquierda y derecha, corrió entre los cuerpos mientras estos aún se desplomaban, destripando con golpes de garra a los pielesverdes que habían sobrevivido a la nube de agujas.

Saltó sobre un pelotón de gretchins que le plantó cara, disparando hacia abajo al pasar sobre sus cabezas. Las agujas envenenadas los alcanzaron a todos. Pasó junto a un Guardia Imperial herido al que éstos habían encadenado para divertirse más tarde torturándolo. El Eversor decapitó al Guardia herido de un golpe de garra. Todos eran objetivos.

Los orkos le dispararon, y pedazos de carne saltaban de su cuerpo a cada detonación. El dosificador automático desterró el dolor con otra serie de drogas. Disparó contra los orkos mientras corría hacia ellos. Los orkos cayeron de rodillas, cubiertos de agujas, paralizados por el dolor y la mezcla química que impregnaba los proyectiles, pero aún vivos. El Eversor volvió a dispararles, y saltó sobre sus cuerpos ya inertes, que se pudrían aceleradamente por efecto de la sobredosis de toxinas.

Nuevas balas explosivas de los akribilladorez orkos atravesaron su cuerpo. Una se hundió en su corazón y lo hizo estallar. El dosificador desbordó de drogas el maltrecho organismo, otorgándole unos pocos segundos más de vida. El cerebro se le inundó de ardiente veneno. Se volvió loco, ciego, imparable. Disparó por mero instinto, a su alrededor. Disparó contra su misma e inevitable muerte, tratando de retrasarla. Disparó contra los sonidos de pisadas, contra los gruñidos de los orkos, contra las detonaciones de las armas enemigas.

Cayó de rodillas y su dedo siguió disparando espasmódicamente, un acto reflejo asesino, prisionero en su mente enferma. Un acto reflejo -¡Matar! ¡Matar! ¡Matar!- que era su respuesta a todo. La única que conocía.

Un último aliento, una sola palabra, escapó de sus cadavéricos labios mientras un grupo de orkos a su alrededor seguía disparando contra lo poco que quedaba del Eversor:

- …penitenciagite…-

El cuerpo del asesino estalló. La cadena de cambios metabólicos provocado por la caída en picado de sus constantes vitales reaccionó con la mezcla de drogas que lo saturaban, convirtiendo su carne en una masa ácida. El Eversor cayó sobre sus enemigos como una lluvia corrosiva, arrastrándolos al abismo entre aullidos de dolor.

Muy lejos de allí, en algún lugar, el Gran Mestre murmuró:

-IN NOMINE IMPERATOR, EGO TE ABSOLVO… 

3 comentarios:

  1. Hacia tiempo que no releia este relato. Muy bueno como todo lo que escribes. Mi parte favorita: la del comisario en plan kamikaze "ya estamos muertos".
    ¿Habras leido el libro de la Herejia de Horus "NEMESIS"? Posiblemente uno de los mejores de la saga y salen suficientes asesinos para casi ser un codex del oficio Asesinorum.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ahora mismo el leerme una saga de... ¿cuántos son ya los de la Herejía de Horus? ¿50 libros? ¿60? me viene un poco mal ^^U. Muchas cosas pendientes. Seguramente me pondré a ello si consigo jubilarme antes de morir ^^U
      He leído la Trilogía de Eisenhorn, que me tuvo en vilo un montón de horas (lo de liberar al demonio que tenía esclavizado para destruir la cabeza del Titán Imperial no me lo esperaba).

      Eliminar
    2. No son 50, son 35 o así xD
      No he leído ninguno, son de mi novio ^^U

      Eliminar