EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS ¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Presentado por… el profesor Plot.
Saludos, ávidos lectores.
Hoy es 31 de enero ¡Dia Internacional del Mago! Agradecemos su labor a todos los magos que nos han entretenido o alegrado un poco la vida, desde los Reyes Magos a Harry Potter, pasando por los hechiceros de todo tipo de los juegos de fantasía y los ilusionistas, escapistas y prestidigitadores del mundo real, como David Copperfield, Houdini o el mismísimo Juan Tamariz. Gracias a todos por las liebres que saltan de dentro de las chisteras, las monedas que salen de detrás de las orejas, los Alohomora, los Proyectil Mágico y los Fuego de la Ira.
Aprovechamos la fecha para comentar un bolsilibro en el que tendremos algo de crimen y algo de ilusionismo. Es el primero que comentamos de Juan Almirall Enciso bajo uno de sus seudónimos, el de Robert Delaney.
El Gran Maurice Grimond, famoso mago de vodevil, ha muerto. Se retiró del mundo del espectáculo hace algunos años, y desde entonces vivía con su mujer Carole en una mansión en las afueras de París. La relación hacía mucho que se había enfriado, al menos por parte de ella, y cuando Maurice se desplomó en medio de una cena con unos amigos y fue declarado muerto por un ataque cardíaco, supuso casi una liberación para Carole.
La lectura del testamento no revela nada que no se diera por supuesto. La casi totalidad del patrimonio de Maurice pasa a Carol. Una relativamente pequeña parte es dejada a modo casi simbólico a los dos mejores amigos de Maurice; su médico particular, el doctor Sanson, y un compañero de profesión llamado Bruno. Hay, no obstante, dos pequeñas sorpresas en el testamento. La primera es que Maurice no deja nada en absoluto a Chantal, su anterior esposa, de la que se divorció en buenos términos y con la que mantenía una relación de amistad. La segunda es un testamento alternativo que se hará efectivo anulando el presente si Carol no cumple una extraña clausula: deberá pasar una semana completa viviendo en la mansión en la que él murió, sin salir en ningún momento ni contar con la compañía de nadie.
Carole no se lo piensa mucho y acepta. La herencia de Maurice incluye otras propiedades además de la mansión y los terrenos sobre los que se alza. Hay también algo de efectivo, no mucho, pero sí un seguro de vida de un millón de francos que Carole cobrará por la muerte de su esposo pasada esa semana.
Ya desde el primer día empieza a arrepentirse de su decisión. Maurice tenía varias habitaciones de la mansión siempre cerradas con llave, alegando que era allí donde guardaba sus máquinas y trucos de ilusionismo. Sin embargo Carole encuentra algunas de esas puertas entornadas y algunas luces encendidas en habitaciones en las que ella no ha entrado. Le parece oír pasos y tiene la sensación de que hay alguien más con ella. Sus temores parecen confirmarse cuando oye una sonora carcajada retumbando por las salas y pasillos. Es la risa del mago, la risa triunfal con la que Maurice cerraba sus espectáculos, tras dejar boquiabierto al público con su truco final. A pesar de su miedo, Carol sigue esa risa hasta el desván, y allí se encuentra con… con Maurice, sí, pero no se trata de un fantasma. Es Maurice en carne y hueso, que valiéndose de sus trucos ha fingido su propia muerte.
Maurice, que sigue apasionadamente enamorado de Carol aunque esta no le corresponda, planeó todo el asunto con la ayuda de Bruno y Sanson. El primero le asistió en su cambiazo de ataúd tras el velatorio, y el segundo fue quien certificó su muerte sabiendo que seguía vivo. El siguiente punto de su plan es que Carole cobre el seguro, emplear una parte de ese dinero para cambiar de cara mediante cirugía estética, comprar una identidad falsa, y volver a casarse con la afligida viuda como un hombre diferente, para que nadie cuestione su presencia en la mansión. Para Maurice es un plan perfecto. Para Carole, que creía haberse librado de él y haber obtenido sus propiedades y un millón de francos para ella sola, todo el asunto es una terrible decepción.
Sin embargo, Maurice no pudo prever algo: un segundo ataque al corazón provocado por una sobredosificación de la droga que empleó para fingir el primero. Este segundo ataque acaba con su vida (esta vez de verdad) dejando a Carole, Sanson y Bruno con el trabajo de ocultar un cadáver que oficialmente ya ha sido enterrado. Esto tampoco les supone un gran inconveniente, pero a partir de aquí las cosas comienzan a ponerse raras.
Maurice siempre alardeaba de estar trabajando en el más grande de los trucos: vencer a la muerte y volver desde el más allá. Cuando le reveló la verdad sobre su muerte fingida a Carol, esta pensó que su marido se refería a lo que acababa de hacer. Que su manera de “vencer a la muerte” era simplemente fingirla y estar legalmente muerto para el mundo. Nunca pensó que pudiera referirse a una resurrección real. Pero tras la autentica muerte de Maurice, Carole comienza a recibir cartas de este, que simplemente aparecen por debajo de su puerta tanto si está en la mansión como en su casa de París. En estas cartas, alguien que firma como Maurice (y además de tener su misma letra, se expresa igual que él) le comunica a Carole que su verdadera muerte ha supuesto un pequeño revés a sus planes, pero ya lo está solucionando y no tardará en reunirse con ella.
Carole, que creía haberse librado de él por segunda vez, comienza a ponerse paranoica. En estas cartas, Maurice (si en verdad es él quien las envía) demuestra saber dónde ha estado, con quien ha hablado y qué se han dicho. La situación se vuelve insoportable cuando en las cartas, Maurice le comunica que su truco final burlando a la muerte no ha funcionado como él esperaba, y puesto que no logra volver a la vida, se la llevará a ella al Más Allá para poder así estar juntos de nuevo.
Carol está decidida a llegar al fondo del asunto, y pide a Sanson y Bruno que la acompañen a la mansión a comprobar si el cadáver de Maurice sigue donde lo dejaron. Los tres están implicados en lo de fingir su muerte primero, y en lo de ocultar su muerte verdadera después. Pero una vez en la mansión la paranoia de Carole no cesa de aumentar, y en un momento en que se queda sola, Maurice aparece ante ella y el corazón de Carole falla, matándola de miedo… eso sí, con un poquito de ayuda de un “calmante” que el doctor Sanson le había inyectado poco antes.
En una conversación que mantienen ambos, nos enteramos que efectivamente Bruno y Sansón aceptaron ayudar a Maurice a fingir su muerte, pero luego decidieron que merecían algo más que las gracias. Mataron a Maurice aumentando la dosis de la droga que paró su corazón. Fueron ellos los que tras esto fingieron el segundo y “verdadero” regreso de Maurice, vigilando los movimientos de Carole, falsificando su letra en las cartas y dejándolas donde supieran que ella iba a encontrarlas. Sin ella de por medio tenían acceso al dinero de la herencia debido a Maurice, confiando en sus amigos, había dejado como albacea de la misma a uno de ellos por si había algún imprevisto.
Naturalmente, y por mucho que se diga lo contrario, no hay honor entre criminales. Justo cuando uno de ellos se dispone a matar al otro, la risa y la voz de Maurice retumba una vez más por la mansión. La voz les anuncia que todo lo que han dicho ha sido grabado, y que la policía ya ha sido avisada y está a punto de llegar. Sanson y Bruno tratan de huir, pero ya es tarde y la policía se les hecha encima.
Mientras detienen a ambos y encuentran las pruebas en su contra, alguien sale de una de las cajas mágicas con doble fondo del repertorio de trucos de Maurice y se escabulle de la mansión por una puerta secreta. Es Chantal, la exmujer de Maurice. Él le confesó lo que pensaba hacer, y que no se fiaba plenamente de Bruno y Sanson, pero debía recurrir a ellos para que su plan funcionara. El amor de Maurice por Carole era sincero, y temía que además de tratar de librarse de él pudieran atentar contra ella. Dejó una grabación amenazándolos preparada, así como micrófonos ocultos en la mansión por si trataban de librarse de ella allí. Chantal, a la que seguía unido por una solida amistad mutua, fue la que puso en marcha la última parte del plan y llamó a la policía, escapando a continuación.
No ha estado mal. El autor trata de liar al lector del mismo modo que Maurice, Sanson y Bruno tratan de liar a todos entre los tres, Maurice y Carole son luego liados por Sanson y Bruno, para luego acabar ambos liados por Chantal. Pero hay algunos puntos que no me han terminado de quedar muy claros.
¿Maurice puso micrófonos en todas las salas de una mansión de varios pisos? ¿Las cintas grababan continuamente y Chantal debía acudir a cambiarlas todas con regularidad desde el día del entierro oficial de Maurice? La cláusula de que Carole debía pasar una semana sola en la mansión no parece tener mucho sentido, si Maurice pretendía revelarle la verdad el primero de esos días. Tampoco se nos desvela en que consistía el segundo testamento, pero quiero pensar que en este el grueso de la herencia es dejada en manos de Chantal, la única persona de toda esta historia que en verdad quería a Maurice.
Son varios pequeños detalles como esos, en que tenemos que inventarnos nuestra propia explicación o aceptar que no la hay. Pero lo achaco a que estas historias se escribían a contrarreloj y los autores en ocasiones no tenían ni el tiempo material ni el número de páginas necesario para atar perfectamente todos los cabos. A pesar de ello, es una historia entretenida que nos deja hasta el final con la duda de si Maurice está o no muerto, de si está fingiendo por segunda vez su muerte, o de si hay un fantasma real implicado. Pero en fin... ya sabéis que los buenos magos nunca revelan sus trucos.
La risa del mago. 1980. Robert Delaney [Juan Almirall Enciso]. EASA Terror nº 221. Editorial Andina S.A.
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