Comunicado del Supervisor General.

Saludos, viajeros.
¡Ya es 25 de diciembre, por fin! Los dos últimos años, por diversas circunstancias y algún que otro sabotaje felino no pudimos montar un Belén en condiciones, pero en esta ocasión sí tenemos uno que presentaros.
Nuestro Frikibelén 2024 está hecho como siempre a base de juguetes: el terreno es uno de los tableros de la edición de Battletech de 1990, y como personajes tenemos a los soldados anónimos de varios sets diferentes de Army men, o soldaditos de plástico, como se los ha llamado siempre por aquí. Nuestro habitual fondo estrellado para las fotos hace ahora las veces de cielo nocturno.
Como ya hicimos en otra ocasión, al carecer de espacio suficiente para un gran despliegue de figuritas, hemos optado por un pequeño escenario en fases. Tras el montaje inicial le sacamos unas fotos, y uno o dos días después alteramos el escenario, volvimos a fotografiarlo... y hemos seguido haciendo esto hasta ahora, variando la escena cada pocos días pero usando siempre el mismo espacio.
No tiene aspecto de Belén, y no pretende ser simpático, como los anteriores. Las poses de la mayoría de estas figuras de soldados son lógicamente agresivas y no dan mucha opción a emplearlas para otra cosa que no sea para representar una batalla. Tampoco tenemos miniaturas que por sus uniformes y equipos sean 100% históricamente adecuadas a la época que queremos emular. El resultado es una mescolanza de elementos sin mucho sentido, que contamos con que sabréis disculparnos. Y es que en esta ocasión, más que un Belén hemos preferido hacer una representación de otro suceso relacionado con estas fechas: la Tregua de Navidad.
El 24 de diciembre de 1914, hace ahora ciento diez años y en plena Primera Guerra Mundial, se produjeron en los campos de batalla de Europa una serie de encuentros que serían conocidos más tarde como la Tregua de Navidad.
El primero del que se tiene noticia fue en Ypres, cuando los alemanes se pusieron de pronto a cantar desde el fondo de sus trincheras y sus líneas de barricadas. Un murmullo al principio, solo unos pocos hombres, pero algo que fue extendiéndose por toda la línea del frente alemán hasta llenar el tenso silencio de la noche.
El canto llegó hasta la líneas de trincheras francesas e inglesas. La mayoría de estos soldados no hablaban alemán, pero no les hizo falta. Lo que estaban escuchando era el villancico Noche de paz, noche de amor, cantado en el alemán en el que fue originalmente compuesto por Joseph Mohr en 1818. El villancico se había hecho tan popular que había traspasado fronteras y había sido traducido a muchos idiomas, alterando la letra para adaptarla a cada país. Los desconcertados soldados quizá no entendían lo que estaban cantando sus enemigos, pero sí reconocieron la tonada y la cadencia de las palabras, y comenzaron a cantar ellos también su versión nacional del mismo villancico, en su propio idioma, uniendo sus voces a las del bando contrario.
Esto es algo que se repitió en varios puntos del Frente Occidental, sin una coordinación previa, sin nada planeado, y llevado a cabo por unidades sin comunicación entre ellas. Tal cual como si una conciencia colectiva se hubiese apoderado de la mente de todos, soldados de varios frentes distintos se adelantaron hacia las líneas de trincheras enemigas llevando una bandera blanca en una mano y un regalo en la otra.
Os podéis imaginar cómo eran las condiciones de las trincheras. Las banderas blancas probablemente fueran trapos sucios atados a cualquier palo, o simplemente agitados en la mano del portador. Estos hombres, sin más protección ante los francotiradores y los nidos de ametralladoras enemigos que ese trapo más o menos blanco, avanzaron hacia la línea de trincheras contraria. Por las cartas, diarios y declaraciones escritas que se conservan, esto ocurrió tanto en un bando como en el otro. De forma espontánea, soldados de la Triple Entente en algunos casos y de las Potencias Centrales en otros, se expusieron al fuego enemigo en la guerra más sanguinaria y terrorífica que el mundo había conocido hasta ese momento. Y sorprendentemente, nadie disparó contra ellos.
Casi todas estas historias son iguales en lo esencial. Alguien del bando contrario salió al encuentro de este inesperado mensajero, y al llegar hasta él se encontró con que se limitaba a entregarle algo y chapurrear un torpe “Feliz Navidad” en el idioma del otro antes de retirarse de vuelta a su propia línea de trincheras. Los regalos entregados eran cosas como una petaca de licor, un paquete de cigarrillos, una chocolatina, una lata de conservas… no tenían mucho más que ofrecer, después de todo. Como respuesta a esto, alguien del bando que había recibido el regalo hizo lo propio, llevando un obsequio similar al enemigo.
A partir de estos primeros contactos, más soldados comenzaron a adelantarse llevando cosas. Se intercambiaron periódicos y saquetes de correo personal interceptados en las semanas previas. Se improvisaron árboles de Navidad. Se recogieron del campo de batalla los muertos de los días anteriores, y en algunos casos se cavaron fosas comunes donde soldados de ambos bandos fueron enterrados juntos, y curas de ambos bandos rezaron por las almas tanto de unos como de otros, cada uno en su propio idioma.
Esa noche los alemanes brindaron con brandy inglés y los ingleses con Schnapps alemán. En algún momento alguien se adelantó con una desgastada pelota y se puso a darle patadas a la vista de todos. No hizo falta más invitación que esa para que rápidamente se organizaran equipos de futbol, con soldados harapientos y desnutridos jugando sobre un terreno irregular de nieve y fango, lleno de cráteres de artillería.
Se calcula que unos cien mil hombres, a lo largo de todo el Frente Occidental (y en menor medida en el Oriental, donde combatían los rusos contra los austrohúngaros) tomaron parte en actividades similares, principalmente durante los días 24 y 25. En algunos casos esto se extendió unos pocos días más. Los soldados escribieron cartas a sus familiares, y en unas semanas la prensa se hizo eco del singular suceso.
Las consecuencias, sin embargo, no fueron buenas para los participantes. Los altos cargos de ambos bandos, los que dirigían la guerra desde los cómodos sillones de sus despachos, lo más alejados posible del frente, montaron en cólera. Consideraron inaceptable que sus soldados confraternizaran con un enemigo que sus gobiernos se habían esforzado tanto en demonizar ante la población civil. Muchos de los oficiales al mando de las tropas que tomaron parte en esta improvisada tregua fueron degradados o en algunos casos fusilados por traición, y los soldados rasos fueron enviados a otros frentes, por temor a que se negaran a combatir contra unos enemigos que durante unos pocos días habían recordado que también eran seres humanos. Probablemente la mayor parte de los hombres que participaron en esta insólita cadena de treguas espontáneas terminaron sumándose a los más de quince millones de muertos que dejó tras de sí la guerra.
No ha sido un Belén muy bonito ni alegre el de este año, pero me ha parecido el más adecuado ahora que la invasión rusa a Ucrania está implicando cada vez a más países de un modo u otro, que el conflicto de la Franja de Gaza se está recrudeciendo, que los actos de terrorismo religioso son cada vez más brutales e indiscriminados, y que se está empezando a hablar de nuevo de una posible Tercera Guerra Mundial. Hoy es Navidad, y los momentos de celebrar han de ser también momentos de recordar y reflexionar sobre el significado, ya sea real o simbólico, de aquello que se celebra.
Si no estáis demasiado ocupados cantando villancicos, comiendo turrones o sobreviviendo a una guerra, según la parte del mundo en donde os encontréis, podéis ver nuestros Frikibelenes de años anteriores pulsando aquí.
No está de más recordar que sobre todo somos seres humanos y que más allá de los odios, las guerras y la destrucción existe una cosa que se llama humanidad, algo que nos hace, mal que les pese a muchos, miembros de una gran y única familia.
ResponderEliminarCierto, nunca hay que olvidar lo que somos. Habitamos un mundo que quizá sea el único que la humanidad esté destinada a poblar, y antes o después habrá que dejarse de mezquindades y chiquilladas, y empezar a pensar a lo grande, trabajar juntos para convertirlo en el mejor mundo posible. Tengo la esperanza de que se trate de una cuestión de tiempo. Si nos remitimos a la historia vemos que poco a poco las guerras entre países han pasado de ser la norma a ser la excepción.
EliminarProbablemente siempre habrá guerras en algún lugar porque incluso dentro de una misma familia hay hermanos que se pelean. La competición en todas sus formas, guerras incluidas, forma parte del sentido de autosuperación humana. Pero como digo, creo que poco a poco tenderán a desaparecer. Es más una esperanza que una certeza, pero creo que es así como hay que ver las cosas. Una actitud derrotista ya de por si nos predispone a no esforzarnos por mejorar nada.