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miércoles, 2 de marzo de 2022

EL CORSARIO DEL TIEMPO

EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS                                                                                  ¡ALERTA DE EXPOILERZ!                                                                                             

                                             Presentado por… el profesor Plot.

 

Saludos, ávidos lectores.

Mucho antes de alcanzar la fama con sus novelas de terror juvenil Goosebumps, R. L. Stine se dedicaba a escribir librojuegos. Varios de ellos aparecieron en colecciones como La Torre y la Flor de Everest o Magos y Guerreros de Susaeta (no confundir con Brujos y Guerreros de Altea).

Los libros de La Torre y la Flor se caracterizaban por tener ilustraciones monocromas en lugar del clásico blanco y negro. Tanto sus títulos lineales como interactivos estaban divididos en rangos de edad: Violeta (seis años en adelante, Lirio (nueve años en adelante) y Rosa (a partir de doce años).

Esta es una clásica historia de viajes en el tiempo. Rara era en esta época la colección de librojuegos que no incluyera viajes en el tiempo en al menos uno de sus títulos, cuando ya La cueva del tiempo, el primer librojuego de la historia, trataba precisamente sobre eso.

En El corsario del tiempo tomamos el papel de un chaval al quien nuestro tío, un inventor despistado, “invita” a empujones a acompañarlo en el viaje inaugural de una máquina del tiempo que ha fabricado. ¿Un viaje en el tiempo? ¿En una máquina casera sin testear, que no sabemos manejar? ¿Acompañados de un hombre despistado y olvidadizo? Bueno ¿Por qué no? ¿Acaso tenemos algo mejor que hacer?

Tan pronto como subimos a la máquina y nuestro tío la activa, recuerda de pronto que se ha dejado las gafas. Salta de la máquina para ir a por ellas, con lo que nos vemos viajando por el tiempo solos, tocando botones y palancas al azar, a ver que pasa.

Entre otras épocas, podemos acabar en un futuro donde todo el mundo viste igual y se tiñe el pelo del mismo color, porque toda persona que ofenda a otra con su aspecto, actitud o palabras, aun de forma involuntaria, es condenada a muerte y linchada en plena calle. Futuro lejano según el libro, pero cercano, viendo como evoluciona la sociedad hoy en día.

Hay otro futuro en el que toda la población son robots con aspecto humano, o quizá humanos controlados por robots, o hasta puede que nosotros mismos seamos un robot sin saberlo, y todo el asunto del viaje en el tiempo solo se trate de un deliro nuestro por efecto de una mala programación.

El pasado también tiene su gracia. Podemos aparecer a pocos metros de un hambriento tiranosaurio, o ayudar a Daniel Boone a librarse de un oso. Claro que también la máquina puede funcionar mal, y si la usamos demasiado cerca del oso intercambiará nuestras mentes. Y ya para siempre en el cuerpo del oso, nos entrará apetito al ver huyendo de nosotros a nuestro antiguo cuerpo, y nos comeremos a nosotros mismos.

Los finales malos de los librojuegos infantiles solían ser, curiosamente, más horribles que los enfocados a un publico más adulto. Y este, con Stine a los mandos, tiene algunos finales que resultan particularmente escalofriantes. En uno de ellos, por ejemplo, alguien nos reduce de tamaño, nos paraliza, nos pinta de plateado, y nos coloca como adorno en la capota de su coche. Hay también unos cuantos finales cíclicos en los que terminamos en un bucle donde nuestra única opción es pasar de la página A a la B, y una vez en la B, nuestra única opción es ir a la A. Es lo malo de viajar a lo loco por el tiempo.

Me ha parecido muy imaginativo, sobre todo en la descripción de los futuros. El título, por cierto, es engañoso. No aparece ningún corsario del tiempo. Esto es solo el nombre con el que nuestro tío bautiza su máquina, lo cual sugiere que sus intenciones a la hora de viajar por el tiempo quizá no eran muy honestas…

Puedes leer otro librojuego de este autor pulsando aquí.

The Time Raider. 1982. Robert Lawrence Stine (texto) David Febland (ilustraciones). La Torre y la Flor (serie Lirio) Tu Aventura nº 4. Publicado por Susaeta en 1987.

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