EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS ¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Presentado por… el profesor Plot.
Saludos, ávidos lectores.
Hoy tenemos un día de perros, pero no en el sentido meteorológico. Es otra novela de Stine que empieza bien y acaba mal, de nuevo, no en el sentido argumental de la historia sino en el de satisfacción personal respecto a la misma.
Cooper es un niño de doce años cuya familia acaba de mudarse a una nueva casa en los lindes de los bosques de Maine. Es un chaval especialmente asustadizo, parece que prácticamente todo le da miedo y no pasa un solo día sin que tenga al menos un sobresalto. De hecho, aunque no se la nombra en el texto, lo que parece es que Cooper padece fobofobia (miedo al hecho de tener miedo) y, sobre todo, miedo a que los demás se den cuenta de que está asustado. Teniendo esto en cuenta, los bosques de Maine, un tema recurrente en las novelas de terror de Stephen King, y una casa relativamente aislada cerca de ellos no es quizá el lugar donde desearía estar en ese mismo instante.
Tiene un hermano mayor llamado Mickey, el cual, teniendo en cuenta lo miedoso que es su hermano pequeño, aprovecha cualquier situación para gastarle lo que para él son bromas y para Cooper son episodios aterradores. Durante la primera noche que pasa en su nueva casa oye unos aullidos de perro justo debajo de su ventana, y piensa es que se trata de Mickey imitando el aullido para darle otro de sus sustos. Se levanta de la cama y echa un vistazo por la ventana a la amplia zona despejada que hay al otro lado de esta, pero no ve nada en absoluto. entonces oye un segundo aullido junto al primero, por lo que no puede ser una broma de su hermano.
Al día siguiente sale a echar un vistazo buscando huellas o cualquier rastro que pueda indicar que alli hubo perros. En esta ocasión, en lugar de asustarse por la posible presencia de perros asilvestrados rondando su casa, a Cooper se le pasa por la cabeza la idea de adoptarlos porque en esos bosques deben tener mucho frío. Esto ya ha hecho que Cooper gane un montón de puntos según mi cuenta personal de «quiero/no quiero que sobreviva» del personaje.
Sin nada mejor que hacer, puesto que todavía no se ha incorporado a las clases en su nuevo colegio, Cooper se interna en el bosque para un paseo. Su intención naturalmente es adentrarse solo un poco a ver qué descubre, pero cuando quiere darse cuenta ya se ha perdido. Tras deambular al azar entre los árboles intentando regresar a su casa, pero sin haber tenido la precaución de tomar ningún punto de referencia, Cooper se encuentra con una niña pelirroja de su edad, a la que se nos describe como similar a una muñeca de trapo que la hermana de uno de sus amigos arrastraba a todos lados. Una muñeca de trapo pelirroja... Solo con esa frase el autor ya consigue que nos imaginemos a la niña como una Raggedy Ann, la muñeca en la que se inspiró la saga Annabelle.
La niña dice llamarse Fergie y afirma vivir ahí, en el bosque en general. Su actitud es bastante extraña y su forma de hablar un tanto desconcertante, pero a Cooper no le parece mala chica hasta que, de pronto, la cara de ella se convierte en una mueca de pánico, se le echa encima agarrándole de los hombros y le susurra al oído: «Perros». También le advierte de que él y su familia están en peligro y que deben marcharse cuanto antes del lugar porque el bosque y hasta su propia nueva casa están encantados. A continuación, Fergie corre a refugiarse en su propia casa, que es… el tronco hueco de un árbol, al parecer.
Poco después de esto, Cooper logra encontrar el camino de vuelta a su casa, de pura casualidad. Cuando se dirige hacia ella, comienzan a perseguirle dos enormes mastines negros que parecen tener toda la intención de hacerlo trizas. Corriendo consigue llegar hasta su padre, que está haciendo unos arreglos en el exterior de la casa. Ya con el corazón casi saliéndose por la boca, le grita que tenga cuidado con los perros y se vuelve para señalárselos, pero no hay ni rastro de ellos por ningún lado. Su padre ni tan solo dice haberlos oído, pese a que los animales ladraban como locos mientras le perseguían y le pisaban los talones a Cooper. Pero aparentemente solo Cooper puede oírlos o verlos.
Ambos entran a la casa y, mientras desayunan, Cooper insiste en que tienen que irse de allí cuanto antes porque una niña que ha conocido en el bosque le ha dicho que la casa está encantada. Y entiendo que para alguien que no haya sido perseguido por dos enormes mastines que luego aparentemente desaparecieron en el aire, todo eso de la casa encantada puede sonar a tonterías. Naturalmente, ni sus padres ni su hermano le creen. Esa misma noche vuelve a oír a los perros, pero no ya fuera de la casa sino dentro de ella.
Pese al miedo que esto le provoca, empuña un bate de béisbol y registra la casa infructuosamente. Lo único que logra es dar motivos a su hermano para que se burle nuevamente de él. Sobre esto he de decir que, aunque lo de usar un bate de béisbol como arma pueda aparecer un tópico, en realidad el dinero que mueve este deporte ha hecho que los bates se perfeccionen hasta el punto que como arma es mucho más equilibrada y eficaz que, por ejemplo, una barra de hierro o una palanca. Su peso no está distribuido uniformemente sino de forma que este se concentra en el extremo más alejado de la empuñadura, como una maza, lo que aumenta la velocidad y potencia de pegada del golpe. La madera, además, absorbe gran parte de la vibración del impacto mientras que una palanca o tubo de metal la transmiten íntegra al brazo del usuario, con lo que este se cansa antes al golpear con él. Solo lo comento porque un bate de baseball es una de las pocas armas a dos manos que uno puede tener en casa legalmente y que se puede comprar en una tienda de deportes sin necesidad de un permiso de armas. Ya sabéis, por si alguna vez se os cuelan en casa... un par de perros, como a Cooper.
El caso es que esa noche no encuentra nada, pero a la mañana siguiente Fergie aparece en la puerta de su casa para hablar con él. Salen a pasear al bosque mientras charlan, lo cual aprovecha Fergie para disculparse con él. Lo que le contó ayer sobre que la casa estaba maldita formaba parte de una broma que su hermano Mickey había orquestado con ella. Cooper conoció a Fergie al día siguiente de llegar a la casa, pero Mickey lo hizo esa misma tarde y la convenció de que él y su hermano estaban continuamente gastándose bromas de este tipo. Esto hace que Cooper se sienta peor todavía porque se da cuenta de que ha hecho el ridículo y no solo su hermano, sino también la que él creía que podría haber sido una nueva amiga, se han burlado de él. Sin embargo, cuando hablando sobre esa supuesta broma Cooper le pregunta por los aullidos de los perros, Fergie se muestra desconcertada sin saber de qué está hablando. Al parecer los perros no formaban parte de la broma.
Su siguiente encuentro con ellos es de nuevo dentro de casa. Está preparándose un bocadillo en la cocina cuando los dos mastines negros aparecen a través del muro, le arrebatan el bocata y salen al trote, cruzando como fantasmas inmateriales la puerta de la cocina. Cuando sus padres acuden alertados por sus gritos, manifiestan haberle oído únicamente a él, pese a que los perros estuvieron gruñendo y ladrando muy alto. Aquí ya establecemos al menos que los perros son fantasmas. Se veía venir teniendo en cuenta que el título del libro es El fantasma aullador (El fantasma ladrador, según el título original) y la ilustración de portada lo muestra como un perro, pero nunca está de más una confirmación clara.
La cosa sigue en esta tónica unos cuantos capítulos más, con Cooper siendo atormentado por las apariciones de los perros que solamente él parece ver y oír, y por las bromas pesadas de su hermano. Lo único que saca bueno de todo esto es que, tras la disculpa de Fergie, ambos se hacen buenos amigos y un día ella se queda a pasar la noche en su casa.
Entonces aparecen los perros fantasma, que son bastante sólidos cuando les conviene, aferran a Cooper y Fergie con los dientes y se los llevan a rastras hacia el bosque, hasta una cabaña abandonada. Los lanzan a un foso que hay en esta y saltan ellos también. Entonces oyen en sus cabezas las voces de los perros: estos les revelan ser humanos que fueron malditos mucho tiempo atrás, condenados a ocupar los cuerpos de perros hasta el día de encontrar a alguien que les sustituyera. Por eso los han arrastrado a ellos hasta la cabaña.
El sótano donde los han arrojado a través del foso en el suelo es lo que ellos llaman la Sala del Cambio, el único lugar en el que esa transferencia puede ser llevada a cabo. Los perros se yerguen entonces sobre sus patas traseras, sus ojos se iluminan y las mentes humanas dentro de estos pasan a los cuerpos de los niños y viceversa. Las mentes de Cooper y Fergie quedan inconscientes dentro de sus nuevos cuerpos y, cuando despiertan, las mentes que antes ocupaban los perros y que ahora están en los propios cuerpos ya les han sustituido.
Esto ocurre aproximadamente a la mitad de la novela y desde aquí hasta casi el final la situación es la inversa: Cooper y Fergie están ahora en los cuerpos de los perros y deben adaptarse a ellos. Aparentemente son inmortales; sus anteriores ocupantes llevaban, según decían, más de cien años en ellos y los perros no viven tanto. Pero sí tienen necesidades fisiológicas normales: necesitan comer, necesitan dormir, se llenan de pulgas con facilidad, etcétera. No es una vida envidiable precisamente. La inmortalidad no es una bendición sino una maldición cuando eres un perro callejero.
A lo largo de varios capítulos Cooper y Fergie van haciendo planes para recuperar sus cuerpos, que se materializan hacia el final cuando hacen la misma operación que los perros llevaron a cabo con ellos. Los atrapan con las mandíbulas, los arrastran con determinación hasta la cabaña, los lanzan al foso saltando ellos también y entonces provocan el cambio… Solo que ellos no llevan cien años dentro de sus cuerpos de perro y su control sobre estos no es tanto como el que tenían los otros.
Sus mentes no regresan a sus cuerpos originales, sino que pasan al de un par de ardillas que había por ahí cerca. Los dos mastines recobran la normalidad y sus propias mentes (que no queda muy claro dónde estaban) y huyen despavoridos de la cabaña, mientras que los intrusos que ocupan los cuerpos de Cooper y Fergie siguen ahí y vuelven con la familia de Cooper como si nada.
El protagonista y su amiga, atrapados en los cuerpos de las ardillas, quedan malditos de la misma forma que ocurría con los perros: inmortales, quizá incluso invulnerables, pero con todas las necesidades asociadas a la vida. Y ahora no disponen del tamaño ni la fuerza necesarios para recuperar sus cuerpos. Ante esa perspectiva hacen lo único que pueden hacer: empezar a buscar bellotas.
Es una de esas ocasiones en las que da la impresión de que el autor tenía otra idea inicialmente y la fue modificando a medida que transcurría la narración porque no terminaba de convencerle. De este tipo de historias esperas alguna venganza contra el hermano mayor que está siempre gastando bromas crueles al protagonista. El hecho de que el título del libro sea El fantasma aullador en singular me sugiere que originalmente iba a ser un solo perro y que quizá, de algún modo, Cooper terminaría volviendo con su familia mientras que su hermano sería quien acabaría ocupando el cuerpo del perro y quedándose ahí en el bosque o algo así.
El papel de Fergie también es extraño porque en su primera aparición da la impresión de ser alguna clase de espíritu atrapado en el bosque, y algunas de las cosas que dice son incompatibles con lo que ocurre luego. También está el hecho de que los padres de Cooper, al ver cómo los perros se llevan a este y a su amiga a rastras, no se inquietan y se limitan a seguirlos simplemente a ver qué pasa, con toda normalidad, como si fuera algún tipo de complot.
Es un final, como digo, que no me ha gustado, pero no por el hecho de que el protagonista pierda, que es algo relativamente habitual en los libros de Stine. Lo que ocurre es que me parece inadecuado para el modo en que se ha estado planteando y desarrollando la historia antes de esto.
Puedes leer más sobre Stine y su obra pulsando aquí.
The Barking Gosth. 1995. R.L.Stine. Pesadillas n.º 23. Publicado en 1996 por Ediciones B.

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