EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS ¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Presentado por… el profesor Plot.
Saludos, ávidos lectores.
Hoy daremos un vistazo a un bolsilibro que se destaca por unos personajes inusuales. Si habéis estado siguiendo las reseñas de bolsilibros que solemos hacer habréis notado que los personajes protagonistas suelen ser muy parecidos, que se ajustan al del clásico héroe o heroína Pulp: altos, guapos, jóvenes, en una buena forma física, y habitualmente con habilidades que no parecen corresponderse con su profesión (como enfermeras que son a la vez expertas en artes marciales, o reporteros con una puntería que envidiarían muchos SWAT). Lo peor que se les puede achacar (especialmente en los bolsilibros de Berna) es una notable promiscuidad que se corta de golpe cuando conocen al gran amor de su vida.
Muy ocasionalmente, nos encontramos con protagonistas con defectos tales como ser criminales, borrachos, o drogadictos. Este es uno de esos casos. De hecho, es uno de esos defectos lo que los salva.
La historia comienza con Leif Carpenter despertándose en una habitación de hotel, para descubrir que al contrario de lo que esperaba, está solo. Solo en la cama, solo en el hotel, y aparentemente solo en el mundo. Por todas partes hay conjuntos de ropa tirada, tal cual como si la gente que la llevara puesta se hubiera desvanecido en el aire. Esta desaparición masiva parece haberse producido en la madrugada, puesto que los comercios están cerrados y el volumen de vehículos estrellados o detenidos en las calles, con los motores en marcha y ropas vacías en los asientos, es relativamente escaso.
Leif estaba de camino a una entrevista de trabajo en otra ciudad, y a falta de nada mejor que hacer, endereza una moto que encuentra en marcha y tumbada en la calle y sigue con lo suyo. La ciudad está completamente vacía, como el hotel y la carretera: vehículos en marcha pero vacíos y montones de ropa es lo único que le recibe. Ante esta perspectiva, Leif se dedica a registrar la ciudad en busca de gente mientras rompe las cristaleras de algunas cafeterías para ir alimentándose. Y sí, logra encontrar a alguien. Una chiquilla de diecisiete años aparece de pronto encañonándole con una escopeta casi más grande que ella misma. La jovencita se llama Moira, y está más asustada ahora que ha descubierto que no está sola que cuando pensaba que lo estaba.
Tras una tensa presentación y declaración de intenciones, ambos acuerdan seguir explorando la ciudad juntos en busca de más supervivientes ¿pero supervivientes de qué? ¿Qué ha borrado del mundo a todos los humanos dejando intactos vehículos, ropas y edificios? ¿Y por qué no les ha afectado a ellos? Al parecer también los animales han desaparecido. No hay pájaros en el cielo, ni perros o gatos callejeros deambulando por ahí, e incluso las tiendas de animales tienen las jaulas y vitrinas vacías. Aquello que ha volatilizado a la vida animal ha respetado sin embargo a la vegetal, ya que los árboles y otras plantas no han sido afectados.
Encuentran otros supervivientes, tres hombres armados y especialmente interesados en Moira. Al principio se muestran amigables, manteniendo al mismo tiempo un cierto nivel de intimidación. La historia que cuentan es muy similar a la de los protagonistas. Simplemente se despertaron (en su caso tras un colocón de muelecaballos, la droga de moda) para descubrir que al parecer estaban solos en el mundo. Leif y Moira tienen claro que la intención de estos tres es quitarle a él de en medio para violarla a ella. Tan pronto como se les presenta la oportunidad se separan de ellos y escapan de la ciudad en un coche. Los tres individuos los persiguen en otro, hasta que una luz brillante, como el resplandor de una bomba atómica, llena el aire cegándolos a todos durante un segundo. Leif aprovecha la ocasión para dar esquinazo a sus perseguidores. Huyendo de ellos es como se encuentran con un sexto superviviente, un periodista llamado Lorne.
Lorne les cuenta que ha visto algo parecido a grandes arañas mecánicas recogiendo muestras y algunos de los fardos de ropa, y llevándolas hasta lo que parece una nave espacial. Por su parte Leif le cuenta que los otros supervivientes que encontraron afirmaban estar bajo los efectos del muelecaballos en el momento en que aparentemente se produjo el suceso que hizo desaparecer a todo animal. El mismo Leif admite que él estaba sufriendo los efectos del muelecaballos en ese lapso de tiempo, y Lorne indica entonces que también ese es su caso. Esto podría establecer un patrón si no fuera porque Moira afirma no saber nada de esa droga, que ella es una chica buena, un angelito que no se droga ni hace esas cosas feas.
Leif, Moira y Lorne siguen juntos, pero en un mundo en completo silencio, sin el ruido de las ciudades, de las fábricas, si el bullicio constante de la gente, el sonido del motor de un coche se oye a muchos kilómetros de distancia. Los tres desgraciados de antes los localizan y esta vez les caen encima tirando a matar. A estas alturas ya todos tienen armas de fuego, y durante el intercambio de disparos el que hacía de jefe de los acosadores recibe unos cuantos balazos y cae muerto al suelo. Los otros dos huyen despavoridos, siendo atrapados y abducidos por una enorme nave alienígena, atraída por su pico de actividad en un mundo en el que no debería haberla. La misma nave esparce por el área un gas paralizante que deja a Leif y sus amigos indefensos. Las arañas mecánicas que vio Lorne los atrapan a todos y los llevan al interior de la nave.
Cuando se recuperan de los efectos del gas, un alienígena extremadamente alto, extremadamente delgado y extremadamente desnudo, llamado Yhidinah, reúne a los cinco y les explica la situación. La Tierra pertenece desde hace siglos a una raza denominada mingaros. Un comité galáctico formado por varias razas les asignó un sector del espacio que incluye el Sistema Solar, debido a una serie de complicado pactos políticos y legales. Puesto que a los humanos no estaban calificados como seres inteligentes y tampoco formaban parte de ese comité galáctico, no se consideró que tuvieran nada que decir ni que hubiera necesidad de informarlos. Los mingaros simplemente han digitalizado a todos los animales de ese planeta que legalmente les pertenece, convirtiéndolos en un flujo de datos que ha sido almacenado en un ordenador para trasladarlos a otro lugar como esclavos o piezas de caza. El proceso es básicamente una teleportación incompleta. Los individuos son desmaterializados en su punto de origen pero no se los reintegra en otro lugar, sino que son mantenidos a mitad del proceso indefinidamente, como datos y energía almacenable.
Yhidinah es solo un observador enviado por ese comité para buscar cualquier irregularidad que pueda haberse producido en el proceso. Y la presencia de varios humanos que no han sido digitalizados lo es. A ojos del comité, esto podría significar que los humanos son una raza inteligente, puesto que habrían encontrado una forma de contrarrestar el proceso de recolecta de los mingaros. Si el comité galáctico aceptara esto como una prueba de inteligencia consciente, los mingaros estarían obligados a devolver a los animales cosechados y renunciar a la Tierra. Para ello, es necesario demostrar que aquellos cuerpos que no fueron afectados por la energía digitalizadora fueron protegidos por un efecto provocado artificialmente por los mismos humanos, y no por un fallo en la propia tecnología de los mingaros. De no poder demostrar esto en las próximas horas, Yhidinah deberá abandonar el planeta, lo cual dará carta blanca a los mingaros para ocuparlo y dedicarse a cazar sistemáticamente a los pocos humanos que quedan.
Ante esta perspectiva, Moira admite al fin que ella también se encontraba bajo los efectos del muelecaballos en las horas en que se produjo la cosecha masiva de animales. No quiso decirlo antes porque se drogó durante el transcurso de una fiesta en la que también terminó por acostarse con casi todos los presentes, y no quería dar de sí misma esa imagen de promiscua y drogadicta ante Leif, que al parecer le atrae mucho a pesar que éste le dobla la edad. Tirando de este hilo, Yhidinah analiza su sangre en busca de restos de la droga y comprueba que efectivamente, alguno de sus componentes interfiere en el proceso de desmaterialización. Como los mingaros no son muy apreciados por la comunidad galáctica, Yhidinah va a presentar esto como una maniobra consciente de los humanos para prevenir la captura por parte de estos, lo cual acreditaría a los terrícolas como seres inteligentes.
El proceso legal, sin embargo, por todos los trámites burocráticos que conlleva, tardará aproximadamente un siglo en completarse. La alternativa que Yhidinah da a los humanos es que estos, en representación de su raza, negocien directamente con los mingaros.
Cuando los abdujo, Yhidinah se trajo consigo las armas de los cinco, así que Leif, Moira, Lorne y los dos acosadores que quedan, ahora amigos por las circunstancias, las agarran todas y son trasladados con una navecita auxiliar a la nave de los mingaros. Una vez dentro la arremeten de inmediato a tiros y gritos. No matan a ninguno, pero ponen en fuga y acorralan a la escasa tripulación en una sala, donde los amenazan de muerte para que estos renuncien de inmediato a la Tierra y a los humanos, y devuelvan a todos los que se llevaron. Los mingaros resultan ser unos cobardes, incapaces de plantar cara a ningún desafío sin contar con su superior tecnología y una gran distancia de seguridad. Creyendo que la navecita auxiliar de Yhidinah solo traía a este, no tomaron ninguna precaución especial y la beligerante actitud de los primitivos humanos los pilló totalmente por sorpresa. Y totalmente desnudos también, por cierto, que no se que manía tienen los alienígenas con eso de la desnudez.
Finalmente Yhidinah registra y valida el trato al que los humanos llegan con los mingaros. También les echa la bronca por ser unos barbaros y recurrir a procedimientos que hacen a su raza indigna de pertenecer al civilizado comité galáctico. Los cinco humanos son devueltos a la Tierra, a la ciudad en la que se encontraron, con la promesa de que el resto de animales terrestres serán devueltos gradualmente durante la siguientes veinticuatro horas.
Sentados en el bordillo de una calle, esperando a que la humanidad reaparezca, los cinco se ríen al caer en la cuenta que puesto que al digitalizar a la gente sus ropas quedaron atrás, al devolverlos todos reaparecerán desnudos, desde las monjas en sus conventos a los fieles que estén dando vueltas en torno a la Piedra Negra de la Meca, los políticos en sus parlamentos y los oficinistas y secretarias en sus puestos de trabajo. Y entre carcajada y carcajada, imaginando los escenarios más vergonzosos posibles, deciden que se merecen alguna recompensa por haber salvado el mundo. Como aun quedan algunas horas para que la gente comience a reaparecer y tienen toda la ciudad a su disposición, se levantan del bordillo y empiezan a saquear las tiendas.
¡Unos protagonistas bastante particulares los que nos han caído esta vez! Drogadictos, promiscuos, ladrones, violentos… pero héroes al fin y al cabo.
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Tres días de silencio. 1983. A.Thorkent [Ángel Torres Quesada] (texto) Almazán (portada). Héroes del espacio nº 183. Editorial Bruguera S.A.
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