SOMBRAS DEL CAOS

EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS
¡ALERTA DE EXPOILERZ!

Francisco Javier Miguel Gómez es uno de los grandes autores de bolsilibro, casi al nivel Juan Gallardo y Rafael Barberán. Lo único que lo sitúa un peldaño por debajo de estos, es su escasa producción: menos de cincuenta títulos, lo que en este tipo de publicaciones es realmente una cifra muy baja. Una verdadera lástima, porque desde su primer libro, que le publicaron a los diecisiete años, demostró un gran talento como narrador. Sombras del Caos es un buen ejemplo.

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Cuando una aventura espacial comienza citando un fragmento del Necronomicón, nos damos cuenta que nos encontramos ante algo inusual. Los relatos del ciclo de Cthulhu, tanto los genuinos de Lovecraft y sus colaboradores “oficiales”, como los escritos posteriormente por imitadores y admiradores suelen tener lugar entre 1920 y 1940. Ocasionalmente transcurren total o parcialmente en un pasado remoto, y en unos pocos casos, en la época moderna. Este tiene lugar en un lejano futuro. Los desafortunados y desprevenidos humanos que tendrán que enfrentarse a los horrores cósmicos son en esta ocasión media docena de astronautas... lo cual en cierto modo resulta bastante adecuado.

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Al mando de un comandante estricto y casi tiránico, el navío espacial Argos es enviado a una misión de exploración rutinaria de cartografiado estelar. Un meteorito salido de la nada les obliga a desviarse bruscamente de su rumbo. Aunque lo esquivan, aparentemente la cercanía del mismo provoca averías en los equipos de control de la nave. Terminan estrellándose en un pequeño planeta sin nombre. El impacto destroza la nave, pero los cuatro hombres y dos mujeres que componen la tripulación salen milagrosamente ilesos. Pero sobrevivir al impacto no es precisamente un golpe de suerte, ni tampoco lo es que la atmósfera sea rica en oxígeno y compatible con la vida humana.

El mundo en el que han caído carece de vida. Es un desierto de polvo y roca. ¿Por qué hay oxigeno entonces? En un reconocimiento a pie del terreno, tres de los hombres encuentran las ruinas de lo que antaño fue una majestuosa ciudad de piedra de altos minaretes y zigurats, columnas ciclópeas y vastas salas vacías. En su interior hallan algo sorprendente: el esqueleto de un astronauta, todavía enfundado en su traje espacial (idéntico al que llevan ellos) en el que encuentran dos perforaciones a la altura del pecho y una a la altura del abdomen.  

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La exploración de la ciudad y las aberrantes geometrías de su arquitectura les trastoca. Uno de ellos enloquece y dispara contra el protagonista, hiriéndole de gravedad. El comandante de la expedición reacciona abatiendo a tiros al demente, alcanzándole con tres disparos… dos en el pecho… uno en el abdomen… el astronauta cae, quedando en exactamente la misma posición que el cadáver que encontraron antes, que estaba cubierto por el polvo de eones. ¡No hay tiempo para pensar en ello! El comandante carga con el protagonista malherido y logra llevarlo de vuelta a la nave. 

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Durante su convalecencia, éste tiene extraños sueños en los que ve la ciudad como fue en sus orígenes, hace incontables millones de años. Ve a sus habitantes adorando a los Dioses Primigenios. El texto nombra directamente a Azathoth el Caos Ciego e Idiota, Nyarlathoteph el Caos Reptante de los mil rostros y burlón espíritu de la locura, y Yog Sothoth el que Sabe. También se nombra al Destino y al propio Universo como si se trataran de Dioses Primigenios. El autor aclara en una nota a pie de página que estas criaturas y la propia ambientación de la historia está tomada de los relatos de Lovecraft.

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En cuanto el herido se recupera, los ahora cinco astronautas se enfrentan a una nueva amenaza: algo les ha seguido desde el templo, y dos de ellos son grotescamente asesinados dentro de la inutilizada nave que emplean como refugio.   

Ante una situación sin salida, atrapados en un mundo que no pueden abandonar, en el que no pueden subsistir, y en el que están siendo cazados por entidades desconocidas, los dos hombres y la mujer que quedan vivos deciden enfrentarse a estas. Los tres marchan hacia las ruinas, conscientes de estar yendo al encuentro de una fuerza contra la que no tienen la más mínima posibilidad, pero prefiriendo la idea de morir luchando a la de ser asesinados uno a uno o terminar muriendo de hambre cuando las provisiones de la nave se agoten. 

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Cuando llegan al centro de la ciudad, un antiguo portal comienza a abrirse. Es aquí cuando se hace evidente que no son más que un sacrificio para traer de vuelta a los Dioses Primigenios: el meteorito que los desvió, forzándoles a estrellarse contra el planeta... el que todos sobrevivieran milagrosamente al choque... que el planeta, sin ningún tipo de vegetación, tenga una atmósfera perfectamente respirable... Se les ha dirigido a ese mundo y se les ha mantenido a salvo en un principio para poder morir luego a manos de las criaturas que moraban en las ruinas. 
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Pero ya sabéis lo que se dice. Que cuando te has hundido hasta el fondo, ya solo puedes ir otra vez hacia arriba. El protagonista/narrador será elegido como avatar por los Dioses Antiguos, enemigos de los Dioses Primigenios, que le proporcionarán los medios para defenderse: un cántico mágico que dejaron grabado en su cerebro cuando deliraba, y que, a modo de hechizo de repulsión, comenzará a recitar espontáneamente cuando las fuerzas del caos se dispongan a destruirle. 
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No me negareis que un astronauta, enfundado en su traje espacial, enfrentándose con magia a dioses lovecrafnianos en una ciudad de millones de años de antigüedad de un remoto planeta, es cuanto menos una escena poco habitual.

Puedes ver un libro de Lovecraft (el autor del que toma su inspiración este bolsilibro) pulsando aquí. O bien veo otro de los bolsilibros de Lem Ryan pulsando aquí.
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Sombras del caos. 1984. Lem Ryan [Francisco Javier Miguel Gómez]. Héroes del Espacio nº 213. Editorial Bruguera S.A.