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Reto 19: inventar una historia en la que algo terrible o algo maravilloso sucede a causa de que un texto es revelado... ¡El poder de las palabras!
SE NECESITA PERSONAL
El texto era muy escueto, cuatro frases y una dirección impresas en una simple hoja de papel tamaño cuartilla. El barrio había amanecido lleno de ellas, en buzones, en los limpiaparabrisas de los coches, y fijadas con un brochazo de cola a muros y farolas.
"Se necesita personal", empezaba, con letras más grandes que el resto.
El trabajo que ofertaban no me resultaba especialmente atractivo, pero trabajo era después de todo. La dirección era la de un antiguo taller abandonado al final de la calle que había sido reformado hace poco, aunque no podía concretar cuando. Realmente, paso por delante del taller casi a diario, y no seria capaz de decir en que momento lo vi diferente, aunque de lo que estoy seguro, es de que en ningún momento vi gente trabajando en él, arreglando el interior o pintando la fachada. Ahora tenia un aspecto muy distinto. Más nuevo, pero también más… no sabría como decirlo. Más sombrío. Parecía un bunker, con ventanas pequeñas y estrechas, y una puerta metálica que recordaba un poco a la de una caja fuerte. Si lo que pretendían era llamar la atención para poner de moda el local rápidamente, sin duda lo habían conseguido.
"Preferentemente de 15 a 35 años y buena salud".
"No se necesita experiencia previa ni referencias" indicaba antes de terminar con la dirección. Desde luego lo ponían muy fácil, y cuando llegué al local no me extrañó verlo lleno. La curiosa puerta estaba abierta y daba a una sala cuadrada de paredes blancas, sin decoración de ninguna clase. En la sala había otras tres puertas como la que daba a la calle. Éramos unos cincuenta, calculando por lo bajo. Muchos tenían una hoja en la mano como la que llevaba yo. No había ningún lugar en el que sentarse, así que permanecí de pie unos minutos hasta que las otras tres puertas se abrieron a la vez.
De una de ellas salió un individuo alto y espigado, con lo que parecía una bata de médico, que nos examinó por encima con aire crítico. La gente comenzó a murmurar, preguntándose unos a otros si sabían algo de un examen médico para el trabajo. Algunos consultaron la hoja que ya debían haberse leído varias veces, en busca de alguna referencia a ello que en el fondo sabían que no iban a encontrar.
El hombre se acercó a quien le quedaba más a mano, una chica guapilla y regordeta de unos veinte años. La observó durante un par de segundos y a continuación, sonriendo, le indicó:
-Aceptada. Pase por allí, por favor- y le indicó una de las puertas.
Fue haciendo lo mismo con el resto, rechazando a muy pocos. Les dijo que se fueran a los cuatro drogatas del barrio, a un hombre que ya rozaba la ancianidad, y a un par más que no llegué a ver bien, pero la mayoría eran enviados a una u otra puerta. Me pareció que aquellos con algún grado de sobrepeso eran enviado a una, y los que parecían tener más de cuarenta años a otra. El resto, eran enviados por la tercera.
La cuarta puerta, la que daba a la calle, seguía abierta porque todavía entraba alguien de vez en cuando para unirse a la selección. Pero aquello no me gustaba. Estaban eligiendo a demasiada gente para lo que se suponía que iba a ser aquel negocio, y había algo decididamente raro en el ambiente. No era el único que lo notaba, porque vi como algunos se echaban para atrás para quedarse rezagados, mientras decidían si irse o quedarse. Yo no me lo pensé más. Aquello me daba cada vez peor pálpito, y he aprendido a hacer caso de las corazonadas, así que simplemente salí del local. Y suerte que seguí mi instinto, porque poco después de salir, la puerta de la calle se cerró por si sola. Quizá ya tenían personal más que suficiente.
Me quedé mirando la puerta cerrada, pensando si no había hecho el tonto y desperdiciado una buena oportunidad de trabajo. Quizá aún estaba a tiempo de que me admitieran. Aún dudaba sobre si llamar a la puerta o volver a casa cuando el sonido empezó. Era un estruendo que llegaba del interior del local. Un ruido terrible, como de una gran rueda de molino girando lentamente, mezclado con el de una trituradora, y con gritos. Docenas de gargantas gritando a la vez. Gritos de dolor, pero también de pánico, y voces rogando piedad o clamando auxilio. Duró apenas un par de minutos, pero se me hicieron eternos, y me dejaron clavado en el sitio, incapaz de reaccionar.
Cuando el estruendo terminó, pocos segundos después de que las últimas voces se apagaran, eche a correr. Corrí sin pensar a donde iba, tratando solo de alejarme de allí, pero mis pies, quizá de nuevo por instinto, me llevaron hacia la comisaría del barrio.
Una hora después, estaba de vuelta en el local acompañado por varios agentes. La puerta exterior estaba entornada, y el local abandonado, pero no vacío. Se encontraron gruesos cables de instalación reciente surgiendo de las paredes, como dispuestos para suministrar corriente a grandes máquinas que no aparecieron por ningún lado. En una especie de almacén, las marcas en el polvo del suelo evidenciaron la retirada de enormes contenedores, y el arrastrar de pies. Lo peor fue que en todas las salas, excepto en dicho almacén y en la que daba a la calle, se encontraron montones de ropa destrozada, hecha girones y ensangrentada, y pilas de huesos astillados. Todo esto me libró de que me tomaran por loco, pero también me convirtió en blanco de varias semanas de interrogatorios tanto de policías como de psicólogos, incluso por parte de un par de tipos trajeados de negro que en ningún momento llegaron a identificarse.
Y luego está el asunto de los papeles. Las cuartillas de publicidad, cuyo texto se fue borrando aceleradamente hasta desaparecer por completo, a pesar de los intentos de conservar alguna intacta. Solo han quedado las fotos que le hicieron a la que yo llevaba en el bolsillo aquel día, en la que, a pesar de haber desaparecido ya gran parte del texto, aun podía leerse:
Se necesita personal.
Para preparación de hamburguesas.
Preferentemente de 15 a 35 años y buena sa
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