EL ORÁCULO DE LAS VISIONES ¡ALERTA DE EXPOILERZ!
¡Hola, amigos cinéfagos!
Por fin llegamos a la última entrega de la trilogía original de Daimajin. No parece tener una relación directa con las otras dos, y no hay una continuidad clara entre ellas. Las tres se filmaron en el mismo año, y el orden en que las he presentado aquí es el mismo que se da como oficial, pero en realidad son historias independientes que pueden verse en cualquier orden.
La historia arranca en una aldea aislada del Japón feudal. Hace varios días que los hombres adultos salieron al bosque a cazar y talar árboles, pues se acerca el invierno y es necesario acumular cuantos víveres y leña sea posible antes de las grandes nevadas. En espera de su regreso, las mujeres, los ancianos y los niños se dedican a los quehaceres domésticos y a cosechar.
Uno de los hombres regresa al pueblo solo y malherido, y revela lo ocurrido al resto. Un grupo de soldados del señor de la guerra Arakawa los capturó para llevárselos como esclavos a un lugar en las montañas conocido con el poco acogedor nombre de Valle del Infierno: un área de charcas hirvientes y sulfurosas rodeada de nieves perpetuas. Allí, se les obliga a trabajar día y noche en una cantera de piedra y azufre, para construir una fortaleza en la montaña y fabricar pólvora para sus armas.
Aquellos que se niegan a trabajar o intentan huir son arrojados a una de las charcas sulfurosas, donde hierven hasta morir. El hombre que ha regresado al pueblo es el único que ha logrado evadirse, porque lo hizo atravesando La Montaña del Dios Diabólico. Este es un lugar que todos en la región evitan debido a las leyendas que giran en torno a él, y los guardias que salieron en persecución del fugado no se atrevieron a seguirle.
Cuatro de los niños del pueblo, cuyos padres o hermanos mayores están entre los prisioneros, deciden ir a rescatarlos. Con esa típica mezcla de valor e ingenuidad infantiles, con poco más que unas provisiones que roban de sus casas, emprenden el duro camino a través de las montañas sin decírselo a nadie. Encuentran una anciana que les advierte que la montaña pertenece al Dios Diabólico, y que este tiene a un águila como aliada que vigila a los viajeros desde los cielos. Y efectivamente, un águila parece sobrevolar a los niños durante su viaje, observándolos en todo momento.
Los niños llegan hasta la estatua de Daimajin, que en esta ocasión se alza en una cima, semi enterrada en un montón de cascotes. Recordando las leyendas que atribuyen grandes calamidades al dios cuando este se enfurece, los niños se arrodillan y rezan ante la estatua, explicándole los motivos de su presencia allí, para que no se enfade con ellos.
Al segundo día de viaje el hambre, la fatiga y los accidentes pasan su factura a los niños. Uno de ellos es arrastrado por la corriente de un rio, y no volvemos a saber nada más de él. Otros dos quedan al borde de la congelación, atrapados por una nevada. El cuarto, en un intento desesperado de salvarlos, se arroja desde un precipicio ofreciendo su vida al dios de la montaña a cambio de la de sus amigos.
Esto hace reaccionar a Daimajin, que sale del montón de escombros que le aprisionaba y demuestra tener un nuevo poder: la teleportación. Aparece al lado de donde el chaval que le ofreció su vida se lanzó al vacío, y lo saca indemne de un montón de nieve que frenó fortuitamente su caída. Lo deja junto a sus amigos, que parecen haber recuperado sus fuerzas con la llegada del dios. A continuación, Daimajin se dirige a la fortaleza del Valle del Infierno.
Acompañado por tormentas de nieve y temblores de tierra, Daimajin descarga su ira contra los soldados de la fortaleza y la destroza. Todos los intentos de los soldados, primero de destruirle y después de escapar de él son en vano. El titán de piedra aplasta a los hombres mientras balas de fusil y bolas de cañón llueven sobre él sin causarle el menor daño. El señor de la guerra Arakawa, tras ser ensartado por la espada del dios, es arrojado al pozo sulfuroso en el que él ejecutó a los aldeanos.
Cuando todo termina, los tres niños que quedan logran llegar al Valle del Infierno, siguiendo a Daimajin, y se reencuentran con sus mayores. Todos se arrodillan dando las gracias al dios, y este se convierte en una pila de nieve que se deshace en polvo rápidamente, dando su trabajo por concluido. Mientras, la omnipresente águila sobrevuela el lugar, observándolo todo.
De esta película se ha dicho que es la peor de las tres y que resulta demasiado infantil, por ser unos niños los protagonistas principales. A mi no me lo parece. Sí que se le nota menos presupuesto que a las anteriores, en el sentido de que hay muchos menos personajes y se reciclan algunas imágenes de la primera. Creo que la queja puede venir porque en las anteriores veíamos grandes enfrentamientos entre grupos de samuráis y estaba en juego el destino de reinos enteros, mientras que aquí somos testigos de las peripecias de unos niños y los que están en peligro son unos pocos aldeanos. También se nota en que en esta ocasión la mayoría de escenarios son exteriores, y mientras que en las otras se construyeron pueblos y castillos bastante convincentes, en esta la fortaleza del malvado es poco más que una empalizada.
Yo lo prefiero así, porque la historia que se nos ofrece es por completo diferente a las otras, en lugar de una repetición más de los esquemas ya vistos en la primera, que era lo que primaba en la segunda. Se deja patente además que Daimajin no solo atiende a grandes señores en sus disputas territoriales, sino también a los más humildes campesinos. A mí me gustan por igual las tres, cada una a su modo.
Puedes repasar esta saga desde el inicio pulsando aquí.
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