EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS ¡ALERTA DE EXPOILERZ! RETO QUELIBROLEO 2021
Presentado por… el profesor Plot.
Saludos, ávidos lectores.
Hoy nos despedimos oficialmente del verano con otra lectura náutica en su más amplia expresión, El viejo y
el mar, de Ernest Hemingway. Preparad los cebos, que nos vamos de pesca.
Santiago es un
viejo pescador caribeño que está pasando por una mala racha. Lleva más de dos
meses echándose a la mar a diario en su bote de remos sin lograr pescar nada
que pueda vender. Cada día sale a pescar con solo un par de cafés fiados en el
estómago y una botella de agua como único sustento, y se alimenta con algún pequeño pez que pueda capturar, que se come crudo sobre
la marcha.
Decidido a no
volver esta vez con las manos vacías, se aleja de costa mucho más de lo
habitual, buscando un golpe de suerte. No tarda en notar como uno de sus
sedales ha cobrado una presa. Un pez enorme, por la energía que demuestra
tener. Santiago empieza soltarle cuerda, a darle espacio al pez para nadar y que este no parta el sedal luchando por liberarse. El pez se aleja con el anzuelo tragado, y resulta ser tan grande que comienza a remolcar lentamente
el pequeño bote.
Santiago y el pez
combaten en silencio. Él, soltando y recogiendo sedal cuidadosamente, para
evitar que la línea termine partiéndose por la tensión acumulada, tratando al
mismo tiempo de agotar al pez. El pez, exhibiendo una resistencia y tenacidad
que parecen indomables. El anzuelo desgarra las entrañas del pez, y el roce
del sedal corta las yemas de los dedos y las palmas de las manos de Santiago. El
hambre y el agotamiento hacen mella en ambos a medida que pasan las horas, y la
lucha se extiende durante casi dos días, en los que ninguno puede
bajar la guardia.
Mientras el
singular enfrentamiento se prolonga, Santiago reflexiona en voz alta sobre su
vida. Compara su situación con un partido de baseball, que parece ser la única
afición a la que ha permitido hacerse un hueco en su monótono día a día. Le
habla a los peces y los pájaros, incluso a las estrellas, a las que reconoce
por su posición, aunque nunca ha llegado a aprender sus nombres. Le habla
también a su presa, por la que desarrolla un fuerte lazo de respeto. No odia al
animal por los calambres en la espalda que la lucha le está provocando ni por sus manos cortadas, y llega
a desear no haber atrapado a una presa tan noble. Él es un pescador y su rival
un pez, y cada uno está desempeñando lo mejor que puede el papel que el destino
les ha asignado arbitrariamente. Santiago llega a notar, por la forma de moverse
y reaccionar de su presa, que no es el primer anzuelo que muerde. El pez es un
veterano experimentado e incapaz de rendirse, al igual que él.
Finalmente, el
animal se agota. Santiago recoge cable lentamente hasta situarlo junto al bote. Reuniendo
su desesperación, su hambre, y las fuerzas que le quedan en un solo envite, el
viejo ensarta con un arpón el lomo del pez. Y en ese momento el pez salta fuera
del agua. Es un pez espada enorme, majestuoso, que con sus húmedas escamas
brillando al sol como monedas de plata, parece gritarle al pescador “¡Has
ganado! ¡Ahora mírame! ¡Contempla la belleza de lo que estás matando”!
Pero derrotar al
adversario y obtener la victoria son cosas muy diferentes. El tamaño y peso del
pez es tal que el viejo, con sus mermadas fuerzas, es incapaz de subirlo a
bordo del bote. No tiene más remedio que amarrarlo a un costado y remolcarlo a
remo hasta el lejano puerto, tras dos días sin apenas comer ni descansar. El
rastro de sangre que va dejando el pez atrae a varios pequeños tiburones
carroñeros, que le roban continuamente pedazos de su presa. Su lucha con el pez
ha sido una prueba de voluntad y resistencia para ambas partes, pero la pelea
con los tiburones es brutal, sangrienta, y predestinada al fracaso, puesto que
acuden más de los que el viejo es capaz de matar o ahuyentar. Cuando llega a costa
ya solo queda del pez la cabeza y la cola, unidas por el espinazo.
¡Otro día sin
llevar un solo pez a casa! El viejo, con el ánimo y las manos destrozadas, se echa a dormir en su cabaña sin decir nada a nadie. Mientras, los pescadores
del pueblo van congregándose poco a poco en torno a su bote, midiendo con
incrédula admiración el tamaño de la sanguinolenta raspa que pende del costado.
Hay historias que
te gustan y guardas un buen recuerdo de ellas. Otras que te dejan pensando
durante una buena temporada. Las hay que te dejan indiferente, que no aportan
nada a tu vida. Y hay algunas (muy, muy
pocas) que hacen que te metas tanto en ellas que cuando terminan te sientes
físicamente agotado. Como en esas noches en que sueñas que corres durante horas
y al despertar sientes las piernas pesadas y doloridas. Hay historias que
consiguen transmitirte el agotamiento, el dolor, y hasta la desesperación o la
alegría de los protagonistas. Me pasó cuando leí Moby Dick, me pasó cuando
jugué al Resident Evil 2 original, y me ha vuelto a pasar al leer este
libro. No puedo hacer más que recomendar su lectura a todo el mundo, le guste o
no pescar, y le guste o no la literatura realista. Lo recomendaría incluso a
aquellos a los que no les gusta leer, porque si logran reunir el ánimo para
dedicarle las poco más de dos horas que se tarda en terminarlo, quizá la literatura
pase a convertirse de la noche a la mañana en una de sus mayores aficiones.
Esta ha sido nuestra lectura de septiembre del reto Quelibroleo 2021. Aún no tenemos claro que caerá para octubre. Toca algo sobre un personaje famoso, y es el mes del terror... algo se nos ocurrirá.
El viejo y el mar.
1952. Ernest Hemingway (texto) Juan Salto (portada). Publicado por Editores
Mexicanos Unidos S.A. en 1982.
Tuve la fortuna de leer este libro hace varios años, recomendado por mis hijos y cuando terminé la lectura sí me sentía agotada, como dice el profesor Plot.
ResponderEliminarPero no sólo era agotamiento, era tristeza, angustia, pena por el pescador y también admiración por esa lucha tenaz y esperanzada para poder sobrevivir un día más.
Un admirable relato que no dejará indiferente a quienes lo lean.
Al fin y al cabo no es más que la lucha diaria que todos llevamos dentro en la que no puede faltar la esperanza.
Tal cual. Es una historia más bien corta, con un pequeño bote como único escenario, y con un solo personaje (o dos, si contamos al pez), pero es capaz de llenar el alma y emocionar como pocas obras pueden hacerlo, por más épicas y relevantes que pretendan ser.
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