EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS
¡ALERTA DE EXPOILERZ!
¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Presentado por… el profesor
Plot.
Saludos, ávidos lectores.
Disculpen que no presentara el anterior título. El Supervisor General quería hacerlo personalmente, así que aproveché para ir a almidonarme el bigote. Como compensación, y porque sé que en el fondo los echan de
menos, me he tomado la libertad de descender hasta los estratos más profundos del Templo de los Pergaminos y
rebuscar en sus cámaras más polvorientas, hasta
localizar otro bolsilibro de Berna.
Totalmente lógico y realista... salvo por el hecho de que, para suponérseles profesionales altamente entrenados, los hombres del grupo no parecen haber
recibido muchas nociones de medicina. Yo desde luego ni soy experto en anatomía humana ni "huesólogo" ni nada parecido, pero estoy convencido que acariciarle los pechos a una hembra humana para comprobar si tiene las costillas
rotas no es un procedimiento muy ortodoxo.
Tras esta escena en extremo berniana, los
tripulantes exploran los alrededores del lugar de impacto, fuertemente armados
con pistolas de rayos láser y fusiles de rayos ultravioleta. Como tampoco estoy especialmente versado en armas de energía, supondré que de algún modo los rayos ultravioletas,
en un nivel adecuado de concentración, pueden resultar destructivos. Todos nos hemos quemado con el sol alguna vez.
En su deambular por la frondosa vegetación
que rodea la nave, son atacados por un grupo de nativos a los que se describe
como humanos mulatos con armadura de legionarios romanos y armas cuerpo a
cuerpo primitivas. Los terrestres podrían haber acabado con ellos fácilmente
con sus armas de energía, pero deciden no usarlas para no dañar a los nativos
de los que quizá dependan más adelante, con lo que estos terminan imponiéndose
por superioridad numérica. Y los terrestres, maniatados, son llevados a
presencia de Thala, la reina del planeta, que afortunadamente vive por allí cerca de donde han caído.
Tal como Flash Gordon estableció y toda la
ciencia ficción de los 60 y 70 secundó, desde Buck Rogers al Capitán Kirk de Star Trek, no
hay hembra alienígena humanoide en todo el cosmos que se resista al inherente
atractivo humano. Y menos aún si la alienígena en cuestión es una reina o
princesa ¿Una forma de aumentar el interés del pueblo americano de esa época por
el extremadamente costoso programa espacial, prometiéndoles un universo entero de chicas alienígenas
facilonas? Quien sabe.
El caso es que hay cientos de libros, comics y películas
de los 60-70 y hasta de los 80, que corroboran este hecho indiscutible: a las chicas del espacio exterior, sea cual sea su color, numero de brazos o los
milenios de vida que tengan, los machotes humanos las ponen a cien.
Y las humanas no van a la zaga en esto, oiga. Los seres extraterrestres siempre han parecido preferir las hembras humanas a las
suyas propias (¡A mí no me pasa porque soy un individuo serio!) y en este caso ni tan solo hace falta que el alienígena sea
humanoide. Incluso una criatura con aspecto de insecto o una bola de carne con tentáculos y un solo pero enorme ojo, encuentran más atractiva a una humana estándar que a una hembra de su especie.
En las pelis del espacio viejunas habían alienígenas que podían volar, volverse invisibles, o lanzar rayos por los ojos,
pero el superpoder (nada desdeñable, lo admito) de los humanos, era ser los rompecorazones del espacio.
Toda esta parrafada solo es un intento de
explicar porque a Berna debió parecerle completamente normal que Thala se
enamore perdidamente de Stefan (el protagonista) pocos segundos después de ponerle los
ojos encima, hasta el punto de plegarse por completo a los más mínimos deseos
de este. La diferencia de idioma sigue siendo un problema, pero hay situaciones
en las que todo lo que es necesario decir se puede transmitir con la mirada
primero y las manos después. En un
primer momento Thala ordena que encierren a los terrestres en la mazmorra hasta
pensar que hacer con ellos (aunque lo que va a hacer con el protagonista ya lo
tiene más que pensado) pero Bacath, el hombre de confianza y amante ocasional de la reina, los lleva en su
lugar a la sala de tortura. Los manda desnudar, los encadena, y les da una
hospitalaria ración de latigazos.
Cuando Thala se entera de esto ordena que
liberen a Stefan y lo lleven a sus aposentos, con lo que al terrestre se le
presenta la oportunidad de convencerla de que ellos no traen malas intenciones. Ya sabemos cómo
va a acabar esta escena, así que no me molestaré en describirla. Dejémoslo en
la que la reina termina tan... impresionada y satisfecha por la solidez de la... eeh... argumentación esgrimida por Stefan, que todo el grupo pasa de prisioneros a invitados
de honor en el plazo de una hora. Esto, naturalmente, desata las iras del
vengativo Bacath, que toma la decisión de acabar tanto con la reina como con el nuevo juguete de esta.
Tras otra serie de bochornosas escenas que
pasaremos por alto, Bacath termina muerto, Thala salva la vida gracias a Stefan (y
se lo agradece de la forma acostumbrada), y los terrestres son recogidos por
una nave de rescate para desencanto de la reina. Pero Thala demuestra no guardarle rencor a Stefan por su partida regalándoles unicornios a todos. ¡Unicornios, que maja!
Toda la trama es absolutamente predecible.
No sorprende en ningún momento (salvo quizá, por la presencia de los
unicornios). No hay nada original. No hay ni un triste dinosaurio bicéfalo que
amenice las escenas de peligro. Ni una humilde araña gigante a la que
enfrentarse. El principal atractivo de los libros de Berna es el descaro con el
que los escribía, pero este en particular ni tan solo se me ha hecho divertido
de leer.
Puedes ver otro libro de este autor pulsando aquí.
Cautivos de la reina Thala. 1982. Joseph
Berna [José Luís Bernabéu] (texto) Almazán (portada). La conquista del espacio nº 632. Ediciones
Brugera S.A.
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