¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Tercer libro de
la saga El último legionario. Siempre releo un libro antes de comentarlo, para refrescar la memoria,
y al hacerlo con los de esta saga me ha sorprendido un tanto comprobar que tenía
mentalmente cambiado el orden de este y el anterior. Pensaba que El Día del Viento Estelar era el segundo y El Ala de la
Muerte sobre Veynaa el tercero. Quizá esto se debe a que ambas
historias son fácilmente intercambiables. Una no continúa a la otra
directamente. Estos dos libros, situados entre el inicio de la historia y su
final, son aventuras independientes. Hill podría haber escrito otra media
docena en este estilo, y salvo por un par de detalles, podrían haberse leído en
cualquier orden.
La acción tiene
lugar en Rilyn, un planeta capaz de sustentar vida animal y vegetal pero
teóricamente sin asentamientos humanos. Randor y Glr aterrizan en él para
investigar la posible presencia de servidores del Señor de la Guerra, que han
estado realizando incursiones en Jitrell, un mundo vecino. El motivo por el que
Rilyn nunca ha sido colonizado de forma permanente es porque aproximadamente
cada treinta años se produce un fenómeno conocido como El día del Viento
Estelar, un colosal huracán de un poder desmedido que arrasa todo el planeta, arrancando y destrozando cualquier cosa que se eleve a
más de un palmo de la superficie. Es por ello que toda la vida del planeta de
reduce a unos arbustos diminutos con gigantescas raíces, y a una variedad de
seres subterráneos. Naturalmente, toda esta información no tendría razón de ser
si no fuera porque la historia comienza un par de días antes de que este
cataclismo cíclico tenga lugar una vez más.
Tal como Randor
sospechaba, servidores del Señor de la Guerra han establecido una base en Rilyn.
Siendo un planeta en principio inhabitable a largo plazo, y carente de recursos
de interés, pocos pensarían que se hubiera podido establecer una base
permanente allí. Randor descubre que la base cuenta con una avanzada y
desconocida tecnología que le permite generar un campo de fuerza capaz de
resistir los embates del Viento Estelar.
En su camino
hacia la base, se encuentra con dos grupos de soldados. Los primeros son una
indisciplinada y desmadejada patrulla de Jitrellianos, que han sido enviados a
investigar más que otra cosa por guardar las apariencias, sin esperanzas reales
de encontrar nada.
Los segundos,
son versiones jóvenes y crueles de los que en vida fueron los mejores y más
legendarios guerreros del planeta Moros. La base está siendo empleada como un
centro de entrenamiento de soldados clones al servicio del Señor de la Guerra.
Esto es visto casi como un sacrilegio por Randor. Su enemigo (el enemigo de
todos los mundos de la galaxia, de hecho) no solo destruyó a todo su pueblo, sino que consiguió previamente muestras de sus mejores luchadores para crear un ejército
de elite, clones de una genética perfecta y con el cerebro lavado, dispuestos a
obedecer ciegamente a sus amos.
Además de a un centenar de clones casi tan diestros en el combate como él mismo, Randor, apoyado únicamente por Glr y el líder de la patrulla Jitrelliana, deberá enfrentarse a Uno, el general al mando de la base: un titán dorado y blindado que no solo es un temible adversario, sino el mismísimo líder del Ala de la Muerte, y por tanto, segundo al mando del Señor de la Guerra. La forma más obvia de dar al traste con toda la operación es sabotear el campo de energía que protege la base, ya que las horas pasan y el Día del Viento Estelar se cierne cada vez más sobre el planeta. Pero del mismo modo que esta fuerza natural puede obrar a su favor, puede suponer su muerte si no consigue escapar a tiempo.
Además de a un centenar de clones casi tan diestros en el combate como él mismo, Randor, apoyado únicamente por Glr y el líder de la patrulla Jitrelliana, deberá enfrentarse a Uno, el general al mando de la base: un titán dorado y blindado que no solo es un temible adversario, sino el mismísimo líder del Ala de la Muerte, y por tanto, segundo al mando del Señor de la Guerra. La forma más obvia de dar al traste con toda la operación es sabotear el campo de energía que protege la base, ya que las horas pasan y el Día del Viento Estelar se cierne cada vez más sobre el planeta. Pero del mismo modo que esta fuerza natural puede obrar a su favor, puede suponer su muerte si no consigue escapar a tiempo.
Esta es sin duda
mi aventura favorita de Keill Randor. Tiene todo lo que se podría esperar de
una buena space opera y aún más: montones de tiroteos con armas láser,
breve presencia de monstruitos subterráneos, un científico loco, clones,
desastres naturales, y una sucesión de combates épicos. Si en el primer libro
el interés radicaba en la investigación sobre la destrucción de Moros, y el
segundo se centraba en el juego de engaños entre Randor y Quern, en este el
autor se vuelca en la descripción de los combates cuerpo a cuerpo: las
costillas se parten, las vértebras se quiebran, los órganos revientan, y los
cuerpos salen volando de un lado a otro. El tipo de libro que Chuck Norris lee
cuando quiere relajarse.
Puedes leer un comentario sobre el siguiente libro de la saga pulsando aquí.
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El día
del Viento Estelar. 1986. Douglas Hill (texto) Gerardo R. Amechazurra
(ilustraciones). Colección Altea Junior nº 103. Editorial Altea.
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