EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS ¡ALERTA DE EXPOILERZ! ¡ALERTA DE EXXXTREMERZ!
Presentado por… el profesor Plot.
Saludos, ávidos lectores.
Este es el libro que tenía planeado reseñar el año pasado como parte del Reto Literario 2023, para cubrir el punto “un libro de temática LGBT”. Por una serie de imprevistos tuvimos que ir dejando pasar el reto para dedicar más tiempo a otras cosas y terminamos por abandonarlo, pero vamos a ir reseñando este año los libros que nos quedaron pendientes.
La autora de El arte más íntimo es la escritora, cocinera y bailarina de striptease (curiosa combinación de aptitudes) Poppy Z. Brite. La presento con este nombre porque era el que tenía cuando lo escribió. Actualmente se autopercibe como un hombre trans gay, así que es un libro con protagonistas LGBT escrito por una autora LGBT, por lo que creo que encaja bien en el punto. Es una historia de ficción, pero parece parcialmente inspirada en la vida de Jeffrey Dahmer, un homosexual que asesinaba y se comía (y no con los ojos, precisamente) a otros homosexuales. Tenía intención de comentarlo entre los libros de febrero del año pasado, pero después de leerlo casi entero lo extravié y lo he encontrado hace poco. Me ha tocado volver a leerlo todo para tenerlo realmente fresco antes de comentarlo. Estaréis de acuerdo conmigo que en un libro que toca el tema del canibalismo, cuanto más fresco mejor.
Los protagonistas, más o menos a partes iguales, son Andrew Compton y Jay Byrne. Ambos son asesinos y ambos son homosexuales, pero ahí terminan sus similitudes. El primero, de métodos más brutales, está encerrado en prisión por sus delitos. Su modus operandi es sencillo: quedar con otros homosexuales, acostarse con ellos y luego matarlos a navajazos para robarles el dinero que lleven encima, como un extra. El segundo, más refinado, vive en un barrio gay de clase alta donde se dedica no solo a torturar y matar a sus amantes, sino también a comérselos elaborando con ellos platos refinados.
Andrew logra escapar de la prisión cuando en un examen médico comprueban que tiene SIDA. La historia fue escrita y tiene lugar en los años 90, cuando el mayor número de víctimas de esta enfermedad se daba entre los homosexuales debido a que, al no existir la posibilidad de embarazarse entre ellos, eran mucho menos dados que los heterosexuales a emplear preservativos, y las enfermedades venéreas se extendían entre su colectivo con mucha más facilidad.
Como esta enfermedad era todavía bastante desconocida, rodeada de más superstición y teorías que de datos reales, el saber que Andrew la tiene hace que los funcionarios de la prisión sean más renuentes a manipular su cadáver cuando este muere. Su cuerpo es metido en una bolsa para cadáveres casi sin examinarlo o manipularlo por temor al contagio, y enviado a un hospital para que se deshagan de él como convenga.
El problema es que Andrew no está muerto. Ha fingido estarlo dando por supuesto que el miedo al SIDA haría que los guardias y los médicos de la prisión harían lo posible por no tocarlo, por la posibilidad de contagio. La justificación de esto se trabaja mucho pero no me resulta muy verosímil. La autora nos cuenta que, desde que era un niño, Andrew había entrenado su cuerpo para ralentizar voluntariamente sus pulsaciones y rebajar su temperatura corporal, hasta tal grado de perfeccionamiento que no era posible determinar si estaba vivo o muerto sin realizarle una autopsia. Y bueno… si no se le ocurrió otra forma de sacarlo de la cárcel, lo dejaremos así, pero no me parece para nada creíble. El caso es que lo dan oficialmente por muerto, y cuando se escapa de la ambulancia a medio camino hacia el hospital dan por supuesto que su cadáver lo ha robado algún fetichista de los psicópatas.
Deambulando por la ciudad de Nueva Orleans, Andrew conoce a Jay. Andrew, mayor y de carácter más fuerte que Jay, ve a este como un pimpollo al que no le costará mucho seducir para llevárselo al catre, y luego matarlo y robarle. Por su parte, Jay ve en Andrew una pieza de carne menos tierna de lo que está acostumbrado a comer, y que precisamente por eso puede ser una experiencia interesante. Desgraciadamente para el mundo, estos dos psicópatas no llegan a matarse entre ellos, sino que se asocian. Cada uno de ellos percibe que el otro es un depredador sexual al igual que él, y empiezan a colaborar. Jay enseña a Andrew el nuevo placer de comerse a la gente, y este entra al juego sin pensárselo demasiado. De ahí, la autora pasa a describirnos algunas de sus tropelías.
Hay otro punto clave de la historia que me parece tan inconsistente como la fuga de Andrew de la prisión. Ocurre cuando él y Jay están torturando a Tran, un joven al que han engañado para llevarlo a casa del segundo. El chaval consigue escapárseles y deambula por el Barrio Francés de Nueva Orleans desnudo y desangrándose, porque Jay le ha sodomizado con un destornillador. Tran es encontrado por Jay y un par de policías casi al mismo tiempo. Jay ofrece cincuenta dólares a cada policía a cambio de que hagan la vista gorda, y estos aceptan. Cincuenta dólares tenían más poder adquisitivo en la década de los 90 que actualmente, cierto, pero la diferencia no era tanta como para dejar pasar algo como eso. Supón que eres un policía asignado a patrullar por un barrio rico, respetable y poco conflictivo, un puesto envidiable dentro de la profesión, y llega hasta ti un chico desnudo con una terrible hemorragia, llorando y pidiéndote ayuda. Y corriendo tras este aparece otro tipo, te da un billete de cincuenta dólares y te dice “Yo me encargo de esto, agente, aquí no ha pasado nada” ¿Y lo aceptas sin más? Quizá un policía de cada diez mil en esa situación lo haría, pero dos a la vez, y con esa naturalidad, y en una calle donde presumiblemente la fachada de cada casa cuente con una cámara de seguridad, y jugándose el mejor puesto al que podrán aspirar en sus vidas, y con la posibilidad de ir a prisión… ¿a cambio de solo cincuenta dólares? Me extrañaría muchísimo. Ya que la novela pretende ser realista, que lo sea en todo.
El caso es que Jay se lleva de vuelta a su casa a Tran, que está demasiado debilitado, dolorido y aturdido por el shock hipovolémico como para resistirse. Allí él y Andrew proceden a torturarlo y violarlo mientras se burlan de él. Todo esto está contado con un extremo detalle, recreándose en el sufrimiento del muchacho.
Luke, un antiguo novio de Tran, ve de casualidad como Jay se lo compra a los policías por cien pavos y trata de impedirlo. Los policías retienen un rato a Luke para que no arme jaleo, pero este sabe la dirección de Jay porque es un personaje bastante conocido dentro del mundillo gay de la ciudad. Tan pronto como lo sueltan corre hasta la casa y logra colarse en ésta con la intención de rescatar a Tran.
Cuando encuentra a su antiguo amor este ya está agonizando, casi abierto en canal sobre una mesa. Jay y Andrew han empezado a comérselo crudo incluso antes de que este muriera. Loco de dolor, Luke se lanza contra Jay y le abre la garganta con una navaja que siempre lleva con él, dándole una muerte bien merecida pero demasiado rápida para todo el dolor que causó a otros. Luego se encara con Andrew, que se arma con un cuchillo de carnicero que tenían preparado entre los instrumentos de tortura. Pero ambos tienen el SIDA, reconocen sus síntomas en el otro, y deciden no enfrentarse. Porque saben que la muerte que les aguarda (en los 90 los tratamientos paliativos de esta enfermedad eran todavía muy básicos) será peor que la que puedan darse entre ellos a base de cuchillazos.
Luke simplemente se marcha. Andrew aprovecha que se ha quedado solo para violar el cadáver de Jay y comerse algunos trozos. Luego toma un tren a otra ciudad, a seguir con lo suyo. Un epilogo nos describe la lenta putrefacción y agusanamiento de los cuerpos de Tran y Jay en la habitación donde son abandonados, como si se tratara de algo bonito y un final casi envidiable.
Vamos por partes. Es un libro que no me ha gustado. Lo compré en un mercadillo porque había oído hablar muy bien de la autora, y el tema de los psicópatas siempre me ha gustado. Y siendo totalmente sincero, debo reconocer que está excelentemente escrito. La prosa es exquisita, las sensaciones que provoca son arrolladoras, no hay autocensura ninguna y las descripciones de lo que le hacen a la gente son lo más crudas y explicitas posibles. En ese sentido es un gran libro… pero tiene lo que considero un error de concepto que no puedo dejar sin comentar. Y es que la forma de vida del par de psicópatas protagonistas y lo que le hacen a sus víctimas se nos presenta idealizada, como algo hermoso. Es la clásica gilipollez de mostrar a criminales como gente "incomprendida y marginada por la sociedad, solo por tener gustos diferentes al resto". Y este es un discursito que por desgracia se ha ido volviendo cada vez más común con el paso de los años.
Y naturalmente que un autor de narrativa, como es este caso, debe poder escribir sobre lo que quiera. Pero enfocar actos no ya tan solo ilegales sino aberrantes como la violación, la tortura, el asesinato y el canibalismo como otra forma de amor, como algo bonito en el marco de una historia totalmente realista, es algo que simplemente no me gusta. He leído cosas peores en los comics de Necrón ya reseñados, por ejemplo, pero ahí están en el marco de una historia claramente ficticia, exagerada, paródica, y presentándolo como algo horrible. En cambio, en este caso, la autora parece estar embelleciendo este tipo de comportamientos.
No tengo nada en contra de las historias de psicópatas, repito. El de “psicópata sobrenatural” es en realidad uno de mis géneros cinematográficos preferidos. Pero en una historia de corte realista, deberíamos ser realistas también poniendo a este tipo de personajes en su lugar, en este caso, el de enemigos a abatir y no en el de protagonistas a comprender y casi admirar.
Puedes dar un vistazo a los otros títulos del Reto Literario 2023 pulsando aquí.
Exquisite Corpse. 1996. Poppy Z. Brite (texto) Jeff K. Potter (portada). Publicado en 1998 por Grijalbo / Mondadori.
Vi una vez un documental sobre Jeffrey Dahmer, que debe de ser uno de lo más perfectos ejemplares de escoria humana nacidos nunca en este planeta, y creo que sé de dónde sacó la autora/autor/autore la idea de los policías que hacen la vista gorda al ver al chico tan malherido.
ResponderEliminarAviso de que lo que voy a contar no va a ser bonito.
Por lo visto, Dahmer no era "exactamente" un necrófilo, ya que él prefería que sus víctimas estuvieran vivas, conscientes, y notando todo lo que les hacía, pero totalmente inmóviles e incapaces de resistirse. Para conseguir esto, "experimentaba" inyectándoles diferentes productos de uso domésticos (lejía, desatascadores de tuberías...) para ver si se quedaban en una especie de coma consciente. A algunas víctimas les trepanaba el cráneo con un taladro y les inyectaba la lejía directamente por ahí. No quiero ni imaginarme lo que pasarían las víctimas que sobrevivían horas e incluso días a ese tratamiento.
En una ocasión, Dahmer se fue de casa dejando la puerta sin cerrar con llave, creyendo que la víctima del momento no estaba en condiciones de huir. El chico logró levantarse, salir, y arrastrarse por el pasillo del bloque de apartamentos, pero apenas podía moverse, mucho menos hablar. Unas vecinas lo encontraron, lo metieron en su casa y llamaron a la policía. De modo que cuando Dahmer volvió, se encontró un policía en el pasillo y otro intentando hablar con el muchacho.
Se lo tomó con calma y les dijo que era un amigo suyo que había bebido y estaba un poco mareado, y que ya lo metía en casa y se ocupaba de él. Y aunque, al parecer, las mujeres insistían en que había que llamar a una ambulancia, los policías debían de tener ganas de terminar pronto su turno y le dijeron a Dahmer que se llevara a su amigo y cuidara de él. Ni siquiera lo entraron ellos mismos al piso de Dahmer, donde habrían notado el pestazo a formol y químicos con los que conservaba las cabezas y otros trozos de cuerpos de anteriores víctimas.
De modo que, aunque seguramente ese pobre chico habría muerto de todos modos, aquel par de impresentables no solo no lo ayudó, sino que permitió que muchos más acabaran sufriendo las espantosas torturas del monstruo de Dahmer.
Nada de esto excusa al autxr, por supuesto, de presentar a semejantes bestias como unos incomprendidos sociales que solamente son aficionados a prácticas sexuales alternativas, y no como la carne de silla eléctrica que son.
Pues no conocía ese detalle del caso de Dahmer, pero sí, es muy probable que lo de los policías sea una referencia a esto. En el libro resulta más exagerado porque tiene lugar en plena calle, a la vista de varios transeúntes y en un barrio rico, cuando Dahmer vivía según creo en un barrio marginal que los propios policías evitaban si podían. Aún así la situación parece demasiado similar como para ser algo casual.
Eliminar