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miércoles, 26 de noviembre de 2025

PRESENT (n.º 30) La mujer que teje el amor

                                                                          Presentado por...Zag.

 

¡Extra! ¡Extra! ¡Llega el frío! ¡Es época de bufandas! ¡Asegúrese de tener la suya a mano antes que alguien se le adelante y cierre otra sobre su garganta como un dogal!

Ciñéndonos a su orden de publicación, ahora tocaría comentar el capítulo número 29, pero por los motivos que comentamos hace unos días nos lo vamos a saltar y dejarlo para el final. Así pues, hoy la que reseñaremos será la historia número 30, titulada... 

La mujer que teje el amor. Comienza con Kurumi recorriendo las calles de una ciudad, buscando infructuosamente su casa. Al parecer, la misma condición que le da sus poderes y la hace inmune al paso del tiempo y a las necesidades físicas le impide recordar el camino al hogar. Quizá porque, si volviera a su vida normal, perdería esa función de gestora o intermediaria de los regalos con intenciones torcidas que el destino parece empeñado en que cumpla. Un detalle que podría ser importante es que vemos que el viento helado de la calle la afecta, y se encoge de frío cuando es algo que no debería pasar debido a su condición de entidad sobrenatural. Esto podría ser un indicativo que quiso dejar la autora de que se aproximaba el momento en que Kurumi iba a perder esa condición. O bien que esta se debilita cuando ella está tratando activamente de regresar a su hogar.

Kurumi ve algo moverse por el suelo delante de ella. Por lo que nos muestra el cómic, el frío se le pasa de golpe, puesto que no vuelve a hacerse ninguna referencia a ello. Esto reforzaría la idea de que es el hecho de estar tratando de volver a su antigua vida lo que hace que su condición sobrenatural se debilite. Pero vamos a dejar eso por el momento y centrarnos en la historia.

<== ¡Atención al sentido de lectura! <==

Lo que ha visto moverse delante de ella es un ovillo de lana que rueda por el suelo dejando tras de sí una larga hebra que a continuación una joven de aspecto siniestro avanza recogiendo. El ovillo no se le ha caído, sino que ella misma se dedica a lanzarlo rodando y luego recogerlo, como si fuese alguna especie de ritual mágico. Ella ve sin problemas a Kurumi, y otra de las cosas que la serie ya ha establecido es que los seres sobrenaturales como la niña de los regalos únicamente pueden ser vistos por las personas normales cuando lo desean, pero pueden verse siempre sin problemas entre ellos. Con esto ya se nos está dando a entender que la joven no es normal del todo.

La joven en cuestión es Keiko. Al encontrarse con Kurumi le regala un ovillo de lana (lleva al brazo una bolsa llena de ellos). La lana es, según Keiko, el material con el que las mujeres tejen su amor por los demás. Le indica a Kurumi que, si está buscando el amor, debe tomar el ovillo y lanzarlo rodando por el suelo de forma que este deje tras de sí una hebra, y a continuación recoger esa hebra para ver si en su rodar el ovillo la ha conducido hasta donde se encuentra su amor.

Mientras se aleja, Keiko recuerda su niñez: vivía sola con su madre en una casa. De tanto en tanto llegaba un hombre que ella ni tan solo llegó a tener claro si era su padre, pero no se quedaba mucho tiempo. Generalmente desaparecía a la mañana siguiente de haber pasado allí la noche. Entonces su madre dedicaba tres o cuatro días a tejer una prenda con lana, y eso hacía que el hombre volviera. Keiko entendió entonces que la lana tenía algún tipo de magia, y que el hecho de tejer una prenda atraía de algún modo a ese hombre del que su madre estaba enamorada. Un día su madre la abandonó. Se marchó con ese hombre y Keiko fue enviada a un centro de acogida. Pero se aseguró de llevarse los ovillos de lana de su madre con ella, para tratar de averiguar en qué consistía el secreto de la lana.

Volvemos al presente. En el instituto, siguiendo la costumbre de las adolescentes japonesas cuando se acerca la Navidad, Keiko teje una bufanda para Oribe, el chico que le gusta. Pero Oribe ya tiene novia y rechaza la que trata de regalarle Keiko. En pocos días todos los chicos llegan a clase con una bufanda o alguna otra prenda de lana que les ha regalado una chica, como una forma de confirmar públicamente que hay algo más o menos serio entre ellos. 

Keiko, frustrada por el hecho de que Oribe no ha aceptado su bufanda y lleva al cuello la de otra chica, espía las conversaciones de un par de chicos para tratar de averiguar qué es lo que está haciendo mal. Es así como descubre que la costumbre de regalar prendas tejidas a mano incluye que las chicas mezclen algunos de sus propios cabellos con la lana, como si esto fuera algún tipo de magia para atar a los chicos que les gustan. A partir de ese momento Keiko también empieza a hacerlo. Lo que pasa es que Keiko está tan obsesionada con la idea de que la lana es el material con el que se teje y ata el amor que sus bufandas son incómodamente largas. Y al enterarse de que las otras chicas de la clase han mezclado sus cabellos con la lana de las prendas, da por sentado que también en este caso, cuanto más cabello, más capacidad de la prenda para atar el amor.

<== ¡Atención al sentido de lectura! <==

Empieza arrancándose unos pocos cabellos, luego mechones enteros. Teje para Oribe una bufanda ridículamente larga y pesada, que este nuevamente rechaza. Keiko da por supuesto que el rechazo de Oribe se debe a que todavía no hay suficiente lana ni cabello en la bufanda, y empieza a tejer otra muchísimo más larga; metros y metros de bufanda, para confeccionar la cual llega a arrancarse casi todo su cabello. 

Al salir de clase, Oribe se queda rezagado en el instituto, que se vacía rápidamente. Cuando se dispone a marcharse a casa ve un ovillo de lana rodando por el pasillo hasta detenerse junto a sus pies. Intenta agarrarlo, y alguien tira de la hebra que el ovillo ha estado dejando tras de sí al rodar, como el pescador que tira de un anzuelo. Una extraña fuerza, mezclada con la curiosidad, hace que Oribe siga al ovillo hasta una de las aulas.

Cuando entra en el aula, esta parece totalmente llena de una gruesa tela de araña. En realidad es la bufanda que ha tejido Keiko, que cruza una y otra vez la habitación enredándose con todos sus pupitres. Al avanzar un paso al interior del aula, tratando de entender lo que está viendo, uno de sus pies se enreda en un tramo de esta bufanda, haciéndole tropezar y caer, quedando trapado en ella como un insecto en una telaraña. 

<== ¡Atención al sentido de lectura! <==

Entonces aparece Keiko. Como si ella misma hubiese asumido también el papel de araña, se le echa encima y literalmente lo devora vivo. En su delirio, Keiko ha llegado a convencerse de que la única forma de que Oribe esté siempre con ella y no con ninguna otra, es comérselo.

Lo siguiente que vemos de Keiko es que está encerrada en un manicomio, y un par de médicos la observan en su celda. Está casi calva, pero sigue arrancando los pocos cabellos que le quedan para tener algo con lo que tejer. Los médicos comentan que ya tuvieron un caso similar diez años atrás, el de una mujer que amó y a la vez odió tanto a un hombre que terminó comiéndoselo. ¿Es posible que esta persona de la que hablan fuera la madre de Keiko? 

No lo sabemos, y quizá tampoco lo sabe Kurumi, que está observando la escena junto a los médicos. De pronto ellos se dan cuenta de que Kurumi está allí y le preguntan si se ha perdido. Kurumi reacciona con miedo, echando a correr y aparentemente teleportándose de golpe al exterior del edificio, a nivel de calle. Esto también parece dar a entender que ella no esperaba ser vista en esa situación, y el que los médicos sean capaces de verla la toma totalmente por sorpresa, lo que la impulsa a huir. ¿Otro indicativo de que su condición sobrenatural se acerca a su fin? Quién sabe. El caso es que, una vez en la calle, Kurumi sostiene con las manos ese ovillo de lana que Keiko le regaló en su primer encuentro, lo deja en el suelo y lo lanza rodando calle abajo para ver a dónde la lleva, con la esperanza de que este la guíe hacia su verdadero amor: sus padres y su hogar.

No conocía esa costumbre japonesa de mezclar cabello humano en las bufandas, pero que el acto de tejer, hilar o coser se asocie con la magia es algo muy arraigado en la cultura europea. En la mitología griega las Moiras hilaban y cortaban el hilo de la vida. En la romana las Parcas cumplían la misma función. En la tradición báltica eran las Laimas (no confundirlas con las lamias) las encargadas de tejer la suerte. En la mitología nórdica las Nornas enrollaban los hilos del destino de los hombres en las raíces de Yggdrasil. La diosa celta Arianrhod provocaba la transformación de las cosas al hacer girar su rueca de hilar. La princesa Ariadna entregó un ovillo de lana a Teseo para que este fuera capaz de encontrar la salida del laberinto tras matar al minotauro. El caso más conocido probablemente sea el de Penélope, la esposa de Ulises, que cada día tejía un tapiz y cada noche lo deshacía de un modo casi ritual, en espera de que los dioses permitiéran a su marido regresar al hogar. Y en la Edad Media europea las damas entregaban sus pañuelos bordados a los caballeros en la convicción de que estos podían protegerlos en la batalla. ¡Y bueno! ¡Que decir de todas las veces que, siendo pequeños, nuestras madres y abuelas alteraron nuestro destino (impidiendo que nos resfriáramos y enfermáramos, por ejemplo) a base de tejernos jerséis, gorritos, guantes, bufandas y patucos! ¡Si eso no es verdadera magia, entonces nada lo es!

El asociar la magia a la costura es algo que encontramos igualmente en varios cuentos populares como el de Rumpelstiltskin, en el que el tramposo duende convertía el hilo en oro. O La Bella Durmiente, condenada a dormir eternamente si algún día se pinchaba con la aguja de una rueca de coser. Recordadme que demos un repaso al simbolismo de los cuentos populares un día de estos, porque son un tema que encuentro apasionante y del que aún no hemos hablado mucho. 

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Present. 1993-1998. Kanako Inuki. Publicado en 2006 por Mangaline Ediciones S.L.

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