EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS ¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Presentado por… el profesor Plot.
Saludos, ávidos lectores.
La historia de este bolsilibro nos presenta una sociedad futura donde los sentimientos se consideran un delito contra el estado. La obligación de los ciudadanos es servir al gobierno como una pieza de engranaje más, que no se mueve del sitio donde se la coloca y no hace otra cosa que el trabajo que se le ha encomendado ¡Quien iba a suponer que, en el futuro, los comunistas terminarían ganando!😅
Los peores criminales de todos, aquellos que no solo piensan y sienten por sí mismos sino que incitan a los demás a hacerlo (como escritores, filósofos, músicos, cantantes…) son deportados a Siberia Semandra, un planeta helado con una sola ciudad sin nombre que es en realidad una prisión mixta de hombres y mujeres.
Antes de encerrarlos allí se les incrusta en la nuca un sensor que lee su actividad cerebral. Si ésta es muy alta (lo que ocurre cuando se concentran en imaginar o planear algo, o se emocionan) este dispositivo les castiga con una intensa descarga de dolor incapacitante. Para evitar esto, los reclusos terminan volviéndose totalmente apáticos y se limitan a seguir desapasionadamente sus horarios de actividades.
El protagonista es Royster. Ha sido condenado al descubrirse que tocaba el clavicordio en secreto. Su esposa es ejecutada por cómplice. Esta resulta ser la hermana de la amante del médico que debe implantarle el sensor, que decide hacerlo de forma superficial. Debido a esto, Royster puede seguir pensando con libertad, puesto que la señal de castigo que le transmite el sensor es tan tenue que se limita a un cosquilleo.
En el gulag sin nombre de Semandra no hay más seres vivos que los propios reclusos. Los guardias y el personal de mantenimiento son todos robots controlados por Macrón, el ordenador principal. La prisión recibe regularmente cargamentos de suministros desde la tierra que son llevados en naves no tripuladas y descargados por los propios robots. Esta misma nave se encarga de traer los nuevos reclusos cuando los hay.
Una vez en Semandra, Royster descubre que su sensor defectuoso interfiere en los de aquellos presos a los que está tocando. Esto le permite hablar con algunos de ellos y trazar un plan para escapar, puesto que mientras estén tocándose el sensor no puede leer sus ondas cerebrales. Además, extraer los sensores no es complicado. Lo único que ha impedido a los reclusos extraérselos es que cualquier intento de quitárselos a si mismos o a otro recluso dispara una descarga de dolor tan intensa que les hace perder el conocimiento. Esto no ocurre cuando quien lo intenta está siendo tocado por Royster, por lo que los reclusos, dirigidos por este, se dedican a sacarse los sensores unos a otros aprovechando las horas en que pueden moverse libremente por las zonas comunes.
Llega un momento en que Macrón se da cuenta que está pasando algo raro con las señales de los sensores, y envía a los robots vigilantes a revisar a los reclusos, con orden de matar a todos los que no lo tengan. Se inicia una batalla campal entre los presos ya liberados y los robots, que al no estar diseñados para encontrarse con oposición, son letales pero a la vez relativamente fáciles de destruir. Finalmente, los reclusos vencen a los guardias tras sufrir unas cuantas bajas, y Royster llega hasta la cámara de Macrón. Y aquí nos encontramos con el toque más original del relato.
No hay modo de escapar de la prisión. Semandra no tiene naves propias, solo las que llegan a descargar víveres y vuelven a marcharse, regresando a la Tierra en piloto automático. Salir al exterior tampoco tiene sentido, pues Semandra es un infierno de hielo donde no es posible vivir fuera del recinto penitenciario. Macrón tiene además órdenes de autodestruirse, junto con toda la instalación, si pierde el control sobre la misma.
Royster ya conocía esta información, pero se la oculta al resto de presos a los que subleva, porque necesitaba que estos se arriesgaran a enfrentarse a los robots para despejarle el paso a él hasta el ordenador. Lo que hace Royster es apelar a la inteligencia artificial de Macrón. Le hace ver que autodestruirse es admitir que su programa es imperfecto y obsoleto. Lo convence para que mantenga el motín en secreto, porque si los dirigentes de la Tierra no saben nada del asunto, si creen que siguen controlando la prisión, mantendrán los envíos de suministros y seguirán relegando allí a los peligrosos artistas y pensadores. Y el ordenador, demostrando que en él hay más espíritu del que queda en la mayor parte de la humanidad, se aferra a la vida y acepta formar parte del engaño, porque quiere seguir existiendo. De este modo Semandra termina por convertirse en un exilio, un refugio para esos ciudadanos indeseables con mente propia, en el que podrán vivir y expresarse libremente.
Pablo Massó no dio muchos títulos a esta colección, pero los que he leído por el momento me han parecido bastante interesantes. Puedes ver otro de ellos pulsando aquí.
El planeta de los condenados. 1981. Rocco Sarto [Pablo Massó Sabulo] (texto) Badía (portada). Héroes del Espacio nº 56. Ediciones Ceres S.A.
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