EL GRAN BAZAR
En 2012, en una parada en puerto que
hicimos en Dar es-salaam (Tanzania, Sudáfrica) cenamos en un pequeño pero
acogedor Spur. Los Spur son una franquicia de restaurantes de origen africano
especializados en asados, pero que poco a poco han ido ampliando su menú y se
han extendido a otros países.
El local tenía una curiosa decoración
que combinaba la iconografía típica de los nativos americanos con la africana.
Escudos, lanzas, machetes, máscaras, plumas, cornamentas y cráneos animales (todo elementos reales) compartían el
espacio en techo y paredes con herramientas de madera y artículos de cuero y
hueso. Todo esto unido a una música de fondo de tintes tribales y una luz
increíblemente tenue (una sola y pequeña vela en cada mesa, y no por el factor
romántico, sino para evitar atraer a los voraces insectos nocturnos) me
dejaron un profundo recuerdo del lugar. Tenía que llevarme algo de allí,
y a la salida pregunté si me venderían uno de los salvamanteles que nos
pusieron al servirnos la cena. Pero en lugar de vendérmelo, me lo regalaron.
El salvamanteles está confeccionado en
una lámina de cuero. El texto, en inglés (es una zona con mucho tráfico
internacional) dice lo siguiente:
La leyenda de la hamburguesa
gigante
El decimotercer día de octubre de 1985
el joven Jefe de las tierras de Montaña Plana reunió a su tribu, más de trescientos
hombres y mujeres, e hicieron una hoguera que pudo ser vista hasta en los
poblados más lejanos.
Dieciocho toneladas de madera ardieron
durante dieciséis horas, hasta que las brasas fueron perfectas para hacer a la
parrilla la mayor hamburguesa que el mundo había visto.
Esta gigantesca hamburguesa, formada
por 2.270 kilos y 66 gramos de la más jugosa carne, chisporroteaba sobre la
gran hoguera, y todo el mundo comió y bailó aquella noche. Las noticias sobre
la hamburguesa gigante llegaron hasta los autores de un gran libro llamado El
Libro Güines de los Récords, que tomaron nota de este histórico evento para la
posteridad.
La gente entregó muchos regalos al
joven Jefe, que a su vez se los entregó a aquellos que los necesitaban, de modo
que ellos también fueron participes de la felicidad que henchía su corazón.
Bueno, sea todo esto leyenda, realidad
o publicidad… yo conservo el salvamanteles como un recuerdo de mi paso por
aquel lugar.
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