EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS ¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Los libros de Stephen King son fáciles de conseguir. Todos son reeditados y puestos a la venta cada pocos años. Cualquier libro de Stephen King que encarguemos en una librería, salvo uno, nos lo servirán en un plazo razonable. Quizá incluso podamos elegir entre varias portadas, según las diferentes ediciones que queden en stock.
La excepción es Rabia. Este es el único libro de King que nunca se reeditará. Al menos, no mientras él viva, puesto que el retirarlo de la venta fue precisamente decisión suya.
No es de sus mejores obras, en mi opinión, pero el retirarlo de circulación no fue por su calidad, sino por su temática. Narra la historia de un joven universitario que llega a un punto de presión en el que se derrumba, y acude a la siguiente clase con la pistola de su padre en la mochila.
Ya se habían producidos tiroteos en varias escuelas antes que el libro se publicara. De hecho, la intención
del libro parece ser explorar qué los provoca. Pero en varios de los tiroteos que se produjeron
tras publicar el libro, un ejemplar del mismo fue encontrado entre las cosas
del criminal. Fue la creencia de King de que su obra se había convertido en una
fuente más de inspiración para nuevos tiradores lo que le impulsó a negociar
con su editor, 1997, su retirada del mercado. También
se aseguró que nunca se vendieran los derechos del libro para hacer una
película del mismo. Pero en USA, para ver imágenes de un tiroteo en una escuela
no es necesario ir al cine, basta con estar atento a los noticiarios. Esta prohibición fue a escala mundial, aunque se tuvo que respetar las licencias de publicación ya vendidas a las editoriales de otros países, por lo que su retirada del mercado fue escalonada.
El libro está narrado
a hechos pasados por el propio criminal, Charles Decker, un universitario
incapaz de lidiar con su relativamente cómodo y seguro entorno. Es cierto que a diario
tiene que enfrentarse a compañeros que solo lo son en nombre y no en actitud, y
a profesores prepotentes que emplean su cargo y conocimientos para ridiculizar
a los alumnos, más que para enseñarles. Pero, al menos cuando yo estudiaba, eso
era lo habitual.
Charles está
agobiado por la presión de la adolescencia: la repentina obsesión por el sexo
que aparece casi sin avisar, la necesidad instintiva de encajar e integrase en
el grupo que tenemos como animales sociales y gregarios que somos, y a la vez el deseo
legítimo de destacar sobre el resto. En su caso, cuenta con la dificultad
adicional de un padre sumamente estricto, que le exige demasiado
para su edad y lo castiga con excesiva severidad, y una madre
sobreprotectora que se lo perdona todo, incluso recompensa sus malas acciones esperando que eso lo hará portarse mejor. Ambas actitudes son incorrectas, y suponen un exceso de señales contradictorias.
Hay que dejar
claro que nada de lo que le sucede a Decker está fuera de los límites de lo que
un adolescente con la mente bien centrada debería ser capaz de sobrellevar. Creo que
más o menos todos nos hemos peleado en nuestros años escolares, algunos solo de
palabra y otros a puñetazos. Todos nos habremos encontrado con algunos profesores sin ningún
amor por la enseñanza, que se limitaban (en el mejor de los casos) a dar la
lección como robots, o (en el peor) a hacer pagar a los alumnos sus propias frustraciones, poniéndolos en ridículo en clase. Todos hemos tenido problemas en casa, porque la
adolescencia es una época de grandes cambios mentales y hormonales que nos vuelven
locos. Y todo eso en plena juventud, cuando más deseos tienes
de hacer cosas, cuando no puedes estarte quieto, cuando lo que necesitas es acumular experiencias, y sin embargo la parte más
importante de tu actividad diaria es permanecer sentado en un aula, una hora tras otra.
Creo que todos, en definitiva, hemos
pasado por lo mismo que Charles en mayor o menor medida. Y sin duda habremos
estallado unas cuantas veces, pagándolo con quien no debíamos, incluso deseando
sinceramente matar a alguien. La gran diferencia, es que Charles tiene fácil acceso
a un arma de fuego.
Llegado a un
punto en que su frágil ego se quiebra, Charles acude a la universidad con una
de las pistolas de su padre. Sin motivos reales para ello, sin estar amenazado
de ningún modo, mata a dos de sus profesores simplemente porque puede hacerlo. Luego
se encierra con otros veinticuatro alumnos en una de las aulas, sin ningún plan
sobre que hacer a continuación.
Esto ocurre al
poco de empezar la novela, y toda la historia transcurre dentro de ese aula. Gran parte del texto son recuerdos o reflexiones de Charles, o historias
contadas por otros personajes, por lo que la trama resulta variada. No se hace aburrida a pesar de lo limitado de los escenarios y situaciones.
Charles adopta
inmediatamente el papel de superioridad que tanto odia en los profesores,
algunos de sus compañeros, y su padre. Su forma de rebelarse contra lo que no
soporta es convertirse en ello.
El tener un arma
de fuego en una situación en el que nadie más la tiene, lo convierte en un dictador.
Toda el aula queda instantáneamente a su merced. Solo uno de sus compañeros se
atreve a echarle en cara la innecesaria muerte de los profesores, pero Charles se
burla de él con la misma crueldad con la que los profesores se burlaban de
Charles y otros alumnos.
Y lo que es
peor, muchos de los alumnos le ríen la gracia, y se burlan también del único de
ellos que ha demostrado valor. Es la típica sumisión al poder que mucha gente
padece, el mostrarse obediente o complaciente con el poderoso (el popular de la clase, el político,
el famoso, el rico, el triunfador) que impele a ciertas personas a darle la
razón al que manda, tanto si creen que la tiene como si no. Una forma de cobardía
muy extendida, por desgracia.
Es más, al no atreverse
a oponerse al tipo que les está amenazando a todos, los alumnos liberan su
miedo y frustración atacándose unos a otros: surgen los insultos, las pullas,
los odios mucho tiempo reprimidos por esa necesidad de convivir lo mejor
posible. Y Charles, naturalmente, anima esto, porque la mejor
forma de hacer que aquellos a los que estás oprimiendo no se rebelen contra ti,
es hacer que se peleen entre ellos. Es algo que se está viendo mucho últimamente, con esa obsesión que parece haber en dividir a la gente en grupos identitarios cada vez más específicos, y enfrentar estos grupos unos con otros, todo eso en el marco de sociedades que ya habían dejado atrás sus diferencias en estos aspectos.
Charles, por ejemplo, hace que dos de las alumnas que estaban insultándose una a la otra desde sus pupitres salgan al frente de la clase y se peleen a golpes, dando a entender que quizá mate a la que pierda. También incita a todos a que humillen al único que se opone a él, y vemos como los rehenes disfrutan con ese fragmento de control de la situación que el que manda comparte con ellos.
Charles no llega a matar a ninguno de los alumnos, pero a pesar de haberles hecho maltratarse entre ellos, de
haberles hecho presenciar la muerte de dos profesores, y de estar reteniéndolos
a punta de pistola, no deja de afirmar que no pretende hacerles daño. Incluso
él mismo parece creer sinceramente que no se lo está haciendo, que todos sus
actos son de algún modo, justos.
Los alumnos
desarrollan rápidamente el Síndrome de Estocolmo, la empatía hacia su
captor. Se sienten cada vez mejor con la situación, y empiezan a ver a Charles
como una especie de líder revolucionario que les está enseñando la forma
correcta de reaccionar ante "el sistema". Porque darle la razón y reírle las
gracias al poderoso, el mostrarse sumiso, permisivo, y quitar gravedad a sus
delitos, reduce las posibilidades de que el poderoso ejerza ese poder
sobre ellos.
Al mismo tiempo, la proximidad de una muerte probable hace que los alumnos se sinceren unos con otros. Empiezan a contar sus traumas, a decirse lo que siempre se han querido decir, y llegan a casi olvidarse que están encerrados con un tipo armado que se considera a si mismo el bueno de la historia.
Finalmente, cuando le llega el inevitable bajón de la adrenalina, Charles los deja libres a todos y trata de hacer que la policía lo mate, para dar un final épico a su historia. Termina en el hospital con varias balas en el cuerpo, pero vivo. Meses después, en su celda, recibe una carta de uno de sus compañeros de clase, en el que le cuenta lo mucho que lo echan de menos, las ganas que tienen de volver a verlo, y que todos le apoyan. Pero justo antes de esta carta, tenemos la oportunidad de leer una nota en la que uno de sus médicos anuncia a otro que el paciente “está catatónico profundo y con signos de deterioro”. Es una forma de decirnos que esa carta y su contenido son solo otra construcción de la fantasía de Charles, que sigue viéndose a si mismo como una especie de héroe o justiciero. Y también hace que nos preguntemos cuanto hay de realidad y cuanto de fantasía en los traumáticos recuerdos que nos ha estado revelando a lo largo de la historia.
Siendo honestos, la historia de Charles es solo una más. Hoy en día se da mucha importancia al maltrato escolar o bullying, y se intenta paliarlo. Yo recuerdo estar dándome puñetazos con otro alumno en el patio del colegio y tener a tres metros de distancia a un par de profesoras mirándonos, riéndose y cuchicheando entre ellas, mientras daban vueltas mecánicamente a las cucharillas de sus vasos de café con leche. Y eso era lo normal. Al final, quien no es capaz que lidiar con su adolescencia, tampoco será capaz de lidiar con su adultez. La diferencia, es que los chavales de mi pueblo no podíamos llevar a clase una pistola cargada de un día a otro si se nos cruzaban los cables.
Personalmente,
considero un error que King retirara este libro de circulación. En una sociedad
donde, en la etapa más confusa de la vida mucha gente no encuentra apoyo ni en
su familia ni en sus compañeros ni aún en sus profesores (y además las armas
de fuego son fáciles de conseguir) echarle la culpa a los libros (o las películas,
o la música heavy, o los videojuegos) es como cerrar los ojos para fingir que
eres ciego.
Puedes ver otro libro de este autor pulsando aquí.
Rabia.
1977. Richard Bachman [Stephen King]. Publicado por Plaza & Janes Editores en 2001.
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