EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS ¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Presentado por… el profesor Plot.Como ya se ha visto en otros bolsilibros de ciencia ficción comentados, este era un género que todavía no se dominaba mucho en la España de los 60 y 70. Con frecuencia, los autores se limitaban a escribir una historia policiaca o del oeste, que era terreno más seguro, cambiando los revólveres por pistolas láser, los cuatreros o gánsteres por aliens o piratas espaciales, y los viajes a Texas atravesando el desierto por viajes a Marte atravesando el vacío. Este libro es un caso parecido, en los que se mezcla una trama de investigación policiaca con el tema de los zombis vudú caribeños, dándole a todo una ambientación futurista.
Cinco peligrosos criminales son ejecutados simultáneamente mediante un proceso llamado cámara electrónica. Es básicamente una evolución de la silla eléctrica, consistente en una sala que emite a su interior una honda que detiene al instantante el corazón y el cerebro de sus ocupantes.
Justo antes de morir, los reos hacen la amenaza habitual en estos casos: volverán de la muerte para vengarse de todos los agentes que los detuvieron. Se pulsa el botón, los criminales caen fulminados, se les empaqueta hacia la morgue, y el asunto se olvida.
Un par de semanas después, uno de los
agentes disfruta de unas merecidas vacaciones cuando recibe una videollamada.
Inmediatamente reconoce a uno de los ajusticiados, el cual le revela que va a
ser el primero en morir. El agente informa de lo ocurrido a su superior, pero
nadie se toma el asunto demasiado en serio hasta que al día siguiente el agente
es encontrado en plena calle con un cuchillo hundido en el corazón.
Otro agente más es asesinado antes que la
agencia para la que trabajan, la SIP comience a reaccionar. SIP son las siglas
en inglés de Policía Espacial Internacional, aunque su forma de actuar se asemeja
más a la de la CIA que a la de verdadera policía. Tras una rápida comprobación
se descubre que los cuerpos de los criminales nunca llegaron a la morgue del
hospital, y se encarga el caso a los cuatro agentes restantes que tomaron parte en la detención de los criminales.
Su investigación los lleva hasta una
ciudad minera de Marte, donde se enteran que el número de pacientes que mueren
en el hospital se ha incrementado notablemente en poco tiempo, y además los familiares
no reciben los cadáveres para enterrarlos. En el hospital se habla de un tipo
de infección que obliga a destruir inmediatamente los cuerpos, pero esto es una
mentira muy obvia.
Parte del personal del hospital ha entrado
en el negocio del tráfico de cadáveres. Y como los cuerpos han de estar en buen
estado, fabrican cadáveres matando mediante inyecciones a algunos de los
pacientes que ingresan sin lesiones físicas graves. El destino de estos cuerpos
es peor que la muerte: un científico (loco, claro) extrae los corazones
naturales y los reemplaza por otros artificiales. Al cargar de energía estos
corazones, el sujeto vuelve a la vida, o algo parecido. Casi no necesita comer
ni dormir y todo para él deja de tener interés, salvo la siguiente ducha.
Las duchas son el procedimiento por el cual se recarga la energía de los corazones artificiales, que solo funcionan durante doce horas. Los zombis, pues no puede llamárseles de otra forma, son obligados a trabajar como esclavos en una mina de oro clandestina. Tras un día completo de trabajo se les recompensa con un plato de sopa, unas horas de descanso, y una ducha, que es a grandes rasgos lo contrario que la cámara electrónica. Al ser introducidos en la cámara de la ducha, reciben una alta dosis de radiación que recarga la energía de su corazón.
Este
proceso provoca además una sensación de dependencia similar a la del consumo de
drogas, creando una obsesionante necesidad física y mental por recibir la siguiente
dosis, que eclipsa cualquier otro pensamiento. A los que no trabajan lo
suficiente se les niega la ducha, con lo que su energía se agota hasta
matarlos nuevamente, de forma ya definitiva.
Los cinco criminales ajusticiados al
inicio de la historia han pasado también por este proceso, pero son unos
privilegiados comparados con el resto. El doctor loco los usa como
lugartenientes, y tienen a su disposición todas las duchas que quieran
al día, con lo que se encuentran pletóricos de energía en todo momento.
Es una historia algo atípica, en cuanto
que no hay un protagonista. La trama va siguiendo a uno de los agentes hasta
que este muere, y entonces pasa a otro, hasta que este también cae. Un tercero
muere “fuera de pantalla”, y la historia la termina el cuarto agente, que logra
infiltrarse en la mina y llegar hasta el doctor loco. Este agente no comienza a
tener relevancia hasta la mitad de la historia, cuando ya la mayoría de sus
compañeros han muerto.
Esto hace el relato más impersonal.
Aprecio el que los protagonistas sean variados y mueran con facilidad, como en
la vida real. Y que, también como en la vida real, las cosas se resuelvan a
base de trabajo conjunto y no por la intervención de un solo y excepcional
individuo. Pero dada la brevedad del texto, no da tiempo a encariñarse con los
personajes, y sus muertes no significan mucho. El que podríamos considerar como
el protagonista de la historia, Edward Loos, lo es únicamente porque es quien
sobrevive a ella y nos lleva a la resolución final del caso, aunque lo hace
apoyándose en el trabajo y logros previos de sus camaradas caídos.
No hay, y esto es también raro en los
bolsilibros, una protagonista femenina que permita el elemento romántico.
Aparece una encantadora e ingenua jovencita (la hija del doctor loco) que no
hace nada relevante hasta el final, pero a pesar de los esfuerzos del autor por
sugerir lo contrario no se percibe atracción ni química ninguna entre Loos y
ella, por lo que nos quedamos sin la clásica boda-como-recompensa al
final.
El final, por cierto, es el típico de las historias de zombis caribeños. Los zombis terminan rebelándose contra su amo, incapaz ya de controlarlos, y abandonan en masa la plantación de caña de azúcar (o en este caso, la mina de oro) para invadir su hacienda y darle su merecido antes de caer muertos. Es un final clásico pero que no cuadra mucho con el ambiente futurista. El científico loco ya había sido detenido por la SIP, y es dejado allí con los zombis, sabiendo lo que iba a ocurrir, lo cual no es un proceder muy policial que se diga.
Tampoco
se hace el menor intento por salvar, o cuanto menos dar una muerte digna a los
mineros esclavos. Simplemente son abandonados allí también hasta que su energía
se agote y mueran entre horribles espasmos. Pero este final no es más que el
efecto secundario de tomar una historia de terror de zombis vudú y tratar de
hacerla pasar por una de ciencia ficción espacial.
A pesar de ello, en conjunto es una historia interesante, aunque sea solo por resultar menos tópica de lo habitual. También hay que avisar que este libro es una reedición. Originalmente formaba parte de una colección de los sesenta dedicada por completo a la agencia SIP.
Puedes ver otro libro de este autor pulsando aquí.
El valle de los muertos. 196? Alan Star [Enrique Sánchez Pascual]. Galaxia 2001 nº 61. Reeditado en 1977 por Editorial Andina S.A.
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