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miércoles, 4 de mayo de 2022

LOS ESTRANGULADORES (1ª parte de "Los dos tigres")

EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS                                                                                   ¡ALERTA DE EXPOILERZ!                                                                                              RETOS LITERARIOS 2022

                                             Presentado por… el profesor Plot.

 

Saludos, ávidos lectores.

Para el punto “un libro escrito por un hombre” de nuestro Reto Literario 2022 he optado por Los estranguladores, de Emilio Salgari. En realidad, solo es la primera mitad de Los dos tigres. Los libros de Salgari o Julio Verne en ocasiones se partían en dos, quizá suponiendo que así serían más asequibles para los lectores jóvenes. Como lo tenemos en formato de dos libros, la segunda parte la hemos dejado para el punto “un libro ambientado en Oriente”. Debido a una serie de imprevistos, lo reseñamos fuera del mes en que tocaba.

La historia tiene lugar en abril (otro motivo por el que lo embutimos en este punto, aunque ahora ya da igual) de 1857. Está directamente relacionada con Los misterios de la jungla negra, que ya comentamos hace algún tiempo.

Sandokán y Yáñez junto a una gran cantidad de sus hombres, echan el amarre en Diamond Harbour. Navegan en el Mariana, el velero de elegantes líneas occidentales que emplean en lugar de un prao malayo cuando pretenden pasar desapercibidos. Allí se reúnen con Kammamuri y Tremal-Naik. La hija de este último, Damna, ha sido raptada por la secta thug. Damna es la hija que tuvo con Ada Corishant, la mujer a la que los thugs habían elegido como su Virgen de la Pagoda. Puesto que Tremal-Naik la rescató de sus garras, han decidido que la descendiente de esta sea su nueva Virgen de la Pagoda, a sus escasos cuatro añitos.

Un manti (una especie de mezcla de adivino y hombre santo) solicita subir a bordo del Mariana. Es costumbre que en determinados días se permita a los manti subir a bordo de los barcos para bendecirlos en sus futuros viajes, y a cambio se le da un donativo más o menos voluntario.

Sandokán permite al manti subir a bordo y hacer sus rezos, con sacrificio de cabritillo incluido, aunque sospecha que es un espía de los thugs. El manti recibe su pago y se marcha tras intercambiar un par de frases con Sandokán. A este no le pasa por alto que probablemente lo hace para ver de cerca su cara y tratar de sonsacarle alguna información.

Al día siguiente Sandokán y Yáñez, acompañados por Kammamuri asisten a una procesión de faquires que celebran una fiesta en honor a la terrible Kali, diosa hindú de la muerte, el sufrimiento, el dolor y el canibalismo, a la que los thugs adoran. Como muestra de devoción hacia ella, los faquires andan con los pies desnudos sobre carbones encendidos. Entre ellos, reconocen al manti que subió al Mariana

Y al parecer también ellos son reconocidos, puesto que poco después son atacados por un grupo de thugs que se les echan encima con sus temibles lazos estranguladores. Para evitar que Sandokán y su grupo les disparen, los thugs hacen avanzar delante de ellos a unas esclavas a modo de escudo humano. Los piratas acaban rápidamente con los thugs, y atienden a una de las esclavas, que había quedado herida accidentalmente durante el combate mientras las otras huían.

La esclava les ruega que la lleven con ellos. Está aterrorizada ante la perspectiva de volver a caer en manos de los thugs. Yáñez decide ponerla bajo su protección personal y en poco tiempo se establece un fuerte vínculo entre ambos. Una vez recuperada de la herida sufrida, les revela llamarse Surama. Ha servido a los thugs desde que era niña, y está al tanto de muchas de sus guaridas y ceremonias, a las que se la ha obligado a asistir. 

Aunque los malayos pretendían ir en busca de Damna al templo principal de los thugs, en los Sunderbunds (el delta pantanoso donde desemboca el Ganges) Surama les indica la localización de otro de sus templos, mucho más cercano a donde se encuentran. Es uno de los lugares donde se celebran los aberrantes oni-gomon; el ritual de quemar vivas a las viudas para que acompañen a sus maridos fallecidos al más allá.  

Surama los guía hasta el templo remontando el Hugly, el rio que desemboca en Diamond Harbour. Precisamente llegan a tiempo de impedir un oni-gomon en el que los thugs se disponen a quemar a una viuda, apenas una niña de quince años. Sus propios familiares la llevan a la fuerza y drogada hasta la pira donde pretenden reducirla a cenizas. Los dirige el manti que ya conocen, que claramente es un alto miembro del culto local. Los piratas intervienen poniendo en desbandada a los thugs, rescatando a la viuda y capturando al manti. Tras un poco de persuasión, este les confirma que Damna ha sido llevada al templo principal de los Sunderbunds.

Mientras bajan por el curso del rio hacia mar abierto se encuentran con dos grabs, unas pequeñas embarcaciones que aparecieron en Diamond Harbour tras la visita del manti al Mariana, y que les han seguido discretamente en su remontada del Hugly. Estos barcos de carga resultan estar tripulados por asesinos thugs, que les atacan en un punto donde el cauce del rio se ensancha hasta varias millas, de forma que puedan maniobrar para atacar ambos a la vez. Aunque los grabs son más pequeños que el Mariana, están hasta los topes de thugs y cuentan incluso con algunos mirines (cañones de bronce de bajo calibre y corto alcance). La maniobrabilidad y artillería del Mariana supera a la de los grabs, pero el número de hombres a bordo de estos casi dobla al de los malayos. Tan pronto como comprenden esto, los thugs intentan cerrar distancias y pasar al abordaje, buscando ventaja en el cuerpo a cuerpo.

Sandokán ordena entonces retirarse del combate y tratar de dejar atrás a los grabs, llevándolos a una zona del rio más estrecha en el que puedan enfrentarlos uno a uno. Los thugs intentan seguirlos, pero son malos navegantes y peores tiradores. Al lograr poner algo de distancia entre el Mariana y los grabs, los malayos toman la iniciativa del combate. Gracias a su superior artillería terminan desarbolando ambos grabs, para luego destrozarlos con descargas de metralla una vez estos no pueden maniobrar para devolverles el fuego.

Cuando llegan costeando hasta la desembocadura del Ganges, Sandokán desembarca junto con Yáñez, Tremal-Naik, Surama y unos pocos de sus piratas para adentrarse a pie en los pantanos. Tenemos otra escena de acción obligada (recordemos que originalmente estos libros se distribuían en fascículos dominicales) donde son atacados por un rinoceronte. Es un capítulo rutinario pero interesante porque se nos explica que, con las armas de fuego de la época, solo se podía matar a un rinoceronte disparándole al costado y cuando estaba a la carrera. Esto era debido a que la gruesa piel del animal forma pliegues cuando está en reposo y frena las balas. Para matar a tiros a un rinoceronte, había que esperar a que cargase y esquivarlo mientras se le disparaba a quemarropa. De poco servía dispararle de frente, de lejos, o cuanto el animal estaba quieto, porque en estos casos la bala rara vez tenía más efecto que enfurecerlo.

Tras sobrevivir a la carga del rinoceronte, el grupo llega hasta un poblado que Tremal-Naik emplea habitualmente como refugio de caza. Allí se les unen los fieles compañeros de aventuras de este, Darma y Punthy; un feroz tigre de Bengala y un enorme perro, ambos perfectamente adiestrados para combatir contra adversarios humanos. No son el último refuerzo que obtendrán en su viaje hacia el templo thug. Siguiendo su camino, tienen ocasión de rescatar de un grupo de cultistas de Kali a Remy de Lussac, un teniente inglés que estuvo al mando del padre de Ada Corishant, y que no duda en unirse a ellos cuando estos le cuentan su propósito.

Aquí termina esta primera entrega de Los dos tigres. Como era habitual en las novelas de Salgari, el autor (obligado a fraccionar su obra en capítulos que debían mantener el interés de una semana a la siguiente), alterna escenas de acción típicas (combates cuerpo a cuerpo, batallas navales, y enfrentamientos con animales salvajes o climatología extrema) con muchas páginas dedicadas a describir la flora, fauna, costumbres y leyendas de los lugares donde tenían lugar. Salgari mantuvo este estilo folletinesco al que estaba acostumbrado durante toda su vida, y es algo que se suele criticar de él.

Tal como yo lo veo esto era lo que hacía únicas a sus historias, muchas veces improvisadas sobre la marcha y dependientes del material de consulta que tuviera a mano. Debía llenar con algo un mínimo de páginas y entregarlas a la editorial en un margen de tiempo inflexible, estuviera sano o enfermo, inspirado o falto de ideas. O cumplía con el mínimo de páginas o su familia no comía esa semana. Esto hacía sus historias más cercanas y reales, porque todo lo que ocurría parecía (y quizá así era) carente de un guion previo. En muchas ocasiones llenaba páginas haciendo que los protagonistas cambiaran de pronto de planes, dejaran pasar los días sin hacer nada a la espera de acontecimientos, o deambularan sin cesar de una forma un tanto errática y hasta ridícula; actitudes impropias de los típicos héroes infalibles de la época (que siempre tenían un Plan B preparado y una ingeniosa solución para cada contratiempo) pero muy propia de personas reales. 

Puedes leer la conclusión de la historia pulsando aquí.

Para el próximo punto de nuestro reto, pasamos del sanguinario fanatismo de los thugs al humor ligero de Allegro ma non tropo, de Carlo M. Cipolla

Le due tigri. 1904. Emilio Carlo Giuseppe Maria Salgari. Publicado en 1987 por Clásicos Juveniles Planeta.

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