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jueves, 30 de octubre de 2025

TERROR EN EL CENTRO COMERCIAL

  EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS                                                                        ¡ALERTA DE EXPOILERZ!                                                                                             

                                             Presentado por… el profesor Plot.

 

Saludos, ávidos lectores.

Este es el primer título de la colección Escalofríos, una de tantas que se montaron a la ola de Pesadillas (Goosebumps). Ya hemos reseñado otro título de esta serie, pero como son historias independientes y sin continuidad entre ellas, no importa el orden en que lo hagamos.

La protagonista es Robin, que nos cuenta en primera persona cómo ella, junto con sus amigas del colegio Lisa y Shannon, acude a la inauguración de un nuevo centro comercial. El lugar en el que lo han emplazado tiene mala fama, pues es un antiguo pantano desecado en el que décadas atrás se ahogaron tres adolescentes. También durante la construcción hubo algunos extraños accidentes, como un obrero que fue sepultado por una avalancha de ladrillos, u otro ahogado en un foso de cemento de cuajado rápido mientras hacían los cimientos. Pese a ello, la gente de los alrededores está emocionada con la inauguración y acuden en masa al lugar. Banderines de colores, luces danzantes, ambiente festivo, una enfebrecida multitud llenándolo todo y recorriendo el lugar como si les fuera la vida en ello. Robin y sus amigas se encuentran con otros compañeros de colegio, van de tienda en tienda buscando ofertas o artículos gratis como promoción de apertura, se asombran por los elevados precios de los restaurantes… lo normal en estos casos.

Y para empezar, esto me parece un escenario excelente para una historia de terror. Entre los miedos más comunes de la mayor parte de la gente están cosas como encontrarse en un lugar desconocido, quedarse solo o estar a oscuras. Y el escenario es todo lo contrario: un lugar familiar, lleno de gente corriente y bien iluminado. Veamos cómo nos meten el miedo en el cuerpo en este escenario.

La primera señal de que algo va mal es una empleada del centro que va repartiendo folletos. La imagen de la joven se clava en la mente de todos porque es una preciosidad rubia, simpática y sugerentemente vestida. Justo tras hablar brevemente con ella, suben a la planta superior del centro comercial y la vuelven a ver como dependienta de una de las tiendas. Desconcertados, le preguntan si no se acaban de cruzar con ella abajo o si su hermana gemela trabaja también en el centro, pero la joven afirma que no se ha movido de ahí en todo el día y que no tiene ninguna hermana gemela. Esto se repite con otra empleada con una larga trenza negra y un chico de pelo negro y rizado que habla en susurros, que parecen estar atendiendo varias tiendas distintas a la vez.

Robin se fija en un maniquí asombrosamente parecido a otra compañera de clase con la que contaban encontrarse ahí. No es el único incidente relacionado con maniquíes, porque también le parece ver temblar a otro y en principio lo achaca a que algún cliente acaba de tropezarse con él. Pero luego ve claramente a un chico en pleno proceso de transformarse en un maniquí, girando la cabeza hacia ella y tratando de hablar antes de paralizarse y plastificarse por completo.

Estos dos hechos extraños están relacionados. Como Robin descubre de la peor manera posible, son estos tres dependientes, que aparentemente están en todas partes, los que están convirtiendo a la gente en maniquíes. Lo hacen con la mirada. Cuando están atendiendo a algún cliente y coincide que en ese momento no hay nadie cerca, cruzan la mirada con su víctima y esta siente primero una agradable somnolencia, luego una repentina parálisis, y todo termina en unos segundos. Es como una nueva versión del mito de la Medusa, trasladada a un mundo moderno en el que su isla es un centro comercial en las afueras y su mirada convierte en plástico en lugar de en piedra. 

El moreno rizoso intenta plastificarla a ella. Falla porque una niña se acerca entonces a preguntarle algo e interrumpe el proceso, pero la preciosidad rubia plastifica a su amiga Shannon. Robin y Lisa, acorraladas por la rubia en una tienda vacía de clientes pero sospechosamente abarrotada de maniquíes, huyen por una puerta que las lleva a las entrañas del centro comercial, lejos de los pasillos bien iluminados: almacenes, corredores de servicio, sótanos… y salas llenas de más maniquíes amontonados. Algunos de estos son aterradoramente similares a personas que conocen, incluso a compañeros de clase con los que se han encontrado poco antes, visitando el centro.

Pese a que buscan desesperadas una salida, finalmente no tienen más remedio que regresar a la zona comercial. Allí se dan cuenta de que hay mucha menos gente que antes, en parte porque ya es tarde y se aproxima la hora de cierre, y en parte porque muchos de los visitantes son ahora maniquíes. Los tres misteriosos empleados ya se han dado cuenta de que ellas dos saben algo y se dedican a tentarlas con ropa gratis o entradas para las salas de cine, puesto que los probadores o las salas oscuras son el mejor lugar para plastificar a alguien sin que les molesten. Algunos de los maniquíes expuestos en los escaparates parecen estar tratando de advertir a la gente o pedirles ayuda, moviendo ligeramente una mano, inclinando casi imperceptiblemente su sonriente cabeza. Pero solo ellas parecen ser capaces de darse cuenta, quizá porque ya saben lo que está ocurriendo.

En su huida al exterior, Robin pierde de vista a Lisa. Está sola cuando llega a la parada de autobuses, pero el último ha salido hace cinco minutos. Ante la perspectiva de tener que andar hasta casa, ya en plena noche y estando a las afueras de la ciudad, decide volver a entrar en el centro comercial. Ha visto unos cuantos teléfonos públicos y piensa en llamar a sus padres para que vengan a recogerla rescatarla. Dentro del centro, a minutos de la hora del cierre, solo quedan algunos rezagados que han llegado en sus propios coches, pero ningún conocido entre ellos a los que pedir ayuda. Cuando logra encontrar los teléfonos, las luces generales se apagan y oye cómo los cerrojos de las puertas se cierran. Finalmente, está atrapada con los maniquíes y los tres dependientes. Ahora que no hay testigos, tampoco hay nada que ocultar. Los dependientes dan la orden y los maniquíes comienzan a perseguir a Robin como un ejército de silenciosos zombis de plástico. Y cuando inevitablemente la atrapan, hacen lo que hace todo villano: tratar de justificar sus actos.

Los tres dependientes misteriosos son los fantasmas corporizados de los tres adolescentes que se ahogaron en el pantano tiempo atrás, de los que nos hablaron de pasada al principio. Cuando el pantano fue desecado y se construyó el centro comercial sobre este, vieron su oportunidad de volver al mundo de los vivos para disfrutar de todo aquello que les había faltado por experimentar. Pactaron con alguna fuerza oscura para tener el poder de aparecerse en el centro comercial como fantasmas sólidos. Las personas que han estado convirtiendo en maniquíes son a la vez el pago que deben a la entidad que les dio ese poder como la condición que deben cumplir para obtener cuerpos reales y recuperar una vida verdadera.

Rodeada y sin posibilidad de huir, Robin opta por tentarlos. Les ofrece algo que casi todo adolescente desea… un coche propio. Un coche con el que pasar la noche rodando por la carretera, yendo de fiesta en fiesta. No es más que un coche, pero les vende la idea de este muy bien. Para unos fantasmas con mente de adolescentes que han pasado décadas atrapados en un pantano, lo que les está ofreciendo es aquello que todos anhelan: una representación física y tangible de su idea del éxito y la libertad. Los convence de que va a regalarles un coche, y estos la acompañan hasta el aparcamiento, abriendo de un empujón las puertas del centro comercial, haciendo sonar su estrepitosa alarma. 

Robin les muestra un coche que ha quedado en el aparcamiento, probablemente el de alguien que ahora es un maniquí, y les dice que es suyo. Emocionados, los fantasmas no piensan en detalles como que una niña de su edad no puede ser la dueña de un coche, o que no les ha entregado ninguna llave. Ya se sabe que, al carecer de un soporte físico que almacene sus recuerdos y pensamientos (un cerebro, vamos), los fantasmas tienden a volverse locos o estúpidos, y no ven nada raro en que Robin les regale “su” coche. 

Aprovechando que se olvidan momentáneamente de ella mientras hacen planes sobre dónde irán primero con el coche, Robin echa a correr. Al darse cuenta del engaño, los fantasmas la persiguen, pero al hacerlo se alejan demasiado del centro comercial. El centro se levanta sobre el punto en el que murieron y, al alejarse de este, empiezan a debilitarse rápidamente. Cuando son conscientes de esto, se olvidan de Robin y tratan de regresar al edificio, pero ya es tarde para ellos. Se han alejado demasiado del punto en el que murieron y eso hace que se desvanezcan antes de lograr cruzar de nuevo las puertas del centro comercial.

Tan pronto como los tres fantasmas desaparecen definitivamente, todas las personas que habían sido transformadas en maniquíes recuperan su estado humano y olvidan la mayor parte de lo sucedido. A lo lejos, se escuchan las sirenas de un coche de policía que acude a comprobar qué ha hecho sonar las alarmas del centro comercial.

Una lectura bastante entretenida, sencillita y con un poquito de relleno por aquí y por allá, adecuada para esta época del año. 

Puedes ver una reseña sobre otro libro de esta colección pulsando aquí, o dar un repaso general a todas las obras ya comentadas de Stine y sus imitadores autores similares pulsando aquí

Beware the Shopping Mall. 1994. Betsy Haynes. Escalofríos n.º 1. Publicado en 1994 por Editorial Molino.

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