EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS
¡ALERTA DE EXPOILERZ!
El Monstruo luchó con el Héroe. Y el Monstruo salió triunfante. Siempre había sido así. Siempre los Monstruos vencieron a los Héroes. No tenía por qué ser diferente, ahora. Y no lo fue. El Héroe luchó noblemente. Arrogantemente. Con dignidad, con grandeza, con la confianza que da defender el Bien, y usar la Virtud como escudo.
Eso, en otro lugar, hubiera, quizá, resultado.
La última galaxia no es una historia de ciencia ficción. Salen naves espaciales, y alienígenas, y viajan de un mundo a otro, y todas esas cosas. Pero si los protagonistas viajaran en un barco de vela de isla en isla luchando con cíclopes en lugar de planeta en planeta luchando con alienígenas, nada cambiaría. Lo que se nos narra se adentra más en el terreno de la épica mitológica que en el de la ciencia ficción.
Es la historia de un simple humano, uno más, elegido al azar, al que el Universo ofrece la posibilidad de ser inmortal, casi todopoderoso, de convertirse en lo que solo se puede calificar como un dios. Como Hércules, el mortal ascendido al Olimpo, deberá superar unas pruebas para demostrar que es digno de ello.
En su caso, su prueba a superar será enfrentarse al Mal, al Supremo y Absoluto Mal, a legiones de demonios purulentos y fétidos, a miles de cadáveres revividos, a la tentación de la mayor belleza del universo, la misma esencia de la lujuria y el deseo hecha carne, y al más terrible de todos los desafíos: a ser traicionado por la persona amada. El ambientar la historia con el cosmos como telón de fondo no hace si no darle un aire más etéreo, más sobrenatural.
Lo mejor del relato; el dialogo que se establece entre el protagonista y un grupo de Héroes, tras haber éste aniquilado por si solo a un centenar de Monstruos a la vez. Él les explica que logró vencer a los Monstruos porque los atacó con furia, con odio, deseando no solo derrotarlos, sino matarlos, mientras que los Héroes siempre lucharon con honestidad y compasión, y por ello siempre perdían. Ante esta explicación, los Héroes le dan la espalda con desprecio y se marchan, incapaces de admitir que no todos los enemigos pueden ser tratados del mismo modo, que no todos los crímenes se pueden perdonar, y que contra ciertos adversarios no se puede mostrar compasión ni dejarse guiar por una moralidad inamovible.
Una historia que hay que leer sin prejuicios (y sin postjuicios) solo por el mero disfrute de la épica desatada, de compartir brevemente las aventuras de seres que son como dioses a nuestros ojos, pero que a su vez luchan contra otras criaturas que son como dioses a los suyos.
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La última galaxia. 1973. Curtis Garland [Juan Gallardo Muñoz]. La conquista del espacio nº 163. Editorial Bruguera S.A.
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