La puerta se
deslizó a un lado con su típico siseo hidráulico. El anciano que ocupaba aquel
sorprendentemente estrecho laboratorio ni tan solo volvió la vista para ver
quien osaba entrar en su reino.
-¿Todavía aquí,
Val?
A la mujer no le extrañó que aquel hombre, que le daba la espalda, inclinado sobre un
microscopio, la hubiera reconocido sin ni tan solo mirarla.
-Algún día tendrá
que explicarme como lo hace, doctor Gibbons.
Ahora sí se
incorporó, apartándose de la mesa de trabajo.
-No tiene ningún
misterio, Val. Cada persona tiene una diferente cadencia al andar, un olor de
perfume o loción habitual… por no hablar que los tacones de los zapatos de
mujer, aunque sean bajos, no suenan igual que los zapatos de hombre. Si a eso
añadimos el crujido de la ropa, el aura particular de cada uno, la…
-¿El aura?
El anciano se
volvió, sonriendo.
-¿Qué haces tan
tarde por aquí? Ahora que te has reconciliado con tu marido deberías volver
antes a casa y pasar más tiempo juntos.
-¿Cómo sabe que…?
-Llevas ese
perfume otra vez. El que él te regalaba por vuestro aniversario. Dejaste de
usarlo cuando rompisteis, y lo cambiaste por esa otra cosa que olía a garrafón.
-¡El Pearls
of seduction no olía a garrafón!
-Pero tenía un
olor más fuerte. Más dulzón. El que llevas ahora es.. es… sereno.
-¿Sereno?
-Un aroma
tranquilo. El de una mujer satisfecha con su vida.
Valeria se ajustó
las gafas al tiempo que soltaba un largo y sonoro suspiro, pero sonrió al
hacerlo.
-Doctor Gibbons…
-Val, por favor,
creía que ya habíamos superado la fase de “Doctor Gibbons”
-Lo siento, pero…
me resulta difícil referirme a un genio de ochenta años como Tim.
El anciano levantó
un dedo, puntualizando.
-Primero, tengo
setentainueve. No me sumes años, ya tengo al tiempo trabajando en ese asunto. Y
segundo, Tim me llamaba con cinco años, Tim me llamaba con quince, Tim me llamaba con cincuenta, y Tim sigo
llamándome ahora.
-Como quiera… ah,
como quieras, Tim. En realidad, me marchaba ya. Solo quería saber si lo tenías
todo listo para la presentación de mañana. Dicen que puede que venga incluso el
presidente.
-¿El presidente de
qué?
-Tim…
Un agudo y casi
inaudible ¡miiiii! hizo que Valeria bajara la cabeza. A sus
pies, un minúsculo gatito negro la miraba intensamente con sus ojos azul
oscuro.
-¡Pero…! ¿Y este
pequeño ninja? No sabía que tuvieras una mascota.
-Hace casi un mes
que lo tengo. Solo es un poco mayor que eso, y hasta ayer, cuando oía abrirse
la puerta, se escondía. Ahora le puede la curiosidad. Se llama Melany.
-¿Melany te
llamas, cosita?- dijo Valeria agachándose a recogerla. La gatita se puso en
guardia, pero se dejó agarrar con docilidad. Era una suave bola de pelo, ligera como el aire.
-¡Miiiii!
-¡Es una
preciosidad, Tim! Me cuesta creer que le hayas puesto un nombre normal, en
lugar de alguna referencia a una aleación o una formula química.
-Todos los gatos
tienen los ojos azul oscuro cuando nacen. Luego a algunos se les clarean, y a
otros le cambian de color. Los gatos que son completamente negros, como este,
lo son por una deficiencia de melanina, y eso es también lo que hace que casi todos
los gatos negros tengan los ojos amarillos cuando crecen.
-Melanina… Melany.
Debí suponerlo- contestó Valeria acariciando la gatita una última vez antes de
dejarla con cuidado en el suelo. Melany se escabulló
-Sí, debiste
suponerlo. Eres lo bastante inteligente y me conoces lo bastante bien para
haberlo supuesto. Tienes la cabeza en otro lado. Quizá en casa, donde te espera
tu…
-¡Doctor! ¡Ya está
bien de eso! He venido a ver si necesitaba algo para la presentación de mañana.
El Ministerio de Defensa está impaciente por ver en que se ha gastado sus
millones.
El anciano soltó
un bufido.
-Ministerio de
Defensa… suena más bonito que Ministerio de Ataque, pero significa lo mismo. Y
eso de “sus millones” …
-Tim, por favor…
-Está bien, está
bien…- levantó una mano, conciliador – Todo está listo, Val. El mono amaestrado
dará su función y el público reirá, aplaudirá, y se alegrará de haber pagado el
costoso boleto de entrada cuando vean el juguete que van a recibir a la salida.
Valeria no quiso
insistir más. Miró a su alrededor para echar un ultimo vistazo a la gatita,
pero no la vio por ningún lado. Se dio la vuelta para salir del laboratorio.
-Tim, en serio…
este sitio es minúsculo. No se como puedes tener todos tus archivos y tus cosas
aquí ¿Trabajas cómodo con tan poco espacio?
El hombre lanzó
una ahogada risita.
-Querida, cuando
tengas mi edad agradecerás que tu entorno sea lo más pequeño posible, créeme.
Cuanto menos tengas que andar para llegar hasta donde quieras ir, mejor. Las
casas y despachos pequeños están muy subvalorados.
Valeria sacó su
tarjeta de seguridad del bolsillo de la bata. Se disponía a pasarla por el
sensor de la puerta, pero se detuvo.
-Tim… sé que no
puedes decirlo. Sé que no puedes decírselo a nadie hasta mañana, pero dame una
pista. ¿Es… un arma?
-Puede emplearse
como una, desde luego.
-No es nada
atómico ni vírico…
-No, Dios me
libre.
-¿Inteligencia
Artificial?
-Reconozcamos que
nunca superara a la Inteligencia Natural.
-¿Nanotecnología?
-Sin aplicaciones
prácticas reales, de momento.
-¿Una… varita
mágica que lanza mini agujeros negros teledirigidos?
-Interesante.
Quizá el año que viene…
-Me rindo. Hasta
mañana, Tim.
Pasó la tarjeta
por el sensor. Durante el segundo que la puerta tardó en abrirse, dedicó otro
vistazo al laboratorio, buscando la gatita. La localizó bajo una mesa,
mirándola fijamente.
La puerta se cerró
tras ella con un siseo. El anciano regresó lentamente a su microscopio. Durante algunos minutos estuvo cambiando las placas y observándolas, hasta que la
puerta volvió a abrirse.
Se volvió
inmediatamente. Antes de verlo, ya sabía que no conocía al hombre que se iba a
encontrar. Llevaba un mono de trabajo como el de los técnicos de mantenimiento
del centro, pero no era ninguno de ellos. No se molestó en preguntar cosas
como ¿Quién es usted? o ¿Qué hace aquí? La
pistola con silenciador que sostenía en una de las manos ya contestaba a eso.
La otra mano estaba guardando algo en un bolsillo del mono de trabajo. Tampoco
hacía falta preguntar como había logrado abrir la puerta.
-Tiene la tarjeta
de la doctora Valterra, claro. ¿Le ha hecho daño?
El intruso se
limitó a decir:
-Su trabajo,
doctor. Lo de mañana, sea lo que diablos sea. Si puede transportarse, me lo llevaré. Si no, le matare y
derretiré todo esto. Tengo un pulverizador de ácido en el bolsillo.
-Cállese,
estúpido. Le he preguntado si ha hecho daño a Valeria.
-Y yo le he dicho
que…- el intruso se calló de golpe. Había avanzado un paso y alzado el arma
para apuntar al anciano directamente a la cara. O lo había intentado. Su
movimiento, como sus palabras, se habían congelado a la mitad. El codo del
brazo que sostenía la pistola comenzó a doblarse. La muñeca giró, apuntándose a
su propia cabeza.
-¡¿Qué… que está haciendo?!
-¿Yo? Nada, Dios
me libre.
El tubo del
silenciador se apretó contra una sien en la que el sudor había aparecido de
pronto. El intruso trató de mover su otra mano para apartar el arma de su
cabeza, pero descubrió que tampoco podía controlarla. Oyó un suave “¡miiiii!” cerca
de él, y tan pronto como lo escuchó la cabeza comenzó a dolerle como no le
había dolido ni en la peor resaca de su vida.
-Debió haberme
contestado. Ella entiende todo lo que
decimos, y Val le ha caído bien. Ahora la ha hecho enfadar.
Parecía imposible
que el dolor de su cabeza pudiera empeorar más, pero lo hizo. Se extendió por
la columna quemándole cada nervio. Supo que su dedo índice se iba a doblar
sobre el gatillo, y se dio cuenta que no tenia modo de evitarlo.
-¿Quería mi
trabajo? Muy bien, ahí lo tiene. Se llama Melany. Pesa doscientos gramos. Llévesela si es capaz.
Se escuchó un
sordo estampido amortiguado por el silenciador, y el intruso se derrumbó
manchando de sesos la pared y el suelo. El anciano fue hacia el cuerpo y buscó
en su bolsillo. Sacó de este una tarjeta de seguridad en la que se podía
leer Valeria A. Valterra escrito en relieve junto al
correspondiente código numérico.
-Voy a llamar a
Seguridad. Tú busca a Val y comprueba como está.
Mientras el anciano arrastraba los pies hacia el teléfono, la gatita salió de debajo de la mesa. Se quedó mirando fijamente el sensor de la cerradura electrónica de la puerta. Esta se abrió con un siseo, y el animalito trotó por el pasillo.
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