EL TEMPLO DE LOS PERGAMINOS ¡ALERTA DE EXPOILERZ!
Presentado por… el profesor Plot.

Saludos, ávidos lectores.
Ayer mismo Pecky nos habló de El tesoro de la selva perdida, una película especialmente recordada por los aficionados a este tipo de cine por una escena en la que un montón de bonitos cangrejitos de agua dulce se comen vivo a un tiparraco atado de pies y manos. Eso nos recordó que en nuestra pila de libros pendientes de leer teníamos uno con grandes cangrejos en la portada.
En esta ocasión el grupito protagonista está bañándose en la playa, cuando ven asomarse de entre las olas, bastante cerca de la costa, un montón de cangrejos gigantes. Corren a avisar al Sr. Pescadito, un anciano que vende pescado y patatas fritas en una caseta que tiene cerca de la playa. Este no les toma en serio, lo cual es curioso teniendo en cuenta que en teoría el pueblo lidia frecuentemente con fantasmas, monstruos y todo tipo de fenómenos extraños.
Cuando los cangrejos llegan a costa, Adam y el Sr. Pescadito son acorralados y se ven obligados a pegar fuego a la freiduría de este para tratar de librarse de los violentos crustáceos. Logran deshacerse de un par de ellos, que se asan junto a la caseta del Sr. Pescadito, pero otros cangrejos los atrapan y se los llevan bajo el mar.
Mientras tanto, el resto de niños corre en busca de… ¿la policía? ¿El alcalde? ¿Sus padres? No, van en busca del vendedor de armas del pueblo, el Sr. Patton, que les presta así sin más fusiles de asalto, lanzagranadas y lanzallamas. Armados hasta los dientes con unas armas que manejan perfectamente, los niños acaban con los cangrejos que deambulan por la playa y el puerto. ¡Como si disparar un arma fuera tan simple como orientar el cañón hacia algo y apretar el gatillo! Tras acabar con las criaturas, descubren que no son cangrejos gigantes reales, sino robots. En este momento el tenue interés que tenía por la historia se redujo aún más.
Adam y el Sr. Pescadito se despiertan encerrados en una celda de una ciudad submarina. Una niña de piel traslúcida y dotada de branquias llamada Claree les informa que son prisioneros de los mimbas, una raza anfibia que tiene su ciudad cerca de FantasVille. Los mimbas quieren destruir el pueblo porque acusan a los humanos de estar contaminando el mar, pese a que ellos mismos demuestran ser una civilización muy tecnificada que (al estar bajo al mar) necesariamente verterán todos sus residuos a este.
En el pueblo, los chicos van a contarle lo ocurrido a Bum, el vagabundo que, literalmente, lo sabe todo. Este les habla de los mimbas, y que los cangrejos robots probablemente sean cosa suya.
Los chicos le piden prestado un submarino al Sr. Patton (que les explica en cinco minutos como funciona, algo sobre lo que tendría unas cuantas cosas que decir) y se sumergen a buscar la ciudad. Se lían a disparar torpedos destruyendo más cangrejos gigantes que les salen al paso. Recargan los tubos lanzatorpedos en cuestión de segundos, se guían por un radar en lugar de un sonar, y otros errores de bulto que llegados a este punto no vale la pena tener en cuenta.
Encuentran la ciudad de los mimbas, y desembarcan en un oportuno puerto submarino que esta tiene accesible y sin vigilancia. Paseando por la ciudad submarina se encuentran con Adam y el Sr. Pescadito, que se han liberado ellos solos de la celda y llevan a Claree como rehén. De hecho, Claree es el único mimba que aparece en toda la historia. Se supone que hay muchos más por ahí, pero no se encuentran con ninguno. Vuelven al submarino, torpedean unos cuantos cangrejos robot más, y se estrellan en plan kamikaze contra la ciudad, volviendo luego a la superficie con trajes de buceo. Lo de la descompresión, si tal, lo dejamos para otro día.
Y una vez en la superficie, se montan en un globo aerostático (también se lo presta el Sr. Patton), sobrevuelan una fábrica de pinturas que es la principal responsable de los vertidos contaminantes al mar, y la destruyen lanzándole explosivo plástico para quedar bien con los mimba.
Este es el primer libro de la colección que leí, y la impresión que me dio no fue buena, precisamente. Entiendo la forma en la que está escrito. Cuando eres muy pequeño piensas así. “Si voy a la playa y me ataca un tiburón, pues cojo una metralleta y lo mato”. Y cuando dices esas cosas con cinco o seis años, te parecen completamente lógicas. Y lo mismo se puede decir de lo de montarse en un submarino y manejarlo sin ningún tipo de estudio o entrenamiento. O que hacer cosas como ponerte a disparar armas pesadas en la calle o volar por los aires una fábrica “porque contamina mucho” no tenga ninguna consecuencia legal.
Realmente cuando eres pequeño la mente funciona así. Eso lo puedo pasar, porque es un libro para niños en plan aventuras desenfrenadas. Pero lo de los niños con armas de fuego y lanzagranadas ya me chirria mucho. Que un niño vea películas de acción con tiros y todo eso no me parece mal, porque en esas películas los actores que usan las armas son adultos, y eso crea en la mente de los niños la idea de que hay que ser adulto para poder usar armas de fuego. Presentarle a los niños personajes de su misma edad pegando tiros y destruyendo edificios con explosivos es algo muy diferente.
Pero mi principal queja es otra, y es que los protagonistas no hacen nada por si mismos. Sí, ellos se cargan a los cangrejos de la playa, y torpedean a los cangrejos robot, y destrozan la ciudad submarina, y destruyen la fábrica, y al final se hacen amigos de la niña mimba, con lo que se da a entender que la furia de estos hacia los humanos se disipa de golpe. Pero no investigan ni consiguen las cosas que necesitan, que creo que es lo que habría sido interesante. La información que necesitan se la da el vagabundo. El autor podría haber metido aquí una escena de búsqueda en la biblioteca, libros de historia local, recortes de periódico, preguntar a sus padres, etc. pero no, preguntan al vagabundo que todo lo sabe y este les revela hasta como llegar hasta la ciudad submarina.
Y cada vez que necesitan algo, como armas pesadas, un submarino de guerra, un globo aerostático o unos cuantos kilos de explosivo plástico, simplemente lo piden prestado al vendedor de armas del pueblo, y este se lo confía sin más.
Los dos primeros cangrejos que destruyen se los cargan Adam y el Sr. Pescadito atrayéndolos a su caseta y preparando una trampa con un tanque de queroseno. Es algo sencillo, pero implica una planificación y un esfuerzo. Pero a partir de ahí todo se lo dicen o se lo prestan. No investigan nada ni se esfuerzan por conseguir las cosas. Siempre me quejo que casi cada capitulo de los libros de Pesadillas de Stine terminan con un anzuelo que resulta ser una falsa alarma, pero al menos los protagonistas investigan y se buscan la vida por si mismos. Generalmente los adultos de Pesadillas no creen a los niños cuando estos les hablan de monstruos o fantasmas, y eso los obliga a buscar el modo de salir por si solos de los problemas. Aquí es lo contrario, todo se lo dan hecho. Los niños de FantasVille no necesitan pensar ni tomar decisiones, simplemente actúan, y lo solucionan todo a tiros. La intención es crear una historia que sea atractiva y emocionante para los niños, pero en mi opinión esto se hace muy mal. Siendo uno de los últimos de la colección, me choca que sea mucho peor de otros anteriores que tuve oportunidad de leer después. Quizá llegado a este punto el autor se estaba quedando sin ideas o se estaba aburriendo de su propia obra y ya escribía a desgana. A veces pasa.
Puedes ver la reseña de otro libro de esta colección pulsando aquí o seguir con uno de Stine muy anterior a su famosa serie de Pesadillas pulsando aquí.
Attack of the Killer Krabs. 1997. Christopher Pike (texto) Lee MacLeod (portada). FantasVille nº 18. Publicado en 1998 por Ediciones B.
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