EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS ¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Presentado por… el profesor Plot.
Saludos, ávidos lectores.
Hoy toca bolsilibro, que estamos leyendo muy poquitos últimamente y ya sabéis que los médicos de El Planeta del Espacio recomiendan de tres a cinco al mes para mantener razonablemente altos los niveles de frikismo .
No diré que lo he escogido porque como ya hemos comentado últimamente, estamos remodelando nuestra pequeña colonia, la mayor parte de nuestro material está temporalmente embalado, y nos tenemos que limitar a lo que tenemos a mano en cada momento. Al menos es de Rafael Barberán, lo que prácticamente nos garantiza una buena historia.
Empezamos con un motorista cuya cabeza es aplastada por un camión. No os sintáis demasiado mal por él, era un okupa y antisistema de esos que protestan contra todo pero no mueven un dedo para solucionar nada. Con él iba en la moto su novia Dahila, que sale más o menos indemne del accidente pero es trasladada al hospital para observación.
Cuando despierta, un anciano y afable doctor llamado Webber le hace unas pruebas de reflejos retinales, pasando una luz frente a sus ojos mientras le habla calmadamente, y vemos que aprovecha esto para hipnotizarla. Establece un control mental sobre ella y lo deja latente para reactivarlo más adelante. Cuando una enfermera entra en la habitación, encontrándose allí al doctor, nos enteramos que Webber ya está jubilado y no tiene permiso para inmiscuirse en el tratamiento de los pacientes. A pesar de ello, Webber parece llevar mal lo de la jubilación y se mete en el hospital para colarse en las habitaciones de los ingresados y hacerle su propio seguimiento. De no ser porque sabemos que ha hipnotizado a Dahila, simpatizaría con él.
Cuando le dan el alta Dahila se reúne con su pandilla de okupas y se cuelan en un edificio al que han estado rondando últimamente. Es un edificio antiguo pero en buen estado, que va a ser demolido para aprovechar el solar construyendo otra cosa. O iba a serlo, claro, porque al haber okupas dentro el dueño pierde el derecho a demolerlo hasta que éstos se marchen. El grupito manipula y reconecta el suministro de agua y electricidad (alguien lo pagará) y hacen una fogata dentro del edificio con madera que sacan de las puertas y muebles que quedan.
No es que sean unos sintecho y no tengan donde vivir, precisamente. Todos ellos son gente joven con familias que no tendrían problemas en alojarlos. De hecho, uno es hijo de un banquero y su familia es muy rica. Se dedican a vivir de okupas convencidos de que lo que hacen es alguna clase de lucha social y eso los convierte en poco menos que héroes. Y por lo que comentan entre ellos, lo único que les haría abandonar ese tipo de vida es que sus padres se pusieran serios con ellos y les cortaran la paga, porque entonces no tendrían con que comprarse las drogas que consumen. ¿Y estos son los protagonistas de la historia? Por el momento, sigo simpatizando más con el doctor siniestramente obsesionado con su trabajo que con los supuestos protagonistas, obsesionados con vivir sin trabajar.
El edificio está lleno de ruidos y crujidos, nada raro en un edificio viejo... Lo de las puertas abriéndose y cerrándose de golpe continuamente podría deberse al viento… Esos sonidos de pasos que parecen seguirlos por los pasillos sin duda es cosa del eco… La pesada respiración que se escucha en ocasiones seguramente sea autosugestión… Lo que ya es más difícil de explicar es el hecho de que unas llamaradas sólidas se alcen de la hoguera para atrapar a una de las chicas y arrastrarla hacia las llamas, reteniéndola allí como tentáculos de fuego hasta carbonizarla. Su novio es el único testigo de la horrible muerte, y queda tan traumado que cuando cuenta lo ocurrido entre espasmos y lloriqueos, nadie le cree. Achacan su estado alterado a las drogas, y la desaparición de la chica a que se han peleado y esta se ha marchado. El novio en cuestión lleva a los demás hasta la hoguera para que vean los huesos renegridos de la chica, pero estos han desaparecido y no queda ninguna evidencia de lo ocurrido, solo una fogata que chisporrotea alegre y cálidamente.
Mientras los chavales se están preguntando que hacer, el doctor Webber se presenta en el edificio como si tal cosa. Les dice que estuvo siguiendo a Dahlia cuando salió del hospital porque estaba preocupado por su estado de salud y la vio entrar en el edificio. Quiere quedarse a solas con ella un momento para hacerle un último chequeo. Esta accede, y Webber activa la hipnosis latente que dejó en ella, poniéndola bajo su control. Sumida en un trance, Webber la hace deambular por el edificio instándola a buscar algo, unos seres que según él habitan el lugar. Dahila recorre las salas viendo cosas que no están allí y sintiendo como manos invisibles la tocan y zarandean. Finalmente llega hasta una habitación donde una enorme llamarada sólida tentacular (que arde produciendo el dolor de las quemaduras pero sin dañar los tejidos) la atrapa y viola. Tras esto su cuerpo desaparece de este mundo. El doctor Webber, que no esperaba algo tan extremo, echa a correr asustado y termina rodando escaleras abajo, llenándose de golpes y contusiones.
Los okupas insisten en llevarlo al hospital, más que nada por el problemón que pueda suponer el que se les muera allí, pero Webber insiste en quedarse. Finalmente les explica (y a los lectores, de forma indirecta) lo que está ocurriendo. El edificio tiene una antigua y extraña historia de familias rotas, negocios fracasados, asesinatos, apariciones fantasmales y desapariciones de personas. Él se vio implicado en todo esto cuando una chica de la que estuvo enamorado en su juventud, que vivía en ese edificio, desapareció sin dejar rastro. También una sobrina suya y el novio de esta, que vivían allí, murieron el mismo día. Él de muerte natural sin causa aparente y ella lanzándose a la calle desde la ventana del último piso. Webber cree que todo lo que ocurre en el lugar es provocado por lo que él llama los condenados, que son algún tipo de fuerza sobrenatural y maligna.
Los chavales no creen nada de lo que les cuenta. El hecho de que dos de las chicas hayan desaparecido tampoco les preocupa, porque el suyo es un grupo variable, en plan comuna hippie. Es normal que en las casas que ocupan se les autoinviten amigos de amigos o que alguien simplemente se largue sin avisar. El doctor Webber aprovecha que se queda solo con otra de las chicas para hipnotizarla también. Usa a estas personas en trance para que localicen a los condenados y le guíen hasta ellos, pero esto no gusta a las entidades. Acostumbrados a seleccionar a sus victimas y actuar cuando les apetezca, los condenados se enfurecen cuando se dan cuenta que los están rastreando activamente. Dos de los chicos son asesinados por estos seres y tratan de matar a un tercero desprendiendo una pesada lámpara del techo. Entretanto Webber y su hipnotizada guía han logrado localizar lo que parece ser el foco de poder del edificio, el lugar en el que los condenados permanecen mientras no están activos. Se trata del horno industrial de una panadería que una vez hubo en los comercios de la planta baja.
Los condenados entran en cólera al encontrar intrusos en lo que vendrían a ser las puertas de su casa y los atacan. Mientras Webber, en un intento de dañarlos se lanza al interior del horno rezando en arameo, la joven es rescatada por el chico al que le cayó encima la lámpara. A pesar de tener varios huesos quebrados, el chico logra sacar de allí a su compañera y aun le quedan fuerzas para buscar a los que quedan vivos en el edificio para gritarles que lo abandonen. Algo innecesario, porque al parecer los rezos de Webber sí han tenido algún efecto, y el edificio está temblando, amenazando con derrumbarse. Poco después de que consigan salir, todo el bloque se viene abajo. No sabemos si Webber (o ya puestos, los condenados, fueran lo que fueran) perecen en el derrumbe, pero es de suponer que sí. No tenemos al final la clásica boda de bolsilibro porque… bueno, son hippies.
No es mala historia. Es una de esas en las que no hay protagonistas principales, sino que el protagonismo se va repartiendo entre los que queden vivos en cada momento. Las descripciones de las muertes son muy gráficas y es fácil imaginarse todo lo que va ocurriendo con la estética de una película de bajo presupuesto de los ochenta.
Sinceramente, lo que me sugería el título era algo del estilo de ¡Están vivos! de John Carpenter; una trama de control mental mediante mensajes subliminales masivos que en la película estaban, literalmente, ocultos en los carteles de publicidad, titulares de los periódicos, y hasta los billetes. Al final resulta que el bolsilibro no tenia nada que ver con eso y el titulo era literal. “¿Y a que hace referencia el título?” puede que os estéis preguntando. Pues resulta que el edificio que ocupan fue escogido porque el lado que daba a la calle, aprovechando que estaba deshabitado y su demolición programada, había sido cubierto de grandes carteles publicitarios. Todas las ventanas estaban cubiertas por esos carteles, y eso mantenía a los okupas… ocultos tras la publicidad, para que tardaran más en descubrirlos y denunciarlos. En el fondo es uno de esos títulos puestos para llamar la atención, pero la historia está bien.
Más reseñas sobre bolsilibros de este autor pulsando aquí.
Ocultos tras la publicidad. 1984. Ralph Barby [Rafael Barberán] (texto) Sampere (portada). Selección Terror nº 570. Editorial Bruguera S. A.
No hay comentarios:
Publicar un comentario