MENSAJE DEL SUPERVISOR GENERAL: todas las fotos que aparecen con la dirección de este blog sobreimpresionada son de artículos de mi propiedad y han sido realizadas por mí. Todo el texto es propio, aunque puedan haber citas textuales de otros autores y se usen ocasionalmente frases típicas y reconocibles de películas, series o personajes, en cuyo caso siempre aparecerán entrecomilladas y en cursiva. Todos los datos que se facilitan (marcas, fechas, etc) son de dominio público y su veracidad es comprobable. Aún así, al final de la columna de la derecha se ofrece el típico botón de "Denunciar un uso Inadecuado". No creo dar motivos a nadie para pulsarlo, pero ahí esta, simplemente porque tengo la conciencia tranquila a ese respecto... ¡y porque ninguna auténtica base espacial está completa sin su correspondiente botón de autodestrucción!

jueves, 10 de febrero de 2022

NUESTRA ESPECIALIDAD SON LAS RATAS

 JUNTO A LA FOGATA

Presentado por... Mr. Yuk.
¡Aquí tenéis otra de las historias de nuestro Supervisor General! ¡Y esta vez sin un motivo justificable para ponerla! Hay que mantener contento al jefe publicando sus cosas de vez en cuando, ya sabéis como funciona esto. Está muy alargada por los diálogos, pero es lo que estaba practicando el jefe en ese momento.

NUESTRA ESPECIALIDAD SON LAS RATAS


HAMELIA E HIJOS

CONTROL DE PLAGAS

SERVICIO INMEDIATO Y GARANTIZADO

NUESTRA ESPECIALIDAD SON LAS RATAS

555-768-943


La tarjetita, de color crema claro, estaba sobre la mesa del recibidor, como si el anterior inquilino hubiera sabido que el siguiente la iba a necesitar.

Si se tratara solo de arañas, hormigas o algún lagartijo paseándose ocasionalmente por la pared de la casa, Pit ni se habría molestado en llamar a un exterminador.

En una casa rural como aquella, que además llevaba un par de años deshabitada, todo ello le habría parecido normal. Pero las ratas no las toleraba. Ni tan solo a las ratas de campo, libres de todas las enfermedades que transmitían las de ciudad. No es que le dieran miedo. Ni asco. Repelús, esa era la palabra. Le daban repelús.

Un escalofrío le recorría la espalda cada vez que veía una.    

La casa en si estaba bien. Era lo que necesitaba, una casita de piedra en las afueras, con tejado de bálago y un jardincito alrededor en el que zumbaban unas cuantas libélulas verdes y rojas.  Un sitio tranquilo para escribir.

Se había limitado a observarla por fuera un par de veces antes de decidirse a alquilarla, dejándose guiar por su instinto. Y como ocurría casi siempre que hacía eso, había acertado.

Pero tan pronto como se presentó con la maleta en una mano y las llaves de la casa en la otra, una rata salió a recibirle. Se asomó de entre unas matas junto a la puerta, le observó unos segundos… movió el hocico y volvió a esconderse.    

A Pit no le gustaban las ratas, eso era todo. Consiguió ignorarlas durante la primera mañana y la primera tarde. Pero después de pasarse toda la noche escuchando el correteo de sus patitas en el desván que quedaba justo encima del dormitorio, y de verlas ir y venir de un lado a otro del jardín a la luz de la luna, decidió que al día siguiente llamaría a los exterminadores.

El teléfono sonó una sola vez antes de ser descolgado. Al otro lado de la línea, la voz amable y educada de una anciana le respondió al punto. Pit explicó brevemente su problema con las ratas, le tomaron sus datos y le aseguraron que en breve enviarían a un especialista.    

–Veremos si realmente se trata de un servicio inmediato y garantizado – se comentó Pit a si mismo dejando caer la tarjeta junto al teléfono.

Apenas había pasado una hora desde que colgó el auricular cuando alguien llamó a su puerta. Al abrirla, Pit se encontró con un joven elegantemente vestido con un traje gris en el que se echaba en falta una corbata. En el lugar en donde debía encontrarse ésta solo había un pequeño rectángulo de cartulina color crema claro, prendido con un alfiler, en el que se leía escrito a mano “Cuenta como corbata”.    

El joven lo saludó efusivamente extendiendo la mano.    

–¡Buenos días, señor! ¡Vengo de parte de Hamelia e Hijos a echar un vistazo a su problema!   

Pit tardó unos segundos en responder. Alargó lo que pudo el apretón de manos mientras se fijaba en la cartulina que el hombre llevaba en lugar de corbata. Observándola, Pit comprendió que era el reverso de una de las propias tarjetas de la empresa de exterminadores.   

– No… le esperaba tan pronto, la verdad.   

– ¡Servicio inmediato y garantizado!   

– Ya, pero…   

– En realidad me pilló por la zona. Volvía de otra visita cuando me llamaron para que pasara a verle. 

– ¡Ah, bien! Eso lo explica todo.   

– No todo, en realidad. Todavía no me ha dicho nada sobre sus ratas.   

– Claro… pase, por favor.   

Pit guio al hombre de gris hasta la pequeña sala de estar. La mesita y la mayor parte del sofá estaban ocupadas por pilas de libros que aún no había tenido ocasión de ordenar.   

– ¡Qué maravilla de decoración! ¿También los lee? 

A Pit no le pareció que el hombre de gris estuviera burlándose de él. Parecía sinceramente encantado con las pilas de libros amontonados por todas partes.   

– Sí. Los leo… los escribo… siéntese donde pueda, por favor ¿quiere tomar algo?   

– Queso, si es tan amable. En taquitos pequeños.   

Pit tardó otros dos o tres segundos en reaccionar. Esperaba que el hombre le pidiera un vaso de agua, quizá un café, o un refresco. No se esperaba que le pidiera comida, ni mucho menos taquitos de queso. En realidad, había preguntado por simple educación. Estaba convencido que el hombre (que excepto por el detalle de la no-corbata parecía más un abogado que un exterminador) rechazaría el ofrecimiento.   

– Eeem… ¿y algo de beber?   

– No, muchas gracias.   

Cuando volvió de la cocina, con un trozo de queso (cortado en taquitos pequeños) sobre un plato de postre y lo depositó sobre la mesita, el hombre ni tan solo lo miró. Estaba atento a los cautelosos movimientos de una lagartija en la pared.   

– Una salamanquesa. Que belleza. ¿No le parece, señor Pit?   

– Bueno, sí… aunque tengo entendido que se comen la ropa, y también el papel, y eso me preocupa.

– Eso no es más que un mito, sin ninguna base real. Los lagartos de todo tipo, salamanquesas incluidas, se alimentan de corcones, polillas, y otros insectos que sí devoran papel y tejidos. En realidad, al comerse a esos bichos, los lagartos protegen sus libros en lugar de dañarlos.    

– Es bueno saberlo. Nunca volveré a espantar uno si lo veo en el techo de mi biblioteca.   

– Siempre se ha dicho que los dragones protegían grandes tesoros ¿no es así? En mi opinión ninguna auténtica biblioteca está completa sin uno de estos pequeños dragones protegiéndola. Pero hábleme de las ratas, señor Pit. ¡Nuestra especialidad son las ratas!   

– Bien… las oigo corretear por la buhardilla y también las he visto por fuera, alrededor de la casa. La casa ha estado un par de años cerrada y supongo que han estado todo ese tiempo campando a sus anchas. Los dueños limpiaron la casa antes que yo llegara, pero he visto muebles roídos y algunas manchas de… humedad en la parte baja del papel pintado de las paredes.   

– ¡Ah! – exclamó el hombre poniéndose en pie y, ante el asombro de Pit, llenándose los bolsillos de la chaqueta con los taquitos de queso, hasta dejar el platito limpio – La buhardilla, claro. Que clásico. Veamos la buhardilla.

La buhardilla estaba bastante despejada, pero polvorienta. El trabajo de limpieza no había sido tan exhaustivo aquí como en el resto de la casa. El hombre de gris subió primero, echando vistazos por aquí y por allí. Sacó un taquito de queso del bolsillo y lo dejó caer en una esquina.   

– Oiga… ¿Qué está haciendo? ¿No debería envenenarlo antes?

El hombre lo miró, sorprendido.   

– ¿Envenenarlo? ¡No, por Dios! Alguna pobre rata podría comérselo y morir.   

Pit comenzó a impacientarse de las excentricidades del Señor No Corbata, que en ese momento lanzaba otro taquito de queso detrás de unas cajas.   

– Pero… ¿No son una empresa de control de plagas?   

– Usted lo ha dicho. Control de plagas – puntualizó el hombre – Control, no matanza ¿entiende? Mi bisabuela Hamelia es, me temo, muy literal. Fue con ella con la que habló por teléfono.   

– Ya… bien… yo creí que ustedes eran una empresa de exterminadores.

– Mucha gente se confunde, pero nosotros usamos el término en su significado principal, el más específico. No es culpa nuestra que unos asesinos de animales e insectos decidan usurpar esa palabra para hacer pasar sus actividades por algo inocente ¿vamos fuera, señor Pit?

El hombre de gris dio una vuelta completa a la casa, esparciendo trocitos de queso hasta vaciarse los bolsillos. Pit, que era un gran aficionado a los quesos y le había servido el mejor que tenía, observó con disgusto como su exquisito Betara desaparecía entre los arbustos o rodaba por tierra.

– Acláreme una cosa. Si no se dedican a matar a las alimañas ¿Qué hacen exactamente? ¿Utilizan algún tipo de insecticida repelente? ¿O quizá ultrasonidos? No quiero que se alejen unos días y luego volver a tenerlas rondando por aquí.   

– Bueno, piense que, si las matáramos, el problema sería el mismo. Vendrían otras en lugar de las mismas, pero seguiría teniendo ratas. Por eso es mejor negociar.

El hombre paseaba alejándose de la casa, pero no demasiado. Observaba el entorno, moviendo con el pie alguna piedra o matojo de vez en cuando. Pit le seguía.  

– ¿Negociar dice? ¿Con las… negociar con las ratas?   

– Claro. ¿Con quién si no?   

– Pero… para empezar, la casa es mía. La he alquilado y es mía hasta el fin del contrato. No tengo nada que negociar con ellas.   

El hombre se detuvo, sacó del bolsillo un último trocito de queso aplastado que antes había pasado por alto y lo lanzó en dirección a la casa. Cayó justo en la misma mata de la que Pit había visto brotar a la primera rata.   

– Dice que la casa ha estado abandonada durante cerca de dos años. Eso es lo que vive de media una rata. Eso significa que… – Levantó la mano derecha – Primero; (cerró el pulgar) las ratas estaban aquí antes que usted.   

– Sí, pero… yo he firmado un contrato…   

– Correcto, también las ratas se han meado en los rincones. Para ellas eso es lo mismo que firmar un contrato, y ellas lo hicieron antes.   

– Pero…   

– Segundo; (cerró el índice) las ratas que actualmente viven en esta casa seguramente hayan nacido aquí. Imagine que hereda usted la casa de sus padres, en la que se crio y pasó su infancia, su adolescencia, y una parte importante de su vida adulta. Y de repente llega alguien que ha firmado algún acuerdo con alguien, pero no con usted, diciendo que debido a eso tiene derecho a quedarse con la casa y usted debe marcharse.   

– No es lo mismo…   

– Tercero; (cerró el corazón) nuestro sistema de leyes y contratos no significan nada para las ratas, del mismo modo que sus leyes raciales y la genética de su comportamiento no tienen valor para nosotros. En estas circunstancias, es necesario hallar una solución de compromiso que sea satisfactoria para ambas partes.   

Pit sintió alivio al ver como el hombre bajaba la mano, terminada su argumentación. Con tres dedos cerrados, la mano empezaba a parecerse demasiado a un puño. Después de oírle hablar de ese modo, la idea inicial que se había formado al verle volvía a cobrar fuerza. No solo parecía un abogado, hablaba como tal.   

– Perdóneme… ¿Me está diciendo que lo que hace su empresa es negociar con las ratas?   

– ¿Y por qué no?  dijo el hombre oliéndose con cautela las puntas de los dedos – Es Betara ¿cierto? El queso que me dio para las ratas… muy generoso por su parte, seguro que les encantará. Esto facilitará mucho las negociaciones, créame.   

– No se lo di para las ratas – silabeó Pit, molesto – Pensaba que era para usted.   

– ¡Oh, no! Muchas gracias, pero soy alérgico a la lactosa. Bien… como le dije antes, las ratas son nuestra especialidad. Son como perros diminutos, tan inteligentes y leales como ellos.    

– Perdone, pero si va a comparar la inteligencia de un perro y la de una rata…   

– Tiene razón, en realidad las ratas son más inteligentes que los perros, por eso es tan fácil adiestrarlas. ¿Sabe que en Sudáfrica las emplean para limpiar campos de minas?   

Pit negó con la cabeza.   

– No creo que las ratas puedan desactivar una mina.   

– ¡No, no! Claro que no. Solo las localizan. Las ratas tienen un sentido del olfato más agudo que el de los mejores perros policía. A un perro se le enseña a buscar drogas, o personas. A las ratas se las entrena para detectar el olor de la pólvora, dinamita, explosivo plástico o de cualquier otra sustancia que se emplee como detonante. Las ratas entrenadas son soltadas por docenas en los campos de minas. Cada una localiza una mina y se queda plantada sobre ella. No pesan lo suficiente para activarla, así que se limitan a quedarse erguidas, indicando la posición de la mina, hasta que se acerca un artificiero a desactivarla. Mientras tanto, la rata localiza la siguiente mina más cercana y repite la operación.   

– Vaya – murmuró Pit – No lo sabía… ¿y que saca la rata de todo eso?   

– Lo usual es darles una rodaja de plátano deshidratado. Les encanta. Además, claro está, de la recompensa adicional de ser felicitadas y acariciadas por su entrenador. Si ha tenido perros, sabrá que la verdadera recompensa para el perro es esa, no recibir una simple chuchería.   

– Pero una rata no se comporta así.   

– Una rata acostumbrada a ser perseguida y tratada a golpes no, desde luego. Una rata criada con amor, sí. Pero claro, eso mismo rige también para un perro. O para un humano. 

Pit se rascó el cogote.   

– Aun así, me parece increíble que las usen para detectar minas.   

– Y no solo minas. En muchos hospitales africanos, donde el coste de los equipos modernos es prohibitivo, las usan para detectar células cancerígenas. El procedimiento es el mismo, en realidad. Se adiestra a las ratas dándoles a oler cánceres ya extirpados. Luego se las suelta sobre el cuerpo de pacientes que se cree que puedan tener un cáncer. La rata recorre todo el cuerpo, oliendo las células cancerígenas a través de la piel y la carne. Y allí donde se detiene y se planta, el doctor abre al paciente en busca del cáncer. No es tan fiable como un MRI, un PET o un TAC, pero una PET, por ejemplo, cuesta mil euros por uso. Por uso, no el precio de la máquina en sí, solo el coste de hacerlo funcionar una vez. Una rata que huele el cáncer cuesta una rodaja de plátano por uso. Una ganga. Y casi igual de efectiva. Por cierto… ¿no le parece gracioso que una rata adiestrada haga el mismo papel que un PET*?

*PET son las siglas en inglés de Tomografía por Emisión de Positrones, uno de los aparatos con los que cuentan los oncólogos para detectar el cáncer. También en inglés, la palabra ´pet´ significa mascota o animal doméstico.   

– Yo solo quiero saber si realmente pueden garantizarme que las ratas se marcharán para no volver – gruño Pit con impaciencia – Al menos, mientras yo tenga la casa alquilada.   

– Claro. Hablaremos con ellas. Llegaremos a un acuerdo.   

– ¿Sí? ¿Cuál? ¿Les ofrecerán cien rodajas de plátano?   

Completamente serio, el hombre repuso.    

– Les ofreceremos plátano, carne picada y queso. También aislante de cable. Les encanta morderlo, aunque no se lo tragan. Es su equivalente a mascar chicle. Y les daremos algunas opciones de reubicación dignas, por supuesto.   

– No me importa el método que empleen… pero no quiero verlas más por mi casa.   

El hombre sonrió ampliamente, juntando las manos como si diera una palmada al aire, pero sin producir ningún sonido.   

– Pues no hay más que decir. Mi bisabuela hablará con ellas y mañana por la noche, pasado mañana como muy tarde, se marcharán. No les gusta desplazarse mucho durante el día.

Pit ya estaba casi convencido de estar siendo objeto de una estafa, o en el mejor de los casos, de una elaborada burla. Pero como todavía no había soltado ni un céntimo (“Realizará el pago tras verificar los resultados”, le había dicho la anciana por teléfono), siguió adelante.   

– O sea, que mañana vendrá la señora Hamelia en persona aquí, a hablar con ellas.   

– ¡Claro que no! Una mujer de ciento cuatro años… ya no está para viajar mucho, como comprenderá. Todos los contratos se realizan por medio de un emisario adecuado. Mi bisabuela delegará en una de sus ratas, y la enviará aquí. No tiene ni idea de las increíbles distancias que esos animalitos son capaces de cubrir en veinticuatro horas.   

Delegar en una rata… aquello ya pasaba los límites de lo ridículo.    

– ¿Mañana por la noche? ¿Es en serio?   

– Claro. Ya le he dicho que son inteligentes. Si no acceden a irse, usted llamará a otra empresa. A verdaderos exterminadores – pronunció la palabra exterminadores con evidente desprecio – y entonces será peor para todos. Especialmente, para ellas.    

– Si he de serle totalmente sincero, lo que me está contando me parece… poco de fiar. Hubiera preferido un enfoque más clásico.   

– Es libre de contratar otra empresa, o meter unos cuantos gatos en casa. Eso también funciona.   

– Lo que pretendía viniendo aquí era tener algo de tranquilidad. No quiero estar ocupándome de un montón de gatos.   

– Si los gatos se convierten en un problema, consiga unos cuantos perros que los ahuyenten.   

– Pero entonces tendría que atender a los perros.   

– En ese caso, le garantizo que un par de tigres mantendrá alejados tanto a perros como a gatos.   

– ¿Un… un par de tigres? ¿Y qué hago si llega el momento en que quiero echar a los tigres?

Pit le estaba siguiendo el juego al hombre de gris porque adivinaba una sonrisita pugnando por salir en los labios de éste. Debía ser una broma típica del negocio.   

– Un elefante es lo mejor para mantener a raya a los tigres.   

– Muy bien, me ha convencido… echaré a las ratas con gatos, a los gatos con perros, a los perros con tigres y a los tigres con elefantes, pero dígame… solo por curiosidad… si yo quisiera echar a los elefantes…   

– ¿Qué tal un puñado de ratas?   

– ¡Estaría como al principio!   

– ¡De eso se trata! – el hombre se rio, al fin – La cadena alimentaria no es una pirámide con un arriba y un abajo, como siempre se ha dicho. ¡Es algo completamente circular! ¿No es maravillosamente perfecta, la naturaleza?   

El hombre le tendió la mano a modo de despedida, y esta vez Pit se la estrechó sin reservas. Comenzó a alejarse, camino a una bicicleta plantada junto al diésel de Pit. 

– No se dedican al control de plagas, en realidad. Si de verdad “controlaran” a los bichos, no tendrían que negociar con ellos.   

– ¡Claro que sí! ¿Acaso nosotros mismos no nos dejamos gobernar por personas que no hacen más que prometernos cosas? La gran diferencia entre ellos y nuestra empresa…   

Había seguido alejándose hacia su bicicleta mientras hablaba.    

– …es que nosotros sí cumplimos las promesas que hacemos.


Dos noches después, los sonidos de patitas en la buhardilla se multiplicaron. Al principio Pit se rio de sí mismo por haberse medio tragado toda la patraña del hombre de gris. En lugar de marcharse, las ratas parecían estar montando una fiesta. Pero luego una nueva idea empezó a rondarle la cabeza. ¿Y si todo ese bullicio ratonil era debido a que se estaban preparando para largarse?  Observó el jardín desde la ventana. El ir y venir de las ratas también había aumentado. Estaban frenéticas. Pero al fijarse mejor, se dio cuenta que no era en realidad un ir y venir. Veía ratas alejándose de la casa, pero ninguna volvía. Quizá, realmente, se estaban marchando.   

Pasó gran parte de la noche tumbado en la cama, oyendo moverse a las ratas. El correteo de patitas disminuía, disminuía… 


Cuatro días después, sobre las once de la mañana, sonó el teléfono. Era el hombre del traje gris, el Señor No Corbata.    

– Está hecho, señor Pit. Las ratas no volverán por la casa en, como mínimo, medio año. Y como no hemos empleado ninguna clase de veneno cuyo olor encubra el marcaje territorial de las ratas, tampoco otras ratas diferentes se acercarán al lugar. ¿No es mejor así?   

– He de decirle que no me fiaba mucho de sus métodos, pero no puedo negar los resultados. Me pregunto cómo lo hacen en realidad, aunque imagino que no me revelará eso.   

– Secreto profesional.   

– Por supuesto, claro. ¿Me permite hacerle una pregunta? Es sobre ratas.

– Adelante. Las ratas son nuestra especialidad.   

– Bien. Solo quisiera saber su opinión sobre la Peste Negra. La transmitían las ratas, y se calcula que mató a unos ciento cincuenta millones de humanos entre Europa, Asia y África. Supongo que algo ha oído de eso.   

Aquello era un golpe bajo, y Pit lo sabía. Pero algo en su interior, una especie de orgullo herido le impulsó a decirlo. El que aquel personaje estrafalario hubiera resultado ser por completo de fiar había desequilibrado ligeramente alguna vieja creencia suya que por algún motivo relacionaba la seriedad con la eficacia.   

– Lo que sé, señor Pit, es que, Primero; (y Pit se lo imaginó levantando la otra mano mientras hablaba con él por teléfono, y cerrando el pulgar) la Peste Bubónica o Negra la transmitían las picaduras de pulgas. Pulgas que en aquella época infestaban por igual a ratas, murciélagos, perros, gatos, caballos, ganado, aves de corral, y humanos. Y Segundo; (Pit se lo imaginó cerrando el índice) cada veinte minutos una rata deja lo que esté haciendo, sea lo que sea, y se limpia de suciedad y parásitos de la cabeza a los pies. A no ser que esté durmiendo o corriendo por su vida, escapando de un depredador o peligro, una rata se limpia y desparasita a sí misma cada veinte minutos. Es algo genéticamente programado. No pueden evitar hacerlo del mismo modo que no pueden detener voluntariamente su corazón. No niego que tuvieran su parte de culpa… pero fueron las que menos tuvieron que ver con la expansión de esa enfermedad. Desde luego los humanos, cargados con nuestras propias pulgas y lavándonos con suerte una vez al año, contribuimos mucho más que ellas a extender la plaga.

Pit sonrió.    

– ¿Sabe? Estaba casi seguro que iba a soltarme algo de ese estilo.   

– Me alegra no haberle decepcionado, señor Pit.


Otros cuatro días más tarde, el teléfono volvió a sonar.

Pit descolgó. Antes de poder siquiera preguntar con quién hablaba, una voz estalló al otro lado de la línea.   

– ¡Peter! ¡Peter! ¿Me oyes? ¿Funciona este cacharro?   

– ¿Gertrudis? – gruño Pit atragantándose con su propio aliento al oír graznar a su suegra.   

– Peter, al fin. ¿Qué es eso que me ha contado mi hija, que llevas más de un mes encerrado en una chabola perdida de la mano de Dios sin querer saber nada de ella?   

A Pit se le crisparon las manos. Oír a su suegra le producía el mismo efecto que ver a una rata.   

– Gertrudis, apenas hace un par de semanas que…  

– ¡Y a saber que estás comiendo o cómo estás viviendo! ¡Un hombre viviendo solo! ¡Seguro que tienes la casa echa un desastre!   

– Mira, Gertrudis… Helen estuvo de acuerdo en que me tomara un par de meses para mí, para escribir. Eso de “sin querer saber nada de ella” te lo has inventado. Nos llamamos casi a diario. Es imposible que Helen te haya dicho...    

– De todas maneras, voy a pasar por allí a echarle un vistazo a la casa. Ya verás como trabajas mucho mejor cuando lo tengas todo limpio y ordenado.   

A Pit se le oscureció la visión. De pronto todo era rojo, mirara a donde mirara. Aquella maldita mujer tenía una especie de obsesión con la posición de los muebles. En los quince años que llevaba casado con su hija, había invadido su casa para redecorarla media docena de veces, cambiando arbitrariamente muebles, cortinas y alfombras.    

– ¡Ya lo tengo todo limpio y ordenado!   

Su suegra se rio groseramente

Si… ya… claro… un hombre viviendo solo no puede tener la casa limpia. Eso son tonterías. Bueno, está decidido. No te preocupes, que mi hija me ha dado la dirección y en un par de días estoy allí para solucionarlo todo. ¡Como para no ir después de lo que he tenido que insistirle para que me lo dijera!

– ¡¿Que está decidido?! ¡Escucha Gertrudis, vine aquí precisamente para poder escribir sin interrupciones!   

– Pues claro, querido. Por eso voy, para que no tengas que preocuparte por limpiar. Naturalmente, sí tendrás que ayudarme a mover los muebles para ponerlos en su sitio.   

– ¡Ya están en su sitio, Gertrudis!   

– Sí, claro… como si un hombre supiera colocar los muebles en el lugar correcto. Tienes cada ocurrencia...

– Gertrudis. Te lo voy a decir despacio para que lo entiendas. No… quiero… que…   

– Pues eso querido, el vienes estaré allí. Espero que no haya cucarachas. ¡Esos sitios de campo son asquerosos, siempre llenos de bichos por todas partes! ¡No las soporto! ¡Asegúrate de echar insecticida, no puedo ni verlas!   

– Te estoy diciendo que… – pero Gertrudis le colgó, dejándole con la palabra en la boca. Pit colgó el auricular con más fuerza de la necesaria, hirviendo por dentro. Tras reflexionar unos instantes, buscó la tarjetita color crema y llamó.   

– Hamelia e hijos – contestó la voz de la anciana ¿En qué podemos ayudarle?   

– Cucarachas. Necesito… contratar… unas cuantas cucarachas. Para dentro de dos días. Al menos una docena, bien gordas, correteando por la cocina y el salón. Sólo durante unas horas, con eso bastará. Después deberán marcharse. Tengo… tengo terrones de azúcar moreno en casa, por si sirve de algo.   

Tras unos segundos de pausa, la voz replicó.   

– ¿Las prefiere marrones o negras?

12 comentarios:

  1. Muy simpática la abuela Amelia y sus animalitos.
    Ha sido entretenido leer este relato. Muy bueno.

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  2. ¡Excelente! Este relato sí que me ha resultado completamente imprevisible, y, además, el tono marcadamente cómico no es el que más abunda en tus relatos. La parte de las ratas, hasta la llamada de la suegra, me estaba recordando muchísimo a la historia corta El guardagujas, de Juan José Arreola, que es uno de mis relatos cortos favoritos. Búscalo y lo lees, que seguro te va a interesar, son muy pocas páginas.

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    1. Gracias. Este, o el de "Melany" son mi propia versión de los típicos cuentos de "animales que hablan". Tengo varios así.
      "El guardagujas" no lo he leído. Lo buscaré. Todo lo que tenga que ver con ratas me interesa.
      🧀🐀

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    2. Para que no queden dudas, en el relato que te recomiendo no hay ratas, pero el excéntrico personaje del guardagujas y sus respuestas son parecidas a las del representante del control de plagas de tu relato. Además, es casi completamente un diálogo, como este. Aún así te animo a leerlo, creo que te puede interesar.

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    3. Pues lo leeré, a pesar de su preocupante déficit ratonil 😁

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  3. Me ha gustado mucho, ¡Felicidades! Es muy bueno.
    Guardando bastante las distancias, me ha recordado a una película que hay en una plataforma online que empieza por N que se llama "La casa" y está compuesta por tres cortos de animación tipo stop motion. Me ha recordado sobre todo al segundo.
    Miraré también el relato que dice Juan, a ver.

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    1. 😄 Muchas gracias. No tengo Netf... plataforma online que empieza por N. Por no tener, no tengo ni televisor 😅 pero intentaré echar un ojo a esa peli por otros medios, a ver que tal es.

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    2. Es una peli algo rara. No llegué a entenderla mucho 😅 y, realmente gustarme, me gustó el primero.

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  4. Volviendo a la plataforma con N, el capítulo Las ratas de Mason de la temporada 3 de la serie Love, death & robots también me ha recordado a tu relato. Si puedes échale un vistazo.

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    1. Pues tampoco conozco esa serie, pero si salen ratas y robots no puede ser mala.

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    2. La serie se compone de capítulos sueltos, cada uno de un guionista diferente. La primera temporada está muy bien, la segunda te la puedes ahorrar y la tercera está bien también. Ahora, en el único que salen ratas es en el que te he dicho.

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